Un mes de D. Trump: política, iglesia, migración...

No creo que haya sido un buen servicio. Podrían haberlo hecho mucho mejor. […] Aparte de sus declaraciones inapropiadas, el servicio fue muy aburrido y poco inspirador. ¡No es muy buena en su trabajo! ¡Ella y su iglesia le deben una disculpa al público![1]

D.T.

Luego de un mes completo de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la acumulación de sucesos, acciones, declaraciones, gestos o anuncios es abrumadora. No ha habido día en que no surja alguna novedad derivada de un estilo abigarrado y poco elegante, ya conocido desde su primer periodo, pero ahora completamente desbocado e incontrolable. Semanas antes de su discurso inicial del 20 de enero, y en una actitud nada diplomática, se burló severamente del gobierno canadiense y afirmó su intención de adueñarse de Groenlandia, además de anunciar con enorme soberbia que acabaría con las guerras de Ucrania y Gaza, lo que despertó las esperanzas de muchos aun a sabiendas de sus conocidas bravuconerías. El día de su toma de protesta, el hijo de un dueño de burdeles tolerados en su época, ni siquiera tocó las Biblias que colocó su esposa para el juramento presidencial, y ya en su alocución, no dejó de arremeter contra sus enemigos jurados con tal de anunciar el inicio de una “época dorada” que estará signada por la recuperación de la grandeza de Estados Unidos:

A partir de hoy, nuestro país florecerá y volverá a ser respetado en todo el mundo. Seremos la envidia de todas las naciones, y no permitiremos que se sigan aprovechando de nosotros. Durante todos y cada uno de los días de la Administración Trump, pondré, sencillamente, a Estados Unidos en primer lugar.

Nuestra soberanía será reclamada. Nuestra seguridad será restaurada. Se reequilibrará la balanza de la justicia. Se pondrá fin al uso como arma despiadado, violento e injusto del Departamento de Justicia y de nuestro Gobierno.

Y nuestra máxima prioridad será crear una nación orgullosa, próspera y libre.

Estados Unidos pronto será más grande, más fuerte y mucho más excepcional que nunca.[2]

En esas primeras palabras traslucía el revanchismo con que asumió nuevamente el cargo. Había que ver los rostros adustos de los expresidentes allí reunidos y su negativa a levantarse de su lugar cuando cundían los aplausos ante cada frase celebrada por sus correligionarios. Fue muy notable la incomodidad de muchos invitados, al lado del éxtasis en que se hallaban otras personas como el nuevo vicepresidente J.D. Vance.[3] No había concluido el 20 de enero cuando Trump ordenó eliminar las secciones en español de los sitios web gubernamentales,[4] además de que firmó un alud de “ordenes ejecutivas” encaminadas a revertir las políticas de su predecesor.[5] Llamó especialmente la atención el perdón que otorgó a más de 1500 personas implicadas en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando hordas de simpatizantes irrumpieron violentamente en ese edificio emblemático de la política estadounidense poniendo en riesgo la vida de muchas personas y dejando un muy amargo sabor de boca al inicio de la administración de Joe Biden.[6]

La razón de este recuento es que dado el volumen de información que se acumula día tras día se requiere un punto de equilibrio para valorar las posibles implicaciones de este vendaval de situaciones, especialmente en una región como la latinoamericana y particularmente en México, vecino directo de Estados Unidos, y que está en mayor riesgo de pagar las consecuencias de los exabruptos trumpistas. El golpe más impactante, en las primeras 48 horas de esta administración, fue la deportación inmediata de ciudadanos mexicanos, el cierre de la frontera y la cancelación automática de los procedimientos para el ingreso de miles de migrantes apostados en las ciudades limítrofes con ese país, todo en el mismo paquete, además de otras medidas similares a las del inicio de su primer mandato.[7] La andanada en contra de los migrantes indocumentados fue arrasadora pues en sólo una semana fueron expulsadas más seis mil personas. Según cifras oficiales, hasta el 30 de enero el gobierno mexicano había recibido 6 244 migrantes de diversas nacionalidades, de los cuales más de 4 mil eran ciudadanos del país.[8] Otro de los anuncios controversiales fue el de una orden para bloquear la ciudadanía por nacimiento en Estados Unidos que fue suspendida por un juez.[9]

La vertiente religiosa no dejó de ser importante y llamativa, puesto que, al otro día de la toma de posesión, la obispa anglicana Mariann Edgar Budde predicó un sermón abiertamente dirigido a sensibilizar al presidente en relación con los migrantes. Sus palabras fueron tomadas como una toma de partido muy militante y no dejó de haber reacciones contrarias. El texto completo de la homilía circuló el mismo día en varios medios como una forma de respuesta a la inmediata caricaturización de que fue objeto al ser calificada por algunos sectores tradicionales como un discurso progresista y tendencioso a favor de la agenda de género. El texto, bastante mesurado y con señalamientos políticos directos, aludió al Sermón del Monte y se centró al final en un llamado directo a Trump para aligerar su plan hacia los migrantes, que fue la parte más citada:

En su Sermón de la Montaña, Jesús de Nazaret nos exhorta a amar no solo a nuestro prójimo, sino también a nuestros enemigos, a rezar por quienes nos persiguen, a ser misericordiosos como nuestro Dios es misericordioso, a perdonar a los demás como Dios nos perdona a nosotros. Jesús se desvivió por acoger a quienes su sociedad consideraba parias. […]

Ni que decir tiene que, en una democracia, no todas las esperanzas y sueños particulares de todo el mundo pueden hacerse realidad en una determinada sesión legislativa o en un mandato presidencial, ni siquiera en una generación. Es decir, no todas las plegarias específicas de todo el mundo tendrán la respuesta que desearíamos. Pero para algunos, la pérdida de sus esperanzas y sueños será mucho más que una derrota política: será una pérdida de igualdad y dignidad, y de sus medios de vida. […]

Le pido que tenga piedad, Señor Presidente, de aquellos en nuestras comunidades cuyos hijos temen que sus padres sean llevados, y que ayude a quienes huyen de zonas de guerra y persecución en sus propias tierras a encontrar compasión y acogida aquí. Nuestro Dios nos enseña que debemos ser misericordiosos con el extranjero, porque todos fuimos extranjeros en esta tierra.[10]

La incomodidad de Trump en el servicio religioso fue acompañada por una serie de gesticulaciones del vicepresidente Vance dirigidas a su superior, en notorio rechazo a la alocución de la obispa Budde. Las cámaras se detuvieron morosamente en ambos para destacar sus manifestaciones de rechazo.[11] Trump solicitó disculpas por el sermón en su plataforma Truth Social con un lenguaje duro: “La llamada obispa que habló en el Servicio Nacional de Oración el martes por la mañana era una radical de izquierda que odia a Trump. Llevó a su iglesia al mundo de la política de una manera muy descortés. Su tono era desagradable, y no convincente ni inteligente. No mencionó la gran cantidad de inmigrantes ilegales que llegaron a nuestro país y mataron a personas. Muchos fueron sacados de cárceles e instituciones mentales. Es una ola de delincuencia gigante la que está teniendo lugar en Estados Unidos. Además de sus declaraciones inapropiadas, el servicio fue muy aburrido y poco inspirador. ¡No es muy buena en su trabajo! ¡Ella y su iglesia le deben una disculpa al público!”.[12] A ello, Budde respondió que no lo haría: “Lejos de retroceder, Budde defendió su mensaje como una reflexión necesaria sobre las consecuencias humanas de las políticas gubernamentales. La obispa argumentó que la fe cristiana debe guiar hacia la empatía y la inclusión, especialmente en momentos de crisis”.[13]

En contraste, Trump nombró a la reverenda Paula White, asesora espiritual suya y televangelista, para estar al frente una oficina que se encargará de defender la fe cristiana ante los ataques de que es objeto.[14] Sus palabras la pintan de cuerpo entero: “La nueva directora de la Oficina de Fe de la Casa Blanca […] ha declarado que decirle no al presidente Trump sería decirle no a Dios”.[15] Algunos círculos evangélicos, dentro y fuera de Estados Unidos, han manifestado su desazón por este manejo discrecional de la cuestión religiosa. Las iglesias que han apoyado a migrantes manifestaron su rechazo a las amenazas gubernamentales mediante comunicados varios.[16] Los casos de deportaciones inmediatas de miembros hispanos de iglesias evangélicas que han comenzado a circular son auténticas historias de terror. El hondureño Wilson Velásquez, quien se encontraba tramitando su ingreso al país, fue detenido por agentes de inmigración mientras participaba en un culto.[17]

A toda esta avalancha de propuestas y anuncios se ha agregado el aspecto económico en la figura de los aranceles con que Trump está amenazando a sus vecinos y socios comerciales, lo que ha generado ya una serie de negociaciones diplomáticas cuyo destino final no está claro. Queda por verse si la presión interior conseguirá modificar esos alardes de fuerza que están causando bastante zozobra en los ambientes comerciales. Mucha gente está cayendo en la trampa de creer que las promesas del presidente de acabar con las guerras de Ucrania y Gaza son confiables y esperanzadoras, pero lo cierto es que han ido acompañadas de declaraciones exageradas y fuera de lugar. Está por verificarse la efectividad de la nueva administración en la resolución de estos y otros conflictos internacionales.

Como se ve por este escaso mes transcurrido, la noche trumpista será larga, muy larga.