150 años de presbiterianismo en la capital mexicana (IV): inicios eclesiales y pastorales

En la experiencia de Morales convivieron varias eclesiologías entre las cuales debió moverse para percibir, en su opinión, cuál sería la más conveniente para el contexto mexicano.

23 DE MAYO DE 2024 · 16:00

Cartel de la presentación del libro, este viernes 24 de mayo.,
Cartel de la presentación del libro, este viernes 24 de mayo.

La capital mexicana fue sin duda central, el sitio de la intentona de fomentar un cisma católico con una Iglesia católica mexicana. El proyecto fracasó y solo apareció una sociedad de tipo episcopal cuya sobrevivencia se logró con el apoyo posterior de los anglicanos estadounidenses. En cambio, el liderazgo de hombres parecidos a Arcadio, tanto por su origen humilde como por su enérgico empeño por levantar lugares de cultos independientes, como por ejemplo Hesiquio Forcada, llevó a unos cuarenta casos exitosos, del tipo de la “Sociedad de Amigos”, una de las primeras sociabilidades protestantes mexicanas.[1]

Jean-Pierre Bastian

Una nueva eclesiología

Ante la conmemoración de los 150 años de instauración del presbiterianismo en la capital mexicana, uno de los temas relevantes que afloran es la eclesiología que se forjó entre los primeros militantes de las iglesias que se identificarían como protestantes luego de que los diferentes núcleos optaron por alguna adscripción denominacional como resultado de la presencia y actuación de los misioneros extranjeros. En las “Memorias” de Arcadio Morales Escalona publicadas entre enero y marzo de 1919, a 50 años de su conversión y el inicio de su labor eclesial, es posible advertir la evolución de su conciencia en cuanto a la naturaleza y misión de la iglesia. Llama mucho la atención que sus ideas en ese momento no eran tan divergentes de las que mostró en las etapas iniciales cuando sin imaginarlo quedó al frente de la primera iglesia presbiteriana de la capital mexicana fundada por los misioneros estadounidenses. La decisión de ponerlo al frente fue, sin duda, un gran paso para la ulterior nacionalización de esta vertiente protestante en el país que tendría una segunda fase en 1901 cuando el propio Morales fue nombrado presidente del Sínodo de esa iglesia, luego de 31 años de intensa labor pastoral y misionera.

Dado que no contaba con estudios bíblicos ni teológicos por su carácter de artesano sin estudios formales, la educación que recibió en esos años pletóricos de actividad fue, literalmente, sobre la marcha y completamente dirigida al trabajo que ya realizaba en una comunidad de fe que no inició con él, pero que al desprenderse del grupo comandado por Sóstenes Juárez, tendría una nueva identidad confesional al momento en que Morales se adhirió al presbiterianismo.

El testimonio de Morales sobre las clases que recibió no deja de ser ilustrativo de la enorme necesidad que había de dotarlo de recursos y habilidades para dirigir la naciente congregación. Dos aspectos destacan, primero las lecciones que recibió siendo un auténtico aficionado a la religión:

Como a los dos años de haberse planteado en México el culto evangélico, se dio principio a la Escuela Bíblica en la casa del señor Miguel Pinto, situada en la calle de San José de Gracia; dirigía esta clase el exfraile dominico Dr. en Sagrada Teología Sr. Ignacio Ramírez Arellano. Este Sr. reunía todas las noches a un pequeño grupo de jóvenes de los que predicaban en aquellos días; y de los cuales viven algunos aún. Entre éstos estaban el Sr. Jesús Medina, Hesiquio Forcada, Arcadio Sánchez y el que estas líneas escribe. El Sr. Ramírez Arellano escogía un libro, lo comentaba capítulo por capítulo hasta acabarlo y luego seguía con otro el que mejor le parecía. Como este Sr. era muy instruido, de paso nos daba nuestras lecciones de lógica, de retórica y de historia, que en verdad muy provechosas nos fueron.[2]

 

Mientras tanto, en la experiencia de Morales convivieron varias eclesiologías entre las cuales debió moverse para percibir, en su opinión, cuál sería la más conveniente para el contexto mexicano. De modo que estuvo muy consciente de la necesidad de salir del modelo episcopal para introducirse a otros más “democrático”, tal como a llegó entender que era el presbiteriano. Así describe este proceso:

Ya he dicho que el Sr. Riley ocultó por mucho tiempo su procedencia misionera; pero poco a poco, de un modo silencioso, nos iba llevando al establecimiento de la Iglesia Anglicana, a la cual pertenecía. Primero introdujo las ropas talares, después la liturgia, y más tarde, el nombramiento de tantos obispos, como el Sr. José María González, el Sr. Prudencio Hernández y el Sr. Jesús Buenromero, el Sr. Manuel Aguas, el Sr. Luis Canal y otros que tenían la promesa de ser nombrados obispos. Sin contar con el parecer de la iglesia ni de los obreros, esto nos pareció una ofensa muy grande a los que habíamos salido del papismo, con ideales democráticos muy avanzados; mediando con estas circunstancias, algo o mucho de patriotería, porque el último obispo era un español muy terrible, que sabía “poner las manos en la cara” a cualquier hijo de vecino.[3]

 

El resto de su formación, por así decirlo, ya encaminada directamente a su servicio como ministro presbiteriano la recibió del misionero Merril N. Hutchinson, pues éste advirtió sus capacidades y se propuso canalizarlas adecuadamente a fin de que Morales recibiera la ordenación pastoral en un tiempo perentorio de acuerdo con los lineamientos del presbiterianismo. En 1873 comenzó su capacitación ministerial y teológica en la casa del misionero en San Juan de Letrán número 8 y después en la parte poniente del antiguo templo de San Pedro y San Pablo.[4] Así refiere sus estudios con él y al menos otra persona: “En cuanto a mi ordenación presbiterial, ésta no tuvo lugar sino hasta el mes de mayo de 1885, teniendo que esperar que el Seminario Presbiteriano se trasladara a la capital, que se abrieran cursos de teología por los Sres. Thompson y Hutchinson; a los cuales cursos tuve que asistir año tras año, y tuve también que esperar que se estableciera un Presbiterio; porque según nuestra disciplina, éste es el único cuerpo que puede ordenar presbíteros”.[5]

La claridad y pasión con que Morales abrazó la fe reformada lo hizo diferenciar las eclesiologías que conoció desde sus años mozos para consagrarse al estilo y a la doctrina presbiteriana por el resto de su vida. Su ministerio comenzó al lado de Hutchinson, quien lo examinó para ser, primeramente, miembro de la Iglesia El Divino Salvador: “De mayo de 1874 a 1876 la congregación presbiteriana principal en la Ciudad de México, cuyo predicador nativo era Arcadio Morales, creció no sólo en número sino también en conocimiento doctrinal, de manera que llegó a ser insuficiente el local de la calle Bethlemitas que los albergaba. El año de 1876, de grata memoria para Arcadio y la congregación que atendía, fue adquirido por el misionero Hutchinson un templo católico que había sido clausurado por el Lic. Lerdo de Tejada en 1874 al encontrar que el clero lo utilizaba para inhumaciones clandestinas”.[6]

 

150 años de presbiterianismo en la capital mexicana (IV): inicios eclesiales y pastorales

Un ejercicio pastoral y misionero inclaudicable

No obstante su rechazo del gobierno episcopal de la iglesia, Morales se asumió sorpresivamente a sí mismo como Obispo de la iglesia presbiteriana, entendiendo ese concepto no como un cargo del que debía servirse para su beneficio o para encumbrarse sobre los demás sino más bien el sentido neotestamentario de persona oficial responsable de las comunidades de fe en sus aspectos de gobierno, administrativos y de representación, además de las tareas pastorales específicas. Utilizó ese término y explicó minuciosamente cómo ejerció su trabajo ministerial con él en mente:

…de manera que a los 17 años de mis labores ministeriales llegaba a obtener el más alto honor que un ministro presbiteriano honrado podía apetecer; ya era pastor efectivo u obispo; según la interpretación de nuestra Iglesia. Obispo de la Iglesia de “El Divino Salvador” en México.

Pero como este título pudiera ser malsonante para algunos de nuestros lectores, voy a decir qué clase de obispo he sido y soy. En primer lugar, mi asiento, mi voz, mi voto, no valen absolutamente nada más que el del anciano más humilde en cualquiera de nuestras reuniones oficiales… […]

Como nuestra Iglesia es pobre y no puede costear todo el gasto misionero de la ciudad, y pagar un guarda templo, por lo mismo hemos preferido el sostén de las congregaciones de los barrios de la ciudad y de algunas fuera de ella, dejando el servicio del guarda templo a cargo del pastor, así que yo soy virtualmente el guarda templo; yo abro y cierro o alguno de mi familia; yo enciendo, yo apago; muchas veces arreglo las sillas, sacudo el polvo, y cuando es necesario hago otras cosas que no se pueden decir. Todo eso y mucho más hace el Obispo de la Iglesia de “El Divino Salvador”, pero como no lo hago por paga, ni por imposición de nadie, no me considero humillado, ni rebajada mi dignidad episcopal.[7]

 

El énfasis con que usaba esa palabra contrasta notablemente con su uso en las denominaciones de gobierno episcopal, a pesar de las semejanzas en el trabajo eclesial entre ellas, otorgándole más bien un sentido de servicio y de consagración a la causa, como se aprecia en esta sección de sus “Memorias”: “En esta virtud, en tiempo de paz o de guerra, de hambre o peste, contagiado unas veces, llevando otras este contagio a mi familia, con toda mi cojera, he hecho lo posible por cumplir con el sagrado deber que Dios y el Presbiterio me han impuesto como obispo de la Iglesia de “El Divino Salvador”.[8] La diversidad de acciones que llevó a cabo tuvo siempre como punto de partida la congregación que le otorgó el lugar que ocupó durante varias décadas y que él valoró siempre positivamente, tal como lo hizo sentir con estas expresivas palabras:

Como se comprenderá fácilmente, mi actuación ministerial se ha extendido a dos generaciones; pues en los cincuenta años de mi labor, he recibido a unas personas como miembros de la Iglesia, he bautizado a sus niños; más tarde estos niños han hecho profesión de fe; después de algunos años los he casado; he bautizado a los nietos de los que ingresaron a nuestra Iglesia en su juventud, y esos nietos son ya candidatos de la Iglesia. Por lo mismo, no es extraño que los presbiterianos de la capital me respeten, me obedezcan, me sigan, me ayuden en muchos sentidos, formándome, bondadosos, una atmósfera de simpatía y de oración que renuevan continuamente. Porque somos, no como una congregación y predicador ni como rebaño y pastor solamente, sino como una numerosa familia, a quien amo entrañablemente, por quien me preocupo en gran manera por sus enfermedades, sus pobrezas, sus cuidados personales, sus extravíos, así como por su verdadera conversión, sus victorias sobre el error o el pecado. Por esa querida Iglesia, he perdido innumerables veces mi sueño, mi apetito, mi tranquilidad, derramando mi alma con mis súplicas y mis lágrimas ante el trono del Altísimo, in­tercediendo siempre, de día y de noche por la felicidad temporal y eterna de mis hermanos, y esto por espacio de cincuenta años.[9]

 

Ello explica, además de su actuación como presidente del Sínodo y como auténtico motor de las actividades misioneras de la iglesia presbiteriana en general, el doctorado Honoris causa que obtuvo por parte de la Universidad de Wooster, Ohio, en 1905. El texto de homenaje de Hubert H. Brown merece citarse:

Desde el año de 1869, o sea por 36 años, nuestro amado hermano y compañero de redacción, el Rev. Arcadio Morales ha trabajado en la obra de la evangelización, y desde 1872, año en que la Misión entró a México, ha sido ministro de la Iglesia Presbiteriana. Durante todo este largo periodo de años, Dios ha bendecido de una manera preciosa y notable los esfuerzos, planes y trabajos de nuestro obrero cristiano, usándole como el instrumento de su gracia para la iluminación y salvación de muchas almas. Todos sabemos lo que ha hecho como pastor y como evangelista, en pro de la Junta Misionera, la organización del Sínodo y el sostenimiento propio, en las reuniones de la Confederación de sociedades de jóvenes y de escuelas dominicales, en fin, en toda forma de actividad cristiana. ¡Que Dios conserve al Doctor Morales por muchos años, permitiéndole hacer un trabajo aun más extenso y benéfico para colmar la larga obra de su vida ministerial con lo mejor de todo! Es lo que le desean sus muchos amigos y compañeros en la obra del Señor.[10]

150 años de presbiterianismo en la capital mexicana (IV): inicios eclesiales y pastorales

Las palabras de reconocimiento en El Faro de 1919, expresadas en diversos tonos y registros por colegas, amigos y feligreses (Moisés Sáenz, José Coffin, Cruz Gavila, Plutarco Arellano, Eligio N. Granados, Ezequiel Fernández, Esteban Ramírez, Lisandro R. Cámara, Prisciliano R. Zavaleta y Macedonio Platas), dan fe de un ministerio ampliamente valorado por sus contemporáneos y por quienes se vieron favorecidos por sus servicios pastorales en su dilatada trayectoria. Algo similar ocurrió en el homenaje que le rindió la misma revista de 1947, un cuarto de siglo después de su muerte.

Las palabras finales de sus memorias, llenas de una espiritualidad agradecida, son un digno colofón para este recuento biográfico e histórico:

Concluyo estos breves apuntes de mi vida ministerial de cincuenta años y, antes de dejar la pluma, puedo decir sin estudiada modestia, ni figura retórica de ninguna clase, que sólo un Dios de incomparable misericordia pudo haber puesto sus miradas bondadosas en un alma tan indigna como la mía, para que anunciara su santo Evangelio, en tal virtud, no sé cómo expresarle mi inmenso reconocimiento si no sea con las palabras de Pedro, “Señor, tú sabes que te amo”.[11]

 

Nota. El libro Arcadio Morales: precursor del protestantismo mexicano, 1850-1922 se presentará este viernes 24 de mayo de 2014, a las 18.30 horas, en el Salón López Mateos del Club de Periodistas de México, Filomeno Mata 8, Centro Histórico de la Ciudad de México, el lugar preciso de los inicios de la Iglesia Presbiteriana el Divino Salvador en 1874. Acompañará a los autores el sociólogo y periodista Bernardo Barranco, conductor del programa televisivo Sacro y Profano (Canal 11).

[1] J.-P. Bastian, “Prólogo”, en Carlos Martínez-García y Leopoldo Cervantes-Ortiz, Arcadio Morales: precursor del protestantismo mexicano, 1850-1922. México, Papiro 52-Kabod Ediciones-Ediciones EliZabdi-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano-Claremont Graduate University-Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas-Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Comunidad de Educación Teológica Ecuménica Latinoamericana y del Caribe, 2024, p. 8.

[2] A Morales, “La Escuela Dominical en México”, en El Faro, t. XXI, núm. 16, 15 de agosto de 1905, p. 122. Énfasis agregado. Cit. por C. Martínez-García, “Arcadio Morales: de la Sociedad de Amigos Cristianos a la Iglesia Presbiteriana, 1869-1874”, en Arcadio Morales: precursor del protestantismo mexicano, 1850-1922, p. 63.

[3] A. Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, 17 de enero de 1919, p. 36. Énfasis agregado.

[4] Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, 1869- 1922, México, edición de autor, 1998, p. 45, cit. por C. Martínez-García, op. cit., p. 106.

[5] A. Morales, Mi actuación…”, p. 37.

[6] Joel Martínez López, Orígenes del presbiterianismo en México. Matamoros, s.e., 1972, pp. 116-117.

[7] A. Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, segunda parte, en El Faro, 31 de enero de 1919, p. 67.

[8] Ibid., p. 68.

[9] Ibid., pp. 68-69.

[10] Cf. Hubert W. Brown, “Honor merecido”, en El Faro, t. XXI, núm. 13, 1 de julio de 1905, p. 97.

[11] A. Morales, “Mis liberaciones”, en El Faro, 14 de febrero de 1919, pp. 102-103.

 

 

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