150 años de presbiterianismo en la capital mexicana (III): textos de Arcadio Morales
Morales comenzó a colaborar en la revista El Faro desde su primer año de publicación, cuando él llevaba aproximadamente 16 años de servicio ministerial.
16 DE MAYO DE 2024 · 12:00
Esto era muy riguroso; pero se trataba de establecer un precedente; estábamos echando los cimientos de una iglesia que esperábamos que había de ser grande en el porvenir; además, por las congregaciones Presbiterianas del Norte, corría el rumorcillo de que los ministros presbiterianos de la capital no valían gran cosa, porque no habíamos estudiado en una escuela eclesiástica, ni en ningún seminario teológico. En consecuencia teníamos que acreditarnos. Comenzábamos de nuevo.[1]
Arcadio Morales E.
El Faro, espacio de difusión
Como bien ha documentado Leticia Mendoza García en un libro reciente, la prensa de inspiración protestante “compartió el espacio público no solo con los periódicos seculares sino con aquellos otros de carácter religioso de tipo espírita [espiritista] y católico, ocupando lo que Pierre Bourdieu ha llamado el ‘campo religioso’, divulgando contenidos de carácter religioso, sociocultural y de controversia con otras denominaciones”.[2] La prensa, para las nacientes iglesias protestantes aún guiadas por los misioneros extranjeros, se volvió un auténtico espacio de confrontación ideológica y cultural. Mendoza García hizo un recuento de más de 80 publicaciones disidentes que circularon en México desde 1867 hasta 1914 patrocinadas por once instancias misioneras.
La revista El Faro inició su publicación en enero de 1885 como parte de los proyectos misioneros de la misión de la Iglesia Presbiteriana estadounidense en México, la cual fue ininterrumpida por espacio de 24 años hasta su suspensión temporal en 1913. Sus editores y redactores fundadores fueron los reverendos Henry C. Thomson, J. Milton Greene y el profesor Pedro Aguirre. Al principio fue mensual, pero luego pasó a ser quincenal. En octubre de 1910, cita Mendoza García, en un recuento de “triunfos del Evangelio en México” luego de la gran Convención evangélica, se incluye a la prensa como uno de ellos: “Otra victoria gloriosa del evangelio es la creación de la prensa. […] Antes no había ni un solo periódico, entretanto que hoy contamos con 15 periódicos evangélicos que hacen continua propaganda”.[3] La propaganda a la que se alude consistió en difundir las ideas protestantes mediante los recursos discursivos de la época echando mano de la tecnología disponible en ese momento. Una de esas ideas es la señalada por Ariel Corpus, el acceso a la modernidad, pues como afirma, ésta “se entusiasmó con la modernización en su faceta material no menos que con asuntos como la libertad de conciencia”.[4]
La revista surgió en la época en que Porfirio Díaz consolidó su poder luego que se hizo de la presidencia del país en 1877, la cual se prolongó hasta 1910, por lo que debió mantener una cierta distancia de lo que se veía como el inicio de una dictadura. A las innumerables notas de tema religioso se agregó desde febrero de 1886 la sección “Refracciones políticas”. Las referencias no eran muy frecuentes, no obstante, como consigna Penélope Ortega, en 1902 planteó las diferentes posturas sobre la sucesión presidencial incluyendo la posibilidad de una nueva reelección.[5] En otros momentos se celebraba la continuidad de Díaz y se reproducían sus informes presidenciales.[6]
La colaboración de Arcadio Morales en El Faro
Morales comenzó a colaborar en la revista desde su primer año de publicación cuando él llevaba aproximadamente 16 años de servicio ministerial. Posteriormente sería parte del grupo de redactores nacionales junto con Plutarco Arellano y Lisandro Cámara, entre otros, además del misionero Hubert W. Brown, aunque no siempre firmaba sus artículos.[7] El primer registro es una reseña sobre tres libros aparecida en junio de 1885.[8] En 1906 explicó el propósito de sus artículos:
Una de mis preocupaciones más solícitas ha sido la de la redacción de El Faro, no porque me crea capaz, sino porque pienso en la magnífica oportunidad que nos presentan los doce o catorce mil lectores que tiene el órgano de nuestra Iglesia, tanto dentro como fuera de nuestra patria. Por lo mismo, lo poco que puedo hacer en este sentido, procuro hacerlo con toda conciencia, deseando glorificar a Dios en cada línea que escriba, así como cada sermón que predique o en cada oración que ofrezca en la casa del Señor.[9]
Morales tuvo clara conciencia de que su estilo literario debió pulirse sobre la marcha, a capa y espada, en el fragor de las batallas ideológicas, para que a partir de ellas pudiera aprender a escribir, literalmente, sin descanso. De esta manera da testimonio de la forma en que se superó para escribir pulcra y tenazmente, pues su prosa fue creciendo en calidad y en intensidad:
Yo era hilador de oro, vivía en México, pero trabajaba en Tacubaya, D. F., y lo que hacía era llevar siempre conmigo mi Biblia, un lápiz y cualquier pedazo de papel; echaba a andar mi máquina y en seguida me ponía a escribir mis sermones. Yo siempre he escrito lo que tengo que predicar; sermones enteros, bosquejos, puntos esenciales; pero siempre los he escrito y muchas veces los escribo dos o tres ocasiones. Tengo un dedo gastado por el desempeño de este trabajo de cincuenta años. De esta manera siempre estaba listo para predicar donde se necesitara.[10]
Alberto Rosales, en la antología de textos con que cierra su libro sobre Morales, los clasifica como sigue: monografías biográficas, sermones, epístolas, informes y miscelánea.[11] En cada sección aparecen textos representativos de su muy activo trabajo escritural, pálido reflejo de su intensa labor pastoral, homilética, evangelizadora y organizativa. Así presentó Rosales su selección: “He aquí la herencia material, intelectual y espiritual del patriarca y fundador del presbiterianismo en la capital de la República. Es material, porque son escritos que perciben nuestros ojos; es intelectual porque está expresado con elementos del intelecto, los pensamientos; y es espiritual, porque los asuntos de que se ocupan los dichos escritos trascienden el tiempo, el espacio y conducen a las vías que Dios ha establecido para la eternidad”.[12] La columna “Datos para la historia” es fundamental para comprender los diversos episodios que describió de un modo casi novelesco.
En el libro que está por aparecer, la tercera sección reúne tres textos de Morales Escalona considerados por los autores como los más representativos, aun cuando podían haberse incluido varios más. Se trata de “En el primer centenario de Juárez” (15 de marzo de 1906), “La himnología evangélica de México” (1 de abril de 1906) y las infaltables “Memorias, 1869-1919” (enero-marzo de 1919), con las que se conmemoraron sus 50 años de ministerio eclesial. El primero es una demostración fehaciente del innegable liberalismo que lo invadió desde su más temprana juventud. La valoración que hace del Benemérito de las Américas no es solamente justa sino que surgió de una honda comprensión histórica y política de la figura y el carácter del presidente oaxaqueño, como se ejemplifica en estas palabras: “Ningún presidente de México ha tenido una oportunidad tan brillante para enriquecerse como Juárez, por cuyas manos, digámoslo así, pasaron los cuantiosos bienes del clero en virtud de las leyes de desamortización, y bien podía sin escrúpulo, directamente o por medio de otras personas haberse quedado con multitud de casas o con haciendas agrícolas pertenecientes a los frailes, como lo hicieron muchos de los adjudicatarios de entonces”.[13]
El segundo es un análisis crítico y minucioso de las características formales de los cantos evangélicos de su época, distinguiendo los que usaba cada confesión y señalando sus méritos y defectos. El tercero es una recopilación de recuerdos acumulados que amerita un estudio más exhaustivo. Allí hizo un recuento de toda su experiencia espiritual y eclesiástica que bien merece ser conocida por un público más amplio.
Entre los textos excluidos, pero sumamente relevantes para comprender la vida y obra de Morales figuran, al menos los siguientes: “La prensa evangélica” (15 de abril de 1891), uno de los primeros resúmenes sobre tan relevante tema bastante anterior al de Victoriano D. Báez;[14] “La Escuela Dominical en México” (15 de agosto de 1905), magnífica recuperación de los inicios de esta institución educativa introducida en el país por el misionero Henry C. Riley entre 1868 y 1869: “…cuando vinieron las misiones protestantes al país ya se encontraron con esta obra cimentada, y no tuvieron más que proseguirla y perfeccionarla”;[15] y “Datos para la historia” (1 de febrero de 1908), breve y entrañable semblanza de su madre bajo el epígrafe de Éxodo 20.12: “sus convicciones liberales y algunos asuntos de familia la llevaron en el año de 1859, es decir, en los días azarosos de la Guerra de los tres años, al pueblo de Zacualtipán, hospedándose en la casa de un licenciado que tenía la costumbre de leer todas las noches antes de acostarse las Sagradas Escrituras, acompañado de toda su familia. Allí fue donde Dña. Felipa oyó leer por primera vez el Libro de Dios. Esta lectura le impresionó tanto que jamás pudo olvidarla en el resto de su vida”.[16] Capítulo aparte son las semblanzas y reconocimientos de colegas y amigos cercanos, así como los sermones y epístolas.
Finalmente, en la sección “Pláticas con los niños” (abril de 1888) figura un poema de Morales, verdadera suma de su pensamiento religioso, teológico y misionero, que aquí se reproduce íntegro.
Trabajo espiritual
Cristianos nominales,
Tibios de corazón,
¿Qué hacéis perdiendo el tiempo
Frustrando la ocasión?
Apresuraos a la obra,
Mirad en derredor,
¡Cuántas almas perecen
En la superstición!
Traed a los lisiados,
Fortaleced al débil,
Llamad a los cansados,
Buscad al pecador.
Que Cristo los espera
Con sus brazos abiertos,
Para darles mil pruebas
De su infinito amor.
Pero si descuidados,
Si tímidos calláis;
Jesús hará su obra
Como menos pensáis.
Mas vuestra fe muriendo
Como flor marchitada,
Perdida y arruinada
Vuestra alma dejará.
Si grandes maravillas
No podéis realizar
Haced cosas sencillas
Dios las aceptará.
Al huérfano que llora
Sin abrigo y sin pan,
Alimentad gozoso,
Con gracia paternal.
Y las primeras letras
Enseñad al indocto,
Que luego por sí mismo
Su Biblia estudiará.
Con mano cariñosa
Mostrad al que pecó,
La mancha ignominiosa
Que su alma ennegreció.
Pero también decidle:
Que hay eficaz remedio,
Que Cristo redimirle
Puede, sin estipendio.
Mas advertid que el mundo
Conocerá si obráis
Cual máquina movida
O cual cristiano ideal.
Y cada día vuestra alma
Su fuerza aumentará,
Pues al que tiene mucho
Más se le añadirá.
Si uno entre mil ganáis
Para la vida eterna,
Os ruego que sigáis
Pues bien vale la pena.
Tal vez la idolatría
Os hiera con el dardo
De la calumnia impía
O del sarcasmo amargo.
Perseguidos, burlados
Seréis, con gran vileza;
Mas de Cristo ayudados,
Venceréis en la empresa.
Después de la fatiga,
Con vuestro Salvador
Descansando allá arriba
Gozaréis de su amor.
Y una corona hermosa
De gloria refulgente,
Ostentará ¡dichosa!
Vuestra bendita frente.[17]
Notas
[1] A Morales, “Mi actuación, 1869-1919”, en El Faro, t. XXXIV, núm. 3, 17 de enero de 1919, p. 37.
[2] L. Mendoza García, La prensa protestante en México, 1867-1914. México, Casa Unida de Publicaciones, p. 12.
[3] El Faro, 14 de octubre de 1910, p. 659.
[4] A. Corpus, Soldados de plomo. Las ideas protestantes de El Faro durante el Porfiriato, 1885-1900. Tesis de licenciatura en Historia, San Luis Potosí, Escuela de Educación Superior en Ciencias Históricas y Antropológicas, 2006, p. 97. Cf. Angélica de las Nieves Barrios Bustamante y José Daniel Chiquete Beltrán, “Comprensión de la modernidad en el protestantismo mexicano decimonónico expresada en dos periódicos emblemáticos”, en Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, Tecnológico de Monterrey-Sinaloa, núm., 75, enero-junio de 2022, pp. 89-118.
[5] “Algo de política”, en El Faro, 15 de octubre de 1902, p. 154, cit. por Penélope Ortega Aguilar, El Abogado Cristiano Ilustrado y El Faro: la prensa protestante de la época ante el porfiriato. Tesis de licenciatura en Historia, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2007, p. 59.
[6] Véase “Prosperidad nacional”, en El Faro, t. XXI, núm. 19, 1 de octubre de 1905, p. 148.
[7] Véase: A. Morales, “Mi actuación…” (Concluye), p. 68: “Pero como en estos breves apuntes hablé de cojera y de enfermedades crónicas, no quisiera dar idea de ser un viejo inservible, pues por el favor de Dios, todavía predico dos o tres veces por semana, estudio, hago mis visitas, llevo mi correspondencia nacional y extranjera, escribo para El Faro, aunque no quiero que figure mi nombre, y en fin hago lo que cualquiera ministro joven pudiera hacer”.
[8] A. Morales, “Nuevos libros”, en El Faro, t. I, núm. 6, junio de 1885, p. 44. Los libros reseñados son: Conflictos espirituales de un católico romano, de Beandry, traducido por Samuel P. Craver; El camino de la vida, de Charles Hodge, traducido por el misionero J. Milton Greene; e Introducción histórica y crítica al estudio del Antiguo Testamento, en traducción de H.C. Thomson.
[9] A. Morales, “Ciudad de México”, en El Faro, t. XXII, núm. 3, 1 de febrero de 1906, p. 20.
[10] A. Morales, “Mi actuación…”, p. 36. Énfasis agregado.
[11] A. Rosales Pérez, Historia de la Iglesia Nacional Presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, bajo el pastorado del presbítero y doctor Arcadio Morales Escalona, 1869-1922. México, edición de autor, 1998, pp. 287-401.
[12] Ibid., p. 289.
[13] A. Morales, “En el primer centenario de Juárez”, 15 de marzo de 1906, p. 42.
[14] V.D. Báez, “Prensa evangélica”, en El Abogado Cristiano Ilustrado, t. XXVCII, núm. 32, 6 de agosto de 1903, p. 262.
[15] A. Morales, “La Escuela Dominical en México”, en El Faro, t. XXI, núm. 16, 15 de agosto de 1905, p. 22.
[16] A. Morales, “Datos para la historia”, en El Faro, t. XXIV, núm. 3, 1 de febrero de 1908, p. 17.
[17] A. Morales, “Trabajo espiritual”, en El Faro, 15 de abril de 1888, p. 64.
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