Karl Barth: Una teología dialéctica para todo tiempo
Barth asumiría retadoramente las contradicciones de su tiempo al fijar una postura tajante en contra de lo que veía como una glorificación de la religión, fruto del liberalismo de fines del siglo anterior que conoció bastante bien.
29 DE MARZO DE 2019 · 09:38

Fragmento del prólogo al libro de Alberto F. Roldán, Karl Barth en América Latina, de próxima aparición.
La comunidad cristiana está fundamentada en el reconocimiento del Dios que, siendo Dios, se hizo hombre, convirtiéndose de ese modo en prójimo del ser humano. Lo cual conlleva inevitablemente que la comunidad cristiana se ocupe ante todo del ser humano, y no de ninguna otra cosa, tanto en el ámbito político como en cualquier otra circunstancia. Después de que Dios mismo se hiciera hombre, el ser humano es la medida de todas las cosas.
Karl Barth, Dogmática de la Iglesia, III/2
La gran teología protestante europea del siglo XX, marcada por sus nombres más sobresalientes: Albert Schweitzer, Rudolf Bultmann, Karl Barth, Paul Tillich, Emil Brunner, Oscar Cullmann, Dietrich Bonhoeffer, Jürgen Moltmann, Wolfhart Pannenberg, Dorothee Sölle… (mencionados en orden estrictamente cronológico), ha tenido tanta influencia que, para muchos, ya debería ser superada y olvidada. Lejos de ser posible esto, resulta imposible cerrar los ojos ante este cúmulo de pensadores/as que, con escaso margen de error, permite afirmar que ese siglo fue “un nuevo siglo de oro” para esta teología. Incluso sus detractores más acérrimos están de acuerdo en que aún no es posible digerir a plenitud los alcances de semejante producción. O, como escribió Manuel Fraijó a la muerte de Pannenberg, en buena parte del siglo XX “no se sentía necesitada de proyectos alternativos. Los nombres de Barth, Bultmann y Tillich lo llenaban todo; no había señales de cansancio ni de crisis”.
José María G. Gómez Heras, notable especialista español (cuyo encomiable trabajo panorámico ha sido recuperado atinadamente por Alberto F. Roldán en este libro: hay pocos tratamientos tan agudos de la teología barthiana) señaló con valor y precisión la importancia de esta vertiente teológica para la totalidad del cristianismo contemporáneo: “Contra el racionalismo naturalista de la teología liberal, contra su reducción del cristianismo a un fenómeno de la religiosidad subjetivo-natural del hombre, reacciona la gran generación de teólogos protestantes de entreguerras capitaneados por Karl Barth, profesor de dogmática en Basilea”. En su incisivo análisis, agrega: “Común a todos los representantes de la teología dialéctica, además de la global repulsa de la teología liberal, es la íntima conexión con la filosofía existencial y el retorno a los grandes maestros de la Reforma: Lutero, Calvino, Melanchthon… tan olvidados en la centuria precedente. A través de los reformadores redescubre de nuevo la Biblia”.
Una enjundiosa frase de Roldán viene muy bien a cuento para cerrar esta pequeña introducción:
Barth nos conduce de la teología de la crisis a una teología de la Palabra de Dios en un camino nada fácil y tomando sus riesgos. Ya que, en algún sentido, Barth es un signo de contradicción [S. Neill]: para los liberales, alguien que no entendió la teología que le enseñaron en Alemania y produce un lamentable retroceso; para los fundamentalistas —en una mixtura entre ignorancia y superficialidad— alguien que “no creía en la Biblia” y se disfraza dentro de un ropaje aparentemente evangélico. Lo real, es que Barth inaugura un nuevo camino: mediante un paciente trabajo de exégesis bíblica y rastreo de fuentes patrísticas y de la tradición protestante, Barth libera a la teología del lecho de Procusto en el que había sido confinada.
Este comentario constituye el punto radical de ruptura entre la teología del siglo XIX y la del XX. En contraposición a su postura inicial, tendente a la identificación entre socialismo y reino de Dios, Barth descubre ahora que la Biblia, más que de nuestra relación con la divinidad (propio de la religión o la ética), habla de la relación de Dios con nosotros: del reino de Dios, que no es reductible a un movimiento político o económico, ni siquiera a la religión (o religiosidad) como hecho humano. Su lema será el de una absoluta disociación entre la inmanencia y la trascendencia: “el mundo es mundo, y Dios es Dios”.
Por supuesto, de todas estas obras y de todo lo que tuvo a su alcance ha echado mano Alberto Roldán en este nuevo acercamiento a Barth, pues lo ha seguido persistentemente en varios de sus trabajos, siempre acotando sus aportaciones y con la mirada fija en su aplicabilidad presente para las iglesias latinoamericanas. Este nuevo esfuerzo no es la excepción y, desde su título, manifiesta con sonora claridad la vocación eclesial y pastoral de la investigación, aunque sin dejar de integrar abordajes llamativos y poco conocidos como los de Jacob Taubes o Vicente Fatone, ambos filósofos. […]
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