Apocalipsis y conciencia moral en La construcción del infierno, de Francisco Prieto

El título del volumen hace alusión al empeño constante de los seres humanos actuales por labrarse una vida que poco tiene que ver con la felicidad y sí con un mundo cada vez más alejado del “cielo” en el que antes se creía.

12 DE MAYO DE 2017 · 06:20

Francisco Prieto.,
Francisco Prieto.

Pues bien, el propósito de este libro es alertar a las conciencias cansadas sobre la construcción del infierno en la tierra: por qué y de qué manera. Estoy convencido de que no saben lo que están haciendo. Por ello mismo, este libro procura escandalizar ahora que nada escandaliza.1

Un abordaje apocalíptico

“Si Dios está muerto ‘o está en proceso de extinción’, es muy difícil recuperar el sentido de una civilización”: parecería decirnos Francisco Prieto desde la introducción misma de su libro, cuando se abre de capa y expone los motivos para reunir estos once breves ensayos que se ocupan de temas que, de una u otra manera, ha abordado en los diversos espacios comunicativos donde se mueve.

Al leerlos, queda la impresión de escuchar la voz del comentarista radiofónico que, sin cejar en su afán reflexivo, toma la palabra para hacernos sentir su opinión autorizada.

El título del volumen, que aquí se califica de “apocalíptico” por su aparente énfasis pesimista, hace alusión al empeño constante de los seres humanos actuales por labrarse una vida que poco tiene que ver con la felicidad (aunque ellos lo crean) y sí con un mundo cada vez más alejado del “cielo” en el que antes se creía.

Montado en su experiencia de fe (y de intelectual agudo) y en su innegable mirada espiritual, Prieto lleva de la mano al lector por senderos que suenan familiares, pero que al momento de discutir con detalle, se salen inevitablemente del común denominador de los diálogos cotidianos que estamos acostumbrados a escuchar por doquier.

De esa manera, transita con soltura (por algo fue defensor del televidente en Canal 22, hay que recordarlo) por ámbitos tan disímbolos como los tabúes, la historia de Don Juan, los nuevos nacionalismos, el lenguaje, lo femenino, la animalidad o el aborto, sin dejar de acercarse a los problemas ocasionados por la conciencia moral, la educación religiosa en las escuelas, el fin de la familia y, cómo no, por la necesidad largamente acariciada en tantos espacios (y hablo, con cierto conocimiento de causa, desde el ámbito protestante reformado), de un replanteamiento del cristianismo, tema quimérico al que dedica páginas en donde la teología y la cultura se engarzan felizmente.

Ya desde la introducción encontramos ese tono apocalíptico en una serie de preguntas que van más allá de la retórica para mostrar la preocupación profunda que domina el libro.

Las aseveraciones son francamente lapidarias: “Vivir como si no fuéramos seres para la muerte” (p. 8), la “sexualidad deportiva” (p. 9). Su recuento en “Dos pérdidas” recuerda el sabor del decálogo mosaico: “No hay más que vencedores y vencidos” (p. 11). “Al fin de la utopía ha seguido el fin de toda esperanza” (p. 14).

En medio del recuento lastimoso de cómo se va empedrando el camino del infierno (“El relativismo moral en que nos movemos, […] equivale a la construcción del infierno”, p. 39), la fe y la cristología son revisitadas mediante palabras luminosas (y místicas): “La verdadera diferencia de la experiencia religiosa judío-cristiana-islámica se finca en la postulación de un Dios personal, un ser creador y dialogante.

El escándalo cristiano es la fe en la persona de Jesús resucitado, la promesa de la Resurrección de la carne, la seguridad de que el camino de la Cruz supera todo el mal que me pueda acaecer en este viaje hacia la muerte donde muero porque no muero” (p. 16).

Allí aparece también la defensa del sexo como experiencia de comunión (p. 17). La soberbia humana, tal como la describe el episodio de Babel, también ocupa su escritura (p. 25). El despojamiento y la nostalgia de los símbolos (p. 34). El aniversario de Kierkegaard (p. 37).

Resumen, al fin, de múltiples lecturas, diálogos y experiencias, o ya definitivamente, un conjunto de guiones personales de “Huellas de la historia”, que escucharemos desplegado en la primera oportunidad.

 

Apocalipsis y conciencia moral en La construcción del infierno, de Francisco Prieto

 

La conciencia moral maltrecha

Si el cristianismo es necesariamente contestatario —Kierkegaard dixit pero, también Max Horkheimer—, si muchos son los llamados y pocos los escogidos, si aquel que prefiere a su padre, su madre, su hermano o su hermana que al Señor no es digno del Reino; el desprendimiento tiene que marcar el camino del cristiano hasta llegar sin más equipaje que lo vivido a la última hora. La prioridad de la persona, del espíritu sobre la letra, por tanto de la conciencia, diferenciaría al cristiano, y al verdadero espíritu religioso, de cualquier adherente a un movimiento político (p. 38, énfasis agregado).

Qué mejor institución que el Imdosoc para publicar un libro con estas características: un novelista y comunicador, laico católico bien avenido con la cultura, sin afán de pontificar de manera absoluta, aborda libremente los temas que le preocupan y lanza una botella al amplio mar de la actualidad con el afán de ser escuchado por algunos que compartan ciertos intereses fruto dela observación de la amarga realidad que nos está tocando vivir en el México de la segunda década del siglo XXI.

Con esas banderas, no puede dejar de recordarme a algunos otros escritores que han sido vistos justamente como eso, como “conciencias morales” de sociedades que, en algún momento, se asumieron como creyentes o, al menos, como bastante atentas a los asuntos espirituales.

Pienso especialmente en Jacques Maritain (su libro sobre los reformadores es una especie de clarín resonante), André Gide (a su manera, muy protestante hay que decirlo también), Heinrich Böll (sus Opiniones de un payaso o ¿En dónde estabas, Adán?, me resuenan hondamente en la memoria), Günter Grass o, entre nosotros, en alguien como Javier Sicilia, quienes intentaron o siguen tratando (en el caso del poeta mexicano) de despertar los aspectos morales y éticos de comunidades enteras.

Prieto no aspira a tanto, lo que no impide que se dirija abiertamente a católicos en uno de los apéndices con propuestas muy concretas y polémicas. El concepto mismo de “conciencia moral” es profundamente católico y de un inocultable carácter filosófico-teológico: “En un universo en que se pretende borrar el verbo ‘deber’, no hay lugar para la conciencia moral y todo estaría permitido. Los más fuertes se sientan sobre los demás y los demás no tienen palabras que nombren la realidad y justifiquen una rebelión que sin ellas no puede cuajar” (p. 40).

Una conciencia moral que se preocupa por los derechos humanos y que introduce la vía religiosa para repensarlos (pp. 48-49), así como por la educación religiosa en las escuelas (pp. 81-86, como Pablo Latapí y Fernando del Paso lo han hecho en su momento) y por el hipotético fin de la familia (pp. 87-94), razón de ser de tantas desgracias y, para algunos, de futuros inciertos, y, nuevamente, apocalípticos.

Se trata de volver, subraya, no a esquemas decimonónicos cerrados sino a una “axiología explícita”, a una “filosofía antropológica” y “social” (p. 78). Desde esa perspectiva critica a las universidades católicas, por ejemplo, por dejarse dominar por la vaciedad y la tecnologización imperantes (pp. 79-80). Mayor discusión ética y práctica no puede haber y Prieto no la evade.

Por otro lado, debo confesar, en un plano más íntimo, que me cuesta mucho trabajo entender cómo el creyente Paco Prieto sigue siendo taurófilo en estos tiempos, a pesar de que leí completo el número completo de la revista Ixtus sobre la tauromaquia. Ahora nuevamente aborda el asunto en unas líneas imperdibles que podrían hacer pensar un poco a los enemigos ecologistas de “la fiesta”:

“El origen del toreo fue […] una forma de preparación para la guerra. […] Al desaparecer el sentido del honor, […] el toreo se va resintiendo como un espectáculo démodé” (pp. 65, 68). Y de ahí, ya en plena reflexión de naturaleza ética, se pasa a la discusión del aborto: “…decir sí a tener familia presupone un amor a la vida que instintivamente quiere presevrar la vida, darla, multiplicarla más allá de consideraciones pragmáticas” (p. 71).

Hoy nos hemos ocupado del Paco Prieto-ensayista y creyente (varias de cuyas notas reverberan, recientemente, en el libro colectivo “Los católicos”. Vicente Leñero en torno a la fe), y ojalá nos acerquemos en otro momento al novelista. Agradezco enormemente la oportunidad de dialogar con un gran escritor creyente vivo, dado que no lo pude hacer con Vicente Leñero, por ejemplo, y como él lo ha hecho con Ramón Xirau, entre otros.

Imposible leer a Prieto en estos días sin las resonancias de su testimonio sobre el autor de El Evangelio de Lucas Gavilán. Las interferencias son muchas y la catolicidad, en el sentido de universalidad cultural, viene a la mente con persistencia.

Estamos, pues, de plácemes porque un escritor cristiano, tan visible en los espacios públicos, reflexiona también públicamente sobre lo que le apasiona en el sentido moral y sale airoso, como ya lo ha hecho en los otros registros de su escritura variada, intensa, polivalente.

1 F. Prieto, La construcción del infierno. México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 2016, p. 7.

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