La Biblia y su mensaje: Ezequiel y Daniel, por Pedro Puigvert
Los libros de los profetas Ezequiel, Daniel y Zacarías son de gran importancia para comprender luego el Apocalipsis de Juan.
09 DE JUNIO DE 2022 · 18:00
Un fragmento de “La Biblia y su mensaje: Ezequiel y Daniel”, por Pedro Puigvert (Unión Bíblica, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.
INTRODUCCIÓN
Los libros de los profetas Ezequiel, Daniel y Zacarías son de gran importancia para comprender luego el Apocalipsis de Juan, al constituir aquellos la base que había impregnado la mente del apóstol citándolos en numerosas ocasiones, por lo cual es preferible leer primero a los profetas si luego queremos entender el último libro de la Biblia. El lenguaje de Ezequiel, Daniel y Zacarías es apocalíptico, un género literario que se gestó durante el exilio y floreció en el período intertestamentario. Dicho género se caracteriza por el uso del lenguaje figurado, las visiones y un mensaje de esperanza. Sin embargo, en Ezequiel tenemos también profecías y oráculos. Aunque formaba parte del canon hebreo, no todas las escuelas lo aceptaron de la misma manera. Según la tradición talmúdica, Hannaniah ben Hezequiah de la escuela de Shammai, quemó trescientas jarras de aceite en su estudio, tratando de armonizar su texto con la Torah antes de admitirlo en el canon. El Talmud afirma que cuando venga Elías, serán explicadas las discrepancias entre Ezequiel y el Pentateuco. No se autorizó la lectura del capítulo primero en la sinagoga y la lectura privada de la profecía se prohibió a menores de treinta años.
1. El autor
El libro recibe el nombre del personaje principal. El nombre hebreo Ezequiel significa “Dios fortalece” y aparte de dos menciones en la profecía no aparece en otros lugares del AT. Ezequiel era hijo de Buzi y provenía de una familia sacerdotal (1:3). Nació y creció en Palestina, probablemente en Jerusalén y fue llevado al cautiverio juntamente con los diez mil deportados en el año 597 a. C. (33:21; 2 R. 24:14). A los treinta años fue llamado al oficio profético (1:1). Estaba felizmente casado (24:16), pero la muerte de su esposa llegó de manera repentina, aunque había sido anunciada previamente por Yahweh. Esta circunstancia sirvió como señal para Israel (24:15-24). Mientras estuvo en el exilio vivió en su casa de Tel-abib (Babilonia) en la ribera del río Quebar o más propiamente sobre el Gran Canal Naru Kabari (3:15), el cual, según las inscripciones cuneiformes, corría desde el Éufrates, por arriba de Babilonia, 95 kilómetros en dirección sudeste hacia Nipur y se unía nuevamente al Éufrates más abajo de Ur. De este modo regaba la planicie comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates. De Ezequiel se ha dicho que era “una de las más grandes personalidades espirituales de todos los tiempos, a pesar de su tendencia a la anormalidad psíquica, tendencia que comparte con muchos otros líderes de la humanidad” (Albright, 325). Otros críticos han dicho que padecía catalepsia, una condición patológica aliada con la autohipnosis, pero esta opinión ha sido rechazada por diversos estudiosos y reemplazada por la de los éxtasis. Otras teorías psicológicas modernas, se han añadido y algunas son tan disparatadas que no hace falta considerarlas por rayar el absurdo. Hasta principios del siglo XX había pocas dudas de que Ezequiel era el autor del libro que lleva su nombre, pero a partir de la mitad de dicho siglo han aflorado diversas teorías sobre la paternidad literaria. Sin embargo, podemos decir con E. J. Young que “las razones para defender la paternidad literaria de todo el libro de Ezequiel son más bien muy poderosas. El libro es autobiográfico –se utiliza la primera persona del singular a través de toda la obra–. Este libro nos deja la impresión de que es la obra de una sola personalidad. Además, se da la fecha y el lugar de muchas profecías. La similitud del pensamiento y el arreglo que encontramos a través de toda la obra, nos llevan a pensar que todo el libro es el trabajo de una sola mente. Por tanto, con toda confianza podemos sostener el punto de vista que Ezequiel fue el escritor”. (Una Introducción al AT, p. 269).
2. Trasfondo histórico
Después del asedio de Jerusalén, originado por la rebelión que el rey Joacim había lanzado contra Babilonia en el año 602 a. C., fue seguido por la deportación de diez mil israelitas, entre los que se encontraba Ezequiel, en el año 597 a. C. Diez años más tarde, 587/586, hubo una nueva revuelta sostenida por Egipto y dirigida por Sedequías que terminaría con la destrucción de Jerusalén y el templo por Nabucodonosor y una nueva deportación masiva de judíos. Los hechos sucedieron así: después de que Nabucodonosor restaurara a su maltrecho ejército tras la batalla contra Necao de Egipto marchó hacia el oeste, para extender su control sobre el desierto sirio y fortificar Ribla y Hamat desde donde podría iniciar una nueva campaña contra Egipto. Pero en lugar de esto se dirigió a Jerusalén porque Joacim le había denegado el tributo y se había colocado bajo la protección de Egipto, una acción que Jeremías había señalado al rey como errónea. Pero antes de que Nabucodonosor tomara Jerusalén, murió el rey Joacim y su lugar lo ocupó efímeramente su hijo Joaquín que fue el que capituló ante las tropas del invasor y fue llevado junto con su familia a la cautividad. Mientras estaba en el exilio, Ezequiel ejerció el ministerio profético, a partir del año 593 a. C., durante por lo menos veinte años. Su ministerio se divide en dos períodos que separan el asedio y la toma de Jerusalén (24:1, 33:21) que corresponden a las dos principales partes del libro (1-24 y 33-48) y en medio de ambas encontramos las profecías sobre las naciones paganas (Cap. 25-32). Antes de 586 a. C., los exiliados judíos se imaginaban que Jerusalén sería perdonada y que ellos regresarían pronto a la ciudad santa. Ezequiel se encargó de destruir estas ilusiones anunciando la destrucción de la ciudad rebelde y pecadora a causa de su “prostitución” religiosa (Cap. 23). Después de 586 a. C., los exiliados perdieron toda ilusión y el profeta recibe un mensaje de esperanza: el pueblo volverá a vivir. Hasta ahora dividido en dos reinos, el pueblo unido regresará del exilio y habitará de nuevo en su país (37:15-28). Pero esta resurrección no será solamente política o territorial porque Ezequiel anuncia un retorno a la vida más profundo todavía: el Espíritu, ese “viento” que “sopla como quiere” y se escucha su “ruido” (37:7-9), así lo recordará Jesús (Jn. 3:8), renovará la nación entera.
Las condiciones en que los exiliados vivían en Babilonia eran bastante aceptables para los judíos. Cuando los asirios invadieron Samaria y deportaron a la mayoría de la población, la situación era distinta. Éstos eran más crueles que los babilonios y además ejercían una política de desarraigo para evitar revoluciones, de tal manera que llegaban a perder su identidad nacional. Por el contrario, los babilonios no estaban empeñados en castigar a los pueblos conquistados y en pequeños grupos les permitían preservar su identidad y hacer una vida prácticamente normal en el exilio. Por este motivo, los judíos que estaban en Babilonia pudieron regresar a su tierra después del exilio, mientras que las diez tribus que formaban el reino del norte fueron absorbidas en el lugar de su deportación. De ahí que los exiliados de la tribu de Judá, el reino del sur, mientras estuvieron en Babilonia construyeron casas, plantaron viñas, elaboraron su artesanía e incluso llegaron a ejercer el comercio. Cuando tuvieron la oportunidad de regresar, muchos prefirieron quedarse en Babilonia constituyendo un importante núcleo que posteriormente jugó un papel muy influyente de carácter rabínico al producir el Talmud babilónico.
3. El mensaje del profeta
Como la mayoría de los libros proféticos, Ezequiel contiene un mensaje de Dios para su pueblo. En este caso se trata del remanente desmoralizado que está en el exilio y que su esperanza de regresar se ve frustrada por la destrucción del templo, que era el centro de la vida nacional de Judá y necesita recibir aliento de Dios. Desde la primera visión el profeta subraya la trascendencia de Dios. El pueblo estaba en el exilio a causa de su pecado y la justa ira de Dios, tantas veces anunciada por los profetas, se había manifestado por fin. Sin embargo, el castigo divino no duraría siempre. Una vez transcurrido el tiempo señalado por Dios podrían volver a su tierra y aquel valle de huesos secos cobraría nueva vida por la acción todopoderosa de Dios. Porque él no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva (18:32, 33:11).
Otro de los temas importantes que se desarrolla en este libro es el de la responsabilidad moral del individuo, expresada en la frase El alma que pecare esta morirá. Cuando el juicio cayó sobre Jerusalén, los justos se quejaron de que ellos habían recibido el castigo por los pecados de sus antepasados, pero Ezequiel declara que cada individuo es responsable ante Dios de su propio pecado (18:4, 20).
Como hace también Jeremías, Ezequiel declara que el objetivo del juicio de Yahweh tiene que ver con un nuevo comienzo, cuando dice que habrá un nuevo pacto y deben hacerse un nuevo corazón y un nuevo espíritu (37:26, 18:31). El profeta contempla también un futuro glorioso del reino de Dios en que la santidad de Yahweh se manifestará como reacción contra la idolatría que había conducido a la nación al desastre. De ahí la mención del templo y el culto en que la presencia santificadora del Señor estará en el centro de la adoración de la nueva comunidad redimida. Todo el conjunto de los capítulos 40-48 expresa una gran realidad espiritual: un pueblo redimido en medio del cual mora Yahweh (43:2-5, 48:35) no puede estar organizado de cualquier manera. Aún en los detalles más insignificantes de la vida comunitaria, el pueblo de Dios debe hacer la voluntad del Señor. Es evidente que Ezequiel, como sacerdote y profeta, está pensando en términos de un templo literal restaurado, una ley guardada perfectamente y unos sacrificios que se realizan de manera plena. Pero, en la visión del profeta, el tipo se pierde en el cumplimiento, la sombra en la sustancia, lo terreno acaba en lo celestial. Tanto el Israel de Dios como la Iglesia de Dios, la Jerusalén terrenal como la celestial, la ley escrita en tablas de piedra como la escrita en los corazones de los hombres, todo se mezcla en una combinación única de literalismo y simbolismo. Como señala Young “es obvio que el profeta no tuvo nunca la intención de que estas descripciones se tomaran literalmente. También está claro que usa lenguaje figurado o simbólico. Cualquier esfuerzo para seguir su instrucción literal del capítulo 48, resultaría en la colocación del templo fuera de la ciudad de Jerusalén. Toda la descripción (capítulos 40-48) llega a un extraordinario clímax en las últimas palabras de la profecía: ‘Yahweh está aquí’, y esa es la médula de toda la descripción. El profeta define una época en que existirá una verdadera adoración a Yahweh. ¿Es un templo terrenal? No, ya que el profeta ni siquiera menciona a un sacerdote terrenal. Sino en espíritu y en verdad. En otras palabras, la complicada representación es un cuadro de la época Mesiánica. Yahweh mora en medio de su pueblo. Tal es la característica principal de este cuadro” (Introducción al AT, p. 278).
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