Llamas sobre la tierra, fuego en el corazón: El Espíritu Santo ardiendo en medio del desastre
Estas tragedias muestran lo frágiles que somos ante la fuerza destructiva del fuego, y cuanta necesidad tenemos de que Dios encienda en nosotros otro fuego: el del Espíritu.
24 DE AGOSTO DE 2025 · 21:50

“Si eres lo que deberías ser, encenderás todo el mundo.” Catherine de Siena
“El Espíritu Santo es un fuego que crece dentro de nosotros... cuanto más crece, más fe y paz sentimos.” Anónimo
"Es que nací para arder, no para consumirme." Anónimo
El fuego es uno de los elementos más antiguos y fundamentales en la historia de la civilización. Los expertos creen que los primeros humanos comenzaron a usar el fuego hace más de 1,5 millones de años, aunque la domesticación intencional del fuego data de hace aproximadamente 400 000 años.
Dominar el fuego fue una de las claves del desarrollo humano:
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Permitió cocinar alimentos, haciéndolos más digeribles y seguros.
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Proporcionó luz y calor, lo que amplió la actividad humana más allá del día.
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Sirvió como protección contra animales salvajes.
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Se convirtió en una herramienta para la agricultura (quemas controladas), la cerámica y la metalurgia.
Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, el fuego aparece más de 500 veces en la Escritura. No es solo un elemento físico, es una expresión del poder de Dios.
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Éxodo 3:2: Dios se revela a Moisés en una zarza ardiente que no se consume.
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Éxodo 13:21: Una columna de fuego guía al pueblo de Israel por el desierto.
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1 Reyes 18:38: El fuego de Dios desciende para consumir el holocausto de Elías, demostrando que Yahvé es el único Dios.
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Hechos 2:3: En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende como lenguas de fuego sobre los discípulos.
En el Nuevo Testamento el fuego es un símbolo clave del Espíritu Santo y representa...
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Presencia divina (como en Pentecostés).
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Pasión y celo por Dios.
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Purificación del pecado y santificación.
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Poder para testificar y transformar.
El fuego del Espíritu no destruye como los incendios naturales, sino que enciende, refina y transforma desde adentro hacia afuera.
Desde la prehistoria hasta nuestros días, el fuego ha sido temido y venerado. Es fuerza salvaje, pero también puede ser herramienta de vida. Así también es el Espíritu Santo, no es un adorno suave; sino un fuego que quema el ego, consume el pecado y enciende el alma.
Este verano de 2025 se ha convertido en uno de los más devastadores para España. En los últimos días, hemos enfrentado una severa temporada de incendios forestales, con más de 343,000 hectáreas arrasadas en lo que va de año, superando las cifras del peores hasta la fecha: 2022.
Varias comunidades autónomas se han visto afectadas, con Castilla y León y Galicia registrando el mayor número de focos activos y hectáreas quemadas.
Los incendios no solo han causado daños ambientales significativos, sino que también han obligado a realizar desalojos y han interrumpido el transporte.
Los incendios han interrumpido líneas de tren y carreteras, dificultando la movilidad y miles de personas han sido desalojadas de sus hogares debido a la cercanía de los incendios.
Las causas exactas de los incendios se investigan, se sabe que la mayoría son provocados por actividades humanas.
Estas tragedias muestran lo frágiles que somos ante la fuerza destructiva del fuego, y cuanta necesidad tenemos de que Dios encienda en nosotros otro fuego: el del Espíritu.
En la Biblia, el fuego no solo destruye: también purifica, ilumina y transforma en poder. Es una imagen viva del Espíritu Santo.
Los fuegos que consumen nuestros bosques nos recuerdan la fragilidad de la vida, y lo fácilmente que todo puede arder en segundos. Pero también nos enseñan que del suelo calcinado puede brotar vida nueva; así ocurre también con el Espíritu Santo: su fuego no destruye, sino que purifica; no arrasa, sino que transforma; no deja cenizas, sino semillas de una nueva creación.
En tiempos donde las llamas de este mundo nos rodean: conflictos, indiferencia, pecado, egoísmo... es urgente que se levante otro tipo de fuego: ese fuego que encendió a los discípulos cobardes y los volvió testigos valientes, ese que consume el pecado, pero deja encendida el alma.
Hoy más que nunca, necesitamos cristianos que ardan, no que se quemen. Cristianos encendidos por dentro, no asustados por fuera.
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En Pentecostés, el Espíritu desciende sobre los creyentes en forma de “lenguas como de fuego”
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Juan Bautista anuncia que Jesús “os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”
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Dios es descrito como “fuego consumidor” (Hebreos12:29). Este fuego interior trae presencia, pasión y pureza.
El fuego que arrasa nuestros bosques nos duele con su violencia y devastación; pero ese mismo símbolo, cuando lo trasladamos al Espíritu Santo, se convierte en llama de transformación.
Como creyentes, podemos y debemos permitir que ese fuego prenda con fuerza en nosotros: dejándonos purificar, encender y guiar. En medio de la tragedia ambiental, el fuego del Espíritu nos impulsa a servir, proteger, consolar y ser de testimonio.
Las llamas que consumen nuestros campos pueden reflejar la llama que arde en el corazón del creyente cuando es llenado del Espíritu. Ese fuego no destruye: ilumina, purifica, inspira servicio y construcción de nuevos comienzos.
¡Qué el Espíritu Santo encienda en nosotros un fuego que no se apague, ardiente de compasión, justicia y esperanza. Y qué desde ese fuego divino, llevemos luz y alivio al mundo herido!
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