Dios con nosotros: un año nuevo de rectitud y medianía
Al iniciar el año nuevo aceptamos la invitación que nos da el calendario para volver a empezar.
29 DE DICIEMBRE DE 2024 · 10:00
El nacimiento de JesuCristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. (Mateo 1:18-21, Reina-Valera 60)
La primera venida del Señor Jesús a este mundo ocurrió en la primera Navidad. Es la historia de cómo intervino Dios en los planes de una pareja joven comprometida para casarse. Ella quedó embarazada antes de juntarse con él. Había concebido del Espíritu Santo. El Hijo eterno de Dios vino al mundo por la acción del Espíritu Santo.
En la teología occidental, que encuentra una de sus primeras formulaciones en el Credo de Nicea, se afirma que el Espíritu Santo procede “del Padre y del Hijo”. Hoy también podríamos afirmar con el texto bíblico que el Hijo procede “del Padre y del Espíritu”.
El esposo, José, estaba planeando desaparecer para no tener que pasar por el proceso de acusarla de adulterio y lanzar la primera piedra contra ella en un linchamiento público. Entonces, un ángel confortó su corazón en un sueño. Él tenía que cumplir su compromiso con María, casarse con ella, y cuidar a la madre y al hijo. El bebé que iba a nacer sería llamado JESÚS –que significa ‘Salvador’. Porque en su nombre llevaría también su vocación y su propósito de vida. No se trataba de la venida de un profeta, ni de un caudillo, ni de un ser angelical. Fue el Señor Dios mismo quien vino a visitar a su mundo.
Se cumplieron así las profecías que anunciaban que Dios mismo vendría a salvar a su pueblo. José y María estuvieron dispuestos a participar en el plan de Dios de rescatar al universo. En sus propósitos de bendición y de salvación, Dios siempre involucra a seres humanos para participar. El Hijo eterno de Dios pudo haber aparecido como un meteorito que rompe los cielos, o como una nave espacial que trae un ser del espacio. En vez de eso, Dios eligió involucrar a una joven pareja. Así es como trabaja Dios. Bendice por medio de instrumentos sencillos y humildes, como las manos humanas, como los abrazos, como la escucha y la palabra de aliento y sabiduría.
Con toda proporción guardada, seamos hoy sencillos instrumentos de Dios para bendecir a su mundo. Que Dios nos bendiga a todos al pasar del 2024 al 2025. Preparemos un camino para el Señor, porque en su presencia hay rectitud y medianía. Un nuevo año que nos invita siempre a renovarnos en su misericordia.
Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”. (Mateo 1:22-25, Reina-Valera 60)
Al iniciar el año nuevo aceptamos la invitación que nos da el calendario para volver a empezar. Como gente de fe volvemos a comenzar a contar la historia de Cristo. Nació para que se cumpliese lo dicho por el Señor. El Señor Jesús es lo dicho por la boca de Dios. Él es la única palabra del Padre.
Él nació de una virgen porque no se trata de un hombre común y corriente. No es un simple hijo de su tiempo, producto de la evolución histórica de la humanidad, ni de las condiciones sociales y culturales de su tiempo. Vino del cielo. Vino del seno de Dios. Es EMANUEL: Dios con nosotros. En su nacimiento hay circunstancias de riesgo, hay aventura, hay decisiones humanas e intervenciones de ángeles. Hay peligros de muerte, hay molestosas prescripciones gubernamentales del imperio que obligan a viajar. Hay falta de vacantes en los mesones, hay diferencias entre viajeros ricos y viajeros pobres. Hay un buen astro que augura la salvación del universo, que no es presagio funesto de un desastre, y que los más sabios de aquel tiempo identificaron como la señal de la llegada del Rey Mesiánico. Hay ángeles que cantan polifónicamente ante un público compuesto por unos cuantos pastores trasnochados—pobres e ignorantes.
Nació para que se cumpliese lo dicho por el Señor: Dios mismo vendría a salvar a su pueblo. No enviaría a un ángel, ni a un gran profeta. Vendría Dios mismo en persona a visitar a su mundo y a deshacer las malas obras del enemigo, para volver a crear su universo comenzando desde las mismas entrañas de la muerte, de la noche y de la oscuridad. En la vida del Señor Jesús, Dios comenzó esa nueva creación de todo el universo. Él es el nuevo Adán. En él volvió a comenzar la humanidad. Así que el bebé Jesús no sólo es DIOS CON NOSOTROS, sino que también es EL HOMBRE CON NOSOTROS. El verdadero ser humano –no en estado de inocencia o ignorancia, sino realmente sabio, bueno y fiel.
Hay que preparar el camino para la llegada de este Emanuel. No sólo vino en la primera Navidad. No sólo viene en la aparición gloriosa que estamos esperando en cualquier momento, sino que viene a nuestra vida hoy, a llamar la puerta de nuestro corazón. Viene a cenar con nosotros. Preparemos el camino de su llegada.
Preparen el camino
“¡Consuelen, consuelen a mi pueblo!”, dice su Dios. “Hablen al corazón de Jerusalén y proclámenle que su condena ha terminado y su iniquidad ha sido perdonada, que de la mano del SEÑOR ya ha recibido el doble por todos sus pecados”.
Una voz proclama: “¡En el desierto preparen el camino del SEÑOR; enderecen calzada en la soledad para nuestro Dios! ¡Todo valle será rellenado, y todo monte y colina rebajados! ¡Lo torcido será convertido en llanura, y lo escabroso en amplio valle! (Isaías 40:1-4, RVA 2015)
La experiencia de exilio que sufrió el pueblo judío en el siglo VI a.C. fue devastadora. El templo de Jerusalén, que había sido edificado por el rey Salomón, fue destruido por completo. Sus tesoros y la mayoría de la población, todo fue llevado a Babilonia. En todas las familias del pueblo había luto. Se perdieron generaciones de líderes, de sacerdotes, de sabios. Se colapsó el sistema teológico que afirmaba que Jerusalén nunca sería destruida por ser la habitación de Dios. Muy probablemente casi todos los rollos de sagrada Escritura fueron quemados en la destrucción de Jerusalén.
En ese contexto de destrucción y desesperanza se oye la voz de la segunda sección de Isaías (40—55). El tono principal en esos textos es la consolación: El pueblo ya ha cumplido su condena, incluso por duplicado. Ahora viene la buena noticia de restauración: Dios mismo vendrá a redimir a su pueblo, y no sólo a una nación, sino al mundo entero, y a comenzar la Nueva Creación.
¡Díganle a la gente que Dios ya la ha perdonado! ¡Anuncien la gracia de Dios! Ya pasó el tiempo de juicio. Ahora viene el tiempo del perdón. Dios quiere relacionarse con la humanidad de una manera diferente. Dios ofrece su mano extendida de perdón. Sus brazos están abiertos para la reconciliación. Esa es la misión del Mesías. El Señor Jesús vino de parte de Dios para mostrarnos los brazos abiertos de Dios, la mano extendida de Dios, la oferta de perdón y reconciliación con Dios. En Jesús, Dios mismo viene a nuestro encuentro, y hay que prepararle el camino.
Este fue el mensaje del precursor del Señor Jesús, el profeta Juan el bautista, que anunciaba la llegada del Mesías, y la preparación del pueblo en arrepentimiento y bautismo en el Jordán. También sabemos que el Señor Jesús vendrá al mundo por segunda vez, y debemos estar preparados para su venida, que puede ser hoy mismo. Pero hay otra dimensión de la venida de Cristo, y es que el Señor viene a tocar la puerta de nuestro corazón. Preparémonos para abrirle paso. El camino del Señor se prepara en rectitud y en medianía, por la obra del Espíritu.
Mi abuelo decía que los únicos ingenieros de verdad son los civiles. Son los que se encargan de hacer en el terreno escabroso una obra útil para fines humanos. En la construcción de una carretera se tiene que nivelar el terreno. Se une el punto A con el punto B por medio de una línea recta, lo más recta posible, para facilitar el tránsito. Para eso se tienen que rellenar pozos y depresiones y se tienen que allanar elevaciones, montes y colinas.
En la poesía profética de Isaías 40, es necesario preparar una carretera bien nivelada para la llegada del Señor. Dios mismo va a venir a redimir a su mundo. La gloria de Dios se revelará, y se hará visible a todo ser humano. Lo invisible se mostrará por medio de una imagen visible. Lo eterno de Dios hace su entrada al tiempo y al espacio del ser humano. Esa es la Navidad.
Lo fascinante de la imagen de la carretera nivelada y recta es su contenido ético. Quiere decir que para preparar el camino para la presencia misma de Dios entre nosotros hay que enderezar todo lo que está torcido. La preparación para la llegada del Señor es una tarea enorme, más trabajosa que cualquier proyecto de ingeniería civil. Hay que mover tierra, hay que aplanar los rellenos, hay que trabajar duro. Hay que enderezar lo que está torcido.
El Señor que viene, el Dios creador y redentor, no es compatible con caminos torcidos. No se lleva con la mentira. No tolera la injusticia. No se hace de la vista gorda ante la infidelidad y el adulterio. No convive con la doble moral. A Dios no lo engaña el hombre que tiene dos frentes, dos casas, dos o más corazones partidos por la mitad, que mira a la mujer sólo como un plato de comida, un objeto de placer, sin comprometerse con su sagrado voto matrimonial.
La Navidad no sólo es una ocasión para comer mucho, hacer fiesta, o repasar las metas del año. Es el desafío de enderezar lo torcido con toda rectitud. La visitación de Dios a nuestro mundo requiere de nuestra parte el trabajo de enderezar los caminos que hoy están torcidos. Para realizar esa tarea tan enorme, contamos con el poder transformador del Espíritu Santo y la gracia de Dios. Es una invitación al arrepentimiento y la conversión, a abandonar todo engaño y mentira, toda simulación y todo asunto que se realiza por debajo de la mesa. ¿Lo haremos hoy?
Rectitud y medianía
En la preparación del camino para la llegada del Señor Dios a redimir a su mundo hay dos elementos: la rectitud y la medianía. Ya hablamos de cómo Dios no es compatible con los caminos torcidos, de manera que para prepararnos para su venida a nuestra vida, hay que estar dispuestos a enderezar todo lo torcido. Ese es el elemento de la rectitud.
Es una fuerte llamada al arrepentimiento y a la corrección moral. Todos tenemos conciencia y tenemos el testimonio divino que nos dice qué es lo correcto. No sirve para nada tratar de esconderse y echar culpas a alguien más sobre nuestras propias faltas y errores. Hay que enderezar esos caminos torcidos, y hay que hacerlo hoy. Hoy es el día de la salvación.
El otro elemento de la preparación del camino es la medianía. Los valles deben ser alzados y los montes deben ser rebajados. En la ingeniería civil incluso se hace uso de explosivos para deshacer montes y elevaciones en el terreno, o para romper la roca de una montaña, para así preparar una carretera.
La medianía del camino del Señor significa que, en la buena voluntad de Dios para su pueblo, no cabe la idea de grandes diferencias entre los poderosos y los débiles, entre los encumbrados y los deprimidos, entre los ricos y los pobres. Los valles deben ser alzados, es decir: a nadie debe hacerle falta el sustento y el abrigo básico. En el pueblo de Dios nadie debe morir de hambre y soledad. Y los montes deben ser aplanados, es decir: no debe haber arrogancias y altanerías entre el pueblo de Dios.
En la Biblia, los montes siempre hacen referencia a poderes humanos: sistemas de gobierno, imperios, autoridades, jerarquías de poder humano, que –debido a la naturaleza humana defectuosa—generalmente están contaminados de egoísmo y maldad. En la preparación del camino del Señor, toda esa altura debe disolverse en la humildad y mansedumbre del Maestro, el Señor Jesús. Hoy nos invita el Señor a preparar entre nosotros el camino, porque viene a caminar con nosotros. Ahí donde Dios camina con su pueblo, debe ser un camino hermoso, una calzada de rectitud y de medianía.
Un año realmente nuevo
La gente preguntaba a Juan: — ¿Qué debemos hacer? Y él les contestaba: — El que tenga dos túnicas, ceda una al que no tiene ninguna: el que tenga comida, compártala con el que no tiene. (Lucas 3:10, La Palabra)
El amanecer de un año nuevo en nuestro calendario es un signo muy alentador. Nos da la idea de una nueva oportunidad, de un comienzo nuevo. De pronto nos vemos con la posibilidad de aprender algo nuevo, de tener más amistades, y de profundizar las que ya tenemos. El comienzo del año siempre está rodeado de sentimientos de esperanza.
Cuando comenzó su ministerio público, el Señor Jesús leyó un texto del profeta Isaías en la sinagoga del pueblo donde vivía, Nazaret. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas… para proclamar un año en el que el Señor concederá su gracia”. El Señor Jesús se identificó a sí mismo con ese texto. Él veía su ministerio como el cumplimiento de esa profecía. Estaba empezando un año nuevo, mas no solamente un año astronómico, de 365 días, sino un año de gracia. Un tiempo nuevo inaugurado por Cristo, por su nacimiento, por sus enseñanzas, sus señales, sus encuentros, su muerte, resurrección, y ascensión.
Ese año estaba prefigurado en la ley en el capítulo 25 de Levítico. Era el año de jubileo. Cada cincuenta años, la posesión de los terrenos debía regresar a sus dueños originales; de esa manera se debía evitar en Israel la existencia de una clase alta de unos pocos latifundistas y una multitud de población pobre, desposeídos de tierra. El año de jubileo era una oportunidad de comenzar de nuevo en condiciones de igualdad en el pueblo de Dios. Se perdonaban las deudas y se liberaba a los esclavos. La vida económica de la nación debía tener un “borrón y cuenta nueva” para evitar las enormes diferencias entre ricos y pobres.
Eso es alzar todo valle y rebajar todo monte. Esa es la medianía del año nuevo agradable del Señor. Ese es el mensaje de Juan el bautista para preparar el camino del reino, que manda compartir abrigo y comida con el que no tiene. ¿Cómo vamos a comenzar este año nuevo? El Señor nos invita a entrar en su año nuevo de gracia. Es un año que ha durado más de 2000 vueltas al sol. Dios con nosotros también significa Dios dándonos su rectitud y medianía.
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