No se puede vivir sin esperanza
Reflexiones de Adviento (1): En eso consiste seguir a Cristo. Es creer que este mundo tiene esperanza y puede ser reparado, tiene posibilidades y puede cambiar, solamente por el evangelio.
30 DE NOVIEMBRE DE 2024 · 20:30
Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva. (Lucas 1:46 Reina Valera 60)
No se puede vivir sin esperanza. Así lo han demostrado expertos que han observado que cuando alguien está en una situación de angustia, lo que le permite sobrevivir es que tenga esperanza. Víctor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido explica cómo en su horrible experiencia de los campos de concentración nazi, él notaba que los prisioneros iban enfermando y muriendo. Sin embargo, aquellos que resistían esa prueba durísima eran los que tenían una esperanza. Se imaginaban lo que harían al salir de ahí. Pensaban en lo que harían de su vida después del campo de concentración. Ese pequeño ingrediente de orientación hacia el futuro, esa imaginación de lo que pudiera ser su vida en el mañana, es la posibilidad de otra manera de vivir y de relacionarse. Ese pequeño granito de esperanza es lo que les permitió sobrevivir. No se puede vivir sin esperanza.
La esperanza es una de las rectoras de la misión de la iglesia. Todo lo que hacemos como iglesia debe servir a la esperanza. Según el poeta Milton, a las puertas del infierno un letrero dice: “Quienes entren por esta puerta, ¡Abandonen toda esperanza!” En la puerta de entrada de la iglesia debiéramos tener otro letrero que diga: “¡Bienvenidos a la esperanza!” Si alguien se reúne con este pueblo de Dios, va a recibir una fuerte dosis de esperanza.
El Señor a quien adoramos juntos, cuando nos dice “Sígueme”, nos invita a la esperanza. El mensaje de Cristo es que todo el mundo está a punto de cambiar. Nos damos cuenta de eso cuando examinamos su predicación: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. Arrepiéntanse y crean la buena noticia (Marcos 1:15). Desde el cántico de María, cuando el Señor Jesús estaba en su vientre, el anuncio es que habrá un cambio: A los reyes derribó de sus tronos, y exaltó a los humildes. Unos días antes de ser crucificado, el Señor Jesús anunció que de aquel magnífico templo de Jerusalén no quedaría piedra sobre piedra. Todo está a punto de cambiar.
Es profesión de fe
Conocer y seguir a Cristo es involucrarse en una esperanza que se sustenta en lo que Dios ha hecho y en lo que ha prometido hacer. Es rodearse de esperanza y vivir gobernados por ella.
No hay nada en la observación de nuestro mundo que nos indique que las cosas van a cambiar. Al estudiar la historia de las relaciones entre seres humanos, nos damos cuenta de que las cosas han sido igual desde el principio de los tiempos. Caín sigue matando a Abel; lo único que ha cambiado es la piedra que utilizó el primer Caín. Ahora, la tecnología nos ha dado medios más sofisticados, pero el odio es el mismo en el corazón del ser humano.
Algunos quisiéramos pensar que la situación para las mujeres ha mejorado en los últimos siglos. Incluso eso es también una ilusión provocada por el espejismo del progreso. En todas las épocas, siempre ha existido la actitud de lucha por el poder entre el hombre y la mujer, y las mujeres siguen sufriendo aún hoy en día. Parece que el mundo no ha mejorado y no nos da motivos para la esperanza.
Entonces, ¿cómo es posible que afirmemos que el mundo está a punto de cambiar? Es porque nuestra esperanza se funda en lo que Dios ha hecho en la historia y en lo que ha prometido hacer. No se trata de la simple observación de la evolución de la civilización humana. Ahí no hay rasgos de esperanza. Se trata de una profesión de fe en Cristo.
Cuando el Señor Jesús —que nació en Navidad— comenzó a predicar que el reino de Dios está cerca, más de uno al escuchar esa predicación se preguntaba: “Pero ¿cómo? ¿Dónde está el reino de Dios? No se nota. No se puede ver”. La invitación a la esperanza, esta invitación que viene de parte de Dios por medio del Señor Jesús es algo que se tiene que aceptar por fe. Hay que arrepentirse y creer en esta buena noticia.
Para entrar al reino hay que abrir el corazón a Cristo. Hay que mirar al mundo como lo mira Cristo, y no como lo miramos nosotros. Sólo entonces podremos ver que el mundo ya está cambiando.
El mundo ya va a cambiar
Cuando creemos la buena noticia vemos que es cierto que la violencia ya no tiene poder. Ya reina victoriosa la paz. La alegría irrumpe y gobierna. Es cierto que existe la justicia que restaura la dignidad de la gente. El lobo y el cordero conviven en paz, es decir: hay entendimiento entre quienes antes eran enemigos.
Esto ocurre sólo cuando se acepta el evangelio. Sólo cuando atendemos la llamada de Jesús que nos invita al arrepentimiento y a creer en la buena noticia. Por eso, a simple vista no se percibe que el mundo haya cambiado, ni que esté a punto de cambiar. Es una profesión de fe. Es algo que se tiene que aceptar por fe.
Por la fe en Cristo, el mundo comienza a cambiar. Y lo primero que cambia es este corazón de piedra. “Cuando habla el Señor, pasan grandes maravillas. Todo el mundo cobra vida y comienza a cambiar. Cuando habla el Señor, este corazón de piedra es cambiado por la gracia, y ahora vuelve a palpitar”.
Lo primero que cambia soy yo. Antes mi corazón era de piedra, y ahora, cuando escucho la palabra de Dios, me arrepiento –cambio de orientación mi vida, abro mi corazón a Cristo, y entonces mi corazón se vuelve de carne, y ahora sí puedo decir que comienzo a vivir en realidad, y miro que las cosas están a punto de cambiar.
“No quedará piedra sobre piedra”, dijo Jesús a sus discípulos al contemplar el magnífico templo de Jerusalén. El mundo está a punto de cambiar. Esos sistemas anquilosados, estructuras de mentira, de odio y de poder que son las organizaciones sociales y religiosas que sólo oprimen más al ser humano, todo será volteado de cabeza, y los últimos serán los primeros. La humildad de Cristo será la maestra de los más orgullosos entre nosotros.
De la mano de Cristo miramos que nuestro mundo comienza a cambiar. Comienza a cambiar porque todo comienza en mí mismo. No espero a que cambien los demás, los otros que comparten el mismo techo que yo, sino que cuando llega el evangelio a mi vida, es mi corazón lo primero que cambia.
No hay que esperar que cambien los demás primero. El cambio comienza en mí. Al creer en Cristo, las cosas viejas quedan atrás. Todo es hecho nuevo. Estamos en una nueva creación, en la que ya no sirve para nada ser enojón o peleonero. El mundo está a punto de cambiar, y ya no hay lugar para el mal de la violencia.
La historia sagrada puede resumirse en una serie de grandes episodios: Creación, caída, rescate y nueva creación. Dios es dueño de todo por haberlo creado, y creó el universo para poder relacionarse en amor con su creación. Pero el universo quedó afectado por el mal, y se ha descompuesto. Entonces, Dios ha emprendido una operación de rescate de su mundo, y lo ha realizado en la cruz del Calvario. Ahora, en su hijo JesuCristo hay una nueva creación por el poder de su Espíritu.
El mundo está descompuesto. No funciona bien. Le faltan varias tuercas, y hay que ajustarlo, repararlo. El mal lo ha descompuesto. La frase que se usa en el judaísmo para hablar de la reparación del mundo es Tikún olam. Dios está reparando al mundo. Lo hace tuerca por tuerca. Apretando un corazón aquí, lubricando otro corazón allá. Utilizando sus súper herramientas divinas para trabajar con la humanidad: la esperanza, la alegría, el perdón, la hermandad.
Luego nos mira, nos llama por nuestro nombre, y nos dice: “¿Me ayudas? Sígueme. Vamos a reparar al mundo”. En eso consiste seguir a Cristo. Es creer que este mundo tiene esperanza y puede ser reparado, tiene posibilidades y puede cambiar, solamente por el evangelio.
Si respondemos a la invitación del Señor Jesús, entonces le pedimos que nos dé sus herramientas, y nos enseñe a arreglarnos primero a nosotros, a nuestro matrimonio, a nuestras relaciones más importantes. Si no tienen arreglo, pues a cerrar bien los capítulos de nuestra vida, entregárselos al Señor y seguir adelante. Le pedimos que nos enseñe a vivir con esperanza y a enfrentar el futuro.
La reparación del mundo
La esperanza de la Navidad es la esperanza de un tiempo nuevo en el que se valora la misericordia y la humildad por encima de la soberbia y el poder humanos. Esta esperanza no son sólo los buenos deseos de una tarjeta de saludos navideños o de Año Nuevo. Es una convicción que se funda en lo que Dios ya ha hecho en el pasado, y en lo que ha prometido hacer.
Dios ha cumplido sus promesas de bendecir a todas las familias de la tierra por medio de la descendencia de Abraham, que es Jesús de Nazaret. Jesús ha sido la bendición de Dios para nuestra familia y también lo puede ser para la tuya. Cuando caminamos con Cristo, el Dios que bendice nos reafirma su buena voluntad para nuestro mundo. Dios ha prometido arreglar este mundo descompuesto, y su promesa nos llena de esperanza y gratitud.
Por eso en esta primera semana del año cristiano, cuando comenzamos el Adviento (que es la oportunidad de volver a empezar a proclamar la historia de Cristo) doblamos la rodilla y pedimos que Dios renueve en su pueblo la esperanza. Que sea el evangelio el que nos dé un nuevo horizonte de vida en todos los niveles: desde el corazón, la casa, la familia, hasta el barrio, la iglesia, la ciudad y el mundo entero.
Que Dios nos llene de su esperanza para vivir gobernados por la convicción de que las cosas están a punto de cambiar. El mundo ya comenzó a cambiar, porque el Señor Jesús cambia nuestro corazón. Del mismo modo que tocó la vida de muchas personas que lo conocieron hace dos mil años, hoy cambia nuestro corazón por la fe en él.
Así fue con Zaqueo. El Señor Jesús dijo: “Ya llegó la salvación a esta casa, porque este hombre también es hijo de Abraham”. Cuando conoció al Señor Jesús, Zaqueo se arrepintió de su orientación equivocada, de su conducta voraz de saquear a los pobres, y decidió vivir la nueva realidad del reino de Dios. Zaqueo aceptó las herramientas de Dios para reparar el mundo, y devolvió por cuadruplicado lo robado a la gente. Así se vive el momento en que está a punto de amanecer. La noche de confusión moral y de desesperanza ya está terminando. Ya está a punto de salir el sol de justicia, que es el Señor JesuCristo.
Ya amaneció
La Navidad es una fiesta de mucha luz. Las casas se adornan, y en muchos casos se ponen foquitos que iluminan de manera muy bella los espacios, a pesar del gran gasto de energía eléctrica que luego hay que pagar… Es una fiesta de mucha luz porque celebramos que entre nosotros nació el Señor Jesús, para iluminar nuestra oscuridad.
Cuando la noche del mundo era más oscura, cuando la filosofía humana estaba más confundida y la política era más cruel y corrupta, en el momento en que el mal imperaba más cruel, cuando el emperador romano era más pervertido e inhumano, indiferente, injusto e inmoral, en ese momento brilló el Sol de Justicia.
El Señor Jesús no salió al escenario de la historia del mundo como resultado natural del desarrollo de un pueblo o como la cúspide de la evolución humana. Más bien vino de parte de Dios para irrumpir en la historia humana, en su momento de mayor oscuridad. Cuando andábamos en tinieblas, nos vino una gran luz…
Como en el amanecer, está comenzando a brillar la luz de los primeros rayos de la aurora. Hoy también vivimos en un mundo lleno de tinieblas. Parece que los poderosos no tienen escrúpulos. A pesar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se siguen pisoteando dignidades y se siguen tirando a la basura a seres humanos, con los mejores argumentos de filósofos e intelectuales que están en igualdad de circunstancias, perdidos en la oscuridad de la noche. De una noche moral.
El mundo está a punto de cambiar. ¿Lo creemos? Vivamos hoy gobernados por esa convicción. El Señor Jesús nos llama y nos desafía a creer que el reino de Dios ya está aquí. Vamos a arrepentirnos del egoísmo, y abramos nuestro corazón a esta buena noticia. Que cambie primero en nuestro corazón. Dios orienta nuestra vida hacia el futuro, y nos llena de esperanza. Esta esperanza no es sólo buenos deseos, sino que está basada en lo que Dios ya ha hecho y en lo que ha prometido hacer.
Un día el Señor Jesús regresará para juzgar a vivos y a muertos, y a enderezar todo lo torcido. Esa esperanza nos llena de alegría, de libertad y fuerza para seguir a Cristo. Al final de la historia, Cristo es el ganador. La bondad triunfará. El egoísmo, la indiferencia y la mentira quedarán aniquilados. La paz, la amabilidad, la alegría y el amor serán triunfantes. Cristo tendrá la última palabra. Y por eso es que hoy tenemos esperanza…
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - No se puede vivir sin esperanza