América Latina: debemos crecer en todo (1)
El continente no ha sido impactado por la fuerza transformadora del evangelio, y en esa culpa también participamos los evangélicos latinoamericanos.
20 DE OCTUBRE DE 2024 · 10:00
Más bien, hablando la verdad en un espíritu de amor, debemos crecer en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Efesios 4:15
Cada semestre pido a mis alumnos del curso Fe y globalización la tarea de comparar al cristianismo con otra de las grandes religiones del mundo en cuanto a una variable: el tipo de sociedad que ha producido. Mi intención es que descubran algunas de las mejores hijas del cristianismo en la historia: la democracia representativa, la libertad de cultos, la educación laica y pública, la sociedad secular, la universidad y hasta la ciencia moderna. Acá en lo secreto no quisiera que en sus investigaciones se toparan con los informes del PNUD sobre criminalidad y desigualdad en América Latina.
Nuestra realidad
Los datos provocan alarma y tristeza. Desde el año 2011, el promedio de homicidios violentos por cada cien mil habitantes ha sido altísimo en América Latina, si se compara con los datos de otros países. Por ejemplo, mientras que Estados Unidos muestra un valor de 4 o 5, Brasil y Colombia están alrededor de 30, Venezuela pasa los 50, México está en los 20, El Salvador comenzó la década en los 70 y ha bajado a los 40, y el caso más notorio es Honduras, con valores superiores a los 85 homicidios violentos por cada cien mil habitantes al año.[1] Si los promedios por país nos parecen altos, cuando miramos la información de cada ciudad, algo nos duele en el corazón. Las cifras sobrepasan valores de 100 y 150 en nuestras ciudades latinoamericanas.
En cuanto a la distribución del ingreso, América Latina es la región con mayor desigualdad, según el coeficiente Gini. Los números sólo confirman lo que observamos cotidianamente en nuestros países. La pobreza convive con la opulencia y con la abundancia de recursos naturales. Pueblos caracterizados por su corazón fervoroso, su genio creativo y su abrazo sincero, sobreviven en contextos de mucha violencia, corrupción e injusticia.
Somos los últimos reductos de los añejos imperios ibéricos que procuraban (al menos en teoría) la purificación y renovación de la religión cristiana en este Nuevo Mundo. Hace 500 años, América Latina representaba la esperanza de renovación del cristianismo, pero el resultado no fue renovador, ni mucho menos. Después de tres siglos de poder imperial, de actitudes sociales oportunistas que fueron imagen y semejanza de las actitudes de sus gobernantes, los pueblos latinoamericanos alcanzaron su independencia en medio de lo que el teólogo peruano Samuel Escobar llama “una cristiandad en decadencia o transformación”. [2] Cristiandad, pero no cristianismo.
Cristiandad en decadencia
Desde los comienzos de las iglesias evangélicas en América Latina (hace un siglo y medio), nuestros bisabuelos tuvieron el objetivo de evangelizar; ellos reconocían que nuestros pueblos no han conocido realmente el evangelio. Nuestros abuelos y bisabuelos guiaban su ministerio por ese gran criterio rector. Había que combatir esa cristiandad en decadencia, ese catolicismo que hundía a las naciones latinoamericanas en la ignorancia. De modo que la misión de esos precursores fue decididamente anti-católica, y centrada primordialmente en la argumentación doctrinal.
Sin embargo, en estas últimas cinco décadas, después del Concilio Vaticano II, el panorama ya no es el mismo. Las parroquias católicas tienen grupos de estudio bíblico, retiros de jóvenes, apostolados para matrimonios y trabajo comunitario. ¡Cómo me gustaría poder conversar con ese abuelo pastor para comparar estrategias ministeriales y misioneras tomando en cuenta las reformas que ha implementado la iglesia católico-romana!
Medio siglo después de las reformas conciliares, el catolicismo romano de América Latina se mira a sí mismo con autocrítica de talante evangélico. La quinta Conferencia Episcopal Latinoamericana, celebrada el 2007 en Aparecida, Brasil, dice en su documento conclusivo:
En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un “encuentro personal con Jesucristo”, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de los evangelizadores, que lleve a una conversión personal y a un cambio de vida integral.[3]
Reconocen los obispos que América Latina es un continente de mayorías católicas bautizadas, mas no de creyentes convertidos, seguidores de Jesús como sus discípulos misioneros. El tono quasi-reformado del documento hace levantar las cejas de cualquier observador sensible a los detalles teológicos:
Nos reconocemos como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios, congregada, reconciliada, unida y enviada por la fuerza de la Resurrección de su Hijo y la gracia de conversión del Espíritu Santo. [4]
Después de 500 años de presencia católico-romana en América Latina, concluyen sus pastores que algo no va bien. Hay que corregir el rumbo, hay que predicar la conversión. Evidentemente el catolicismo romano de América Latina no abandona sus marcas distintivas. Su esencia de devoción mariana y su religiosidad popular prácticamente ha quedado intactas después del Concilio Vaticano II. Sin embargo, los cambios del catolicismo romano nos obligan también a nosotros a revisar los enfoques de nuestra misión evangélica. Ya no podemos sostener una agenda exclusivamente anti-católica en nuestro ministerio.
Secularización y voluntarismo
La precariedad y virtual ausencia del cristianismo en Latinoamérica fue señalada por líderes como el misionero escocés Juan Mackay en la primera mitad del s. XX. Él veía un contexto de secularización que era resultado de la falta de formación cristiana. Su famoso Prefacio, escrito y publicado en plena Segunda Guerra Mundial, es un elocuente discurso en contra del voluntarismo post-cristiano que inspiraba los movimientos fascistas en todo el mundo.
En el siglo XX América Latina también se hizo trágicamente célebre por sus dictaduras voluntaristas e hipócritas que en nombre de Dios traicionaban los fundamentos del evangelio con sus represiones, desapariciones, encarcelamientos, abusos de poder y violencia para preservar la ley y el orden. En América Latina prevaleció lo que el teólogo francés Jacques Ellul profetizaba en un artículo escrito al final de la guerra como “la victoria de Hitler”.[5] El Prefacio de Mackay seguía—y sigue—señalando las raíces anti-cristianas de todo poder autoritario y dictatorial:
Aun en el peor de los casos, aun cuando en nuestros tiempos la fuerza llegara a imponerse y a hacernos retroceder a nuevas edades oscuras, siempre habrá nuevos campos misioneros preparados para la comunidad cristiana. Porque la Iglesia sabe que en el mundo de Dios la fuerza no prevalecerá para siempre. Sabe que JesuCristo es Señor y que finalmente prevalecerá la voluntad de comunión y no la voluntad de poder. La vida y pensamiento de la Iglesia están dedicados a hacer que la voluntad de comunión prevalezca.[6]
Responsabilidad evangélica
Es obvio que el continente no ha sido impactado por la fuerza transformadora del evangelio, y en esa culpa también participamos los evangélicos latinoamericanos. Después de siglo y medio de presencia protestante en América Latina, ¿qué análisis podemos hacer sobre el estado de cosas y el impacto que hemos tenido en nuestros pueblos?
Con el mismo tipo de rubor que no quisiera que mis alumnos hallaran datos espeluznantes sobre violencia y desigualdad en A.L., tampoco quisiera que ataran cabos y se enteraran que esos mismos países que presentan altos índices de criminalidad y desigualdad social son los que en las últimas décadas han tenido un crecimiento exponencial de grupos evangélicos.
¿Acaso están relacionados estos dos fenómenos? Nuestra responsabilidad nos demanda encontrar la relación. ¿Qué tipo de cristianismo hemos sembrado como evangélicos para que la cosecha no sea distinta a la de cinco siglos de catolicismo? Hemos plantado iglesias que están concentradas exclusivamente en el crecimiento numérico y no contemplan la transformación personal ni de su entorno como parte de su misión en el mundo.
Debemos crecer en todo. ¿Qué implica esto? Estamos hablando de crecimiento sólido en al menos cinco dimensiones que merecen atención equitativa y equilibrada en nuestras estrategias de ministerio. La exhortación del texto bíblico en Efesios 4:14-15 es que debemos crecer en todo, es decir, que el crecimiento no tiene sólo un significado, sino varios, y todos deben atenderse con responsabilidad. Percibimos la necesidad de crecer sanamente en los aspectos numérico, ético, orgánico, corporativo y misional.
N.d.E La segunda parte se publicará la próxima semana.
[1] Información tomada de: http://data.worldbank.org/indicator/VC.IHR.PSRC.P5 el 15 de mayo de 2016.
[2] Samuel Escobar, En busca de Cristo en América Latina, Bs. Aires: Ed. Kairós; 2012. Pág. 8. La actitud oportunista del imperio puede verse en la poca planificación urbanística que tuvieron ciudades mineras como Guanajuato en México. Su principal razón de ser era la extracción eficiente de la plata y por eso no hay señales de planeación a largo plazo en su planteamiento urbano. Compárese la mencionada Guanajuato con Sevilla, por ejemplo, para ver el otro lado de la línea de explotación minera y sus efectos de prosperidad.
[3] V Conferencia general del episcopado latinoamericano y el Caribe, Aparecida: Documento conclusivo México: Ediciones CEM, A.R.; 2007, pág. 110.
[4] Ibídem. Pág. 68.
[5] La traducción al inglés se encuentra en: https://www.yumpu.com/en/document/view/44834258/jacques-ellul-a-the-victory-of-hitler-jesus-radicals
[6] Juan Mackay, Prefacio a la teología cristiana, 1ª ed. México: CUPSA; 1945. Pág. 185.
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