María, madre de Marcos

En casa de María los primeros convertidos se reunían para partir el pan (Hechos 2:46 y 20:8).

27 DE ENERO DE 2021 · 09:45

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Foto de Quaid Lagan en Unsplash CC.

Desde la hermana de Moisés y una hija de Esdras hasta la Magdalena, pasando por la madre de Jesús, la madre de Jacobo el menor, la mujer de Cleofás y María de Betania, la Biblia menciona varias mujeres con este nombre. La que trata Lucas en el capítulo doce de Hechos de los Apóstoles, la distingue como la madre de Marcos:

“Habiendo considerado esto, llegó a casa de María, la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos” (Hechos 12:12).

En el capítulo 14 de su Evangelio Marcos habla de cierto joven que seguía a Jesús después de su arresto “cubierto con una sábana; y le prendieron; más él, dejando la sábana, huyó desnudo” (Marcos 14:51-52).

Posiblemente el joven en cuestión se había levantado de la cama para ver qué pasaba y no le alcanzó el tiempo a vestirse. Comentaristas de este Evangelio conjeturan que el mismo Marcos fue protagonista del incidente. Esto explicaría que no aparezca reflejado en Mateo, ni en Lucas, ni en Juan, quienes no concederían importancia al hecho.

Pablo nos da un dato que pocos tienen en cuenta: Marcos era sobrino de Bernabé (Colosenses 4:10). Más adelante lo vemos involucrado en los viajes misioneros que Bernabé y Pablo realizaron por Chipre hasta llegar a la región de Panfilia, en la costa meridional del Asia Menor. Aquí Marcos dejó a Pablo y a Bernabé y regresó a Jerusalén, con gran disgusto de Pablo (Hechos 13:13 y 15:38). Con todo, trabajó fielmente con Bernabé. Pasado el enfado de Pablo, le pide a Timoteo que le lleve a Marcos: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio” (2ª Timoteo 4:11).

En Roma, Marcos escribe el Evangelio que lleva su nombre. No fue un apóstol a la manera de Mateo o Juan, más bien un historiador como lo era Lucas.

Pedro llama a Marcos “mi hijo” (1ª Pedro 5:13). Hijo espiritual, naturalmente. Fuentes antiguas y modernas coinciden en que Marcos escribió el Evangelio asesorado por Pedro, quien le dictó los recuerdos que él tenía de Jesús sin seguir un plan fijo, sino conforme lo requería cada situación.

En el siglo segundo, Clemente de Alejandría, considerado padre de la Iglesia griega, dijo que “Marcos estuvo unido con Pedro por largo tiempo, que Pedro era consciente de que Marcos había escrito su narración, y que éste no puso objeción alguna a que lo hiciera, aún cuando Pedro mismo no la sugiriera ni promoviera directamente”.

Tres siglos después de Clemente, el quinto, San Agustín afirma: “Marcos escribe estas cosas y Pedro da testimonio de ellas, porque todo lo que se lee en Marcos se dice que es un comentario de las narraciones y enseñanzas de Pedro”.

Como queda escrito en letras anteriores, el médico y evangelista Lucas, autor de Los Hechos de los Apóstoles, dice que cuando el apóstol Pedro salió de la cárcel “llegó a casa de María la madre de Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos”.

En el mismo versículo Lucas une a la madre y al hijo. Sería interesante saber si la madre ya era cristiana cuando nació Marcos o si fue este quien la llevó al Señor.

San Pablo nos da una pista en Colosenses 4:10, donde dice que Marcos era sobrino de Bernabé. 

¿Era sobrino por parte de padre o por parte de madre? No lo sabemos. Pero sí sabemos algo más. Que el tal Bernabé, judío importante nacido en Chipre, era levita, descendiente de la tribu de Leví, a la que Dios escogió para el servicio del tabernáculo y del templo. Convertido al cristianismo se unió al equipo misionero de Pablo, viajando con él en su recorrido por distintas regiones. En la Iglesia de Antioquía llegó a contarse entre los profetas y maestros (Hechos 13:1).

Algunos comentaristas del Nuevo Testamento sugieren que la epístola a los Hebreos fue escrita por Bernabé.

El dato del parentesco de Bernabé con Marcos es importante para ayudarnos a entender cómo fueron convertidos el hijo y la madre. Con toda seguridad por medio de este líder de la Iglesia primitiva como lo fue Bernabé.

La madre de Marcos debió de ser una mujer rica, puesto que disponía de una casa grande, no muy frecuentes en Jerusalén. Pero lo que más la honraba era dedicarla al servicio de aquella Iglesia principiante.

En casa de María los primeros convertidos se reunían para partir el pan (Hechos 2:46 y 20:8).

En casa de María se reunían los discípulos para orar (Hechos 12:12).

Según dice William Barclay, comentarista del Nuevo Testamento, se ha sugerido “que en esa misma casa se celebró la Última Cena y que continuó siendo el lugar de reunión de los discípulos en Jerusalén”.

Otra autoridad religiosa que explica el libro de Hechos, Lorenzo Turrado, profesor de Nuevo Testamento en la Universidad Pontificia de Salamanca, cree que el aposento alto donde los apóstoles esperaban la venida del Espíritu Santo era la parte alta de la casa propiedad de María, lugar de privilegio en algunas casas judías.

Téngase en cuenta que estamos hablando de la Iglesia que empezaba en el primer siglo. Los convertidos no disponían de templos, ni de locales para reunirse. La sinagoga, donde Pablo hablaba en ocasiones les estaba prohibida. Como la de María, tal vez suntuosas, dedicadas a reuniones de convertidos, había otras en Jerusalén. Un versículo de Lucas en Hechos 2:46 nos lo explica: “Partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón”.

Hubo un tiempo en España en el que las mujeres evangélicas solían hacer reuniones en sus casas, invitando a vecinos y a amigos. Esto, desgraciadamente, se ha perdido.

Me permito contar aquí una experiencia vivida personalmente.

El año 1959 Fidel Castro tomó el poder en Cuba. Una de sus primeras iniciativas fue la promulgación de una ley prohibiendo la construcción de templos religiosos, ni católicos, ni protestantes, ni de otras religiones.

Yo he trabajado en Cuba tanto o más que en España. Conocí a Fidel Castro y hablé con él en la toma de posesión del Presidente Ortega, de Nicaragua, en 1984. Fidel era amigo de Ortega y yo estaba allí como periodista. En lo poco que duró mi conversación con Fidel le pregunté por qué no permitía la entrada de misioneros evangélicos a Cuba. Me respondió que podía ir cuando quisiera. Al año siguiente me planté en Cuba. Fui el primer predicador cristiano en entrar a la isla desde la revolución de 1959. Me reuní con los pocos miembros de las Iglesias de Cristo que había en la isla. Unos ciento cincuenta en total. Comencé a trabajar. Busqué dinero para sostener a predicadores cubanos disponibles y a otros que llegaron después. Yo mismo dediqué esfuerzos en predicar el Evangelio por toda la isla. Según mi agenda, a lo largo de años he viajado a Cuba 83 veces.

Actualmente las Iglesias de Cristo tienen tres mil miembros en Cuba. ¿Milagro? No. Trabajo y estrategia. Puesto que estaba prohibida la construcción de locales para el culto, los que se iban convirtiendo iniciaban reuniones en sus casas. Esto hasta el día de hoy. Trabajando desde sus casas estos cristianos han pasado de 150 a 3.000.

La gran lección que aprendemos de María, madre de Marcos, es la bendición de poner nuestras casas al servicio del Señor.

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