La madre de Rufo

Se supone que la madre de Pablo murió relativamente joven. La Biblia nada dice. La de Rufo, además de criar a sus dos hijos en el Señor, prestó un gran servicio a la Iglesia primitiva cuidando a Pablo.

30 DE DICIEMBRE DE 2020 · 09:45

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Foto de Beka Tasmagambet en Unsplash CC.

Pablo nos presenta a la madre de Rufo en Romanos 16:13: “Saludad a Rufo, escogido en el Señor, y a su madre y mía”.

Puesto que el nombre del hijo antecede en el texto a la mención de la madre, seguiré el pensamiento de Pablo.

La primera noticia que tenemos de Rufo la encontramos en el Evangelio de Marcos. Puesto que las ejecuciones capitales debían ser efectuadas fuera de la ciudad según Levítico 24:14 y Hechos 13:12, era costumbre que los condenados cargasen la cruz hasta el lugar de la ejecución. Esto mismo dispusieron en cuanto a Jesús. Pero los que dirigían el proceso de su muerte advirtieron que estaba excesivamente cansado. La cruz era muy pesada y su cuerpo debilitado por los sufrimientos anteriores. Entonces “obligaron a uno que pasaba, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, a que le llevase la cruz” (Marcos 15:21).

Tanto Mateo como Marcos y Lucas afirman que el gesto del padre de Rufo al aliviar la carga que llevaba Jesús no fue voluntario, como se ha escrito. Mateo y Marcos dicen que “le obligaron”. Lucas, que “tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús” (Lucas 22:26). Cirene era una provincia de Libia, pero allí había una colonia judía desde cinco siglos antes de Cristo.

¿Quién era este Simón, natural de Cirene? Uno de aquellos judíos procedente del norte de África que tal vez ahorrando a lo largo de años había acudido a Jerusalén para celebrar la fiesta de la pascua. Sin quererlo fue reclutado a punta de lanza y obligado a descargar a Jesús de la pesada cruz con la que no podía dar ni un paso más. Este acontecimiento cambió la vida de Simón para siempre. Pudo haber tirado la cruz y huir hasta perderse entre la multitud. Pero la escena que presenciaba y de la que era protagonista le llegó al alma. Más tarde rompió sus lazos con el judaísmo y se convirtió en un discípulo fiel del Maestro.

Lucas cuenta en el libro de los Hechos que después de la muerte de Esteban los judíos de Jerusalén sufrieron una fuerte persecución por parte de las autoridades romanas y muchos de ellos se dispersaron por Judea, Samaria y otras ciudades. Un grupo de ellos llegaron a Antioquía con la intención de establecer la Iglesia. Antioquía era la tercera ciudad del imperio después de Roma y Alejandría. En el equipo evangelizador “había unos varones de Chipre y Cirene”. Se cree que entre los varones de Cirene estaba Simón, el que había aliviado el cansancio y los dolores de Jesús, cargando él con la cruz que habían puesto sobre los hombros del Hijo de Dios.

Es natural creer que después de convertido Simón quisiera compartir la felicidad con la familia. Contribuyó a la conversión de sus dos hijos, Rufo y Alejandro y a la de su esposa. Estos dos hermanos son mencionados en Marcos 15:21. El escritor César Wau, doctorado en Ciencias Bíblicas, sugiere que “el hecho de que el evangelista Marcos dé este detalle, padre de Alejandro y de Rufo, sugiere que eran personajes bien conocidos de los destinatarios de su Evangelio”.

Un motín en la ciudad de Éfeso muestra lo difícil que era la predicación del Evangelio entre los gentiles. Aunque con fina ironía se dice que la mayor parte de los alborotadores “no sabían por qué se habían reunido”, el motivo era que un platero llamado Demetrio, que hacía templecillos de la diosa Diana, veía arruinado su negocio con la llegada de los cristianos. De la multitud salió un tal Alejandro, quién pidió silencio con la mano para hablar a la multitud. Cuando advirtieron que era judío, se lo impidieron al grito de “grande es Diana de los efesios”. La francesa Claire-Lise de Benoit, en su comentario a la epístola a los Romanos sugiere que este Alejandro era el hijo de Simón y hermano de Rufo.

Respecto a Rufo, el ya citado César Wau, doctor en Ciencias Bíblicas, afirma que el nombre es romano y “en la comunidad de la metrópoli debía ser un cristiano importante”.

Rufo, como ha quedado escrito, era uno de los dos hijos de Simón de Cirene, el hombre que cargó la cruz que llevaba Jesús camino del Calvario, aliviándolo durante un largo trayecto. Pablo habla de Rufo como “escogido en el Señor”, lo que tiene un significado literal de seleccionado o elegido. El hecho de que en el saludo le llame hijo de “su madre y mía” no significa que fuese hermano natural de Pablo. En el curso de los viajes con el apóstol, Rufo le habría cuidado con cariño, como si fuera su propio hijo. Por su parte, Pablo lo alababa como un espíritu selecto y un joven afanado por su obra y santidad en la Iglesia, además de los favores recibidos de la madre.

Lástima, no conocemos el nombre de esta mujer. Sólo podemos constatar que era esposa de Simón de Cirene y madre de Alejandro y Rufo. Y que en los trabajos para el Señor se había portado como una madre para Pablo.

¿Cuándo y dónde se conocieron el apóstol y la madre de Rufo? La Biblia no dice ni una palabra al respecto. Se han adelantado varias teorías. Algunos han escrito que la madre de Rufo pudo haber sido nodriza de Pablo cuando era niño, de ahí, tal vez, que dijera quererla como a una madre. Otro grupo de comentaristas bíblicos sugiere qué durante la estancia de Pablo en Jerusalén, siendo discípulo del gran Rabino Gamaliel, pudo haberse hospedado en casa de Simón de Cirene y atendido por su esposa. Otros especuladores aventuran la idea de que Pablo y la madre de Rufo entraron en contacto durante la errante vida misionera del apóstol, cuando la mujer ya era cristiana y Pablo encontrara frecuentemente hospedaje en su casa.

Aún cuando la Biblia nada dice sobre la cuestión, esta tercera teoría tiene más posibilidades de ser creída que las dos anteriores.

Se supone que la madre de Pablo murió relativamente joven. La Biblia nada dice. La de Rufo, además de criar a sus dos hijos en el Señor, prestó un gran servicio a la Iglesia primitiva cuidando a Pablo, el hombre al que le faltó tierra y ciudades para continuar anunciando el mensaje de salvación en Cristo. Cuando escribí sobre Trifena y Trifosa destaqué el papel de la mujer soltera en la Iglesia; ahora se trata de una mujer casada. Una madre. Una madre que representaba para sus hijos, Alejandro y Rufo, el nombre de Dios en su corazón y en sus labios; representaba el bien, la providencia, la verdad, el amor; en una palabra, la madre de Rufo representaba para sus hijos la divinidad en su forma más tangible.

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