Electra y Orestes

El amor. Siempre el amor, incluso en vidas turbulentas y en horas de angustia, como la que tocó vivir a Electra.

04 DE MARZO DE 2015 · 19:27

Orestes and Electra / Jason Vance (Flickr -  CC BY-2.0),Estatua
Orestes and Electra / Jason Vance (Flickr - CC BY-2.0)

La mitología griega es un pozo sin fondo. Es una mina inagotable. Electra, ignorada en los poemas homéricos, inspiró a tres grandes trágicos de la Grecia anterior al cristianismo: Esquilo, entre los siglos VI y V antes de Cristo, Sófocles y Eurípides, siglo V igualmente anterior al cristianismo.

En tiempos modernos el mito de Electra ha estado bien representado en el arte, la música y la literatura. El compositor alemán Richard Strauss estrenó en 1908 una ópera de éxito titulada ELECTRA. El realizador griego Michael Cacoyannis llevó al cine en 1962 ELECTRA, con la gran Irene Papas dando vida a la diosa. Dos años más tarde, en 1964, el director italiano Luchino Visconti presentó en la gran pantalla a ELECTRA en la película SANDRA (VAGUE STELLE DEL ORSA).

En la literatura destacan ELECTRA, del escritor francés Jean Giraudoux, publicada en 1937 y ELECTRA O LA CAÍDA DE LAS MÁSCARAS, de Marguerite Yourcenar, escritora norteamericana nacionalizada francesa, obra que vio la luz en 1954. El filósofo francés Jean-Paul Sartre aludió al mito de ELECTRA en su versión teatral de 1943 LAS MOSCAS.

La obra literaria más destacada sobre la diosa griega publicada el pasado siglo es, sin duda, la trilogía A ELECTRA LE SIENTA BIEN EL LUTO, del dramaturgo norteamericano Eugene O´Neill, Premio Nobel de literatura en 1936. Aquí O´Neill parece querer integrar su propia visión de la sociedad norteamericana con elementos de la mitología griega. En los tres dramas íntimamente unidos retrata un mundo de pasiones implacables, de morbosidad obsesionante. La condición humana abarca el amor, la amistad, la ciudad y hasta los dioses.

En la ELECTRA de los clásicos griegos el motivo dominante parte de una interioridad religiosa: la orden divina de cumplir una venganza. Orestes eleva una plegaria al alma del padre y a las potencias infernales para que asistan a su victoria, llevando el cadáver de su enemigo. Después de Esquilo y de Eurípides Sófocles escribe otra ELECTRA. No se propone polemizar con el viejo Esquilo ni con el joven Eurípides. Pero en su concepto, dios, la razón, la fe y la ciencia quedan fuera del drama relatado por sus antecesores. Agrega que nada se intuye en ellos el dolor de los hombres, sus esperanzas e ilusiones, sus engaños y desengaños. Sófocles respeta en sus exigencias míticas lo que pueda haber de motivos religiosos y humanos en las dos ELECTRAS compuestas antes que la suya.

Después de todo lo escrito es hora de presentar al personaje y analizar lo que de él se pueda en el enmarañamiento de la leyenda.

La versión más aceptada afirma que Agamenón, rey legendario de Argos y Micenas, tomó por esposa a Clitemnestra, hermana de Helena de Troya. Una tradición dice que tuvieron tres hijos, otra que cuatro: tres hembras: Ifigenia, Electra y Crisótemis, y un varón, Orestes. En el terrible drama que se desarrolla en la casa de Agamenón, a Electra se la presenta como mujer dulce y firme, ejemplo de conciencia familiar, leal a los sagrados afectos de hija y de hermana, respetuosa con las leyes de la vida que la rodea. 

Esta imagen se derrumba, se ennegrece totalmente cuando la joven es testigo de una historia de adulterio, traiciones, venganza y muerte en la que se ve envuelta sin ella pretenderlo.

Dos matrimonios se atribuyen a la diosa. En la versión de Eurípides es el tenebroso Egisto, amante de Clitemnestra, madre de Electra, quien obliga a ésta a casarse con un granjero pobre para que ningún hijo de ella pudiera reclamar el trono. Según Eurípides, el hombre, que otras leyendas identifican con un mendigo, rechazó consumar el matrimonio por respeto a los sentimientos de ella. Una segunda versión sostiene que Electra, exquisitamente femenina antes de la irrupción del drama, se une en una fastuosa ceremonia de boda a Pílades, hijo del rey Estrofio y amigo íntimo de su hermano Orestes.

Estalla el drama.

Agamenón, padre de Electra, se incorpora a la guerra de Troya como jefe supremo del ejército griego. Está ausente de su hogar por un largo período de diez años. La esposa solitaria se ne como amante a Egisto, personaje infamado desde su nacimiento al ser hijo incestuoso de Tiestes. Muchas lanzas ha lanzado la historia sobre la espalda de Egisto. Sin embargo, los tres grandes trágicos griegos, Esquiles, Eurípides y Sófocles sostienen que Egisto no fue más que un instrumento del destino. ¿Existe el destino?

 

Electra and  Orestes / Project Gutenberg (eText 14994 / Wikimedia Commons)

Al regresar de la guerra, su mujer lo recibe con fingidas muestras de cariño. Una vez en palacio, es asesinado. Aquí las leyendas entran en desacuerdo. Una dice que Agamenón fue asesinado por su propia esposa por haber permitido la muerte de Ifigenia, hija de ambos, a fin de salvar la flota griega. Otra atribuye el crimen a los dos amantes. Y una tercera, más aceptada por los historiadores, señala a Egisto como único autor de la muerte de Agamenón.

Orestes era todavía un niño cuando asesinan a su padre. Para librarlo de las intrigas de Egisto Electra consigue enviarlo a Fanote, en el monte Parnaso, donde el rey Estrofio lo educa junto a su hijo Pílades.

Entre Orestes y Pílades se establece una estrecha amistad.

En la leyenda sobre el regreso de Orestes coinciden los tres trágicos griegos ya mencionados. El oráculo de Delfos manda a Orestes volver a su hogar y vengar la muerte del padre, hecho también deseado y esperado por Electra, que odia a la madre. Tampoco coincide el mito sobre el lugar donde los dos hermanos se encuentran. Según Sófocles, Electra ve un rizo de su hermano dejado por éste encima del altar cuando regresa a la casa paterna. Esquilo lo niega. Dice que el encuentro entre Electra y Orestes se produce ante la tumba del padre, Agamenón, donde ambos habían acudido por separado para rendir honra al muerto. 

La venganza de los dos hermanos, planeada ante la tumba del padre, constituye en verdad una auténtica tragedia griega. El autor material es Orestes. Entra en palacio y clava el puñal en el pecho de la madre. Electra oye el grito de la muerte y se estremece profundamente. Luego se dirige a Egisto. A punta de espada lo lleva hasta la habitación donde el padre fue asesinado y allí le quita la vida.

La venganza está consumada.

Los dioses purifican a Orestes de su pecado según solían hacer cuando la venganza era el castigo a ofensas cometidas.

El escritor italiano del siglo XVIII, Vittorio Alfieri, intérprete del clásico griego Sófocles, rompe una lanza a favor de Electra. La ve como “la voluntaria heroína que no ignora los abismos de la psique humana, pero que queda agotada y aplacada en su acción y a pesar de todo se siente serenada por el afecto fraterno”.

“La serenidad de espíritu es el camino más seguro para llegar al amor”, dijo el pensador chino Lao-Tse, contemporáneo de Confucio.

El amor. Siempre el amor, incluso en vidas turbulentas y en horas de angustia, como la que tocó vivir a Electra. Así lo concibió en el siglo XIX el escritor romántico francés Alfred Musset: “en el amor hay engaños: con frecuencia se siente uno herido, a veces desgraciado, pero la cuestión es amar. Cuando llega uno a la tumba, se vuelve a mirar el pasado y exclama: también me engañé, pero he amado y he vivido”.

¡Humillada, vulnerable, desdichada, pobre Electra!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - Electra y Orestes