El autor y el evangelio
Marcos ha convertido el anuncio de Jesús en argumento y contenido de un libro.
20 DE FEBRERO DE 2021 · 21:00
El autor del evangelio no es mencionado en su texto. El título y la tradición antigua dicen que se llama Marcos. Siguió a Pedro, pero no fue apóstol. El Nuevo Testamento nos proporciona alguna información sobre él. (Hch. 12:12, 25; 15:37). En el corpus paulino, el conjunto de escritos que llevan el nombre de Pablo, se habla de Marcos en tres ocasiones. Primero, en las cartas de la cautividad: Marcos, familia de Bernabé, se encuentra junto a Pablo; si va a Colosas el apóstol pide que sea recibido. En Filemón 24, figura entre los colaboradores de Pablo. Y lo volvemos a encontrar en una carta pastoral, 2ª Tim. 4:11 – “… Toma a Marcos y tráele contigo porque me es útil para el ministerio”1. Finalmente, aparece en los saludos de despedida de la primera carta de Pedro: “La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan”.
Una de las primeras preguntas que deberíamos de formularnos sería ésta: ¿Qué es Marcos? ¿Cómo definirlo? En principio, se podrían afirmar diferentes opciones: una biografía, un libro de historia, una guía moral, una especie de sermón doctrinal, etc. Sin embargo, desde el principio el autor nos pone al corriente de que pretende ofrecernos algo que, hasta el momento, nadie había escrito con esa forma literaria: Un evangelio. Ese es el nombre que él mismo ha dado a su libro: “Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios” (1:1). No ha escrito, por tanto, un tratado filosófico, ni un manual de apologética cristológica, ni un sermón.
Marcos ha convertido el anuncio de Jesús en argumento y contenido de un libro que incluye y recrea elementos que se hallaban previamente dispersos en la tradición cristiana: recuerdos, enseñanzas, milagros, controversias, parábolas… Con estos elementos ha creado el autor un libro que culmina en la muerte-pascua de Jesús y que se presenta de un modo público como auténtico evangelio2. En un primer momento, ese evangelio de Jesús se había transmitido solamente a través del testimonio de la palabra predicada. Nadie había pretendido plasmarlo en un escrito fijándolo como obra literaria. En aquel primer momento de la Iglesia no era necesario un evangelio, la figura de Jesús se encontraba viva en el corazón mismo de sus testigos y en el testimonio de las comunidades. Pero, cabría preguntarse: ¿Cuál es la razón que explica la aparición de un evangelio? ¿Por qué la iglesia después de haber predicado a Cristo, el Señor, el Hijo de Dios glorificado, vuelve a Jesús, el rabí de Nazaret y a su vida terrena?
El momento histórico en el que nace el evangelio coincide con la aparición de tendencias claramente espiritualizantes (pre-gnosticismo) fuertemente influidas por las religiones procedentes de la filosofía griega. Estas corrientes abandonaban la figura terrena e histórica de Jesús para reducir el cristianismo a una doctrina sin figura que encerraba la revelación cristiana en un conjunto de experiencias místicas de distinto nivel. La centralidad del Jesús terreno era sustituida por un Cristo de la fe instrumentalizado al servicio de oscuros intereses religiosos. Se trataba, por consiguiente, de prevenir a la iglesia contra un grave peligro: Pensar que Cristo puede vivir en nosotros sin hacer ningún caso de su existencia personal, corporal e histórica. De este modo, en nombre de un Cristo idea y místicamente puro, se acabaría eliminando al mismo tiempo Jesús y su humanidad. Se llegaría a olvidar que él vive en nosotros, pero después de haber existido como nosotros y fuera de nosotros, y que el glorificado fue anteriormente humillado y crucificado.
La Iglesia rechaza un cristianismo que no pase por la historia. Para reaccionar contra estas tendencias de ambigüedad, renueva su memoria del pasado. Una memoria hecha teología narrativa que se configura como clave interpretativa para resituar la identidad de la iglesia3. Así, la vuelta a la historia de lo que sucedió una vez y para siempre protege y actualiza los contenidos de la predicación, de modo que el evangelio de los evangelistas impide al evangelio predicado convertirse en mito, gnosis o ideología.
Las cristologías de los evangelios, entonces, no son sólo doctrina propuesta a las comunidades para ser aceptada, sino que de alguna forma son también producto de las mismas comunidades cristianas. Si el Jesús de Marcos es antitriunfalista, si el Jesús de Lucas es el defensor del pobre, si el Jesús de Mateo es, a la vez, defensor y superador de la ley, es porque el triunfalismo eclesial, la coexistencia entre ricos y pobres y la ley eran cuestiones polémicas para las comunidades. Por eso, la imagen que de Jesús van forjando los evangelios no es sólo transmisora de doctrina, respondiendo a la pregunta: qué podemos saber, sino que también y sobre todo transmite exigencia y compromiso respondiendo a las preguntas: qué tenemos que hacer y, consecuentemente, cómo hemos de vivir a la luz del modelo normativo de Jesús de Nazaret.
Notas
1 Etienne Charpentier (Ed.) Evangelios Sinópticos y Hechos de los Apóstoles. Cristiandad. 1983. 131
2 Pikaza X. El evangelio. Lectura de Marcos. Verbo Divino. 2003. 8-9
3 Comblin J./González Faus J.I./ Sobrino J. Cambio Social y Pensamiento Cristiano en América Latina. Trotta. 1993. 90
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