Don Quijote con fondo bíblico: don tonto

“¡Don tonto! ¡Don tonto!, se lamenta Unamuno. ¡Y cómo te viste tratar, mi loco sublime, por aquél grave varón, cifra y compendio de la verdadera tontería humana!”.

20 DE FEBRERO DE 2025 · 19:17

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Continúa el señor duque dando principio a las burlas y escarnios que iba a someter a Don Quijote, alma blanca e intenciones puras. Para llevarlas a cabo se adelanta de la comitiva y da órdenes a todos sus criados del modo que habían de tratar a Don Quijote, o sea un plan chunguero. Los vasallos obedecen al pie de la letra, encantados de participar en la burla.

Llegados al castillo, «dos hermosas doncellas echaron sobre los hombros de Don Quijote un gran manto de finísima escarlata, y en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces: Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes. Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre Don Quijote» (Burlas). (El Quijote, capítulo XXXI, segunda parte).

Así inicia el duque la sátira y el sarcasmo, que son el lenguaje del demonio. Las burlas constituyen el vaho que exhalan los corazones pequeños, como se retrata aquí el duque. Estos zurriagazos contra Don Quijote ocupan destacados capítulos de la novela.

Toda la trama burlesca estaba minuciosamente preparada por el desalmado duque. Más que cervantista yo me considero quijotista. Para mí Don Quijote existió y vive. Las ofensas que se hacen a su persona son tiros que me disparan en el alma.

Preparándose para una comida Don Quijote «púsose su tahalí con su espada, echóse el mantón de escarlata a cuestas, púsose una montera de raso verde que las doncellas le dieron y con gran adorno salió a la gran sala, adonde halló a las doncellas puestas en ala, tantas a una parte como a otra, y todas con aderezo de darle agua a las manos; la cual le dieron con muchas reverencias y ceremonias». (Todo burla).

Doce criados llevaron a Don Quijote a la sala donde tendría lugar la comida. El Caballero observó que en la mesa sólo estaban dispuestos cuatro servicios. Eran para el duque, la duquesa, para él y para el capellán de los duques, que Cervantes lo presenta así: El grave eclesiástico era «destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen miserables; destos tales debía de ser el grave religioso que con los duques salió a recibir a Don Quijote».

En su libro de 1916 El cura según Cervantes, Luis Miner quiere restarle gravedad a lo dicho por Cervantes sobre el referido eclesiástico y escribe en página 324 que «en sus visitas a gentes ilustres y a dignidades eclesiásticas, quizá tropezaría Cervantes con algún eclesiástico de referido carácter, y querría darle en este pasaje una lecioncita de sociabilidad y sano eclecticismo».

En el comentario al Quijote que figura en el tomo Don Quijote de la Mancha, el especialista Diego Clemencín sostiene que «la persona del eclesiástico no era imaginaria, sino real y verdadera».

Antes de finalizar este XXXI capítulo en la segunda parte de la fábula se produce un nuevo encuentro entre Don Quijote y el mismo eclesiástico. La duquesa, Don Quijote y Sancho hablan de Dulcinea. La duquesa pregunta si le había enviado aquellos días algunos presentes de gigantes o malandrines, pues no podía dejar de haber vencidos muchos. Don Quijote, sin advertir la burla, responde: «Gigantes he vencido, y follones y malandrines le he enviado».

Sigamos leyendo a Cervantes en una y otra página de la novela:

«El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos, cayó en la cuenta de que aquél debía de ser Don Quijote de la Mancha, cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates».

Enterado ya quién era Don Quijote –tardó mucho en descubrirlo– se dirigió con mucha cólera al duque, a quien dijo:

«Vuestra excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a nuestro Señor de lo que hace este buen hombre. Este Don Quijote, o Don Tonto, o como se llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra Excelencia quiere que sea, dándole ocasiones a la mano para que lleve adelante sus sandeces y vaciedades».

No se crea que ahí vertió el eclesiástico toda su mala baba. Acabado el sermón que le echó al duque, movió su cabeza y la emprendió con el sorprendido Caballero:

«Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el cerebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad vuestros hijos, si los tenéis, y curad vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el mundo, papando viento (es lo mismo que perder el tiempo en tonterías) y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen. ¿En dónde, nora tal, habéis vos hallado que hubo ni hay caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España o malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni la caterva de simplicidades que de vos se cuentan?».

Los más importantes cervantistas de España y de otros países que han comentado el Quijote condenan el discurso insultante del eclesiástico. Algunos, como Gonzalo Torrente Ballester, miembro de la Real Academia Española, uno de los talentos más originales de nuestro panorama literario, en su libro de 1975 El Quijote como juego, dice que el capellán de los duques «es uno de los personajes más imbéciles de la literatura universal». Abundando en su indignada seriedad, Torrente Ballester afirma que «el cura es un retrato prodigioso, logrado con una asombrosa sobriedad de medios…. Su intención es radical metafísicamente, cruel, inhumana».

Interviene Unamuno. El gran pensador vasco siempre iba cargado con el Nuevo Testamento que leía en griego y que interpretaba mejor que muchos teólogos, como demuestra en su celebrado libro El Cristo de Velázquez.

«¡Don tonto! ¡Don tonto!, se lamenta Unamuno. ¡Y cómo te viste tratar, mi loco sublime, por aquél grave varón, cifra y compendio de la verdadera tontería humana!». Añade Unamuno en el ya citado Vida de Don Quijote y Sancho: «El grave eclesiástico no debía haber leído los Evangelios ni debía conocer aquel sermón de Jesús desde la montaña en que dijo: Cualquiera que dijere a su hermano raca será culpado del consejo, y cualquiera que le dijere tonto será reo del infierno de fuego».

El insulto del eclesiástico no quedó sin respuesta de Don Quijote. Esta se verá en el próximo capítulo de la novela.

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