“Pedro Páramo” de Juan Rulfo
Los muertos, que estaban hechos para escapar ligeros a la eternidad, se quedaban quietos, en la tierra, pegados al cepo de Comala.
05 DE MARZO DE 2020 · 22:20
Al regresar a España de mi último viaje a México busqué en las librerías del aeropuerto un libro de pocas páginas para leerlo durante las diez horas largas de vuelo. Yo no puedo dormir en los aviones. Leo.
Encontré uno de apenas cien páginas: Pedro Páramo. La primera edición de este libro apareció en marzo 1955. Años después, residiendo en Tánger, leí el libro traducido al francés, mi lengua paterna. Ahora, la versión española me ha dado una nueva visión de esta novela desconcertante que ahonda más allá de la muerte de sus personajes de tal manera que uno no sabe en qué momento son sueño, vida, fábula o verdad.
Jorge Luis Borges, el grande, el grandísimo escritor argentino, al que en vida le robaron el Premio Nobel de Literatura, que lo merecía más que otros que lo recibieron, dijo de Pedro Páramo que era “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aún de la literatura”. Del aprecio de Borges da fe el hecho de que Pedro Páramo esté traducida a cuarenta idiomas y sea la creación mexicana más conocida y mejor valorada en el mundo.
Juan Rulfo nace en Apulco, cercano al estado de Zacatecas el 16 de mayo 1917. Tenía diez años cuando su padre fue asesinado. Su madre muere cuatro años más tarde y a él lo ingresan en una institución para niños huérfanos en Guadalajara. A los 18 años comienza a estudiar literatura en la ciudad de México. A los 25 escribe su primer cuento, La vida no es muy seria en sus cosas. En 1955, con 38 años, publica Pedro Páramo, novela que pronto adquiere fama por su alto nivel de complejidad y simbolismo. Inmerso de lleno en la literatura, durante los años siguientes realiza frecuentes viajes por Hispanoamérica para promocionar la Comunidad Latinoamericana de Escritores. En 1970 ingresa en la Academia Mexicana de la Lengua. Le llegan premios: El Príncipe de Asturias de las Letras, el Premio Gramo, el Premio Nacional de Letras de México y otros. Muere el 8 de enero 1986 a la temprana edad de 63 años.
En opinión de José Carlos Boixo, “Rulfo nos ha dejado una imagen del hombre acosado por antiguos atavismos, abandonados a su soledad en medio de un mundo hostil…Rulfo ha mirado a su alrededor y sólo ha podido describir el camino hacia el infierno, el viaje de unos hombres que bajo el peso de una cruz, de la que no son culpables, apenas levantarán la voz para quejarse. Rulfo nos ha mostrado la soledad del hombre”.
Una soledad que ni siquiera los representantes de la Iglesia son capaces de mitigar. En su crítica a la religión católica Rulfo se queja contra el padre Rentería, que ocupa un lugar destacado en la novela, quien “tiene el poder para otorgar el perdón de esos pecados que obsesionan a los habitantes de Comala y no lo hará. De este modo se le niega al pueblo su salvación espiritual”, escribe Rulfo.
Comala es en Pedro Páramo lo que Macondo en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.
Pedro Páramo es una novela tan recargada de simbolismos multifacéticos que hace difícil cualquier explicación provisional y sugestiva. Decenas de libros se han escrito en los principales idiomas sobre la obra de Juan Rulfo. En este modesto artículo me fijo en el tema de la muerte, asunto que ha preocupado y han escrito los autores más leídos en los cinco continentes.
En una entrevista que mantuvo con González Bermejo Rulfo afirmó que el trasfondo de religiosidad y la preocupación por la muerte tan presente en la cultura mexicana, tiene ascendencia española. Dijo: “El mexicano es una mezcla de español y de indígena. Un español quizás de Extremadura, por ahí de Castilla, que al alearse tomó costumbres españolas, pero bajo un sincretismo que incluía el paganismo, su superstición, su forma de pensar e imaginar cosas. El mexicano, propiamente de la clase baja y hasta cierta clase media baja, es, por regla general, fanático religioso, y entonces, el culto a los muertos es algo común”.
Rulfo adopta planteamientos bastante críticos al respecto. Rechaza la religión como falso consuelo y admite que la propia Iglesia católica es incapaz de salvar a sus fieles. Esto es lo que se deduce del ya citado padre Rentería en la novela donde el eje vida-muerte es fundamental para una correcta interpretación del texto. Porque en Pedro Páramo los muertos no están muertos. Hablan. Para Dorotea, la muerte es un alivio más que un castigo. Teniendo a Juan como compañero de tumba, dice: “Ahora que estoy muerta me he dado tiempo para pensar y enterarme de todo. Ni siquiera el nido para guardarlo me dio Dios. Sólo esa larga vida arrastrada que tuve, llevando de aquí para allá mis ojos tristes”.
Otra de las escenas más complejas de la novela, confusa y perturbadora, es cuando Miguel Páramo, hijo joven de Pedro, relata desde el más allá a amigos del más acá cómo fue su muerte cuando montaba el caballo favorito: “Solo brinqué el lienzo de piedra que últimamente mandó poner mi padre. Hice que el “Colorado” lo brincara para no ir a dar ese rodeo tan largo que hay que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después seguí corriendo; pero, como digo, no había más que humo y humo y humo”.
Los muertos, que estaban hechos para escapar ligeros a la eternidad, se quedaban quietos, en la tierra, pegados al cepo de Comala: “¡Si usted viera el gentío de ánimas que andan sueltas por la calle!”, escribe Rulfo.
Cierro este artículo con unas palabras del escritor y profesor universitario Pedro Ángel Palou en torno a Juan Rulfo y su Pedro Páramo: “Para Juan Rulfo la cronopatía americana, el encuentro del tiempo y el espacio, no es río ni selva ni ciudad ni espejo: es una tumba. Y allí, la muerte”.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - “Pedro Páramo” de Juan Rulfo