Cambio, pérdida, oportunidad, bendición
Traigo delante de ti cuatro conceptos, precisamente para ayudarnos a hacer balance en este momento del año.
04 DE JULIO DE 2020 · 21:00
Acabamos de cruzar el ecuador del año probablemente más complejo de nuestras vidas a todos los niveles posibles. Nadie ha quedado fuera de la crisis sin precedentes que se ha venido viviendo en los últimos meses y de la cual, por cierto, aún no hemos salido. No nos gusta aceptar esto tal cual viene, pero no nos queda otro remedio y haremos bien en recordárnoslo, por nuestro bien y el de otros, mientras esta situación no cambie. De momento, parece que seguiremos así por bastante tiempo. Así que hoy traigo delante de ti cuatro conceptos, precisamente para ayudarnos a hacer balance en este momento del año, empezando su segunda mitad y sin tener muy claro qué nos espera por delante.
En realidad nunca lo hemos sabido. De haberlo hecho, puede que hubiéramos afrontado las cosas de manera distinta. O tal vez no, a la luz de lo torpes que hemos resultado ser en estos meses a nivel preventivo. No tenemos la capacidad de leer el futuro, ni de anticiparnos a él de forma completa, pero sí de ser sabios, mirar alrededor, comprender los tiempos y lo que estamos viviendo. Hay cosas que pueden leerse entre líneas, pero eso requiere el esfuerzo y la capacidad para ver cosas que siempre estuvieron ahí pero que, quizá, hemos desestimado porque pensamos que no podían pasarnos, o que éramos suficientemente fuertes como para enfrentarlo.
No ha sido así, evidentemente. Los supervivientes tenemos la memoria corta. Los que han sucumbido, desgraciadamente, ya no están ahí para advertirnos. Tenemos que aprender algo de todo lo sucedido y proyectarnos hacia delante algo más preparados de lo que estuvimos la primera vez que esto se nos presentó por delante. Hablemos, entonces, de cambios, pérdidas, oportunidades y, por qué no, de bendiciones en medio de este tiempo de pandemia.
El cambio es probablemente la única constante con la que podemos contar en nuestro día a día. Nada permanece para siempre, aunque a la mayoría nos encantaría y por eso como seres humanos somos tan tendentes a crearnos fantasías de total estabilidad en nuestra mente. El cambio no nos gusta porque nos obliga a pensar, a desacomodarnos, a tener que variar nuestros hábitos y, sobre todo, a alterar nuestra casi sagrada hoja de ruta. Nosotros, seres autosuficientes, queremos ir donde queremos ir. Los cambios son, a nuestros ojos, imprevisibles, insoportables, aguafiestas, desestabilizadores horribles... y, sin embargo, los mayores generadores de fortaleza psicológica y espiritual con que podremos encontrarnos.
El cambio nos desafía y nos reta. Esta pandemia, no solo nos ha cambiado a todos, sino que lo ha cambiado todo. No nos agrada la nueva normalidad porque es distinta y reducida, porque nos sigue obligando a recordar que no somos invencibles y que la vida es tan efímera como frágil. ¿Cuáles son los cambios que enfrentas? ¿Cómo los estás abordando? ¿Te estás preparando para nuevos retos que pueden presentarse en breve, quizá en forma de retroceso o de vuelta a un posible confinamiento? Muchos no quieren ni siquiera pensar en algo de esto. Sin embargo, creo que seremos sabios si volvemos a recordarnos que todo puede cambiar en un minuto, como sucedió hace no tanto.
Si eres de los que has tenido pérdidas además de cambios (y creo honestamente que todos las hemos tenido de una u otra forma, aunque no todas son iguales) estás enfrentando uno de los cambios más desafiantes que existen para las personas. Porque nos aferramos con fuerza a las cosas, a las personas, a las situaciones y a los estados anímicos que nos producen. Si pudiéramos, nos perpetuaríamos en la alegría y evitaríamos cualquier cosa que nos generara tristeza, pero eso no es posible. Las pérdidas hacen justo eso en nosotros, desplomarnos, porque frágiles como somos nos aferramos con fuerza a demasiadas cosas y pronto no sabemos vivir sin ellas. Nuestras vidas giran alrededor de las personas a las que amamos, las actividades que desarrollamos, el bienestar que idolatramos... y cada pérdida deja en nosotros una huella que, en ocasiones, tarda mucho en borrarse y que hasta puede no desaparecer del todo. ¿Cuánto de esto es deseo legítimo? ¿Cuánto estaba sobredimensionado? ¿Vivimos nuestras vidas siendo conscientes de que las cosas vienen y van? ¿Contemplamos la tragedia de la muerte como algo que llega a todos en el momento más inesperado?
Podemos descubrir a Dios haciendo cosas increíbles en medio de nuestro dolor.
Todo lo que hemos perdido y añoramos ocupaba un lugar en nuestro deseo y en nuestro corazón. El nivel de duelo que tenemos frente a ello nos habla de cuán apegados estábamos a aquello, con más razón o sin ella. Hablamos de personas, trabajos, sustento, estabilidad, normalidad en general... y todo tiene un valor de mucho peso en nuestra vida. Hemos tenido que volver a empezar a preocuparnos de las cosas que hace mucho habíamos olvidado. ¿Qué has perdido tú en todo esto? ¿Qué tanto estabas aferrado a cada una de esas cosas, personas, situaciones o hábitos? ¿Qué significa para ti una nueva normalidad ahora que algunas de estas cosas no están?Es posible también que seas de los que, en medio de todo este lío, además de cambios y pérdidas (porque estos cuatro conceptos no son mutuamente excluyentes), hayas encontrado entre las ruinas algunas oportunidades. Toda esta situación ha traído escenarios peregrinos, inimaginables, ha desmontado estructuras, ha reposicionado personas, negocios, planes y proyectos, perjudicando a muchos y beneficiando a otros. O quizá ambos a la vez, porque todo esto es bien complejo, como sabes. Una nueva situación puede perjudicarnos, pero también puede beneficiarnos. Nos ha estado haciendo crecer, reinventarnos, mirar hacia nuevos horizontes. Y cada una de esas oportunidades en medio de una tormenta perfecta como esta ha sido, aunque cueste verlo a veces, un regalo directo del cielo en un momento en que se esperaba menos que nunca. Por eso no solo las denominaremos oportunidades, sino directamente bendiciones.
Dios siempre tuvo un plan en mente: sernos propicio, generar un espacio real y seguro de reconciliación, establecer relaciones sólidas con nosotros. Todo lo que de eso echamos en falta en el mundo, porque no parece verse por ninguna parte, es cosa nuestra. Nada que ver con que Dios no nos ame o al que le demos igual. Más bien no sale de nosotros amarle y la indiferencia es nuestra. De ahí que frente a los cambios y pérdidas, podamos tener también la oportunidad, no solo de una mejora sustancial en algunos frentes (fortaleza, situaciones reordenadas, incluso...), sino que podemos contarnos como personas privilegiadas al saber que cada uno de esos tres elementos anteriores pueden ser un vehículo de cuidado y bendición de Dios para nosotros. Experimentar a Dios frente a un duelo, ser espectadores desde primera línea de su provisión para nosotros, experimentar la posibilidad de ser agradecidos cuando todo parece desplomarse. Es en los cambios que más nos desafían que podemos encontrar abrigo y confianza, seguridad y protección en Dios mismo, que controla las circunstancias y nos da cada cosa que necesitamos, aunque no sea en la forma que queremos.
En las pérdidas podemos apreciar el regalo de la vida y la provisión de Dios, y también el valor de las personas que nos acompañan en este tránsito. Bajo sus alas podemos encontrar consuelo, esperanza, un espacio donde se nos acepta incondicionalmente y donde la paz y el gozo sobrenaturales tienen su lugar, porque Dios les hace ese espacio en nuestro día a día, contra todo pronóstico.
En las oportunidades haremos bien al ver la mano de Dios detrás. Él está tras lo bueno que nos da en forma de regalo, aunque permita que nos sucedan cosas que, sin ser su deseo para nosotros, nos redirigen hacia su propósito, que siempre es de bien y no de mal para nuestra vida. Asegurémonos de que las oportunidades que aprovechamos sean espacios para lo bueno, para la generosidad, para construir en los valores del Reino y no para retroalimentar nuestros egoísmos y excentricidades. De otra manera, estaremos errando el blanco, como tantas veces solemos hacer y todo este dolor no habrá valido de nada.
Creo que puede haber bendición para todos en medio de lo que vivimos, pero nos cuesta verla en ocasiones. Esta tesis nos genera dudas porque no nos gusta el envoltorio en que viene este regalo. ¡Hay tantas cosas a lo largo de nuestra vida que no nos gustan y, sin embargo nos bendicen! Eso es exactamente lo que creo que puede estar sucediéndonos aquí. Nos perturba la forma en la que esto se nos presenta, nos preguntamos qué de bueno puede tener una pérdida, más cuando es de una vida humana, nos cuestionamos hasta qué punto puede salir algo bueno de todo esto... y sin embargo, en la convicción de que estamos en las manos de un Dios de bien que controla el Universo, podemos confiar en que cada una de esas cosas, incluso las más oscuras, pueden estar coordinándose como una pieza perfecta de un puzzle imposible, de manera que mucho encaje más y mejor en nuestra vida, acercándonos más a Él, fuente de calor en medio del frío, fuente de frescor en medio del desierto.
No nos alegramos de esta pandemia. Pero podemos dar gracias por la dosis de bendición recibida en medio de ella. Podemos agradecer por el tiempo compartido que tuvimos con los que no estuvieron. Podemos celebrar su vida recordándonos también la importancia de vivir las nuestras de manera relevante. Podemos descubrir a Dios haciendo cosas increíbles en medio de todo nuestro dolor. Cambios, pérdidas y oportunidades son una realidad palpable para la mayoría de nosotros. De cara a la segunda mitad del año, quiero animarme y animarte a descubrir el gran tesoro de bendiciones oculto tras cada una de esas piezas imposibles para constituir una imagen de gloria inabarcable por nuestros sentidos. Todo un puzzle por delante, inacabado todavía a nuestros ojos, pero perfectamente diseñado en la mente de Quien nos bendice, a pesar de nuestras propias impresiones, en medio del caos y el miedo.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Cambio, pérdida, oportunidad, bendición