Razones para hacer el bien
Hacer el bien es una forma potente y absolutamente bíblica de mostrar a otros aquello en lo que creemos.
14 DE JUNIO DE 2015 · 07:30

Pensaba hace unos días en lo complicado que resulta hacer el bien en tiempos como estos. No sé cómo serían épocas anteriores, aunque intuyo que no mucho mejores a la luz, incluso, de los muchos escenarios que las historias bíblicas nos describen: tiempos convulsos, en que todo parecía estar del revés y en que, los cristianos, como no puede ser de otra manera, no parecían encajar por ninguna parte.
Porque nuestro diseño no está destinado a encajar, sino a todo lo contrario, a marcar una diferencia en todos los sentidos posibles, a ser una luz que brille en medio de un mundo marcado por la oscuridad.
En muchas ocasiones pensamos, ingenuamente, que si verdaderamente nos amoldamos al mundo en el que vivimos, seremos mejor aceptados como creyentes. Digo “ingenuamente” porque esto nunca funcionó, ni en el pasado, ni en el presente.
Lejos de que esto suceda así, lo que suele ocurrir es que finalmente no nos identificamos tanto con el Evangelio que decimos creer (quizá teóricamente sí, en el mejor de los malos casos, pero no en nuestra conducta, con lo cual al final somos cristianos disfrazados porque, en el fondo, tampoco nos convence del todo nuestro verdadero traje o, sencillamente, sabemos el efecto que causará en quienes nos rodean y no nos interesa para nada).
Eso nos lleva, lo miremos por donde lo miremos, a terminar llamando a lo bueno malo y, a lo malo, bueno, porque la misma fuente no puede dar dos tipos de agua y porque descubrimos, sin mucha tardanza, que no se puede agradar a todo el mundo porque nunca llueve a gusto de todos.
Hacer el bien es una forma potente y absolutamente bíblica de mostrar a otros aquello en lo que creemos, pero no es infrecuente que hagamos el bien con motivaciones y objetivos equivocados. Bienintencionados, probablemente, pero equivocados también, o quizá incompletos.
- A veces lo hacemos para procurar en aquellos que nos rodean una reacción de convencimiento hacia nosotros y nuestra naturaleza que no termina de llegar. Nuestras obras no son lo que produce convencimiento ni convicción de pecado, sino que esa obra la realiza el Espíritu. Y esto no niega la necesidad de buenas obras, pero las enfoca en una dirección diferente.
- En otras, lo hacemos como forma de amontonar ascuas de fuego sobre la cabeza de otros, casi como una venganza en algunos casos, lo cual no siempre sucede y además, no creo que termine de “casar” con las mejores motivaciones posibles.
- Por mencionar otra de las razones que nos llevan en esta dirección, hacemos el bien en algunos momentos para que no nos pasen cosas malas. Sin embargo, ser buenos, más si tenemos en cuenta el ejemplo supremo de nuestro Señor Jesucristo, nunca sirvió para que nos trataran mejor, sino más bien todo lo contrario, porque el bien despierta sobre quienes hacen el mal unas ampollas muy difíciles de soportar y de curar, hasta el punto que pueden llevar a los odios más profundos, a las escenas más crudas, y en el caso que nos ocupa, hasta la muerte en la cruz.
Sin embargo, somos llamados para buenas obras y la motivación que las mueve es importante que sea la indicada, la correcta, porque de otra manera abandonaremos el barco con mucha rapidez.
Si perdemos de vista que este mundo en el que vivimos no reconoce lo bueno porque lo bueno es llamado malo y lo malo bueno, si nos olvidamos de que hacer el bien principal y básicamente trae gloria al nombre de Quien nos salvó a precio de sangre, si no entendemos que procurar el bien de los que nos hacen mal responde al corazón mismo del Evangelio y les puede llevar, quizá no a convencimiento de pecado, pero sí a hacerse preguntas que el Espíritu se encargue de contestar (aunque en muchas ocasiones les lleve, como a los judíos del tiempo de Jesús, a crucificarnos), perderemos la esencia de lo que significan las buenas obras en la vida del cristiano.
Las buenas obras no nos salvan, no nos dan la vida eterna, pero nos salvan de nuestro propio ego en muchas ocasiones, de nuestros egoísmos y motivaciones vacías, demasiado parecidas a las del mundo que nos rodea. Esas obras mal aceptadas desde fuera nos recuerdan, aunque sea someramente, algo de lo mucho que Jesús tuvo que soportar frente a un mundo que ni le entendió ni le entiende.
Pero sobre todo, son la respuesta obediente de quien se sabe salvo, no por obras, sino por la maravillosa gracia de Quien quiso vernos más allá de lo que nuestras obras merecían.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Razones para hacer el bien