La angustia
Si Dios desaparece de nuestra vida sucumbimos en el vacío y el abismo sin fondo es nuestra sepultura.
04 DE AGOSTO DE 2023 · 13:00
La semana pasada escribí sobre la depresión. En su puerta de al lado vive la angustia.
Entre las enfermedades mentales existe un secreto guardado bajo llave que ha pasado a inundar las noticias y se ha convertido en tendencia en las redes sociales: La angustia.
La crisis sanitaria que causó la epidemia de Covid en España incidió en fuertes períodos de angustia ante las alarmantes noticias de los que estaban muriendo. Aunque la angustia no tiene edad, se ha comprobado que las mujeres entre 55 y 64 años son quienes más la padecen: Millón y medio de mujeres frente a setecientos mil hombres.
Según la Organización Mundial de la Salud, la angustia llega a incidir notablemente en la incapacitación de la persona.
El término angustia se utiliza modernamente para definir determinadas inquietudes vitales, entre ellas la preocupación por el sentido metafísico de la existencia.
El empleo de la palabra, en la acepción que ahora le damos, fue introducido por el filósofo danés Soren Kierkegaard cuando en 1844 publicó el libro El concepto de la angustia. Como harían otros especialistas después de él, Kierkegaard relaciona angustia y miedo. Creía que el miedo de Adán cuando Dios le preguntaba por él en el huerto de Edén era una forma de angustia.
El prestigioso instituto suizo C. G. Jung dedicó un curso a estudiar el tema de la angustia. El curso estuvo dirigido por el eminente maestro de la psicología y psiquiatría modernas, Carl Gustav Jung, quien presentó una conferencia que versó sobre Psicología y religión.
El curso abordó cuestiones tales como la angustia del animal, la angustia del niño, angustia en la política, la angustia en la pintura occidental y otras cuatro formas de angustia, como las que se mencionan a continuación.
Angustia prematura.
En nuestros días “son los que se asoman a las primicias del futuro quienes descubren precozmente esa terrible experiencia de la nulidad del existir. Los jóvenes, algunos jóvenes, son quienes hoy viven con más intensidad esta profunda melancolía que corroe la voluntad de existir, a la par que los viejos se aferran a la vida con mayores ansias que nunca”.
Angustia vital.
De todas las formas de angustia, esta es la más común en nuestros días.
La persona angustiada concibe la vida como un castigo. Cuando oye hablar de los castigos en el más allá, argumenta: “¡Te parece poco castigo el que tenemos en esta vida!”.
Angustia cósmica.
La angustia cósmica o angustia planetaria se genera por causas externas a nosotros. El bombardeo de la comunicación. Informativos de televisión que nos ofrecen noticias trágicas a horas del desayuno, la comida y la cena, noticias que nos quitan las ganas de comer y hasta de vivir.
Si huimos de la televisión y optamos por la radio o los periódicos, el resultado es el mismo. Nuestro cerebro recibe a diario el impacto de las guerras, los conflictos nacionales e internacionales, las desgracias que tienen lugar por todos los rincones de la tierra, el hambre y las enfermedades.
Angustia ante la muerte.
La angustia ante la muerte alcanza su máxima expresión en el grito del filósofo vasco Miguel de Unamuno: “No quiero morirme, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por eso me tortura (angustia) el problema de la duración de mi alma”.
Si toda angustia es, como se ha dicho, una forma de miedo, ¿qué teme la persona que ve próxima su hora final? ¿Es miedo a la muerte por lo que supone fin de la existencia terrena o es miedo a lo que pueda haber al otro lado de la tumba? Si, como algunos creen, muerte supone desaparición total, inmersión definitiva en las entrañas de la tierra, ¿qué sentido tiene la angustia?
La angustia tiene signos externos que pueden variar según los casos, pero existe entre ellos unas características comunes:
Cansancio de la vida.
Fatiga física.
Sufrimiento emocional.
Miedo a un fallo cardiaco.
Derrumbamiento de los sistemas de valores.
Falta de objetivos.
Inseguridad ante el futuro.
De los diferentes tipos de angustia que señala la Biblia la más estudiada por especialistas de la Palabra ha sido la que manifestó María Magdalena el domingo que Cristo resucitó. Acudió al lugar donde lo habían enterrado. El cuerpo no estaba. María llora. Uno de los dos ángeles que hacían guardia en el sepulcro vacío le pregunta por qué llora. La Magdalena responde: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. (Juan 20:11-13).
¡Basta!
Si se nos llevan al Señor, si no sabemos dónde está Dios, sólo nos queda la angustia desoladora.
La angustia ante la ausencia de Dios produce vértigo. Si Dios desaparece de nuestra vida sucumbimos en el vacío y el abismo sin fondo es nuestra sepultura.
Cuando nos quitan a Jesús, cuando como Job buscamos a Dios por los senderos de los cuatro puntos cardinales y no lo hallamos, la desesperación nos invade. Pero no tiene que ser así. Ernest Benz cita el libro de Óscar Pfister El Cristianismo y la angustia, donde dice que los cristianos podemos superar los episodios de angustia con la creencia en Dios, la oración, el amor.
Dios no se esconde al otro lado de nuestra vida ni desaparece entre nubes. Está aquí, junto a nosotros, cercano, “porque en él vivimos, nos movemos y somos”, como creían los antiguos poetas atenienses. (Hechos 17:28).
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El color de mi cristal - La angustia