Una parada romana (Vaticano) tras un impulso católico (alemán)

Roma teme que el péndulo de la catolicidad rompa el marco del romanismo.

  · Traducido por Rosa Gubianas

25 DE SEPTIEMBRE DE 2022 · 10:00

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Imagen del Vaticano. / Raimond Klavins, Unsplash.

El catolicismo romano es, por definición, católico (inclusivo, acogedor y absorbente) y romano (centralizado, jerárquico e institucional) al mismo tiempo.

La primera característica le da su fluidez, la segunda su rigidez. Es suave como el terciopelo y abrasivo como el papel de lija. Ciertamente, hay fases históricas en las que lo católico prevaleció sobre lo romano y viceversa. Hay diferentes combinaciones en la forma en que las dos calificaciones se entrelazan entre sí.

Por ejemplo, el Concilio de Trento (siglo XVI) fue muy romano con sus definiciones dogmáticas y sus excomuniones de los que defendían las convicciones protestantes sobre la autoridad suprema de las Escrituras y la salvación solo por la fe. Por otro lado, el Concilio Vaticano II (siglo XX) fue muy católico con su ecumenismo hacia los no católicos y su abrazo al mundo moderno.

Pío IX (1792-1878) fue un papa romano que rechazó la libertad religiosa y la libertad de conciencia; Francisco es un papa católico con su insistencia en que somos “todos hermanos” (cristianos, musulmanes, budistas, ateos, etc.) con independencia de la fe en Cristo. Podríamos seguir con otros ejemplos.

El Concilio de Trento fue muy romano con sus definiciones dogmáticas y sus excomuniones, y el Concilio Vaticano II fue muy católico con su ecumenismo.

La cuestión es que el catolicismo romano está siempre en un tenso equilibrio entre sus dos lados: católico y romano. Roma no es solo católica, de lo contrario diluiría y dispersaría su proyecto institucional centrado en sus estructuras jerárquicas. No es solo romana, porque entonces se endurecería en un sistema cerrado. Es ambas cosas a la vez. Un ejemplo de la dinámica católica y romana está precisamente en marcha estos días y tiene como protagonistas el “Camino Sinodal” de la Iglesia católica alemana y el Vaticano, o sea la Santa Sede. 

Desde hace algunos años se está llevando a cabo en Alemania una iniciativa católica, el “Camino Sinodal”, en la que participan obispos, laicos y asociaciones religiosas. Esta serie de reuniones, debates y documentos ha reunido muchas voces críticas dentro del catolicismo romano y ha propuesto innovaciones y cambios en algunas doctrinas y prácticas católicas consolidadas: el “Camino Sinodal” alemán ha aprobado el diaconado femenino (con vistas a la ordenación de mujeres al sacerdocio), el reconocimiento oficial de las parejas homosexuales, la flexibilización de la admisión a la Eucaristía a todos los que se presenten, etc. Todas estas son medidas muy católicas, es decir, inclusivas y progresistas, que amplían la postura tradicional de la Iglesia romana.

Importantes sectores del catolicismo romano alemán (por ejemplo, el cardenal Walter Kasper) e internacional (como los círculos conservadores de Estados Unidos) han expresado su creciente preocupación por el giro perturbador del “Camino Sinodal” y el catolicismo romano “líquido” que avala.

Para tratar de restablecer el orden, en 2019 el Papa Francisco escribió una carta a los católicos alemanes cuya esencia se puede resumir de esta manera: “el Sínodo alemán está bien, los cambios están bien hasta cierto punto, pero manténganse siempre dentro de las estructuras romanas y permanezcan unidos a toda la institución eclesiástica”. A pesar del mensaje papal, este recordatorio pasó prácticamente desapercibido y el “Camino sinodal” alemán continuó impertérrito con sus resoluciones tan católicas, desafiando el statu quo romano.

El 21 de julio se conoció la noticia de que, temiendo una ruptura del equilibrio entre lo católico y lo romano, el Vaticano emitió una “Declaración de la Santa Sede” en alemán e italiano. La declaración dice esencialmente dos cosas: en primer lugar, que el “Camino Sinodal” está bien en la medida en que no cambia las creencias y prácticas bien establecidas de toda la iglesia universal; y en segundo lugar, si acaso, sus peticiones y recomendaciones pueden y deben ser llevadas al Sínodo de Obispos más amplio sobre la sinodalidad que tendrá lugar en Roma en 2023. Esta es la traducción de la jerga eclesiástica: “Queridos católicos alemanes, habéis tirado demasiado de la cuerda. Ahora las estructuras romanas de la Iglesia os llaman para que vuestro camino vuelva a fluir hacia la síntesis católica romana”. Con menos palabras aún: “La catolicidad está bien, pero no a costa de la identidad romana”. El catolicismo romano es a la vez católico y romano.

El Vaticano creía que había llegado el momento de dar un golpe romano a la trayectoria católica del “Camino Sinodal”. Roma temía que el péndulo de la catolicidad corriera el riesgo de romper el marco del romanismo.

Roma quiere incorporar nuevos y diferentes énfasis sin cambiar su autocomprensión sacramental y jerárquica.

Esta iniciativa romana de la Santa Sede es sólo la última de una serie de ajustes continuos que mantienen el sistema en un equilibrio dinámico. En comparación con el liberalismo teológico, que a partir de Friedrich Schleiermacher aprieta el acelerador de las iglesias protestantes históricas en la reinvención del cristianismo para adaptarlo a la cultura dominante, el catolicismo romano está abierto al “desarrollo” y a la “actualización” sin perder sus compromisos dogmáticos y su estructura institucional. La expansión católica debe servir para reforzar el sistema romano; de lo contrario, no se diferencia de la agenda liberal.

Por esta razón, el catolicismo romano no está interesado en una “reforma” según el evangelio. Roma quiere incorporar nuevos y diferentes énfasis (por ejemplo, evangélico, carismático, tradicionalista, liberal) sin cambiar su autocomprensión sacramental y jerárquica. Roma dice que quiere el evangelio, pero Roma también quiere la mariología, el papado, los sacramentos -tradiciones y devociones que son contrarias al evangelio- sin borrar su visión de que la Iglesia romana, tal como está, es una institución de iure divino, es decir, por ley divina y, por tanto, inmutable e inmodificable.

Si la tensión entre lo católico y lo romano del catolicismo romano no se rompe y no se reforma por la verdad del evangelio y por el poder del Espíritu Santo, Roma nunca cambiará realmente: irá de aquí para allá, moviéndose siempre dentro de los límites de sus lados católico y romano, pero sin acercarse a Jesucristo.

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