La Navidad, el mundo, el creyente y Dios

En época de Adviento y aproximándonos a la Navidad, comprobamos la experiencia de un Dios que no puede dar la espalda al mundo porque es amor.

15 DE DICIEMBRE DE 2020 · 14:00

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Foto de Maria Brauer en Unsplash CC.

Quizás, esta época navideña sea la más adecuada para trazar la verticalidad y la horizontalidad de la espiritualidad cristiana. Así, en época de Adviento y aproximándonos a la Navidad, comprobamos la experiencia de un Dios que no puede dar la espalda al mundo porque es amor: “De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo”. Estas fechas y todos estos eventos nos están hablando del amor de Dios al mundo, del amor del Eterno a lo humano. Vivir de cara al mundo. 

Lo quiero decir con la mayor claridad, no sea que todavía haya en nuestras iglesias misticismos o pietismos falsos que quieran hacernos creer que se puede vivir con una mirada unidireccional hacia el cielo, mientras que olvidamos o damos la espalda al mundo. Al menos habría que explicar bien esto, haciendo una buena interpretación que se encuadre en el contexto bíblico y en esa doble direccionalidad del cristianismo, esa verticalidad y esa horizontalidad que, en el fondo, son la cara de una misma moneda al igual que es el amor a Dios y el amor al prójimo que se nos da en relación de semejanza.

El dar la espalda a un mundo que Dios ha venido a rescatar, para sentirse más cerca del cielo, de los ángeles, de lo divino, sería caer en la vivencia de una espiritualidad desarraigada que rompe la horizontalidad del Evangelio y que no está en consonancia con los textos bíblicos, pues, aunque estos afirmen que no nos conformemos al mundo o que renunciemos al mundo para ganar a Cristo, se hace en una línea que nada tiene que ver con dar la espalda al mundo, sino, aunque parezca una paradoja, es renunciar a muchas de las cosas del sistema mundo, para trabajar por y en él, para transformarlo, para ganarlo, de alguna manera, para los valores del Reino. El Adviento y la Navidad nos recuerdan el compromiso de Dios con el mundo y, por ende, el que deben tener sus seguidores en compromiso con el prójimo. Debemos vivir la espiritualidad cristiana con una mano tendida al mundo que nos rodea.

Algunos misticismos vanos y algunos pietismos insolidarios que se pueden captar en las vidas de algunos creyentes de hoy, pueden tener su origen en una mala interpretación de lo que significa esa renuncia al mundo, al estado de cosas pecaminosas que en él se dan que, para nada, es dar la espalda a un mundo sumido en el dolor, mientras que, muchos, desearían estar en contacto con los ángeles sin acordarse de los compromisos del Maestro para con el mundo, con lo humano, hasta el punto de dejar su trono y su esplendor para venir a morir en el mundo y por él.

El creyente, si quiere vivir la auténtica espiritualidad cristiana, siguiendo las líneas que nos marca el Adviento y la Navidad, debe mirar tanto hacia el cielo, con una mirada vertical, como hacia el mundo, la humanidad entera, con una visión de horizontalidad que le compromete, como profeta del Altísimo, con la justicia, con la reducción de la pobreza en el mundo, la lucha contra las deshonestas acumulaciones y desiguales repartos de los bienes del planeta tierra, a la vez que se trabaja por mostrar el mensaje de salvación para el más allá, para la eternidad. 

La fe y la espiritualidad cristiana se desarrollan en compromiso con el mundo.

La venida de Jesús al mundo es, de alguna manera, la unión del cielo con la tierra. No debemos dar nunca la espalda a todo aquello que nos enseñaron los profetas en compromiso de misericordia y amor al mundo en el que se desenvuelve la vida del prójimo oprimido. Es verdad que se corre el peligro de querer estar ya en contacto con los ángeles, de vivir espiritualidades desarraigadas del mundo e insolidarias, pero los creyentes debemos tener cuidado de no caer ni dar pie a la tentación de quedarnos mirando al cielo dando la espalda al mundo. Sería una triste celebración del Adviento y de la Navidad.

La fe y la espiritualidad cristiana se desarrollan en compromiso con el mundo, de cara a él y evitando una fe desarraigada de lo humano. Hay que vivir la paradoja bíblica de renunciar al mundo para aferrarse a los valores del Reino que nos ayuden a transformar el mundo. Esto no debe significar dar la espalda a un mundo lleno de dolor. Lo humano, el mundo y Dios están totalmente interrelacionados. Por eso, los mensajes exageradamente espiritualizados y desarraigados del mundo, pueden tener consecuencias confusas para muchos creyentes que se dejan guiar por sus líderes religiosos. ¡Cuán lejos se está, a veces, de la auténtica celebración del Adviento y de la irrupción de Jesús en nuestra historia, cuando caemos en esas situaciones!

Lo divino, al acercarse al mundo, está garantizando el valor de lo humano. Por tanto, lo que afirma nuestro valor como humanos es esa irrupción de lo divino en nuestra historia. Dios no es inhumano, ni vino para condenar al mundo. Por eso, en la evangelización se debe trazar muy claro que no solo hay una mirada vertical hacia lo celeste, sino que debemos tener esa otra mirada horizontal que nos está recordando que el amor a Dios está en semejanza con el amor al hombre.

Sin esta visión de desarrollar nuestra fe en compromiso con el mundo, no hay celebración del Adviento, no hay tampoco una auténtica conmemoración de lo que significa la Navidad. Debemos aprender de los recuerdos en torno a estos eventos, que debemos buscar el rostro humano del Dios para aprender a amar al mundo. Repetimos lo que dice el apóstol Juan: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo”. Amor total y completo para un mundo caído. Que el Señor nos ayude a celebrar, en compromiso con el mundo, tanto el Adviento como la Navidad. Solo así podremos saludarnos con el grito de ¡FELIZ NAVIDAD!

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