“No nos damos cuenta hasta qué punto somos una copia mala de lo que el mundo nos ofrece”

El periodista y teólogo José de Segovia analiza la evolución de la cultura en los últimos diez años, en el marco de la serie ‘La década en resumen’.

Jonatán Soriano

MADRID · 22 DE ENERO DE 2020 · 11:00

Un fotograma de la serie A.D. Kingdom and Empire, basada en el relato de Hechos de los Apóstoles. / Youtube,
Un fotograma de la serie A.D. Kingdom and Empire, basada en el relato de Hechos de los Apóstoles. / Youtube

Nos ubicamos en 2011, cuando desembarcaba en la geografía ibérica una idea de videoclub online llamado Netflix. Se trata de una época convulsa en muchos sentidos, también en cuanto a la cultura, que ve cómo su IVA pasa del 8% al 21%. Sin embargo, lejos de aminorar la marcha, la producción cultural eclosiona en montones de formatos al por menor e imponiendo un coste de consumo.

Se recupera la literatura de crónica, en paralelo a los conflictos de Oriente Medio y del norte de África. El producto biográfico gana enteros en la literatura y el cine, y aparece una amalgama de series de todas las temáticas. Sufjan Stevens canta al “hombre solitario del invierno”, House of cards hace que fantaseemos con el imaginario de la política y Svetlana Alexiévich resucita las Voces de Chernóbil. “Parece que la supervivencia está en la variedad”, dice José de Segovia, periodista y teólogo que escribe cada semana la columna mARTES en este medio.

Pero la diversidad temática, y el espíritu capitalista de la supervivencia del beneficio en el negocio, también abren las puertas de la producción cultural al objeto de valores y de influencia religiosa. En la pantalla se regresa a la recreación de Hechos o de la vida de personajes del Nuevo Testamento, sobre todo, y en la literatura se reflexiona sobre el valor de la espiritualidad en el proceso del desarrollo histórico. Según de Segovia, todo se hace desde una “uniformidad que es la mayor enemiga de la riqueza cultural”. 

Esta entrevista se realiza en el marco de la serie ‘La década en resumen’, y se plantea en forma de análisis resumido a lo que ha sucedido en los últimos diez años en el ámbito de la cultura y cuál ha sido la interacción con el público cristiano evangélico. “El gran desafío de los cristianos es si se va a tener una fantasía cristiana propia y ajena a toda esta realidad o si se va a enfrentar desde la fe”, señala.

 

Pregunta: Diez años dan para mucho pero, en general, ¿cómo observas el desarrollo en la relación que los cristianos han mantenido con la cultura en la última década?

Respuesta: Creo que lo que ha marcado la cultura en general en este decenio es el desarrollo tecnológico. Los cristianos han tenido una presencia, pero como ocurre tantas veces, no ha sido para marcar la diferencia sino para imitar muchos de los modelos de lo que ha sido hasta ahora el desarrollo de las redes sociales y el tipo de interconexión tan agresiva, buscando siempre el elemento de controversia, de conflicto. Creo que eso es lo que caracteriza la presencia de cristianos en este gran desarrollo cultural que ha sido internet. Si hubiera que destacar un aspecto es la manera en la que se ha hecho una apologética, buscando el conflicto fundamentalmente.

Stranger Things ha sido una de las series más populares en los últimos cuatro años. / Charles R., Unsplash CC

Stranger Things ha sido una de las series más populares en los últimos cuatro años. / Charles R., Unsplash CC

P: A propósito de la revolución tecnológica, ¿qué crees que han supuesto para el paradigma cultural la aparición de plataformas como Netflix, HBO o PrimeVideo, el impulso del micromecenazgo o las editoriales independientes, por citar algunos ejemplos?

R: Estos son los elementos más significativos, por lo menos al final de estos diez años. Nadie pensaría al principio de esta década que las plataformas de streaming iban a tener una viabilidad económica. Si recordamos, hace no tantos años el seguimiento de las series se hacía por vías ilegales, de tal forma que un determinado segmento de la población era el que estaba habituado a manejarse en este terreno. Pero hemos visto cómo se han normalizado estas plataformas, y lo han hecho a un tipo de público que no estaba siguiendo ese tipo de páginas ilegales, porque han creado lo que parece ser un elemento sustitutivo de la televisión. La televisión subsiste pero se ha relegado a un sector de la población que no está tan familiarizada con el manejo del ordenador, hasta el punto de que mucha programación se hace pensando en ellos. Mientras, el público adulto de mediana edad y la juventud está siguiendo estas plataformas.

La dictadura de lo políticamente correcto tendrá que tener en algún momento los días contados

El micromecenazgo y las editoriales independientes apelan a una minoría más considerable porque se trata del sector que culturalmente sigue comprando la oferta impresionante que se hace todavía de libros en español. La impresión es la de que los pocos que leemos, lo leemos todo. Es cierto, además, que el colectivo lector es básicamente femenino, por lo que muchos trabajos son llevados por mujeres y también tienen claro que el público al que se dirigen es femenino. Es lamentable el embrutecimiento progresivo del lector masculino, que cada vez más carece de cultura lectora. No son receptores de cultura y literatura general. 

 

P: La década comenzó con una recesión económica que anunciaba graves afectaciones en todos los ámbitos, incluido el de la cultura. ¿Cómo definirías la supervivencia del sector en este tiempo?

R: Ha sido sorprendente el fenómeno de normalización de determinadas plataformas y otros acontecimientos importantes, como la aparición del podcast mismo. Después de que la radio sobreviviese bastante bien a la televisión, surge otro tipo de forma de acceso a toda clase de contenidos de audio, incluso en paralelo a la irrupción de Youtube. Es un proceso que se parece a lo que pasó con la música, cuando se dijo que el vinilo desaparecería y que todo sería en discos digitales. Sin embargo, los primeros han sobrevivido. Igual que también sobrevivirá la televisión ante las plataformas, en lugar de que unas queden a costa de la otra. Esta supervivencia tiene mucho que ver con la variedad del mercado. Igual que hablábamos de la oferta editorial por las casas independientes que han surgido, es precisamente esa diversidad del mercado la que permite que sobrevivan. Si hay concentración en un pequeño número de productos, el producto cultural tiene muchas menos posibilidades de supervivencia. Hay una variedad creciente que ha sido ayudada por internet, permitiendo acceso a productos muy minoritarios y que antes un una tienda eran muy difíciles de conseguir. Antes había una uniformidad muy grande. Ahora hay un público especializado que va buscando productos muy particulares, así que parece que la supervivencia está en la variedad. 

José de Segovia durante una entrevista.

José de Segovia durante una entrevista.

P: José, tú has tenido una relación especial con el mundo de las librerías. Relacionándolo con la aparición de estas nuevas plataformas digitales e iniciativas culturales, las cuales también han producido material de inspiración cristiana, ¿hasta qué punto crees que existe ahora una base amplia de público cristiano que esté dispuesta a interactuar, pagar y consumir cultura?

R: La dependencia sigue siendo del ámbito americano, donde está concentrada la industria editorial y audiovisual. Siguen siendo ellos los que marcan las pautas y como el cristianismo ha crecido tanto en Estados Unidos, ha surgido un mercado. Ha pasado de la pequeña subcultura que era en los años 1970, con la aparición de radios, televisiones y editoriales, todos ellos productos con el apellido cristiano y dirigidos al público, a alcanzar a las grandes ciudades y a la América profunda. Todos estos productos nos llegan inevitablemente, primero a sus vecinos sudamericanos, descontextualizados. Además, en Latinoamérica se ha desarrollado una subcultura musical llamada el fenómeno de los salmistas, del tipo canciones de alabanza muy parecidas entre sí y que tiene todo un ámbito de conciertos y funciona. Pero para mí sigue siendo una expresión de la subcultura evangélica. Realmente está fuera de lo que llamamos cultura en general. 

Nos enfrentamos a si vamos a seguir siendo la versión cristiana del neoconservadurismo secular

En el cine, se dio el salto a las pantallas hasta el punto de que el público religioso es uno de los pocos segmentos que todavía visita las salas. Fuera de los niños y los adolescentes, para los que es entretenimiento, los únicos que acuden a salas son megaiglesias que compran entradas y que logran que este tipo de productos tengan un enorme impacto de taquilla. Cuando se ven los rankings de las películas con mayor taquilla, sorprende que uno no conoce la mayoría de los títulos, y una de las razones es que son productos destinados a un ámbito religioso y vinculados a las entradas que determinadas productoras venden a megaiglesias. Productoras dependientes de los grandes estudios de Hollywood, que tiene un sector llamado cine de valores. Esta forma, en España, ha sido asumida por los católicos, que pueden sacar una película sobre el Sagrado Corazón y, al mismo tiempo, una evangélica sobre temas familiares o superación en el mundo deportivo, por ejemplo. 

Mural en homenaje a David Bowie, fallecido en 2016. / Pawel Czerwinski, Unsplash CC

Mural en homenaje a David Bowie, fallecido en 2016. / Pawel Czerwinski, Unsplash CC

Las plataformas también tienen su cabida. Por ejemplo, Netflix, ante quejas como las que ha recibido por la parodia brasileña sobre un Jesús homosexual, esta semana ya han publicado una película sobre el apóstol Pablo. Es creciente este tipo de filosofía, que haya para todos. Si alguno se queja, se la dan sus propias cosas, pero es una enorme contradicción porque hay productos que casi son ofensivos para la conciencia del público cristiano, y productos de una religiosidad orientados a lo que busca este tipo de ‘público espiritual’. 

En cuanto a los libros, sigue habiendo un divorcio en nuestro mundo hispano. Mientras que en Estados Unidos, en cualquier aeropuerto los libros cristianos están al lado de los no cristianos, en nuestro contexto seguimos con una realidad dividida. Hay una serie de librerías especializadas en el campo religioso y que se venden de forma muy limitada. Además, muchos productos son traducciones de originales americanos y de muy poca calidad, muy parecidos entre sí en su temática. El mundo evangélico cada vez es más predecible. Ahora mismo todos los libros son parecidos y tratan una temática vaga de lo que es el cristiano como mensaje inspirador, pero no hay géneros ni temáticas y todo tiende a normalizarse en una uniformidad que, tristemente, creo que es la mayor enemiga de la riqueza cultural.

 

P: Entonces, ¿siguen existiendo ingenuidades a la hora de relacionarnos con la cultura?

R: En el ámbito español, al estar en una realidad europea, no se vive de forma tan dramática como en Latinoamérica, pero la migración, que ha hecho que ambas realidades se entremezclen, provoca que siga habiendo una subcultura [evangélica] dentro de la cultura. Primero porque hay megaiglesias que están apoyando el lanzamiento de este tipo de películas y grandes conciertos. Así que donde hay un potencial económico para que se mantenga, hay un interés en sustentarlo. Eso es lo que lo mantiene vive. Pero también hay una grupo de personas que no tienen ningún interés en este tipo de contenidos y productos. Conviven dos realidades, unos que están de lleno dentro de la burbuja, y otros que han salido y se han divorciado de sus inquietudes espirituales en lo que leen o escuchan. Es decir, la subcultura y la inmersión en la cultura contemporánea sin ninguna relación con la fe propia.

 

P: Muchos seguimos de cerca tu columna semanal en Protestante Digital, sobre relación entre cultura y fe. Pensando en el concepto de ‘pop-ologética’, de Ted Turnau, ¿de qué manera crees que ha entrado la cultura en la iglesia en estos diez años, y cómo la iglesia ha intervenido en la cultura de su contexto?

R: Con su término ‘pop-ologética’, Turnau abordó el problema de la abundancia de la apologética filosófica, que utiliza siempre como referentes a los grandes pensadores y las corrientes académicas que marcan la tendencia intelectual, y el descuido de la cultura popular. No había una interrelación entre la cultura popular general y el mundo de la apologética. El desafío sigue ahí. Primero, porque la llamad alta cultura siempre está destinada a un público limitado, quienes tienen formación académica, capacidad e interés. Pero lo que alcanza a la mayoría de la gente es la cultura popular, y es ahí donde está el desafío de relacionar la fe con la película, la música, los libros, las series y todo lo que conforma la cultura popular de nuestro tiempo. Al final, creo que esta opción ha ido ganando más peso en el terreno de la alta cultura, siendo objeto de atención de muchos estudios. 

La iglesia ha hecho el otro camino. Se ha acomodado a esa cultura popular y el fenómeno de las megaiglesias es simplemente la asimilación de la cultura popular en el contexto cristiano. Se podría analizar desde la escenografía, la arquitectura, que emula una sala de conciertos, y cómo el modelo tradicional de iglesia está en franca desaparición. Pero también hay asimilación en otros aspectos, en los que el ministerio cristiano ha tomado más formas de la cultura popular. Al principio de la década, aunque encontramos su origen a principios de siglo, la iglesia emergente se caracterizaba por esta renovación de formas; el predicador con vaqueros llenos de agujeros raídos y camisetas con mensajes provocativos, por ejemplo. Esto no tiene porqué ser negativo de per se. Simplemente digo que es una realidad, guste o no. 

Tenemos que ser fieles al cristianismo que encontramos en la escritura revelada de la Biblia

Ya no se va a volver atrás en el modelo tradicional de culto y predicación, aunque haya grupos que traten de mantenerlo pero, incluso los círculos conservadores, han asimilado también esta cultura popular. Muchos círculos cuyo mensaje es cercano al fundamentalismo, muy conservadores y con un discurso contracultural muy beligerante, tienen formas tomadas de la cultura popular. Lo vemos en las maneras de sus predicadores y el estilo de sus mensajes. Luego también está la agenda política que ha ido copando a todos estos sectores resistentes a la influencia de la cultura en la iglesia. Finalmente, ha sucedido una politización de estos sectores. Mucha gente joven no se imaginaría a qué se dedicaban estos sectores conservadores hace veinte años, y no era hablar de política como hacen ahora todo el tiempo. Así que han habido una serie de cambios y transformaciones muy claras, y los propios círculos son conscientes. Hay quienes están my orgullosos de estar enfrentados a las tendencias liberales y progresistas, lo que rechazan del mundo, pero luego tienen modos y maneras que son de la agenda de la sociedad de nuestro tiempo. La asimilación se da en ambos bandos, pero cuesta reconocerlo. No nos damos cuenta hasta qué punto somos un calco, una copia, y realmente mala, de lo que el mundo nos ofrece.

“No nos damos cuenta hasta qué punto somos una copia mala de lo que el mundo nos ofrece”

Fotograma de la película María Magdalena, de 2018, con Joaquin Phoenix interpretando a Jesús.

P: ¿Qué retos de futuro puede afrontar un calco, un copia mala?

R: Precisamente, ahora nos enfrentamos a si vamos a seguir siendo eso, una reproducción en uno de los ámbitos, es decir, si vamos a seguir siendo la versión cristiana del neoconservadurismo secular. Tenemos una agenda calcada, literalmente punto por punto, de lo que nos hablan movimientos sociales y partidos políticos. Y en el otro ámbito, esta completa banalización del relativismo moral, cada vez más vacía por lo políticamente correcto que se ha establecido. El auge que han tenido movimientos como el feminismo y colectivos como el LGTBI han producido que haya una limitación en la expresión, en la libertad, en la cultura popular, de manera que muchas de las cosas que se han estado haciendo hasta hace poco son ahora impensables. Por un lado estamos en una época en la que hay más libertad que nunca, pero por el otro hay unas limitaciones considerables. 

Creo que la dictadura de lo políticamente correcto tendrá que tener en algún momento los días contados. Movimientos como el feminista están en constante cambio. También, la tendencia que ha implantado el colectivo LGTBI, de presentar la homosexualidad como un elemento de ‘postureo’, en el que todo es maravilloso y los personajes son siempre positivos, está en contra de la presencia de la homosexualidad en la cultura, que siempre ha sido mucho más realista, mostrando los lados oscuros del conflicto. Esta manera rosada de entender la realidad tendrá que tener sus días contados porque la propia realidad de la vida hace que no se pueda mantener. Esto debemos observarlo a la luz de las series, porque el cuadro de maldad que se refleja en ellas es de un nivel que presupone el realismo de la vida, de tal manera que no se pueden seguir haciendo historias en el país de nunca jamás. 

El gran desafío de los cristianos es si se va a tener una fantasía cristiana propia y ajena a todo esto o si se va a enfrentar a ese realismo desde la fe. Los productos de valores y de mensaje espiritual se caracterizan por su irrealismo. Son mensajes positivos, en los que no hay elementos oscuros, los personajes de fe que se ponen como modelos no tienen sombras, son totalmente maniqueos, antes muy malos y ahora muy buenos. Creo que este tipo de planteamiento tendrá que rehacerse porque no corresponde a la realidad de la vida. Decía Francis Shaeffer que la forma de enfrentar los cambios culturales de la década de 1960, y de esta nueva sociedad en la que estamos, era con un evidente realismo y honestidad. La fe no la podemos cambiar. Toda esta tendencia de releer los textos bíblicos hacia algo que sea más abierto y de aceptación a los cambios sociales, conduciría a la irrelevancia de la fe, porque una fe adaptada a las creencias acaba dependiendo de ellas. El cristianismo liberal tiene siempre esa limitación: para qué se quiere ser cristiano realmente si se trata de aceptar lo que la gente quiere. Se acaba eliminando el mensaje cristiano porque lo único que hace es complicar la vida. 

Tenemos que ser fieles al cristianismo que encontramos en la escritura revelada de la Biblia, pero debemos hacerlo con la honestidad que muchas veces nos falta en la vida. Debemos reconocer la realidad de un mundo caído, nuestro propio pecado y la contradicción en la que vivimos, pero la enorme esperanza y lo increíblemente liberador que es el mensaje que viene, no de los valores cristianos, sino de la vida de Jesús. Esto es el evangelio y el mensaje que el mundo necesita que le comuniquemos. Lo demás, finalmente, será irrelevante.

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