Qué hacen con nuestros ancianos
Al traspasar la puerta alzó el brazo para mí en señal de último adiós; le levanté el mío.
19 DE AGOSTO DE 2021 · 22:05
Una turba de sanitarios se presentó a media noche en aquella habitación que yo compartía con un anciano de 74 años, armados con jeringuillas y tijeras.
Desperté sobresaltado presenciando una escena llevada en cómplice silencio por ocho sujetos enfundados en batas de diferentes colores, hombres y mujeres.
La pesada bombona de oxígeno cayó al suelo ante el susto de todos; los sueros de aquí para allá; el respirador de última generación que no dejaba de soplar; la pesada cama ascendida a la altura de una camilla para arrastrar con sábanas el pesado cuerpo senil pero vivo.
Caras de camilleros muy serios, seres hieráticos esperando como sabuesos en la puerta recibir la orden definitiva de llevarse aquel cuerpo vivo donde dictase la doctora de turno.
Quizá si le hubieran dejado dar unos pasitos, quizá si le hubieran dado algo sólido de comer, quizá si le hubieran puesto cortisona, quizá si le hubieran escuchado, quizá si se hubiera podido acercar algún conocido… pero lo único que hicieron fue dejar un gran letrero en el cabezal de su cama a modo de INRI que decía FAMIS (dieta absoluta).
De mi corazón salió una exclamación desesperada de media noche “pero… dónde se lo llevan? ¿Qué van a hacer con él…?”
Una sombra me fue devuelta como respuesta, aquella era la hora de las tinieblas, sabía que la luz se había ausentado de aquel lugar y el silencio cómplice era criminal.
Al traspasar la puerta alzó el brazo para mí en señal de último adiós; le levanté el mío.
Dormí como un niño desconsolado el resto de la noche recordando las últimas palabras del anciano, que fue desgranando su vida a mis oídos, glorias, pecados, frustraciones… se estaba despidiendo y me hizo depositario de toda la honestidad de su vida.
¡Qué perfectos son los hijos de Dios!, era lo único que se me pasaba por la cabeza.
A la mañana siguiente, las frías auxiliares, enfermeras y personal de limpieza entregaron al olvido aquel suceso nocturno dejando un escenario bien esterilizado, limpio de sangre derramada.
― ¿Qué le pasó a Juan Antonio? ¿Dónde lo llevaron?
― Estaba flojito y se llevó a la UCI.
La medicina había dictaminado que 92 era un grado muy bajo de saturación como para seguir viviendo.
¿Qué necesidad teníamos de una ley de eutanasia si a los efectos funciona tan bien la ley no escrita de la eugenesia consensuada por todos nosotros?
Aquello fue una hora de tinieblas que emulaba aquella otra noche de Getsemaní, protagonizada por el Salvador de Juan Antonio.
Pura realidad, suceso que será sabido, pero que no quedará impune en la noche de los tiempos.
¿Pero y ahora? ¿Dejaremos también a nuestros niños, ante la nueva cepa que les amenaza, en manos de los expertos? ¿Esta vez tampoco iremos a Jesús con fe?
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