Huestes de la fe

Un cuento de Antonio Cárdenas.

21 DE OCTUBRE DE 2016 · 07:20

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Agazapado tras el púlpito, el francopredicador abatió tres inconversos. Las víctimas fueron atendidas al instante por el SAMUR discipular. Los “caras nuevas”, visitantes y simpatizantes asistentes al acto, fueron adoctrinados y conducidos a un laberinto soterrado del que todavía están buscando la salida.

Los creyentes salieron de la iglesia-cuartel cantando himnos, desfilando firmes-y-adelante pertrechados con la armadura de la fe. Había que reconvertir el mundo. Incluso los niños fieles se sumaron a la artillería, infantería y caballería. Los himnos bélicos que entonaban a su paso por las calles hicieron que las gentes se recluyeran asustadas en sus casas.

Las biblias e himnarios de tapa dura se convirtieron en objetos arrojadizos que lanzaban con hondas desde las azoteas contra los incrédulos. Se creó un campo de concentración donde recluyeron a todos los que dudaban, sometiéndoles a severas privaciones hasta hacerles dudar de la duda.

Desde los aviones se lanzaron tratados adoctrinadores en zonas de incredulidad masiva. Se pretendía combatir de modo quirúrgico el germen del ateísmo.

Por fin se impuso a la fuerza el imperio de la fe. Todo el mundo se hizo misionero, toda la población se consagró al culto, todos se dedicaron a tiempo completo a funciones eclesiales. Lástima que aquello no pudo durar mucho tiempo, porque pronto les entró hambre y tuvieron que ponerse a trabajar.

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