La Biblia y la antigüedad del mundo

El texto bíblico de la creación admite una interpretación que coincide con la ciencia en cuanto a la gran antigüedad del universo y la Tierra.

19 DE MARZO DE 2023 · 09:00

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Imagen de NASA, Unsplash.

El asunto de la edad de la Tierra y del universo ha venido dividiendo las opiniones de los cristianos desde hace bastante tiempo. De manera especial, desde el surgimiento del movimiento del creacionismo de la Tierra joven (CTJ), en los Estados Unidos, a principios del pasado siglo XX. Muchos creyentes piensan que el relato bíblico de la creación debe ser interpretado literalmente y que, por tanto, los días de Génesis tienen que entenderse necesariamente de 24 horas y la Tierra, así como el cosmos, no pueden superar los diez o veinte mil años de antigüedad. Frente a éstos, otros muchos cristianos aceptan las conclusiones de la ciencia actual (la Tierra tendría unos 4.600 millones de años y el universo unos 13 800) y no ven incompatibilidad entre el relato bíblico y lo que afirman las ciencias experimentales. 

Es posible que detrás de este enfrentamiento radical haya convicciones -sobre todo entre los defensores del CTJ- que no sean evidentes por sí mismas. Por ejemplo, algunos piensan que si el mundo tiene tantos millones de años de antigüedad, entonces existe el peligro de que los planteamientos naturalistas de la teoría de la evolución sean ciertos y la propia existencia de Dios resulte innecesaria ya que la naturaleza se habría creado a sí misma sin ninguna intervención sobrenatural. Además, muchos creen que la única hermenéutica o interpretación bíblica posible del texto de Génesis es aquella que concibe los días de la creación como períodos consecutivos de 24 horas. 

Dos revelaciones: la Biblia y la Naturaleza

Todos los cristianos solemos aceptar la doble revelación de Dios, es decir que su voluntad y esencia se manifiestan en las Sagradas Escrituras y también en el mundo natural. El apóstol Pablo afirma que lo invisible del Altísimo se hace claramente visible por medio de las cosas naturales hechas (Ro. 1:20), defendiendo así la realidad de la revelación natural. Teóricamente no debería haber desacuerdo entre ambas revelaciones ya que las dos apuntan hacia el mismo hecho, la existencia del Dios creador. Sin embargo, las discrepancias surgen cuando se asume que la revelación natural o el estudio científico del mundo debe supeditarse siempre a la revelación bíblica porque ésta es la fuente de información suprema sobre todos los temas, sean teológicos, espirituales, históricos o científicos. Resulta entonces que a la ciencia humana se la limita o condiciona, colocándole el molde de una determinada interpretación de la Escritura. 

Por ejemplo, si la ciencia ha descubierto que los árboles más antiguos que todavía siguen vivos datan de hace unos 12.000 años; que la más vieja cerámica encontrada por los arqueólogos tiene unos 20.000 años de antigüedad; que los depósitos de limo del lago Suigetsu en Japón se formaron hace más de 50.000 años; que los núcleos helados de algunos glaciares tienen más de 800.000 años o que la luz que nos viene de lejanas galaxias ha tenido que viajar por el espacio durante miles de millones de años, todo esto habría que negarlo y decir que los métodos de datación empleados deben ser erróneos, porque la Biblia afirma supuestamente que el mundo fue creado hace sólo unos diez mil años. Este es el principal motivo por el que la gran mayoría de los científicos rechaza el creacionismo de la Tierra joven y, al revés, por qué quienes creen en él desconfían en general de la ciencia. Unos ponen toda su confianza en la investigación científica, mientras los otros la ponen en una interpretación literal de la Biblia. Ahora bien, ¿son suficientemente sólidos estos argumentos bíblicos acerca de la antigüedad del mundo?

La estabilidad de las leyes naturales

Hay textos en la propia Escritura que parecen indicar que las leyes físicas no suelen cambiar porque fueron establecidas definitivamente por el Padre de las luces, “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). En el primer capítulo de Génesis, se afirma que Dios creó los cielos y la tierra al principio y que, sin embargo, a pesar de que el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas, la tierra estaba desordenada, vacía y envuelta en tinieblas. Esta elegante descripción de los orígenes permite pensar en un lento proceso de transformación, después del acto creador, en el que ya actuaban leyes físicas como la gravedad y otras que permitían la formación de los elementos químicos en el interior de las estrellas. 

De la misma manera, cuando se habla de la creación de la luz, puede entenderse que todas las características propias de esta radiación fundamental ya empezaron a actuar en el universo primigenio y su extraordinaria velocidad de unos 300.000 km/seg se inició de una vez por todas. Se puede especular sobre si tal velocidad pudo o no haber variado en el pasado pero esto es algo absolutamente indemostrable. La frase posterior de Génesis 1:16 correspondiente al día cuarto del relato: “E hizo Dios las dos grandes lumbreras”, en referencia al Sol y la Luna, lleva el verbo hebreo asá[1] (עָשָׂה). Aunque generalmente este término suele traducirse por “crear” o “hacer”, posee en realidad más de noventa acepciones diferentes, entre las que se encuentran también los verbos: abrir, mostrar, ofrecer y presentar. Por tanto, la idea que puede transmitir este versículo no es la de la creación original de estas lumbreras como fuentes de luz -algo que ya debió ocurrir el primer día- sino la de mostrar o presentar por primera vez su iluminación en la superficie de la Tierra. Es como si se hubieran abierto las cortinas de la oscuridad que envolvía el planeta para que la luz solar creada el primer día pudiera iluminar a los seres terrestres[2]. Actualmente la ciencia cree que, hace entre 3.800 y 3.500 millones de años, la espesa y oscura atmósfera terrestre se volvió translúcida a la luz solar.

También en el Antiguo Testamento se indica que Dios ha hecho las leyes del cielo y la tierra de manera estable y que, igual que éstas no cambian, tampoco Dios lo hace pues su carácter es inmutable (Jer. 33:25). El apóstol Pablo reconoce asimismo que toda la creación sufre “la esclavitud de corrupción” y que hasta ahora está “con dolores de parto” (Ro. 8:19-23), refiriéndose a lo que en física se conoce como la entropía o el grado de desorden de la segunda ley de la termodinámica, que sigue siendo constante en el cosmos hasta que los planes divinos se cumplan definitivamente. De la misma manera, el salmista indica que aunque los cambios sociales y las crisis políticas pongan en peligro la existencia humana, Dios continúa siendo nuestro amparo y fortaleza porque es estable y nada lo puede conmocionar (Sal. 46). Por tanto, según la Biblia, las leyes físicas que imperan en la naturaleza, y que fueron establecidas al principio por el Creador, no pueden ser alteradas.

Sin embargo, esto supone un serio problema para el CTJ ya que sus planteamientos exegéticos requieren que las leyes de la física hayan tenido que cambiar radicalmente en un breve período de tiempo. En efecto, si con la caída de Adán y Eva o el posterior Diluvio de Noé las constantes físicas del universo y de la actividad geológica terrestre fueron modificadas bruscamente en unos pocos años, las evidencias de tan enormes cambios se deberían poder detectar en la naturaleza actual. Sin embargo, ni la astronomía ni la geología han descubierto indicios de que las leyes físicas del cosmos hayan cambiado significativamente en el pasado reciente. Por tanto, apelar a la posibilidad de que Dios hubiera podido alterar la física en ese tiempo -como sugieren algunos partidarios del CTJ- no parece una respuesta muy convincente ya que no hay pruebas de ello. Tanto la revelación bíblica como la que ofrece el gran libro de la naturaleza apuntan en la dirección de que las leyes naturales han permanecido inalterables a lo largo de la historia del universo. Y, si esto ha sido así, entonces el cosmos y la Tierra deben tener mucho más que unos pocos miles de años.

Al interpretar literalmente el relato de Génesis uno, el CTJ afirma que la Tierra fue creada tres días antes que el Sol, la Luna y las estrellas. No obstante, el mismo texto dice que los vegetales proliferaron el tercer día, mientras que las grandes lumbreras aparecieron el cuarto día. Precisamente esto se usa como argumento contra el creacionismo de la Tierra vieja (CTV), en el sentido de que las plantas podrían haber estado 24 horas sin luz solar pero no un largo período de tiempo de millones de años. 

El problema de este razonamiento es que olvida que aquí hay muchísimas más cosas implicadas. Los vegetales no sólo requieren la luz y el calor solar para prosperar sino también todo aquello que Dios estableció durante los tres primeros días creacionales. Es decir, un planeta estable que no fuera hostil a la vida (o “desordenado, vacío y en tinieblas”); una fuerza gravitatoria dependiente del Sol, la Luna y las estrellas; una radiación electromagnética adecuada; una traslación, rotación, atmósfera, océanos, continentes, ciclo del agua, etc., etc. Una Tierra sin Sol, ni Luna, ni los demás planetas del sistema solar, habría carecido de todo esto y sufrido catástrofes irreparables que habrían terminado con cualquier rastro de vida vegetal, debido a las terribles perturbaciones gravitatorias. Por tanto, para que se diera la vida vegetal todas estas condiciones físicas tenían que estar ya en perfecto funcionamiento y esto no pudo ocurrir en tan solo 72 horas.

¿Cuánto dura un día?

Según puede leerse en el libro de Levítico (23:32), los antiguos hebreos contaban los días de tarde a tarde. Es decir, el día comenzaba en el ocaso con la puesta del sol y transcurría hasta el ocaso siguiente, a diferencia de nosotros hoy que empleamos el calendario gregoriano y contamos los días de medianoche a medianoche. Esto puede ponernos sobre aviso acerca de la inusual expresión del Génesis: “y fue la tarde y la mañana”. ¿Por qué no se cuenta de tarde a tarde como era habitual y vemos en Levítico? ¿Será quizás porque esta repetición es única y pretende reflejar períodos de tiempo superiores a los días de 24 horas? De hecho, la frase “y fue la tarde y la mañana” no abarca un día completo de veinticuatro horas, sino solamente desde el atardecer hasta la mañana siguiente. Esta misma frase se usa también en Daniel (8:14) para referirse a días proféticos extensos. Por tanto, tal expresión podría entenderse también como una figura retórica que indica el comienzo y el final de un período de tiempo definido. 

La palabra hebrea usada para referirse a los días de la creación es yôm (יום) y posee al menos tres significados diferentes. En la Biblia, unas veces se usa para referirse a las horas de luz del día (Gn. 1:3-5), otras para un día cualquiera de 24 horas del calendario (Gn. 1:14) y en otras ocasiones se refiere también a un período de tiempo completo que comprende toda la actividad creativa de Dios (Gn. 2:4). Es por tanto un término al que se le pueden dar varias interpretaciones. Por otro lado, al referirse al día de descanso -el séptimo- no se menciona la frase “y fue la tarde y la mañana”. ¿Acaso no fueron todos los días de 24 horas? Según Hebreos 4, sabemos que el día del descanso de Dios todavía continúa hoy y por tanto somos invitados a entrar en este descanso divino, arrepintiéndonos, volviéndonos a Él, obedeciéndole y poniendo en práctica las buenas obras del Altísimo. De la misma manera, en Levítico 25:2-5, se dice que a las tierras agrícolas también se las tiene que dejar descansar un sábado, sólo que ese sábado debe durar un año. Todo esto significa que la palabra bíblica “día” (yôm) puede significar en ocasiones un día profético, un tiempo futuro significativo como “el día del Señor” (Joel 2:31; 2 Pedro 3:10), mil años consecutivos (Sal. 90:4; 2 Pedro 3:8) o todo el tiempo durante el que Dios creó el mundo (Gn. 2:4). 

Al observar las actividades y acontecimientos ocurridos en cada día de la semana creacional, según se expresan en el relato bíblico, se aprecia también que unos días tuvieron que ser más largos que otros y esto no le pudo pasar desapercibido al redactor humano. Por ejemplo, durante el tercer día, Dios no sólo separó los océanos de los continentes sino que también creó los vegetales desde las pequeñas hierbas hasta los grandes árboles capaces de dar semillas para su reproducción. Todos estos procesos naturales geológicos y biológicos, como que las semillas se convirtieran en árboles, requieren como mínimo muchos meses o años para llevarse a cabo y no es lógico pensar que se hubieran producido de la noche a la mañana.

También el sexto día parece demasiado recargado de actividades como para haberse podido desarrollar en sólo 24 horas. En efecto, el relato de Génesis uno afirma que Dios creó los miles de animales terrestres y al hombre del polvo de la tierra. En Génesis dos, se amplían las acciones de este día y se dice que además plantó un jardín -lo cual requiere un cierto tiempo- y que Adán puso nombre a los miles y miles de animales antes de que Eva fuera creada. Es muy poco probable que todo esto hubiera ocurrido en un solo día literal y el redactor inspirado debió ser perfectamente consciente de ello. Durante el transcurso de tales acontecimientos del día sexto, Adán pudo ver la diferencia que había entre el mundo exterior al Edén y el mundo interior, así como las características naturales de los animales y plantas que le rodeaban, y sobre todo descubrió su propia soledad y su necesidad de pareja humana. 

Finalmente, un último dato curioso en relación a la duración de los días de Génesis, es el que aportó el físico judío Gerald Schroeder, en su libro The Science of God: The Convergence of Scientific and Biblical Wisdom, publicado en 1997. En dicho texto, afirma que el universo tiene unos 15.000 millones de años de antigüedad “desde nuestra perspectiva actual que mira hacia el pasado remoto”, pero solo seis días literales “desde la perspectiva de Dios mirando hacia el futuro”. Como el universo se está expandiendo, el espacio y el tiempo también lo hacen y al mirar hacia atrás entendemos que han transcurrido todos esos años. Sin embargo, durante la creación, el espacio y el tiempo estaban todavía muy reducidos y podían comprimirse en una sola semana literal. Por tanto, Biblia y ciencia estarían en lo correcto[3]. Se trata de una opinión sugerente.

En resumen, a mi modo de ver el texto bíblico de la creación admite una interpretación que coincide con la ciencia en cuanto a la gran antigüedad del universo y la Tierra. Cada pasaje bíblico debe entenderse de manera literal y coherente, pero tanto de forma interna como externa. La revelación de la Biblia tiene que equilibrarse con la revelación natural porque ambas proceden de Dios y, por tanto, los cristianos podemos estar seguros de que el Creador, que lo hizo todo con sabiduría infinita, desea que le descubramos y conozcamos a través de su Palabra y también de su creación.

 

Notas

[1] Ver aquí.

[2] Ver la explicación que aporta el Dr. Hugh Ross en su libro A Matter of Days, rtb press, Covina, CA, (2015) p. 70.

[3] Geisler, N. L., 2022, El Gran Libro de la Apologética Cristiana, Monsgo, Florence, SC, p. 285.

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