Dios, ecología y machismo

La idea de un Dios que somete la tierra y a los mortales subyace en el inconsciente colectivo de Occidente y provoca que el ser humano se sitúe frente al mundo como señor y dominador absoluto.

21 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 10:00

Esqueleto de Tyrannosaurio rex expuesto en el American Museum of Natural History de Nueva York.,
Esqueleto de Tyrannosaurio rex expuesto en el American Museum of Natural History de Nueva York.

Según la cronología estándar, hace unos 65 millones de años desapareció súbitamente de la Tierra el último dinosaurio, como consecuencia de una magna catástrofe astronómica. Un enorme meteorito se estrelló en la actual península mexicana del Yucatán, exterminando para siempre a estos singulares reptiles y a buena parte de la fauna y flora existentes en aquel momento. Se cree que semejante cataclismo habría provocado gigantescos tsunamis, incendios forestales y envuelto toda la superficie del planeta en una atmósfera tóxica perjudicial para la respiración de muchos organismos. Las extinciones en masa pudieron deberse tanto al calor del impacto como al enfriamiento global ya que los materiales desprendidos ocultaron la luz solar, así como la radiación térmica, durante bastante tiempo. Todo esto habría ocurrido hacia finales del período Mesozoico, conocido generalmente como la era de los reptiles. Sin embargo, la extinción de los dinosaurios no fue la única catástrofe planetaria del pasado. La geología actualista cree que, durante los 400 millones de años anteriores, se produjeron por lo menos cuatro cataclismos más de considerable envergadura y algunos otros episodios menores que, de alguna manera, determinaron el curso de la vida en la Tierra.[1]

También la Biblia pone en boca de Dios estas palabras: “Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” (Gn. 6:7). Al margen de polémicas cronológicas y de la relevancia de la catástrofe del Diluvio relatada en la Biblia, la cuestión que ahora nos interesa es, ¿estamos asistiendo actualmente a una nueva extinción de especies? A principios del siglo XXI, el biólogo de Harvard, Edward O. Wilson, escribió: “Ha comenzado ahora otra catástrofe, la sexta, ocasionada esta vez por la actividad humana. Aunque no proviene de violentos sucesos cósmicos, puede ser tan mortífera como las anteriores. Según estimaciones realizadas por un grupo de especialistas en 2004, a mitad del presente siglo solo los cambios climáticos -si no se lucha por evitarlos- podrían ser la principal causa de la extinción del 25% de las especies vegetales y animales.”[2]

El término antropoceno ya ha sido designado para referirse a la era geológica en la que el ser humano se ha convertido en la principal fuerza de transformación de la biosfera a escala planetaria[3]. Desde hace unos diez mil años, el hombre ha venido alterando y contaminando -en mayor o menor medida- la creación; desde luego, siempre y en todas las culturas, con arreglo a sus posibilidades técnicas momentáneas. Esta actitud poco respetuosa con los ecosistemas ha demostrado sobradamente que todas las civilizaciones se desmoronan tarde o temprano cuando el medio ambiente que las rodea se degrada. Hoy, fenómenos como la pérdida de diversidad o el cambio climático, generados por un paradigma tecnocrático y un antropocentrismo equivocados, nos están conduciendo a esta sexta catástrofe global. Y, lo más injusto de todo, es que las personas menos contaminantes de los países poco industrializados son las que se llevan la peor parte de las consecuencias climáticas adversas. Existe una relación íntima entre la fragilidad del planeta y los pobres de este mundo. Por eso, actualmente resulta imposible hablar de ecología o de crisis climática sin hacerlo también de justicia social porque, en realidad, sólo hay una sola y compleja crisis socioambiental provocada por el propio ser humano. ¿Por qué se ha llegado a esta situación?

El conocido teólogo protestante alemán, Jürgen Moltmann, respondía así a esta cuestión hace ya una treintena de años: “La razón más profunda tal vez haya que buscarla en la religión del hombre moderno. Se suele hacer responsable a la religión judeocristiana de la apropiación de la naturaleza por parte de los hombres y de la desmesura de su voluntad de poder. A pesar de que el hombre moderno medio no se considera especialmente creyente, sin embargo, ha hecho todo lo posible por cumplir el precepto divino referente a su destino: ‘Creced y multiplicaos, llenad la tierra y dominadla’. Y lo han cumplido con creces. Ese precepto y esa imagen del hombre tienen más de 3.000 años; sin embargo, la moderna cultura de la conquista y la expansión no surgió en Europa hasta hace 400 años. Las razones, por tanto, tienen que ser otras y, a mi entender, radican en la imagen de Dios del hombre moderno.”[4] ¿Cuál es esa imagen de Dios que se tiene hoy y que, según Moltmann, sería la responsable de la actual crisis medioambiental?

Durante la época del Renacimiento se impuso en Europa occidental la idea de que Dios era como un rey absolutista. Unilateralmente todopoderoso y omnipotente, en el sentido de que podía hacer con el mundo lo que quisiera, tal como hacían los reyes humanos con sus territorios. Mientras que el cosmos se entendía sólo como un objeto pasivo de su señorío. Sin embargo, esta imagen de la divinidad fue cambiando poco a poco hasta relegar a Dios al más allá o a la esfera de la trascendencia. Mientras que la Tierra pertenecía al ámbito material de la inmanencia y, por tanto, podía ser manipulada sin dar demasiadas explicaciones. Se forjó así la imagen errónea de un mundo sin Dios y de un Dios sin el mundo. Un universo que ya no era misterioso, ni tampoco el producto de un magno milagro, puesto que había perdido su antiguo carácter de creación divina. El concepto de creación se degradó y se convirtió poco a poco en naturaleza. Pero una naturaleza capaz de crearse y transformarse a sí misma sin necesidad de ninguna intervención divina. A semejante desdivinización de la naturaleza contribuyeron, entre otras ideologías, el naturalismo y el mecanicismo científico-técnico.

Esta imagen distorsionada de Dios, propia de la modernidad y opuesta a la revelación bíblica, es uno de los ingredientes responsables de la actual crisis ecológica. La idea de un Dios que somete la tierra y a los mortales subyace en el inconsciente colectivo de Occidente y provoca que el ser humano se sitúe frente al mundo como señor y dominador absoluto. Curiosamente, el hombre no desea parecerse a Dios en otros de sus atributos, tales como el amor, la misericordia, la bondad, la verdad o la paciencia sino que solo anhela poder y dominio pleno. Por si esto fuera poco, el anhelo de poder ha venido siendo algo más propio de varones que de mujeres. Es significativo que incluso en el lenguaje se equipare la “naturaleza” a la “mujer”. Como escribe Moltmann: “Las riquezas del suelo se ‘disfrutan’, las montañas se ‘conquistan’, las corrientes de agua se ‘someten’, en la selva ‘virgen’ se ‘penetra’, la tierra sin dueño puede uno ‘hacerla suya’, al ‘seno de la naturaleza’ se le arrancan sus secretos, etc. Éste es el lenguaje de la opresión (violación) masculina”.[5]

Tal masculinización exacerbada de la conquista de la creación, basada en una distorsión de la imagen del Creador, nos ha conducido al presente momento crítico de la historia de la Tierra. La falsa concepción de Dios que se hizo el hombre moderno ha provocando que más de 150 especies biológicas se extingan cada día[6]; la actual escasez de agua potable que afecta a más de 2.800 millones de personas en todos los continentes[7]; el calentamiento global; la desertificación de vastas áreas del planeta; la contaminación del aire; el envenenamiento del suelo y, entre otros males, la violencia en las relaciones sexuales, sociales y las guerras entre los pueblos que, además de matar personas, devastan también la naturaleza. Hoy nos encontramos ante un auténtico dilema ético en relación a nuestro futuro: o nos unimos todos los pueblos para cuidarnos unos a otros y proteger la Tierra, según el espíritu del Evangelio; o cerramos los ojos y nos abocamos a nuestra propia destrucción y a la de las demás especies.

Hace casi 30 años, unos 1.600 científicos entre los que había 102 Premios Nobel de 70 países, manifestaron en la Cumbre de la Tierra (Eco-92), de Río de Janeiro, que urgían cambios fundamentales si se quería evitar una colisión de la ecología global. Aquellas declaraciones fueron como una voz en el desierto y quedaron prácticamente en papel mojado. ¿Ocurrirá lo mismo con la actual Cumbre del Clima 2021 (COP 26) de Glasgow? Para que no sea así tiene que cambiar primero el corazón del hombre y la equivocada imagen que tiene de Dios.

 

Notas

[1] Ver aquí.

[2] Wilson, E. O. 2006, La Creación. Salvemos la vida en la Tierra, Katz, Buenos Aires, p. 112-113.

[3] Crutzen, P. J. 2002, “Geology of Mankind”, Nature, 415, p. 23.

[4] Moltmann, J. 1992, La justicia crea futuro, Sal Terrae, Santander, pp. 80-81.

[5] Ibid., p. 82.

[6] Ver aquí.

[7] Ver aquí.

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