Si Dios es bueno, ¿por qué mandó matar a tantos inocentes en el Antiguo Testamento?

La Biblia relata la destrucción de la cultura cananea como consecuencia del juicio divino a causa de su abominable maldad.

05 DE DICIEMBRE DE 2020 · 21:00

Estatua que representa al profeta Elías contra los sacerdotes de Baal (junto al Monasterio carmelita conocido como “Sacrificio de Elías”, situado a 30 Km. de Haifa, Israel).,
Estatua que representa al profeta Elías contra los sacerdotes de Baal (junto al Monasterio carmelita conocido como “Sacrificio de Elías”, situado a 30 Km. de Haifa, Israel).

Ciertamente el Antiguo Testamento relata acontecimientos violentos ordenados por Dios que escandalizan al hombre moderno, sobre todo a quienes no creen en su existencia y, por tanto, no aceptan su soberanía universal. Pero también a los propios creyentes que no aciertan a comprender por qué un Dios misericordioso pudo ordenar supuestamente la desaparición de pueblos enteros.

Se trata de pasajes como el siguiente, referido a la destrucción de los cananeos y otros grupos: “Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado; para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios” (Dt. 20:16-18).

Algunos creen que la Biblia es más violenta incluso que el Corán, mientras otros, como el biólogo ateo Richard Dawkins, acusan a Dios de ser una especie de monstruo malévolo: “El Dios del Antiguo Testamento -escribe en El espejismo de Dios- es posiblemente el personaje más molesto de toda la ficción: celoso y orgulloso de serlo; un mezquino, injusto e implacable monstruo; un ser vengativo, sediento de sangre y limpiador étnico; un misógino, homófobo, racista, infanticida. Genocida, filicida, pestilente, megalómano, sadomasoquista; un matón caprichosamente malévolo”.[1] ¿Tiene razón Dawkins? ¿Es el Dios de la Biblia un genocida que ordena limpiezas étnicas? ¿Acaso fueron exterminados por completo los cananeos?

El libro de Josué dice que éste, por orden divina, conquistó y mató a “todo lo que tenía vida” de las montañas del Neguev (Jos. 10:40). Sin embargo, poco tiempo después, cuando los israelitas empezaron a ocupar la tierra de Canaán recién conquistada, se afirma que “cuando Israel se sintió fuerte hizo al cananeo tributario, mas no lo arrojó” (Jue. 1:28). ¿Cómo hubieran podido los hebreos someter a los cananeos y obligarles a pagar tributos, si éstos habían sido exterminados varios años antes? Es evidente que la conquista de la tierra de Canaán, llevada a cabo por los hebreos dirigidos por Josué, no supuso la aniquilación total de su población. La expresión “matar todo lo que tenía vida” es sólo una forma exagerada de hablar o una hipérbole habitual en aquel contexto para decir que la victoria había sido general.[2] Probablemente muchos cananeos salvaron su vida huyendo a las montañas y regresando después de que el ejército de Josué se fuera a pelear otras batallas más al norte.[3]

La arqueología ha confirmado que en la Edad del Bronce, que era la época de Josué, las ciudades cananeas estaban constituidas por fortines militares donde vivían mayoritariamente soldados.[4] El resto de la población se dedicaba sobre todo a la agricultura y habitaba en las áreas circundantes a dichos fortines. Los más grandes podían albergar algunos centenares de soldados, por lo que la orden de matar a todos los habitantes de tales ciudades se refería a los militares y no a los civiles. Como decimos, éstos hubieran podido escapar pronto a las montañas.

Por otro lado, cuando se dice que el Dios del Antiguo Testamento es racista o que ciertos textos son xenófobos, se olvida por completo que la Biblia desconoce los prejuicios raciales. Los pueblos semitas tienen un origen común. El Pentateuco afirma que todos los seres humanos son descendientes de Adán y Eva, quienes fueron creados por Dios a su imagen y semejanza. No hay lugar aquí para ninguna forma de racismo. En la lista genealógica de Génesis 10 se menciona el origen de los diferentes pueblos y etnias, no sólo de los hebreos. Lo cual demuestra la importancia que la Escritura le concede a todos los grupos humanos. Abraham es elegido por Dios para ser de bendición a “todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). Y, si en algún momento, alguien se vuelve racista, como ocurrió en el caso del profeta Jonás al negarse a predicarles a los ninivitas, pueblo enemigo de Israel, Dios le amonestará firmemente.

La singular salida del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto no fue sólo de los hebreos sino también “de una grande multitud de toda clase de gentes” pertenecientes a otras etnias (Ex. 12:38). La propia esposa de Moisés era una cusita de piel oscura (hoy diríamos, somalí) (Nm. 12:1). Rahab fue asimismo una mujer cananea aceptada como miembro de pleno derecho por el pueblo de Israel (Jos. 6:23). Los extranjeros en general fueron siempre considerados y protegidos por las leyes hebreas (Lv. 19:34). Por tanto, acusar de racismo al Dios que se revela en la Biblia o a la propia Escritura es poco razonable y no corresponde a la realidad.

En cuanto a la titularidad de ciertas tierras de Canaán, conviene recordar que los antepasados de los israelitas (como Abraham, Isaac y Jacob) habían vivido durante más de dos siglos en territorio cananeo. En ese tiempo habían adquirido legalmente buena parte de aquellas tierras e incluso habían enterrado en ellas a sus seres queridos (Gn. 23:16-20; 25:7-11; 33:18-20; 50:12-14). Al salir los hebreos de Egipto y deambular durante 40 años por el desierto, se dirigieron finalmente a Canaán porque allí tenían derechos sobre las propiedades de sus antepasados y sobre todo porque, desde la perspectiva bíblica, la conquista de Canaán no se considera como la usurpación de una tierra ajena sino como la toma de posesión de algo que les pertenecía porque Dios así se lo había prometido en diversas ocasiones (Gn. 12:1-9; 15:7; 17:8; 26:3; 28:13; Jos. 2:9-10; 9:24).

Otro dato que, a veces se pasa por alto, es que la conquista del territorio de Canaán por parte de Israel fue, entre otras cosas, un acto de legítima defensa.[5] Cuando los israelitas se aproximaban a Canaán, después de su largo éxodo desde el país del Nilo, diversos pueblos cananeos los atacaron sucesivamente sin piedad (Ex. 17:8-16; Nm. 21:1-3, 21-26; 33-35; 22-24; Dt.2:26-37; 3:1-22; Jos. 10 y 11). Israel tuvo que defenderse de tales ataques para no perecer y desaparecer como pueblo. Sin embargo, a excepción de Canaán, cuya conquista Dios permitió debido a su inmoralidad, paganismo y estilo de vida licencioso (“la maldad del amorreo había llegado a su colmo”, Gn. 15:16), a Israel se le prohibió ocupar la tierra de otras naciones vecinas como Moab, Amón y Edom, ya que tales pueblos eran los propietarios legítimos de sus tierras (Dt. 2:2-6, 9, 19).

La guerra en el mundo bíblico es también un drama humano que puede expresar el combate espiritual entre Dios y las fuerzas del mal. Yahvé lucha contra el pecado y contra quienes lo propagan. Por eso, cuando el pueblo elegido le da la espalda a su Dios y empieza a adorar a dioses ajenos, Yahvé no duda ni un instante y lo combate igual que a los enemigos de Israel. Los dioses paganos de los pueblos que rodeaban al pueblo elegido eran fundamentalmente guerreros. Sus luchas divinas se concebían como el origen de las guerras humanas. Cada país o ciudad tenía su propia divinidad que les protegía aparentemente de los demás dioses de sus enemigos. Es en este contexto donde hay que entender las guerras antiguas de Israel.

No obstante, lo que no aparece jamás en la Biblia es el concepto de “guerra santa” o guerra de religión. El deber de propagar la fe por medio de las armas. El pueblo hebreo, a diferencia de otras culturas de la antigüedad, combate por su existencia, no por su fe o su religión. Según tal concepción, era Yahvé quien peleaba por su pueblo y no al revés. Dios no tiene más remedio que presentarse ante el ser humano a través de lo que éste es realmente. Se muestra así porque el hombre era así. Tal es el precio que hubo que pagar para que la humanidad empezara a ser transformada. Dios tiene que rebajarse hasta la estatura mental y moral del ser humano de aquella época para poder manifestarle su plan de la salvación. A los ojos del hombre del Antiguo Testamento, Dios no es violento a pesar de actuar así, porque no quebranta su alianza. Pero aquel tiempo ya pasó junto con la ley del talión y el Nuevo Testamento nos muestra que la verdadera naturaleza del Padre no es, ni mucho menos, la del Jehová de los ejércitos, sino la que nos ofrece Jesucristo.

La Biblia relata la destrucción de la cultura cananea como consecuencia del juicio divino a causa de su abominable maldad (Gn. 15:16; Ex. 34:15-16; Lv. 18:25; Dt. 9:5; 20:18). No hay motivaciones racistas sino morales y religiosas. Si el pueblo de Israel tenía que ser luz a todas las naciones, no tenía más remedio que apartarse de la cultura pagana de Canaán. El problema consistía en que aquella era precisamente la Tierra Prometida por Dios a Abraham y a su descendencia (Gn. 26:3). ¿Por qué resultaba tan perniciosa para Israel la religión cananea? Los dioses de esta mitología presentaban características inmorales intolerables para la religión de Yahvé. Eran perversos, mentirosos, promiscuos, violentos, desleales, maquinadores, incestuosos, adúlteros, veían bien la bestialidad, la pederastia y aceptaban la prostitución religiosa, la magia, la adivinación, así como el abominable sacrificio de niños (Dt. 18:9-14). Los cananeos pudientes, en vez de sacrificar a sus propios hijos al dios Moloc, compraban niños de las familias más pobres para hacerlo y así obtener sus supuestas bendiciones.

La corrupción moral había llegado a tal extremo en aquella cultura que Dios decidió acabar con ella, igual que ocurrió en tiempos de Noé con el diluvio (Gn. 6) o en Sodoma y Gomorra en la época de Abraham (Gn. 18 y 19). Dios no tolera la maldad y juzga al ser humano, sea de la cultura que sea, incluso a Israel cuando éste va en pos de dioses ajenos. Lo cual indica también que Yahvé no es racista, ni arbitrario, ni está movido por una ira ciega o sin sentido. De manera que la Biblia justifica la destrucción del mundo cananeo en base a su perversión moral y espiritual. La conquista de Canaán por los israelitas, así como el diluvio y el castigo de Sodoma y Gomorra, fueron anticipos puntuales y tipológicos del juicio final con que será juzgada la humanidad de todas las épocas de la historia. Esto forma parte del mensaje de la Biblia que, desde luego, no gusta hoy a todo el mundo.

Y, ¿qué decir de la muerte de niños inocentes en tales guerras? Es evidente que desde la ética actual resulta incomprensible. Sólo se puede afirmar que Dios es el creador soberano, él da la vida y puede volverla a tomar también en cualquier momento. El hecho de que sus acciones puedan parecernos injustas no significa que lo sean ya que desconocemos sus planes eternos. Dios es justo y siempre hace o hará justicia. Hoy llamamos “daños colaterales” a la muerte de inocentes en las guerras provocadas por el hombre y, aunque años después se intente hacer justicia condenando a los principales culpables, nunca dicha justicia llega a ser perfecta. Sin embargo, con Dios podemos estar seguros de que no será así porque “Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Sal. 7:11). Es cierto que todos somos pecadores y que no hay justo ni aún uno, pero la esperanza cristiana acepta que la causa justa de Dios será reconocida en la eternidad por todos los inocentes de la historia. Según la Escritura, la justicia definitiva solamente se alcanzará al final de los tiempos.

Algunas personas acusan a Dios de no actuar en el mundo para erradicar la maldad. Sin embargo, cuando lo hace, como ocurrió en los días de Noé, en Sodoma y Gomorra o en Canaán, dicen que es injusto por matar inocentes. El problema real es que no se reconoce que la paga del pecado pueda ser motivo de muerte y aniquilación. El mundo de hoy no considera que la idolatría de los cananeos, su depravación moral o sus abominables prácticas sexuales fueran suficiente motivo para que el juicio divino dictaminara la eliminación de aquella cultura. Se rebaja así a Dios a la altura del ser humano, suponiendo que la ética divina debiera ser a imagen y semejanza de la del hombre moderno. Desde esta perspectiva secular, Dios no tendría derecho a castigar o quitar vidas humanas.

Ahora bien, ¿en base a qué criterios morales podemos condenar al Dios del Antiguo Testamento? Si Dios no existe, tal como dicen tantos escépticos hoy, el bien o el mal tampoco existen, entonces ¿por qué tanta indignación contra la moralidad del creador? Por ejemplo, la mayoría de las objeciones que Richard Dawkins dirige contra Dios y contra los personajes históricos de la Biblia, se le pueden hacer también al naturalismo ateo, que él profesa. ¿Qué clase de dios sería la evolución ciega que se nos propone como alternativa al Dios del Antiguo Testamento? ¿Sería también una divinidad injusta e insensible al sufrimiento de sus criaturas? ¿Masacraría sobre todo a los débiles y enfermos? ¿Se comportaría como un sadomasoquista que usara el dolor, la destrucción y la muerte para formar nuevas especies? ¿Podría tachársele de matón malévolo por carecer de propósito para el futuro de sus seres creados? ¿Acaso no se le debería acusar de limpiador étnico, genocida y racista por enfrentar entre sí poblaciones, tribus, razas y especies en su lucha por la existencia? Resulta que al sustituir el Dios bíblico por las mutaciones al azar y la selección natural, muchos de los rasgos morales que Dawkins encontraba malvados y repugnantes se encuentran también en su dios darwinista.

Además, si nos fijamos en las estrategias genéticas supuestamente seguidas por la selección natural, difícilmente encontraremos mejores ejemplos que los llevados a cabo por los hebreos en el Antiguo Testamento y que tanto enfurecen a nuestro autor materialista. En su libro El gen egoísta, Dawkins afirma: “A nivel de gen, el altruismo tiene que ser malo, y el egoísmo, bueno. (…) El gen es la unidad básica del egoísmo. (…) En lo que concierne a un gen, sus alelos son sus rivales mortales, pero otros genes son sólo una parte del medio ambiente, comparables a la temperatura, alimentos, predadores o compañeros”[6]. Si esto es realmente así, ¿qué hicieron mal los antiguos israelitas, desde el punto de vista evolutivo, al eliminar a las otras tribus de la tierra prometida? ¿No dijo Darwin que la competencia se vuelve más intensa cuando dos razas o especies próximas luchan por el mismo espacio?

Si los genes humanos sólo son máquinas de supervivencia, ¿qué hay de malo en robar hembras con fines reproductivos? Desde el punto de vista darwinista y materialista, es difícil acusar a los hebreos primitivos de dudosa moralidad por comportarse como máquinas de supervivencia ya que, al fin y al cabo, sólo seríamos animales evolucionados.[7] Sin embargo, el propio Dawkins reconoce que, a pesar de todo, el ser humano no debería comportarse con el egoísmo que supuestamente caracteriza a sus genes sino mediante una ética solidaria. Pues bien, de la misma manera, tampoco los creyentes defienden la matanza de inocentes sino todo lo contrario, el amor y la misericordia de Jesucristo. No debemos tomar como norma ética para el presente aquello que ocurrió exclusivamente para un momento histórico del Antiguo Testamento. En fin, las críticas ateas a ciertos juicios divinos del pasado se desvanecen ante las propias convicciones naturalistas. Dios es bueno pero también justo y jamás tolerará la maldad.

 

Notas

[1] Dawkins, R., 2011, El espejismo de Dios, ePUB, p. 30.

[2] Cabello, P. 2019, Arqueología bíblica, Almuzara, España, pp. 279, 292.

[3] Geisler, N. L. & Howe, T. 2008, The Big Book of Bible Difficulties, BakersBooks, Grand Rapids, Michigan, p. 145.

[4] Siemens, R. 2019, “La conquista de Canaán: ¿Un genocidio de los cananeos?”, en Cruz, A. y Siemens, R. Es tiempo de defender tu fe, El Lector, Asunción, Paraguay,  pp. 185-187.

[5] Ibid., p. 181.

[6] Dawkins, R., 1979, El gen egoísta, Labor, Barcelona, p. 64.

[7] Cruz, A. 2015, Nuevo Ateísmo, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, pp. 80-81.

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