Seguidores y seguimientos
Seguimos a algo o a alguien en esta vida. Lo sepamos o no, lo queramos o no. Y lo que seguimos nos determina.
12 DE ABRIL DE 2017 · 16:54
Con el auge de las redes sociales se ha puesto de actualidad el término seguidores, referido a quienes siguen las opiniones y comentarios que otros hacen sobre diversas cuestiones de actualidad. Hay famosos que tienen millones de seguidores que día a día están pendientes de lo que escriben.
Pero mucho antes de que el vocablo seguidores apareciera relacionado con nuestra tecnología, ya hizo acto de presencia en las páginas de la Biblia, donde aparece con bastante profusión. Mas antes de entrar a examinar la cuestión es preciso definir qué se entiende por un seguidor, pudiendo llegarse a la conclusión de que es alguien que se junta o une a otro con quien se identifica o admira para ser influenciado por él. La clase de seguimiento dependerá de quién sea a quien se sigue y de la intensidad y duración del seguimiento.
La Biblia habla en términos generales de dos tipos de seguimiento que son posibles en esta vida. Uno consiste en seguir lo malo, cuyo resultado final es la muertei; el otro consiste en seguir lo bueno, cuyo resultado es la vidaii. Son dos seguimientos totalmente distintos, diferentes tanto por lo que se sigue como por los resultados que se obtienen y cada persona en este mundo está en la disyuntiva de seguir uno u otro.
Pero no solamente en términos abstractos y generales habla la Biblia del término seguir, sino también en términos concretos. Por ejemplo, la expresión ‘seguir a Dios’ aparece con cierta frecuencia en el Antiguo Testamentoiii y denota un compromiso que demanda una entrega sin reservas, en la que las facultades del ser humano están centradas en ese seguimiento. No se trata de una mera actitud de simpatía o una cierta inclinación emocional y pasajera, que se acaba cuando se percibe algo desagradable. No es un juntarse o unirse con Dios bajo condiciones que yo establezco, sino que es un juntarse que es exclusivo, es decir, demandante porque implica toda la personalidad. Es el corazón, centro de la personalidad, lo que se pone en movimiento en torno a Dios. Por tanto, seguir a Dios es algo radicalmente distinto a seguir a un famoso en las redes sociales, en las que si me canso o no me gusta lo que dice lo abandono.
Caleb fue un personaje que fue un seguidor de Dios a lo largo de su vida. El salió de Egipto juntamente con aquella generación de israelitas que fueron librados del yugo opresor. Pero a diferencia de los demás, él mantuvo su seguimiento en el momento en el que estalló la crisis de los espías, cuando diez de los doce enviados hablaron mal de la tierra prometida y de Dios. No es extraño que, llegado el momento de heredar su porción en esa tierra, apelara a la promesa que le diera Moisés por haber seguido a Diosiv, convirtiéndose en conquistador de la importante ciudad cananea de Hebrón.
Pero la Biblia también recoge casos de seguimientos desastrosos, como el que inició Salomón en la última fase de su vida. En esa etapa cambió la dirección de su seguimientov, convirtiéndose en seguidor de divinidades falsas. La influencia de sus mujeres paganas fue determinante en ese cambio. Él había seguido a Dios a lo largo de su existencia, pero, al contrario que Caleb, no se mantuvo fiel hasta el final. El caso de Salomón ilustra que hay una incompatibilidad entre dos seguimientos, entre el seguimiento espiritual y el seguimiento carnal, acabando el segundo en la corrupción moral y la perdición. Otro caso de seguimiento desastroso fue el de Israel como nación, que siguió las costumbres de los pueblos vecinosvi y terminó pagando muy caras las consecuencias. Este ejemplo demuestra que además de seguimientos individuales hay seguimientos colectivos.
En el Nuevo Testamento aparece muchas veces la palabra seguir, especialmente en los evangelios. El ministerio de Jesús comienza haciendo un llamamiento a determinados individuos para que le siganvii. Es muy importante tener en cuenta este hecho, porque lo que Jesús está haciendo no es pedirles que sigan a Dios simplemente, con lo cual no habría ninguna diferencia con lo que cualquier otro podía haber hecho. Si se presenta fulano o mengano diciendo que se siga a Dios, significa que no es fulano o mengano el objeto de ese seguimiento sino Dios. Pero cuando Jesús se presenta lo que está diciendo es que se le siga a él mismo, igualándose así con Dios. Y de la misma manera que el seguimiento de Dios en el Antiguo Testamento suponía la entrega sin reservas del seguidor, lo mismo demanda Jesús de quien quiera seguirle, hasta el punto de anteponerle a él antes que cualquier cosa, incluso la propia vidaviii.
Seguimos a algo o a alguien en esta vida. Lo sepamos o no, lo queramos o no. Y lo que seguimos nos determina. Determina nuestra existencia aquí y nuestra existencia después de aquí. Por eso es fundamental saber a quién seguimos, porque equivocarse en esto es fatal. Hay muchos seguimientos estériles, que no sirven para nada. Hay muchos seguimientos escabrosos, que acaban en la ruina. Pero solamente hay un seguimiento vital y necesario. El seguimiento de Cristo. De ahí que la pregunta inevitable es: ¿A quién estás siguiendo tú?
i Proverbios 11:19
ii Proverbios 21:21
iii Deuteronomio 10:20; 11:22-23
iv Josué 14:9
v 1 Reyes 11:5-6
vi 2 Reyes 17:15
vii Mateo 4:19
viii Mateo 16:24
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