Fausto y el deseo de saber

Frente al legítimo deseo de saber, hay otro que es malsano y fuente de desorden y destrucción.

11 DE MARZO DE 2015 · 19:44

'Fausto' ha sido llevado en más de una ocasión al cine.,
'Fausto' ha sido llevado en más de una ocasión al cine.

El deseo de saber es una de las grandes facultades con que los seres humanos hemos sido dotados y el hecho de hacernos preguntas sobre nuestro entorno ha sido el motor que ha desembocado en algunos de los descubrimientos científicos y tecnológicos más importantes de la historia. Es conocida la anécdota de Newton preguntándose debajo del árbol por qué la manzana cae al suelo, pues por la misma lógica también deberían caerse la luna y los demás cuerpos celestes. La anécdota puede no ser histórica, pero detrás de ella se esconde una gran verdad y es el ansia de saber y encontrar respuestas, lo que nos diferencia, entre otras cosas, de los animales. También el descubridor de la penicilina, Alexander Fleming, se hizo la pregunta de por qué aquel moho que se formaba por contaminación accidental con el aire era capaz de destruir colonias enteras de bacterias, lo que le abrió el camino para encontrar uno de los medicamentos que más vidas humanas ha salvado.

En realidad ese deseo de saber forma parte de la propia constitución del ser humano, que, al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, posee la facultad de la inteligencia, con la cual puede investigar y estudiar el funcionamiento de todas las cosasi.

Pero frente a este legítimo deseo de saber, hay otro que es malsano y fuente de desorden y destrucción. Es el que se manifiesta en aquella engañosa oferta consistente en alcanzar una sabiduría sobrehumanaii. En esa promesa falaz de lograr un conocimiento oculto y vedado está la raíz de nuestra ruina. Tiene que ver con la atracción por lo inescrutable y morboso, que abre la puerta a terrenos y experiencias que están más allá de la capacidad humana normal. Por eso la pubertad se convierte en una etapa crucial de la vida de toda persona, porque en ella ese deseo de saber, que también es deseo de probar, puede ser determinante para bien o para mal, marcando una tendencia que llega a ser irreversible.

El personaje de Fausto, uno de los grandes mitos de la literatura universal, bien podría ejemplificar ese pernicioso deseo de saber. Se trata de una figura en la que diversos autores de varias épocas se han ocupado, lo cual indica la permanencia en el tiempo de su actualidad. Desde el inglés Marlowe en el siglo XVI, pasando por los alemanes Lessing y Goethe en el XVIII y XIX, hasta llegar al francés Valéry en el XX, el protagonista ha sido lo suficientemente sugestivo como para captar el interés de tantos escritores. Y no sólo en la literatura, también en la música y el cine, el personaje y su asunto han sido plasmados reiteradamente, siendo F. W. Murnau el primero que llevó al celuloide el personaje.

Es conocida la trama de Fausto, al que Mefistófeles, enviado del diablo, le promete la adquisición de un conocimiento superior y sobrenatural que saciará su ansia de un saber ilimitado. Durante las décadas de vida que le quedan, Fausto disfrutará de ese poder pleno, pero con una condición: La entrega de su alma. Tras librar una batalla interior, Fausto accede al trato, experimentando todo aquello que un mortal sueña. Pero inexorablemente la hora llega y el diablo viene para cobrarse la deuda, arrastrando a Fausto al infierno. De ese modo el deseo desordenado de saber, que va invariablemente unido al deseo de poder, arruina a Fausto, convirtiéndose en todo un aviso para todos los que quieran transitar esa vereda. El árbol del conocimiento, del que habla la Bibliaiii, está detrás de toda la trama de esta obra y el contraste de conceptos entre el nombre del protagonista, Fausto, y su infausto destino, es evidente.

Pero lo que en un principio se presenta como un prototipo a no seguir, se convierte, por la misma fascinación que ejerce lo prohibido en el alma ávida de experiencias, en el reclamo que seduce y envuelve, resultando que el caso de Fausto, lejos de ser un ejemplo aislado, es una reproducción, en un grado u otro, que se repite en los demás seres humanos, pues no hace falta meterse en el terreno del ocultismo para traspasar la frontera de lo prohibido.

Sin embargo, hay un conocimiento que, lejos de ser ruinoso, es saludable e imprescindible. Si la ciencia temeraria nos lleva a la perdición, hay otra ciencia que es para vida y salvación. Es la verdadera ciencia, consistente en el conocimiento de Dios y de Jesucristo, que supone la vida eterna. Primero es necesario reconocer que en lo que respecta al conocimiento trascendente estamos en oscuridad, lo cual es el primer paso en el verdadero saber. El pecado ha corrompido nuestras facultades morales y volitivas, de ahí el ansia de un saber desordenado. Por eso es preciso buscar la iluminación que nos proporcione la claridad necesaria, la cual el Espíritu Santo efectúa alumbrando el corazón, para descubrir la verdad en Jesucristo.

Hay un conocimiento natural legítimo, que consiste en la comprensión del funcionamiento de la creación. Hay otro conocimiento que es nefasto, en el que Fausto y todos nosotros hemos caído. Pero hay un conocimiento salvador, que es el que Jesucristo trae, para que podamos ser librados del anterior.

 

i Génesis 1:27-28

ii Génesis 3:5

iii Génesis 2:17

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