Trinitarios versus unitarios ¿Cuestión de palabras?

Un tipo de unitarismo actual de amplia difusión en América y también con presencia en España, afirma que Jesucristo es el nombre de Dios que se ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo.

22 DE JULIO DE 2014 · 22:00

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La proliferación en las últimas décadas de grupos, bajo el nombre de evangélicos, que niegan la Trinidad hace necesario volver a considerar esa gran doctrina de la fe cristiana. Históricamente se puede clasificar a los anti-trinitarios en dos grandes categorías: los que mantienen la unidad de Dios a costa de negar la naturaleza divina de Jesucristo y del Espíritu Santo, atribuyéndola solamente al Padre, y los que mantienen tal divinidad, pero disolviendo las distinciones eternas de Padre, Hijo y Espíritu Santo, convirtiéndolas en distinciones temporales y negando, por tanto, su indestructible realidad simultánea. En ambos casos la intención radica en preservar el monoteísmo, pero al hacerlo de manera defectuosa caen en errores que tienen consecuencias devastadoras sobre la verdad cristiana. Antiguamente se denominó monarquianos a los que posteriormente y en la actualidad se denominan unitarios. La idea tras ambas palabras es la misma, al creer en una sola entidad divina que no admite distinciones personales inmanentes en ella. Los monarquianos de los primeros siglos de la era cristiana fueron clasificados en dos tipos: dinámicos y modalísticos. Los monarquianos dinámicos, así llamados por la palabra griega dynamis, poder, enseñaban que Jesucristo fue un mero hombre al que Dios invistió con un poder (dynamis) singular para hacer una tarea especial. No es Hijo de Dios por naturaleza, sino en todo caso por adopción, en vista de sus méritos. Los monarquianos modalísticos enseñaban que Padre, Hijo y Espíritu Santo son sólo modos, de ahí que se les denominara modalísticos, bajo los que Dios se manifiesta en determinadas épocas de la revelación. Es decir, son roles o papeles que Dios asume según demande la dispensación de la salvación, pero no realidades personales permanentes. Entre los monarquianos o unitarios dinámicos estuvieron los ebionitas, un grupo de procedencia judía del siglo II que enseñaban que Jesús era el Mesías, pero sin confesar nada divino en él. Orí­genes (Contra Celsum v. 61) afirma que había dos clases de ebionitas: Los que afirmaban la virginidad en la concepción de Jesús y los que la negaban. No tuvieron gran influencia ni expansión, viéndose reducidos a Palestina y siempre en ambientes judíos. En el siglo III surgirá una forma algo más desarrollada de monarquianismo dinámico en la enseñanza de Pablo de Samosata, quien afirmó que María dio a luz a un hombre como los otros hombres, pero en quien actuaba el Logos, un poder impersonal enviado por Dios para morar en Jesús. Pero el enemigo más formidable de esta clase de unitarismo estuvo representado por Arrio, cuya enseñanza lograría penetrar en extensos territorios y alcanzar a muchos dirigentes eclesiásticos. Básicamente la doctrina arriana era un intento racional de explicar las relaciones entre el Padre y el Hijo, intentando elevar todo lo posible al Hijo, pero evitando todo lo que supusiera una identidad de naturaleza con el Padre. De ahí que el Hijo, en la enseñanza de Arrio, sea la primera de las criaturas, por cuyo medio el Padre creó las demás. El fatal error de esta enseñanza consiste en que hace de una criatura el autor de la salvación. Pero si la salvación no es obra de Dios, sino de una criatura, la consecuencia es un dilema imposible: O hemos de darle a una criatura la gloria debida a Dios, lo cual es idolatría, o la salvación efectuada tiene el mismo valor que puede tener la obra de una criatura, lo que niega la grandeza de tal salvación. El arrianismo es el padre de buena parte de los sistemas anti-trinitarios que han llegado hasta nuestros días. El otro tipo de monarquianismo o unitarismo, el modalismo, recibió su mayor impulso de un dirigente eclesiástico llamado Sabelio, de ahí que fuera conocido como sabelianismo. El principio cardinal de Sabelio era que el Padre, el Hijo y el Espí­ritu Santo son idénticos, aunque con tres nombres. Dios se hace operativo en tres energí­as sucesivas; primero en la manifestación, no persona, del Padre, el creador y legislador; luego en la del Hijo, como redentor (extendiéndose este periodo desde la encarnación hasta la ascensión) y finalmente en la del Espíritu Santo, como hacedor y dador de vida. Lo insostenible de este sistema se muestra por la imposibilidad de reconciliarlo con la evidencia bíblica de que Padre, Hijo y Espíritu Santo son personalidades simultáneas, no manifestaciones sucesivas. Un tipo modificado de unitarismo sería el sistema actual representado por algunos grupos de amplia difusión en América y que también tienen presencia en España, que afirman que Jesucristo es el nombre de Dios que se ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aquí aparece el antiguo modalismo, al negar que haya tres entidades personales distintivas internas y eternas en Dios, con el reduccionismo añadido de atribuir la naturaleza y personalidad divina a Jesucristo exclusivamente. ¿Es cuestión de opiniones y palabras todo este asunto? ¿Tiene consecuencias vitales sobre la fe cristiana? Soy de los que responden a la primera pregunta con un enfático no y a la segunda con un rotundo sí.

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