La ramera y la ciudad-mercado
Es sabido que uno de los libros de la Biblia que han suscitado toda una amplia variedad de interpretaciones es el de Apocalipsis, por cuanto su mensaje está envuelto en un ropaje de símbolos susceptibles de ser entendidos de diversas maneras.
09 DE MARZO DE 2011 · 23:00
No obstante, el meollo de dicho mensaje es patente y por eso, más allá de los detalles, ese libro ha sido fuente de consolación y fuerza a lo largo de edades y lugares para millones de cristianos, que han tenido, y tienen, que enfrentar el combate con las fuerzas del mal, sabiendo que, tal como predice ese libro, la victoria final está asegurada.
Los poderes caídos de este mundo no salen muy bien parados en sus páginas, especialmente en dos representaciones que los describen como a una mujer que es una ramera (capítulo 17) y como a una ciudad cuya esencia es el mercado (capítulo 18).
Una de las metáforas a la que los escritores bíblicos recurren una y otra vez para describir la idea de apostasía es precisamente la figura de la prostituta, porque ejemplifica a alguien que estuvo vinculada por medio de un pacto y deliberada y persistentemente lo quebrantó. Por eso los profetas, en un momento dado, describen a la nación de Israel como a una prostituta que ha sido infiel a su marido, Dios, y se ha ido en pos de sus amantes, los ídolos[1]. Las palabras que sirven para caracterizar la esencia de ese acto de prostitución son engaño, perfidia, prevaricación y semejantes.
De la gravedad de esos hechos dejan constancia esos mismos escritores, cuando hablan de la provocación que supone y de la ira divina que produce. Si bien la gran noticia es que, a pesar de todo eso, Dios en su gracia hará volver el corazón de la desvergonzada hacia él, y la hará entrar en un nuevo pacto con él. Es decir, que esa prostituta será rehabilitada. Es la buena nueva del evangelio.
Pero cuando llegamos a las páginas de Apocalipsis y leemos el capítulo 17 nos damos cuenta de que estamos ante una clase de prostituta diferente, porque se trata de una que es irrecuperable. Aquí están presentes las mismas características que antes, pero a ellas se añade el crimen de la persecución de los seguidores de Jesús y el deleite en ese hecho[2].
La otra metáfora es la de la ciudad-mercado. En realidad no se trata de dos personificaciones distintas, sino que la prostituta y la ciudad-mercado representan lo mismo, aunque en dos facetas diferentes.
¿Cuál es el problema de esa ciudad-mercado? ¿Por qué su condenación es inapelable? De nuevo tenemos aquí antecedentes de ello en ciertos pasajes del Antiguo Testamento, donde grandes potencias económicas salden condenadas a causa de su grosero materialismo, que no es más que una forma de idolatría. Tiro, aquella ciudad en la que el comercio lo era todo, sería el prototipo de esa clase de ciudad-mercado[3].
El problema del materialismo, cuando se lleva a sus últimas consecuencias, es que todo se mide por su rasero y cualquier cosa queda supeditada a la ganancia. Por eso en la ciudad-mercado que describe Apocalipsis no solo se comercia con los productos de gran valor material, como oro, plata, piedras preciosas; con los que simbolizan el lujo y la exquisitez, como el lino fino, la seda o el marfil; con los que son necesarios para la construcción, como la madera, el cobre y el hierro; con los que tienen que ver con la alimentación, como el vino, el aceite, el trigo y las ovejas; con los relacionados con la guerra, como los caballos y los carros; sino que además se comercia, y aquí es donde el materialismo toca fondo, con los cuerpos y las almas de los hombres[4].
Es decir, se comercia con las personas. De modo que los seres humanos son objeto de trueque lo mismo que lo demás. Su valor, incluso en su parte más elevada, que es su alma, queda reducido al de las cosas materiales. Porque ahí todo se compra y se vende, hasta lo más sagrado. No es extraño que sea condenada también en esa faceta de ciudad-mercado como lo fue en la de prostituta.
Cuando se contemplan las actitudes y hechos de algunas naciones actuales de la esfera occidental, que en su día fueron modeladas por la fe cristiana, se perciben ciertos indicios que apuntan a algo inquietante. Porque el abandono y la negación de las verdades judeo-cristianas, que configuraron durante siglos la cosmovisión de Occidente y su sustitución por otras totalmente extrañas, evoca la imagen de la ramera. La duda es si será una ramera recuperable o irrecuperable. Eso sólo Dios lo sabe.
En cuanto a la ciudad-mercado es evidente que los negocios y las necesidades materiales tienen, hoy como ayer, el suficiente poder como para vaciar de contenido los discursos más elevados y dejarlos reducidos a meras palabras huecas.
Ciertamente el águila de Patmos voló lo suficientemente alto como para ver los asuntos de este mundo con perspectiva amplia y ojo penetrante. Una perspectiva mucho mayor y un ojo mucho más certero que el que tienen los expertos y entendidos actuales.
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