¡Qué mala plata!

Así titulaba el diario MARCA la noticia de la derrota de nuestra selección de baloncesto, en la final del campeonato europeo del domingo pasado, frente a Rusia. Más allá de la estricta información se me antoja un intento de describir el estado de ánimo de todos los que apostábamos por la victoria de España y, casi seguro, el comentario en todas las casas cuando se nos quedó la cara sin expresión durante un buen rato incapaces de asimilar lo que acababa de pasar.

22 DE SEPTIEMBRE DE 2007 · 22:00

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Después de una semana todavía no nos hemos repuesto del todo. Nos quedamos a punto de saltar de alegría, agitar los brazos y gritar por haber conseguido la medalla de oro. ¡Qué mala plata! para una vez que tenemos la oportunidad de ver a Zapatero y Rajoy unidos en algo. ¡Qué mala plata! porque no es frecuente que Serrat y Raúl vayan a favor del mismo equipo. ¡Qué mala plata! políticos, periodistas, cantantes, deportistas, cineastas, artistas y todo el país haciendo piña con “los chicos” pero… no pudo ser. ¡Qué mala plata! después de un torneo brillante —sin olvidar algún que otro sustillo— con un juego que nos hizo disfrutar y nosotros vibramos a la vez que jugadores y técnicos. ¡Qué mala plata! cuando hemos podido ver un equipo con sentido de equipo y trabajando en equipo. ¡Qué mala plata! que por dos medias canastas —la primera entró y la nuestra se salió— nos hayamos enterado de que también tienen estilo para encajar una derrota aunque sea de la magnitud de ésta. No culparon a nadie, reconocieron los méritos del adversario y admitieron sus propias deficiencias. ¡Qué mala plata! cuando distintas formas de entender la fe o diferencias denominacionales nos convierten en enemigos. Cuando cuestiones secundarias y formales nos enfrentan. Cuando pensamos que el principal adversario lleva nuestra misma camiseta. Cuando somos más religiosos que piadosos y dejamos de disfrutar y vibrar con nuestra fe. Cuando somos sectarios e individualistas. Cuando encajamos las derrotas señalando culpables ajenos a nosotros mismos. En definitiva, cuando nos distanciamos de la instrucción de Jesús En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros (Juan 13:35) ¡Qué mala plata!

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