Extraños y advenedizos
Sin reflexión, las olas de la vida van pasando. Unas veces afincados en la cresta, otras en la base, siempre nos justificamos en las circunstancias, como si fuéramos extraños de nosotros mismos.
10 DE JULIO DE 2025 · 15:00

En 2021, Stephen Karam debutó en el cine de largometraje con The Humans, que en realidad se basaba en una adaptación de un acto de una obra suya de teatro. En la radio nacional pública de Estados Unidos se refirieron a la película como “un drama psicológico oscuro”. Y no sin razón.
La cinta nos desplaza al terreno de lo secreto, a la realidad de que siguen existiendo cosas que no conocemos, incluso en aquellos a los que más queremos, y confronta esto con la seguridad y la transparencia que debería ofrecer el contexto de una comida familiar.
Los planos de detalle de un piso mugriento de Nueva York, los ruidos inesperados y los sobresaltos de cámara le infunden un cierto aire de terror a esta película que, sobre todo, nos confronta con el que debería ser uno de nuestros mayores miedos, tan a menudo desapercibido: una vida carente de reflexión a un nivel profundo, que avanza en su viaje particular por las líneas que el tiempo le dibuja de una forma ambigua, anhelando ser e identificarse, pero anclada en una borrosa confusión conformista que la paraliza.
Oscuridad
El trabajo de Karam y su equipo con la iluminación es excelente. En el pequeño piso que una de las hijas del matrimonio principal está inaugurando, junto a su pareja, parece caber todo. Esa iluminación cálida y entrañable alrededor de la mesa en el salón, que hará que nos sintamos próximos con la idea del hogar. Pero también esa oscuridad patente, que persigue los rincones y que amenaza con quebrarlo todo, y que se convierte en un protagonista indeseado al final de la película. Una oscuridad que expone lo que en realidad somos: extraños. Extraños para nosotros mismos. Extraños para todos.
Y es que, la palabra que el apóstol Pablo utilizó en su epístola a los Efesios, y que en muchas de nuestras traducciones leemos como “advenedizos” contiene la raíz del término casa, oikos. Una idea que me hace pensar en lo que podría ser un buen resumen de nuestra existencia, como seres humanos, desde los albores de la creación.
Somos aquellos que, en su rebelión, no han aceptado esta creación como casa y se han expuesto a una historia de idas y venidas como extraños, advenedizos. Somos los des-casados, aquellos que han rechazado el compromiso primitivo con su Creador; los desarraigados permanentes expuestos ante la realidad de conceptos como “hogar”, “familia” o “comunidad”. De manera que incluso esos espacios que se suponían de seguridad y transparencia han venido a ser círculos de tortura en los que lidiar con la carga de lo secreto y la vergüenza de ser expuestas ante quienes más queremos.
Con un pequeño reparto, con nombres como Richard Jenkins o Steven Yeun (Minari), y una puesta en escena minimalista, utilizando un apartamento diáfano y prácticamente vacío, Karam expone en la piel de una familia una historia trágica, la del ser humano advenedizo, borroso entre la realidad y su propia oscuridad, incapaz de generar, amar y mantener lo bueno.
Alienación
Sin reflexión, las olas de la vida van pasando. Unas veces afincados en la cresta, otras en la base, siempre nos justificamos en las circunstancias, como si fuéramos extraños de nosotros mismos. Como si fuéramos, como decía Ortega y Gasset, nuestras circunstancias. Pero no lo somos. Es cierto que éstas constituyen una parte fundamental de nuestra experiencias, identidad, etc. Pero no podemos quedar reducidos a ellas. Porque, si así fuera, entonces estaríamos autorizados a excusarnos por ellas. Porque, si así fuera, esta historia no sería la historia de la redención (de Dios), sino nuestra historia reducida a un cúmulo de situaciones. Sería una historia circunstancial, en la que la verdad y la mentira, el bien y el mal, serían redefinidos constantemente.
No podemos licuar, por mucho que lo queramos, las fronteras establecidas por el Creador.
Hay absolutos. Hay verdad. Y también hay mal y mentira. Karam recoge el eco de los valores fundamentales y universales de la misma creación cuando expone a uno de sus protagonistas con un pecado evidente. La decepción, las lágrimas. El sobresalto. La oscuridad. No podemos licuar, por mucho que lo queramos, las fronteras establecidas por el Creador; su definición de conceptos fundamentales para el existir del ser humano y de la creación.Por eso, uno de los efectos del mal es generar la alienación en el ser humano. Perdemos nuestra identidad, o nos situamos en una especie de confrontación con ella, como pecadores. Llegamos a ser extranjeros (xenos, en el mismo versículo de Efesios 2:19), en el sentido de extraños. Es decir, llegamos a ser rodeados de extrañeza, incapaces de reconocer el amor y la bondad en ninguna parte, y tampoco en nosotros mismos (al menos, no sin engañarnos).
En la vida sin el evangelio, las luces se apagan, el telón cae, la pantalla se apaga. Así llega Karam al final de su película. Un relato desgarrador, doloroso y hasta cruel. ¿Cómo puede ser este derroche de belleza cósmico para que en una mota de polvo perdida en el universo, y llamada Tierra, alguien traicione una relación sin más? ¿Ha sido todo hecho para albergar a meros extraños y advenedizos cósmicos, que vagan hasta ser engullidos por agujero negro supermasivo?
“No podemos licuar, por mucho que lo queramos, las fronteras establecidas por el Creador” (Efesios 2:13). La respuesta de Pablo no es un argumento que dependa de circunstancias. Ni siquiera de nuestros razonamientos y nuestra aprobación. Habla de una voluntad superlativa. De un Creador que se ha acercado tanto a nosotros, como extraños y advenedizos, como para reconciliarnos. Y no con nosotros ni nuestras situaciones, simplemente. Fundamentalmente con Él mismo, el Gran traicionado, el Gran decepcionado y el Dios Crucificado.
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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cameo - Extraños y advenedizos