El dilema que ‘Vals con Bashir’ plantea sobre nuestra memoria
Si recordar supone un esfuerzo tan grande, entonces, ¿para qué hacerlo? ¿Es lo mismo que considerar?
08 DE SEPTIEMBRE DE 2022 · 18:00
Una de las imágenes de mi adolescencia que más me impactaron fue la de ver a mi abuelo postrado en la cama, cubierto con la sábana casi hasta la línea en la que le comenzaban los ojos, sus dos ojos pequeños y negros, completamente inmóvil, después de que mi madre (su hija) le preguntase que si la reconocía.
Estuvo enfermo de alzheimer durante los últimos diez años de su vida y el deterioro progresivo de la enfermedad no solamente le incapacitó a nivel físico, sino que bloqueó gran parte de sus recuerdos. O también los trastocó. A mí, en alguna ocasión, me confundió con su hermano Pablo, que había resultado herido en la Guerra Civil. Siempre recuerdo con dolor esos momentos. No solo por el sufrimiento que pudiese generar en mi abuelo aquella situación, sino porque me parece que, hasta cierto punto, amenazan también todo cuanto hago, mi vida en general. ¿Qué pasaría si yo olvidase? ¿Se puede vivir olvidando?
Soy consciente de que la pregunta es algo injusta. Mi abuelo vivió diez años, y aquella etapa también ha dejado algún recuerdo bonito. También soy consciente de que se me podría increpar que la pregunta está mal planteada. ¿Acaso no vivimos ya constantemente olvidando? Desde lo más sencillo que podamos hacer, hasta algunos de los episodios más oscuros que hemos vivido. Desde la bendición, hasta el pecado.
Me gusta como refleja esa fragilidad ante la memoria y la complejidad del proceso de recordar el documental animado de Ari Folman Vals con Bashir (2008). Aunque su contexto es el de la recuperación de su historia personal como soldado israelí destinado en Líbano en el momento en el que ocurre la matanza de Sabra y Shatila, el viaje que el director hebreo plasma en su película contiene elementos de un lenguaje que nos resulta común.
¿Para qué recordar?
Según la visión de Folman, recordar es un esfuerzo. Esto es un primer hallazgo realmente revelador. Algo especialmente tóxico en nuestro momento histórico es el alcance con el que se pretende dotar a la inmediatez, que es en realidad toda la vida. Esperar irrita más que nunca, pero es que entender la espera es cosa de bichos raros. Sucede lo mismo con la información. Si demanda mucho tiempo de visionado, escucha o lectura, es difícil que capte la atención deseada.
Folman plantea esto con la cuestión del recuerdo y la memoria. De hecho, su película es el fruto del proceso por el que él mismo se dedica a reconstruir unos hechos y recuperar su memoria. Pero el problema no se limita únicamente a la cuestión del esfuerzo. El cineasta israelí también sugiere, acertadamente, la idea de la precisión. ¿Cómo sabemos que lo que recordamos fue realmente así?
El planteamiento, de entrada, es desolador. Si la memoria es algo que requiere tanto esfuerzo y tan continuado (toda la vida), y si tampoco ofrece garantías de concreción ni de certidumbre, uno se pregunta si merece la pena recordar.
Una de las cuestiones que remarca también Vals con Bashir es la del recuerdo como propio medio de existencia. En el caso de la película de Folman, es la excusa para hablar del tema que le interesa realmente al director: la masacre de Sabra y Shatila. Sin embargo, ese personaje completamente desorientado e incapaz de avanzar en su vida hasta obtener el recuerdo, como se dibuja en cierto sentido Folman a sí mismo, se percibe especialmente vivo durante todo el proceso de recuperación de la memoria.
Y es que, una gran parte de nuestra vida no es otra cosa que eso, recordar. De niños, lo que nos han enseñado nuestro padres. De adolescentes y jóvenes, toda una serie de información que se supone que debe prepararnos para el futuro. De adultos, todas aquellas cosas que ya han pasado, pero que de alguna forma nos gustaría conservar. Incluso las malas. En la vejez, todo aquello que simplemente se pueda recordar.
Porque para recordar hay que ser intencional. El salmista, de forma habitual, declara que el esfuerzo de su memoria y su recuerdo corresponde a lo que ha conocido de Dios: “Me acordaré de las obras de Jah; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas” (Salmo 77:11).
Pero, ¿es lo mismo que considerar?
La última gran cuestión que plantea Folman con su Vals con Bashir, en alusión al presidente libanés electo de la Falange, Bashir Gemayel, es si recordar es lo mismo que considerar, tomar en cuenta aquello que se está recordando. Y en ese sentido, el final para cada espectador es abierto. El director interpela al hacer memoria de un episodio tan dramático de la historia contemporánea como es la matanza de Sabra y Shatila, pero la sensación es que su aplicación es universal.
Si recordar supone un esfuerzo tan grande, entonces, ¿para qué vamos a hacerlo? Si no vamos a considerar aquello que recordamos, ¿para qué removerlo? Cuando Dios le declara a Ezequiel que “os acordaréis de vuestros caminos” (Ezequiel 20:43), en realidad hace un llamado a cada individuo del pueblo israelita en el exilio para que considere, valore, examine y llegue a una conclusión acerca de cuál había sido su forma de vivir hasta entonces.
Y ese llamado también es para nosotros. ¿Acaso podemos vivir sin considerar constantemente lo que hacemos, hablamos o pensamos? No se me ocurre otra forma de existir, de hecho. Y si recordar es un esfuerzo, ¿qué mejor forma de compensarlo, que utilizándolo para cuestionar nuestras motivaciones, anhelos y deseos con el fin de asegurarnos que están enfocados en lo correcto? ¡Cuántas veces mi memoria es vanidad! ¡Cuánto me gustaría que cada uno de mis recuerdos diera paso a ese proceso de consideración!
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