‘Years and years’, una lectura optimista de Eclesiastés
A veces, parece que el ser humano es único en generar sus propios problemas y desarrollar después unas expectativas que no se corresponden en absoluto con la gravedad de la situación.
28 DE OCTUBRE DE 2021 · 17:32
En un contexto de nervio apocalíptico generalizado, parece normal que series como Years and years generen casi devoción, especialmente entre ese sector del público que es un consumidor habitual del audiovisual y que busca reflexión e interpelación, más que espectáculo a través de las imágenes. Y la creación de Russell T. Davies cumple con esas características.
Davies, que asegura que tardó dos décadas en escribir el guion, la presentó de una forma tan sugerente como “un drama épico que sigue a una familia durante más de 15 años de inestables avances políticos, económicos y tecnológicos”. Hay que reconocer que esta no es una declaración pretenciosa, y que la serie se ajusta con fidelidad a esta descripción. De hecho, en su género, es quizá de lo mejor que se puede encontrar ahora, junto con la francesa El Colapso.
Además del argumento en sí, esta miniserie cuenta con elementos que realzan su atractivo. Una intensidad vibrante desde el primero de los seis capítulos en los que está dividida, y que recogen el periodo de tiempo que va desde 2019 hasta 2034, así como nombres como el de Emma Thompson, que también da mucha fuerza a la interpretación al encarnar a uno de los personajes clave en la trama de la historia: una líder política carismática, sin escrúpulos y con tintes dictatoriales que caracteriza el futuro de la política, no solo en el Reino Unido, sino a nivel global.
Seres humanos, malos pero buenos
Aparte de sus buenas intenciones, la sensación con Years and years es ambigua en cuanto a su aspecto antropológico. En su introducción, parece decidida a presentar una imagen pesimista del ser humano y de las expectativas de futuro que puede reunir entorno a sí mismo, pero al final acaba revirtiendo esa visión para un reflejar un optimismo en la misma clase de personas de las que se ha servido previamente para ofrecer una visión tan negativa del porvenir.
En eso, la serie es fiel a la tendencia de su contexto. Me refiero a ese dualismo contemporáneo respecto a la figura del ser humano, que reconoce en él la imagen de la devastación de la guerra, del cambio climático o de los desplazamientos masivos de personas, pero que al mismo tiempo se esfuerza en rescatar cualquier atisbo de bondad aparente que es realmente impropia. Ese contraste lo plasma bien Davies en la imagen que crea de una familia ‘actual’, con personas de diferentes generaciones, orientaciones sexuales y razas, que se ven a sí mismos como referentes de los valores democráticos pero que llegan plantear que que “solo los más inteligentes deberían votar”.
Esta dicotomía es hija de nuestro tiempo, pero también pone de manifiesto las flaquezas que acumulamos a la hora de pensar en nuestra complejidad como seres humanos. A veces, parece que el ser humano es único en generar sus propios problemas y desarrollar después unas expectativas que no se corresponden en absoluto con la gravedad de la situación. Nos reconocemos habitualmente como la causa de nuestro propio mal, o al menos lo hacemos proyectándonos en otros, pero hay una incapacidad generalizada para considerar una solución que nos trascienda a nosotros mismos.
Como les sucede a los personajes de Years and years, la fórmula habitual para la esperanza se compone de la evidencia del dolor que han generado nuestros impulsos, y del deseo de evitar que se repitan, al mismo tiempo que solo hay disposición para reconocer un número limitado de factores que, se cree, pueden llevar a cabo el cambio que se necesita. Un gobierno diferente, una relación nueva, hacerle bien a una persona o dejarse llevar por cualquier amor.
Todo tiene su tiempo
Pero hay un protagonista en Years and years que, aunque invisible, interacciona con cada personaje a lo largo del transcurso de la historia. Se trata del tiempo, perceptible en los cambios de las vidas de los protagonistas, igual que en el desarrollo de los sucesos que van cambiando los matices del marco contextual de la serie.
El tiempo, unas veces tan gigantesco como para reconocer su carácter inalcanzable, otras veces tan pequeño como para pretender encerrarlo en un reloj de pulsera, o en unos cuantos granos de arena entre paredes de cristal. Si hay un elemento que plasma en su plenitud la dualidad actual entre comprender que hay algo que anda mal en el ser humano, y creer a la vez en el propio ser humano como único elemento capaz de corregirse a sí mismo, es la comprensión general del tiempo.
“El tiempo, todo lo cura”, dicen muchos, resignados ante la realidad del dolor presente y, al mismo tiempo, con unas expectativas ilusorias en que el simple hecho del avance cronológico generará reparación. A veces es algo casi imperceptible, como les sucede a los protagonistas de Years and years, constantemente decepcionados ante el transcurso de las circunstancias, pero siempre expectantes ante un futuro en el que, sin saber muy bien cómo, confían.
Esta es una lectura demasiado optimista, a veces ingenua, de lo expresado hace miles de años por el escritor de Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo” (3:1). Pero eso no significa que el tiempo tenga poder en sí mismo para corregir el rumbo del despropósito humano generalizado. Más bien, se trata de una visión sana de la constante tensión propia de un mundo que fue creado bueno, pero corrompido por el pecado, y en el que se puede disfrutar del reflejo de la gracia con el que fue creado al principio, al mismo tiempo que se sufre la consecuencia del mal que lo afecta.
“Dios, todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de los seres humanos, sin que alcance a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”, puede leerse en Eclesiastés 3:11. No hay dicotomía ni ingenuidad en este planteamiento. Es una invitación a reconocernos pequeños y sufrientes en un mundo caído, y a conservar al mismo tiempo la esperanza no en un semejante sin más, ni en un gigante invisible a cuyo rastro tratamos de aferrarnos contando minutos y horas, sino al mismo autor del tiempo, el soberano Dios que reina en su transcurso y que lo controla para su propósito.
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