Los oficios proféticos del periodismo (II): la denuncia
Solamente cuando el oficio periodístico se ejerce al margen de la estampa de destrucción que predomina en el ámbito del poder, puede realmente esquivar las cenizas para aportar luz.
27 DE MAYO DE 2021 · 19:00
¿Hay alguna escena que describa de una forma más gráfica la censura ejercida por la esfera del poder que la del rey Joacim quemando el rollo escrito por Baruc según las palabras que había dictado Dios por medio del profeta Jeremías? (Jeremías 36:23). Y sin embargo, el texto indica que aquella infame decisión no logró interrumpir el proceso de transmisión de la palabra de Dios, sino que otro rollo fue escrito de nuevo, y además ampliado (Jeremías 36:32).
Continúo esta serie de reflexiones, en clave personal, sobre el ejercicio periodístico y algunos de los rastros con los que aparece en la cultura, tratando de establecer una relación con el texto bíblico. Si en el primer artículo me enfocaba en la dimensión informativa del periodismo, paso ahora a enfocarme en su carácter de denuncia. Y lo hago, en concreto, a través de dos elementos: la dificultad por expresar ese carácter con naturalidad, y lo contraproducente de cómo se ha aplicado en ocasiones.
Todavía recuerdo a uno de mis profesores de la carrera, advirtiéndonos en una clase de que nos costaría publicar un artículo contra Repsol en cualquier medio de comunicación del ámbito de Tarragona a causa de la cantidad de dinero que la compañía gasta en publicidad. Incluso bromeaba sobre el dinero que la empresa también daba a la universidad, y decía que en unos años tendría que dar clases con un uniforme corporativo. La censura es real, lo único es que ahora ya no se hace desde salas recónditas en el interior de los castillos y los conventos, con hombres de rostro severo y ataviados con un manto austero; ni quemando libros en la plaza principal de la ciudad. Ahora la practican quienes tienen siempre asientos reservados en los acontecimientos públicos, y visten bien, y sonríen ante las cámaras, y lo hacen creyendo que la verdad puede ser enterrada bajo montañas de dinero que permitan la existencia, unos meses más, de unas decenas de salarios precarios en alguna redacción. La continua realidad de esta censura, heredera de la otra, dice mucho de cómo hemos renunciado a una parte de la capacidad autocrítica que nos corresponde como sociedad.
Vivir para contarlo
La historia de Spotlight es conmovedora y cabe destacar el protagonismo que Thomas McCarthy da al proceso de la investigación periodística en su película. Pero una vez más, como sucede también con el retrato que plantea The Newsroom, hablar del ejercicio del periodismo en Estados Unidos y en Europa son dos cosas diferentes. Un número muy limitado de medios puede permitirse hoy en día apartar a un equipo de personas para trabajar un solo tema, como hizo el The Boston Globe con el caso del escándalo de pederastia de la iglesia católica en Boston. Y los que tienen los recursos tanto humanos como económicos para hacerlo, no lo hacen porque son propiedad de grandes corporaciones y accionariados.
Me resulta mucho más entrañable la forma que tiene Antonio Tabucchi de narrar esa importancia del oficio periodístico de la denuncia, con su novela Sostiene Pereira (también adaptada al cine por Roberto Faenza en 1995).
El retrato del estado actual del periodismo, en general, creo que se representa con mucho más realismo en las producciones de origen europeo. Y aunque probablemente afirmo esto influenciado por mi contexto cultural, también me parece digno señalar que Estados Unidos ha ido experimentando cierta desconexión respecto a sus planteamientos tradicionales. Por ejemplo, en Borgen es la televisión pública la que sigue siendo garante de la exclusividad informativa y protagonista en la investigación rigurosa, sobre todo en política, emulando el modelo de Europa del Norte de un medio audiovisual estatal fuerte (como la BBC). Y eso no quiere decir que lo público este libre de censura. Al contrario, en algunos casos es lo que está más expuesto a ella, sobre todo en países con una tradición política agitada, como el caso de España.
La otra cara de la moneda la completan unos medios privados completamente rentabilizados o, de lo contrario, condenados a convertirse en un paquete que circula por las carteras de propiedades de los magnates. Por ejemplo, en Una conspiración sueca, la jefa de redacción le pide a su extenuado redactor que le dé “chicha”, y éste, temeroso por no conservar su empleo, se aboca en manos de lo conspiranoico y sensacionalista. El aterrizaje de ‘cohetes fantasma’ o la última novedad en el caso del asesinato de Olof Palme.
La imperiosa necesidad de ejercitar la denuncia contra poderes, estamentos y situaciones, y de hacerlo desde una voz periodística vocacional y responsable, no se corresponde en absoluto con el efecto que tiene la evolución de la censura en las sociedades. Se ha dicho que el trabajo del periodismo es molestar a los poderes (haciendo un guiño al tábano socrático), pero este es un planteamiento extremadamente difícil cuando ya bastante se tiene con luchar por sobrevivir. La Biblia no es ajena a este hecho. Es más, sigue estableciendo fundamentos cuando, por ejemplo, encontramos al agotado Jeremías encarcelado y subsistiendo con una torta de pan al día (Jeremías 37:21), y aún así sigue predicando el mensaje que Dios le ha dado hasta que los oficiales de palacio llegan a desear su muerte (Jeremías 38:4).
¿Denunciar para qué? Un llamado a la restauración, y no a la destrucción
La responsabilidad denunciante del periodismo, sin embargo, también ha confundido a veces su motivación. Lo expresa muy bien el papel que interpreta Ben Chaplin en la británica Press, dando vida al acomodado editor jefe de un tabloide sensacionalista que, entre otras cosas, confunde el hecho de ser molesto con maquetar portadas de diario en las que la foto del primer ministro aparece ‘por casualidad’ al lado del titular “parásito sexual”. También la ambiciosa Zoey Barnes, de House of cards, parece perder de vista en un momento de la serie porqué investiga lo que investiga y no duda en sobrepasar todos los límites de la deontología.
En la Biblia, cuando la profecía es dada para denunciar la situación de pecado e insuficiencia moral permanente por parte del pueblo, también va acompañada de un sentido implícito de restauración, del ánimo de concienciar sobre la gravedad de la situación y la imperiosa necesidad de arrepentimiento. Son los reyes, los oficiales de los gobiernos y los falsos maestros quienes plantean la denuncia (tergiversada) en un sentido puramente interesado y destructivo, como Hananías hijo de Azur (Jeremías 28:7-9).
Esta es la principal carencia que encuentro en algunos medios independientes nuevos y pequeños. Conservan la esencia periodística que en muchos medios grandes ha ido desapareciendo, pero falta amor y restauración en el ‘proyecto de sociedad’ que quieren transmitir. Se investiga a fondo el ‘currículum’ del último ministro nombrado, pero el tono con el que se hace no se observa la totalidad de la persona que hay más allá del cargo.
Solamente cuando el oficio periodístico se ejerce al margen de la estampa de destrucción que predomina en el ámbito del poder, puede realmente esquivar las cenizas para aportar luz y hacer efectivo el beneficio de su trabajo. Joacim sentado en su trono, y Baruc escribiendo de nuevo las palabras dictadas por medio de Jeremías. Así es como nos ha tratado Dios en Jesucristo, poniendo de manifiesto ante nosotros lo trágico de nuestra condición con un mensaje claro y preciso, a través del evangelio, pero ofreciendo también una restauración posible por medio de su nombre.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cameo - Los oficios proféticos del periodismo (II): la denuncia