Amado galileo, ¿qué hacemos con Stuart Park?
Un mínimo tributo del poeta A. P. Alencart, tras recibir el libro “La fe del carbonero” (Ediciones Camino viejo, Valladolid, 2020)
09 DE JULIO DE 2020 · 22:20
“¿Aquel que habla de la fe del carbonero?”, me pareció escuchar, tras mi clamor interrogante al recibir –en el buzón de mi portal a orillas del literario Tormes– un nuevo y hermoso presente remitido desde Pucela.
Tal repregunta, casi inaudible y muy propia del Nazareno, me bastó para comenzar:
“Sí, sí, Amado galileo, me refiero al de Preston y Valladolid, al de Cambridge y al de Temple, al de los GBU y al de la iglesia de la calle Olmedo, al de Verna (y al de Verna), al de la revista Alétheia y al Premio Jorge Borrow… Sí, querido Rabí, de él estoy hablando, del mismo que es doctor y aprendiz, misionero y predicador, escritor autoexigente y lector generoso; hermano y, sin embargo, Amigo…”
“… ¿Qué hay de reprensible en todo ello?”, pareció musitarme el Amado, interrumpiendo mi retahíla. Eso me dio impulso para proseguir, entendiendo que no era un soliloquio:
“Nada, en verdad, Señor. Nada, y todo a la vez, porque lo suyo solo puede generar dos sentimientos antagónicos: envidia o Admiración. Como entre los que te seguimos es imposible la envidia (entre hermanos o hacia los prójimos), lo cierto es que yo le profeso pública Admiración, máxime desde 2009, cuando no deja de cosechar lo mucho que aprendió luego de escudriñar a fondo tu Evangelio y el Libro de los Libros por entero: Que si Job, que si Rut, que si María y su Magníficat, que si Salomón y su Cantar sublime, que si Qohélet, que si tus Siete Palabras, que si Jonás, que si tus Señales, que si el camino de Emaús y tus parábolas, que si el lago de Tiberias y Tú por sus orillas, que si Händel tributándote su Oratorio siguiendo el libreto de Jennens, que si tu tumba vacía, que si José la historia de José por Egipto…
“… Sosiégate, poeta, ¿acaso en apariencia encomias su labor, pero tu corazón guarda algún rescoldo de envidia?”. ¡Ay!, que el Poeta mayor del Reino me estimara de su linaje lírico, aunque sea el último de la fila, hizo que apaciguara lo que tenía en mente, año tras año, tras recibir las múltiples ofrendas:
“Solo es admiración, Amado Galileo. Admiración y, también, gratitud. Siempre he querido seguir el consejo del que perseguía a los tuyos para luego ser el más grande divulgador de tu Evangelio. Muéstrense agradecidos, decía el de Tarso, y eso es lo hago ahora con ese escriviviente llamado Stuart Park”.
“Buen proceder el tuyo. De ahora en adelante ‘perdónalo’, porque sí sabe lo que hace”.
Subí a mi piso y dije a Jacqueline: “Llegó otro libro de Stuart. Ahora menos es más, porque son cincuenta artículos, comentarios breves o esquirlas de Biblia y vida. Así se puede leer de a pocos, fragmentariamente”.
Me senté en el sofá, abrí el libro por cualquiera de sus páginas, al azar, y leí: “…Hay quien desprecia a David por sus pecados, pero deberíamos mostrar cautela a la hora de enjuiciar su conducta. Tras la muerte de su hijo rebelde David lloró, y su llanto descubre un amor de padre que nos acerca al corazón de Dios. «¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! —clamó David— ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!» Estas solas palabras retratan a David como un hombre tan pasional como sacrificado, y colocan su nombre en lo más alto de los héroes de la fe”.
Otra demostración del Amado galileo: no hay azar, pero sí perdón. Otra radiante muestra de la justicia poética y teológica que S. S. Park imprime en sus escritos, los cuales vuelan como pájaros con maná en sus picos, buscando así saciar nuestros espíritus.
Bienaventurado el de Preston y de Valladolid.
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