Auschwitz y la banalidad del mal

La Zona de Interés revela un lado oscuro y siniestro de la condición humana del que no queremos saber mucho; que el mal ajeno, tantas veces, no parece afectarnos, aunque seamos nosotros mismos los causantes de ese dolor.

31 DE ENERO DE 2025 · 10:30

Una imagen de la película La zona de interés./ Elastica Films,
Una imagen de la película La zona de interés./ Elastica Films

La liberación del campo de concentración de Auschwitz (Polonia) por las tropas soviéticas, un 27 de enero de 1945, hace pues ahora 80 años, me recuerda la última película sobre el Holocausto que he visto. Su título es La Zona de Interés. Ganadora del premio del Gran Jurado de Cannes, esta obra, dirigida por Jonathan Glazer, ha obtenido igualmente el Oscar a la mejor película internacional y al mejor sonido, en la pasada edición de estos premios.

La Zona de Interés está basada en una novela del escritor británico recientemente fallecido, Martin Amis. El título del libro parece aludir al hecho de que existía un área restringida, denominada zona de interés, en la que se levantaba el campo de exterminio de Auschwitz. La cinta nos presenta el agudo contraste entre la vida en ese campo de concentración con la de la familia del comandante del mismo que viven en un magnifico chalet al otro lado del muro del complejo de Auschwitz y donde tiene lugar diariamente el sistemático exterminio de los judíos ( se calcula que en este campo murieron un millón y medio de personas). La disparidad entre el modo de vida en la casa del comandante, con todas sus comodidades, su precioso jardín con piscina, del que disfruta su familia, y la sordidez y penuria del campo de concentración, máquina de muerte para millones de judíos, es el mensaje que quiere transmitirnos esta señalada cinta. Lo cual no quiere decir que la trama se reduzca sencillamente a ese brutal contraste de situaciones. La relación del comandante con su esposa es, asimismo, objeto de un tratamiento pormenorizado.

Martin Amis se basó en la vida de un comandante del campo de concentración de Auschwitz llamado Rudolf Höss. El comandante y su esposa “se instalaron en una acomodada villa con piscina ubicada apenas a 200 metros de las cámaras de gas” nos dice Constanza Vacas. En cuanto a la cinta misma, no es de extrañar que Tarn Willers y Johnnie Burn hayan recibido el Oscar al mejor sonido, pues como dice Julio Mármol para Cinemanía en esta película “El horror del Holocausto queda reducido a gritos fuera de cámara”. Esto no significa que se diluya, es más bien todo lo contrario, pues se amplifica, si cabe, el inenarrable horror del campo de concentración de Auschwitz, donde se desarrolla la acción de la película. Como observa otra vez significativamente Constanza Vacas: “solo un muro separaba la tragedia de la indiferencia”.

Me parece que La Zona de Interés ilustra extraordinariamente bien el concepto de la banalidad del mal. Este fue acuñado por Hannah Arendt con motivo del proceso en Jerusalén del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. La filósofa, profesora, periodista y escritora Hannah Arendt (1906-1975) es una de las grandes figuras literarias del siglo XX. Su obra, ya influyente en su misma época, sigue dejando una huella imborrable hasta nuestros días. Nacida en Alemania y de origen judío, pero posteriormente nacionalizada norteamericana, Hannah Arendt estudió con Martin Heidegger y Karl Jaspers. En su primer libro, sobre Agustín de Hipona, se puede apreciar la impronta de estos filósofos al igual que la del autor danés Søren Kierkegaard. No es vano, Arendt había estudiado teología cristiana en Berlin.

La postura de Arendt sobre los totalitarismos, (nazismo y estalinismo) sobre la cuestión palestina y los derechos civiles en los EE.UU demostraron siempre que tenía una postura política independiente. La frase que la identifica hoy: “la banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes” fue usada por Arendt en su informe final sobre Eichmann. Posteriormente, Arendt explicó la frase de este modo refiriéndose al comportamiento del criminal nazi: “Que un tal alejamiento de la realidad e irreflexión en uno puedan generar más desgracias que todos los impulsos malvados intrínsecos del ser humano juntos, eso era de hecho la lección que se podía aprender en Jerusalén”.

En este sentido, La Zona de Interés sería una suerte de plasmación cinematográfica de la ya famosa expresión la banalidad del mal. Julio Mármol comenta que: “La solución final y el horror nazi sobrevuelan esta desasosegante contemplación del mal burocratizado, en la que bautizar con tu nombre la aniquilación de cientos de seres humanos se convierte en el mayor motivo de orgullo profesional imaginable”. Y es que a diferencia de, por ejemplo, La lista de Schilder, o El Pianista, entre otras muchas, esta cinta nos sobrecoge por la incapacidad del comandante y su familia para captar el horror del mal infringido, la pérdida de la sensibilidad ante el insoportable dolor ajeno.

La Zona de Interés revela un lado oscuro y siniestro de la condición humana del que no queremos saber mucho; que el mal ajeno, tantas veces, no parece afectarnos, aunque seamos nosotros mismos los causantes de ese dolor. Esta insensibilidad frente al mal y sus efectos, aparece igualmente en la película Los niños de Brasil, de 1978. Basada en una novela homónima de Ira Levin de 1976, recrea la vida de Josef Mengele, unos de los criminales de guerra nazis de memoria más infausta. Mengele como director médico del campo de exterminio de Auschwitz llevó a cabo horribles experimentos con seres humanos. Gerald Posner y John Ware, autores de un libro que cuenta la historia de Mengele, recogen su inhibición y clínica frialdad en la realización de esa tarea. Particularmente macabra era su relación con los niños. Un médico que estuvo prisionero en Auschwitz dijo: 'Era capaz de ser muy amable con los niños para que le tomaran cariño, les daba caramelos, pensaba en los detalles cotidianos de sus vidas y hacía cosas que nos gustaría realmente admirar… Y a continuación, el humo de los crematorios y, al día siguiente o media hora después, esos niños eran enviados allí'. El Mengele que interpreta un desconocido Gregory Peck en Los niños de Brasil muestra esa misma amabilidad con un niño. La Zona de Interés llama la atención sobre esa extraña combinación de amabilidad e impasibilidad ante el mal por parte del comandante del campo. Es el misterio del mal que nos desafía constantemente y echa por tierra muchas de nuestras ideas preconcebidas sobre su esencia.

Arendt concluye que el mal es prosaico, y las personas que actúan cruelmente podemos encontrarlas por la calle sin distinguirlas de las demás

¿Existe algún remedio para hacer frente a esta brutal apatía frente al mal? Sin duda alguna, siempre podremos, por medio de cintas como estas buscar sensibilizarnos frente al horror del mal y el daño ajeno. Nos sentimos indignados por la monótona cotidianidad y placidez de la vida del comandante y su  familia ¡a las mismas puertas de Auschwitz! En un sentido, podemos de este modo sentirnos aliviados, pensando que no somos tan malos como otros. Pero tenemos que recordar que Jonathan Glazer no nos presenta a  “Höss y su mujer, Hedwig Hensel, como seres horribles y despiadados, sino como dos individuos corrientes que incluso se consideran a sí mismos ciudadanos ejemplares, por el mero hecho de cumplir a la perfección su rol en el régimen nazi”, nos dice nuevamente Constanza Vacas.

La noción de obediencia debida sirve también como un socorrido recurso para hacer el mal sin inmutarse. Algunos criminales nazis apelaron a esto en su defensa, tan solo estaban obedeciendo órdenes. Santiago Iñiguez de Onzoño comentando el concepto de la banalidad del mal de Arendt, sostiene que: “El propósito de Arendt era desmitificar el mal, la idea de que existen personas con algún tipo de posesión demoníaca que se han planteado deliberadamente ser malvados desde que tenían uso de razón. Cuando analizaba al acusado, concluía que el mal es prosaico y que las personas que actúan cruelmente nos las podríamos encontrar por la calle sin distinguirlas de las demás”.

Pero es el mismo Jesús de Nazaret el que desvela en su enseñanza sobre el mal algo alarmante, y es que todos somos pecadores, que todos somos culpables del mal; en este contexto, que todos trivializamos el mal de muchos otros modos. Esta visión más profunda de nuestro propio pecado es aquella que solo nos puede proporcionar el Espíritu Santo de Dios. Jesús dijo que: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, ... por cuanto no creen en mí”, Juan 16.7-9. Dios no viene a nosotros en la figura que aquí Cristo llama el Consolador, que es el Espíritu Santo, para darnos una palmadita en la espalda, y decirnos lo buenos que somos en comparación con otros. Es todo lo contrario, Dios nos muestra nuestro propio pecado con una nueva e inesperada luz: la que viene de no aceptar el dictamen de Cristo sobre nuestras propias vidas. Y es que cuando Cristo dice que el mundo será convencido de pecado por cuanto no creen en El, nos da a entender que si verdaderamente creyéramos en El, aceptaríamos su veredicto sobre nuestras vidas, es decir, que nosotros también somos culpables, no solo los demás.

El Espíritu Santo nos impulsa a reconocer nuestra propia responsabilidad por el mal y no a excusarnos de mil maneras. No seremos Eichmann o Mengele, no habremos pecado como ellos lo hicieron pero no por eso somos inocentes de otros males. No serán tan execrables, pero no por eso dejan de ser iniquidades también. De hecho, la desgana y desapego con las que tantas veces contemplamos el daño infligido a otros, es una muestra de nuestro propio pecado. No nos indigna el mal como debiera. Por ello, no midas la presencia de Dios en tu vida por una supuesta superioridad moral sobre otros, sino por la convicción de tu propio pecado delante de Dios y de tu prójimo.

Pero Cristo no nos deja en esa situación, si revela nuestro pecado es porque quiere que, conscientes de nuestra necesidad, acudamos a Él, el único Salvador del mundo. Solo Él nos puede perdonar y dar un nuevo rumbo a nuestras vidas. Como enseñó Dietrich Bonhoeffer, un pastor protestante alemán que fue ahorcado por los nazis, hace ahora también 80 años: “El tema de la proclamación cristiana no es tanto la maldad del mundo como la gracia de Jesucristo”. Un favor inmerecido (eso es la gracia y por eso se puede ofrecer a cualquier pecador) que tenemos en Aquel que pagó por nuestro pecado en la cruz, Jesús.

Y si sorprendente es que Dios salve inmerecidamente a los pecadores, también lo es que sea Dios mismo el que tomara la iniciativa para salvarnos. Pues Cristo no vino porque nosotros lo solicitáramos a Dios, sino por causa del sorprendente amor de Dios a un mundo perdido: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”, Juan 3.16.  Cristo pagó un alto precio al pagar por nuestros pecados en la cruz pero, para nosotros es gratis (1ª Pedro 1.18-21) Precisamente por eso solo puede ser recibida por fe (Efesios 2.8,9) Si has banalizado el mal, no te excuses. Reconócelo y acude a Aquel que también te puede perdonar a ti. Apela a Cristo, que vino a llamar a los pecadores al arrepentimiento, incluso a aquellos que han vivido infravalorando el mal. Esta es el admirable mensaje de la gracia de Dios. Acogete a ella en Cristo.

 

José Moreno Berrocal es pastor de la Iglesia Evangélica de Alcázar de San Juan y presidente del Grupo de Trabajo de Teología de la Alianza Evangélica Española.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Atisbos teológicos - Auschwitz y la banalidad del mal