Europa: ¿secularismo, religión o evangelio?
Frente al desafío del secularismo es tentador pensar que las religiones pueden ser un frente común. Pero el Nuevo Testamento enseña que la religión oscurece y daña el evangelio.
30 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 15:47
A finales de agosto de este mismo año 2024, se celebraba en Praga, en la República Checa, la conferencia de la Asociación de Teólogos Evangélicos Europeos (FEET), la Alianza Evangélica Europea (EEA) y la Comunión de Teólogos Evangélicos de la República Checa (SET) sobre el tema “La identidad evangélica en Europa hoy: unidad en la diversidad”.
Empiezan ya a aparecer algunas valoraciones de la misma en diversos foros. En mi caso, a la luz de lo que se trató en Praga, me gustaría incidir en lo que considero la distintiva contribución evangélica a Europa a la luz de los desafíos que representan el secularismo y la religión.
En la segunda parte del siglo pasado se fue abriendo camino, gradualmente, la idea de que la modernidad traería necesariamente el declive de la religión. Esto vendría de la mano de un proceso de secularización cuyo irreversible final no podía ser sino el secularismo.
Y aunque resulta difícil definir la ideología secularista en pocas palabras si que es importante recalcar tres notas sobre el mismo.
1.- De entrada, que no es lo mismo que la secularización. Este es un proceso que encuentra su origen en la misma fe bíblica.
2.- Por otro lado, el secularismo es, en esencia, desde un punto de vista meramente sociológico, un estilo de vida en el que no se tiene en cuenta a Dios. Desde una mirada teológica representa una existencia en la que se procura excluir a Dios de la vida. En realidad, puede ser entendido como una huida de Dios en el sentido de un abandono de su propia Palabra.
3.- Por ello, y en tercer lugar el secularismo tiene una visión reducida de la realidad. Solo le interesa lo temporal, el aquí y el ahora. Ignora lo eterno, en palabras de Azúcar Moreno: “Solo se vive una vez”. La religión, por el contrario, sería, en términos enormemente simplificados, y desde un punto de vista meramente sociológico, el intento de mantener la idea de Dios vigente.
En el sentido teológico sería la idea que uno pueda formarse de Dios sin tener completamente en cuenta la revelación que hace de sí mismo en su Palabra, la Biblia.
Uno de los más famosos exponentes de esta teoría de la inevitable desaparición de la religión de la sociedad fue el sociólogo, de fe luterana, Peter L. Berger. Su obra Para una teoría sociológica de la religión, de 1967, se ocupaba de analizar si la religión podría ser creíble en nuestro mundo actual. Todo apuntaba, según creía Berger entonces, a que no iba a ser así.
Pero el hecho es que, ya en pleno siglo XXI, resulta evidente que la religión tiene un creciente peso específico en nuestro mundo. Lejos de desaparecer su impronta se ha hecho sentir de muchas maneras en nuestros días.
Resulta curioso que sea el mismo Berger el que así lo reconociera en 1999. Haciéndose eco de esa misma realidad, Juan Martín Velasco añade que el proceso secularizador ha provocado “la proliferación de nuevos movimientos religiosos, la revitalización de algunas tradiciones religiosas y la instalación de otras en situaciones de convivencia más o menos pacífica con la secularización”.
En otra obra más reciente titulada Los Numerosos Altares de la Modernidad, Berger defiende que es necesario un nuevo paradigma en torno al concepto de pluralismo. Nuestra sociedad actual estaría configurada por dos pluralismos: “la coexistencia de religiones diferentes y la coexistencia de los discursos secular y religioso”. Nuestro ámbito europeo sería el ejemplo más evidente de esta realidad, es lo que Evert Van de Poll, presidente de la Comisión de Teología de la Alianza Evangélica Europea denomina una sociedad SMR, es decir, “una sociedad secularizada y multireligiosa simultáneamente”.
En principio, algunos evangélicos, pueden sentirse aliviados, si este es el término más adecuado para usar, de que las cosas hayan procedido de este modo. El secularismo es una realidad evidente en nuestras sociedades europeas, aunque no ha sido capaz de extinguir la religión de nuestro mundo. Pero no podemos obviar que el secularismo no ha desaparecido y ha resultado ser muy seductor para multitudes en nuestro continente. Es más, son muchos los que se quieren identificar como cristianos pero sin tener en cuenta lo que enseña la Biblia sobre lo que significa ser cristiano.
El secularismo ha resultado popular, entre otras razones porque parece mostrar que no es necesario tener en cuenta a Dios para llevar una vida satisfactoria. El desahogo de algunos evangélicos estriba en el hecho de que el secularismo sí parece ofrecer un desafío claro y directo al evangelio, mientras que la religión no aparece tan amenazadora en una sociedad tan diversa y plural como la nuestra. Entre las razones que se aducen para no ver con reservas a las demás religiones estaría la asunción de una serie de valores que tendrían todas las religiones en común por su común creencia en un ser divino. Esta es una de las cuestiones más candentes en el mundo evangélico actual, y que ha sobrevolado sobre las reflexiones sobre la identidad evangélica en el encuentro de Praga. La diversidad evangélica aparece, en parte, en los distintos enfoques sobre el peligro que representa el secularismo en contraposición a la religión.
Pero, en un clima como el actual, e independientemente de lo que se pueda pensar sobre lo que representa una amenaza mayor, es necesario, si cabe más que nunca, subrayar que la fe evangélica no es una religión. Recuerdo como si fuera ayer, uno de los primeros libros que leí como creyente. Se titulaba ¿Religión o Cristo? Escrito por el médico y posteriormente pastor M.R. De Haan.
El que fuera fundador de los ministerios RBC y de Nuestro Pan Diario muestra en esta, posiblemente su obra más perdurable, las enormes diferencias entre la religión y el evangelio. A este respecto, las conclusiones de De Haan en su libro, bien podrían considerarse como las creencias básicas de los evangélicos, tema que se trató con mucha amplitud en Praga. Los distintivos evangélicos serían la salvación como regalo inmerecido de Dios el Padre al pecador sobre la base de la muerte expiatoria de Jesucristo en la cruz, que se recibe por fe como resultado de la obra del Espíritu Santo en el pecador y que la Biblia llama el Nuevo Nacimiento.
En nuestro contexto europeo las religiones actuales tienen una cierta impronta cristiana, ya sea en el catolicismo romano, el protestantismo liberal o en la ortodoxia oriental. La influencia del cristianismo en la otra gran religión europea, como es el islam, es mucho más difusa, y no todos los estudiosos de las religiones creen que esté tan influido por el cristianismo.
Frente al desafío que representa el secularismo es tentador pensar que las religiones pueden ofrecer un frente común de batalla. Pero, lo que enseña el Nuevo Testamento es que la religión oscurece y daña el evangelio. Lo vemos en el ministerio de nuestro Señor Jesucristo mismo, en el que sus más enconados opositores fueron las personas más religiosas que jamás hubo en este mundo, los fariseos. Jesús mismo ilustró la imposibilidad de casar su mensaje evangélico con la religiosidad farisaica con las famosas ilustraciones del remiendo de paño nuevo en vestido viejo, o la del vino nuevo en odres viejos (Marcos 2.21,22)
Los fariseos eran incluso capaces de encontrar puntos en común con los discípulos de Juan, pero no así con el mismo Jesús o sus discípulos, (Marcos 2.18). El fariseísmo, por otro lado, ilustra como una fe bíblica, como fue la de los creyentes del Antiguo Testamento, puede acabar siendo una religión más.
Pero son algunos los que dicen que las religiones cristianas actuales no tienen nada que ver con algo así como el fariseísmo. De entrada, hemos de notar que el fariseísmo se volvió una religión al añadir múltiples tradiciones a la revelación de la Palabra de Dios. Jesús mismo denunció esta práctica (Mateo 15.1-20) Este fue un proceso histórico. De la misma manera, el problema que plantean las religiones cristianas es el hecho de poner al mismo nivel que la Palabra de Dios una serie de tradiciones humanas posteriores a la completa y final revelación que Dios nos ha dado en las Sagradas Escrituras.
Pero, por si esto no fuera poca cosa, encontramos igualmente en el Nuevo Testamento cómo no solo se rechaza la actitud farisea sino también la judaizante. En este caso, es el Apóstol Pablo el que muestra el peligro judaizante en su epístola a los Gálatas y en el así llamado concilio de Jerusalén que aparece en Hechos 15. Los judaizantes tan solo pretendían complementar la obra de Cristo. Se consideraban cristianos, pero para serlo sostenían que no era suficiente con creer en Cristo como Señor y Salvador. Era además necesario circuncidarse: “Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos”, (Hechos 15.1). Pedro, Santiago y Pablo son muy claros al respecto: solo Cristo salva. Ninguna obra o rito religioso puede salvarnos. Como afirma Pablo: “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”, (Gálatas 2.16).
La fe evangélica representa, pues, una alternativa viable a la pluralidad de nuestro continente. No ofrece más religión al Continente sino algo abismalmente distinto, una buena noticia, el evangelio: la Persona del Señor Jesucristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, (Romanos 4.25). El evangelio trae una salvación por gracia, recibida por fe y no por obras, (Efesios 2.8-10). Frente al secularismo, es necesario subrayar que el evangelio es, en esencia, una relación con un Dios vivo que, precisamente por ser nuestro Creador y Salvador, otorga una vida más rica y plena, aquí y ahora, como resultado de la fe en Cristo, (Juan 5.40 y 10.10). Proporciona sentido para el día de hoy, pero también para toda la eternidad.
En palabras de Pablo, no solo tiene promesa para esta vida, sino también para la venidera, (1ª Timoteo 4.8). La promesa del evangelio introduce la esperanza, el gran distintivo evangélico y que se mencionó al final del encuentro de Praga. Una esperanza para el presente en la afirmación de la dignidad de todo ser humano, creado a la imagen de Dios, pero también para el futuro, a la luz de la Nueva Humanidad recreada en Cristo para todos aquellos que son de Él por la fe. Este sería, pues, el camino a transitar, la única opción que puede verdaderamente traer bendición a nuestro Continente, la esperanza del evangelio, (Colosenses 1.23).
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