No todo es lo que parece

Los de Sardis estaban muy ocupados en adquirir riquezas y disfrutarlas en vida, más que en velar y orar para no caer en tentación.

07 DE ENERO DE 2023 · 21:00

Siglos 2 y 3. Restos del Complejo de Baños y Gimnasio de Sardis, Provincia de Lidia, hoy Turquía./<a target="_blank" href="https://es.wikipedia.org/wiki/Gimnasio_(Antigua_Grecia)">Wikipedia</a>,
Siglos 2 y 3. Restos del Complejo de Baños y Gimnasio de Sardis, Provincia de Lidia, hoy Turquía./Wikipedia

Si bien las tradiciones y costumbres culturales no siempre van acompañadas de buenos hábitos, al menos nos ayudan a conocer mejor a la gente de un lugar y época. Teniendo en cuenta este sencillo principio comprenderemos mejor la enseñanza que el Señor le dispensa en su carta a la incipiente iglesia en la ciudad de Sardis, en el siglo primero de esta era.1

Se cuenta que la capital del reino de Lidia atraía por el esplendor que exhibía gracias al oro y plata extraídos en abundancia en su territorio. El rey Creso, el más rico personaje en sus días, fue conocido por los placeres, la guerra y las artes que promovía, antes de caer en manos del poderoso rey Ciro de Persia. Una de las numerosas historias de aquella época resume la visita del filósofo ateniense Solón a Creso. En un hipotético diálogo el anfitrión le habría expresado a su visitante lo feliz que era por ser el dueño de un imperio tan próspero; a lo que el sabio habría respondido: No llames feliz a ningún hombre hasta que esté muerto”. 2

La frase del sabio nos asombra por la relación que podemos trazar con la declaración del Señor de la iglesia a los creyentes que vivían en esa ciudad, cinco siglos después:

Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: ‘El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias’.” 3

Los estudiosos de etimología definen al griego ‘σάρδεις’ (Sardeis) como ‘el sol’.4 Como respondiendo a su nombre, en esa ciudad luminosa los apetitos eran satisfechos sin mucho esfuerzo. Sus habitantes llegaron a creer que la prosperidad era sinónimo de seguridad.

Pero, Ciro de Persia, primero, Alejandro Magno de Grecia, más tarde, y el Sacro Imperio Romano por último, aprovecharon el peligroso descuido de los que se sentían seguros y felices por el lugar donde vivían y el alegre estilo de vida que llevaban.

Como contraste, el salmista cantaba en su reino: “Si el SEÑOR no edifica la casa en vano trabajan los que la edifican. Si el SEÑOR no guarda la ciudad en vano vigila el guardia.” 5

Cuando Juan escribe esta carta, Sardis todavía era rica, pero ya reinaba la degeneración. La monumental ciudadela era solo un símbolo en lo alto; una ciudad sin vida y sin espíritu. Sus habitantes eran demasiado blandos y perezosos, no menos que sus antepasados; volverían a perder su ciudad por no montar guardia.

En tan negativa atmósfera la iglesia de Jesucristo no marcaba diferencia alguna; era un cuerpo más muerto que vivo.

El evangelio de Jesucristo y los apóstoles compara el pecado con la muerte. 6

¿Cómo es esto de estar muertos y seguir vivos?

Es vivir como teniendo nuestra voluntad enajenada; a merced de otro que nos hace sentir, desear y hacer lo que quiere. Esas órdenes dictadas desde el reino de las tinieblas se convierten en hábitos y adicciones a los que nos resulta imposible renunciar; y a los que siempre justificamos. La gracia de Dios es la única vía para escapar a la muerte del pecado.

Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios.

¡Vaya exhortación! El Señor llama a ser vigilantes a los miembros de una iglesia en la ciudad auto satisfecha y con pereza para velar por su seguridad. Los de Sardis estaban muy ocupados en adquirir riquezas y disfrutarlas en vida, más que en velar y orar para no caer en tentación.

¿Qué de nosotros? A menudo nos quejamos de lo mal que nos gobiernan los políticos de turno en el poder, sin reparar en nuestros propios fallos. Dejamos así pasar la oportunidad de ser corregidos, cambiar el rumbo y evitar caer en males peores.

En lugar de lamentarnos, hagamos lo que nuestro Dios nos aconseja hacer siempre; oremos:

¡Ayúdame Padre eterno! Dame sabiduría para abandonar éxitos terrenales que te ofenden; muéstrame el error de creer en la felicidad pasajera; enséñame a administrar con fidelidad el hogar e iglesia donde me has puesto; guíame a hacer las buenas obras que preparaste para ocuparme en ellas; te lo ruego en el Nombre de tu Hijo Jesucristo, y para tu sola gloria; amén”.

 

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Referencias

 

1. Para más información, dirigirse al artículo del mismo autor, al que se puede acceder en: https://protestantedigital.com/agentes-de-cambio/13731/sardis-nombre-de-que-vives-y-estas-muerto

2. Fuente: https://elfarodelorca.com/una-frase-de-solon/

3. Apocalipsis 3:1-6 (las negritas del párrafo son agregadas por este autor)

4. Fuente: https://es.abcdef.wiki/wiki/Sardis

5. Salmos 127:1

6. El apóstol Pablo escribió: “Porque la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro (…) ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (…) En cuanto a ustedes, estaban muertos en sus delitos y pecados”. Romanos 6:23; 7:24; Efesios 2:1

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