Más allá de la silla vacía: Acompañando el duelo en Navidad

Esta Navidad, que el Dios del consuelo nos ayude a acompañar con ternura, a escuchar sin prisa y a recordar con amor. Porque en Cristo, ninguna silla vacía lo está del todo. Por Lourdes Otero.

22 DE DICIEMBRE DE 2025 · 19:00

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@melanies">Melanie Stander</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Melanie Stander, Unsplash CC0.

En estos días previos a la Navidad, escuchamos a menudo hablar de la primera Navidad sin... y de la silla vacía, ese lugar que antes ocupaba alguien amado y que ahora parece señalar su ausencia con más fuerza que nunca.

Son expresiones que resumen el dolor de quien enfrenta las fiestas por primera vez sin la presencia de alguien amado. Y es verdad: esa primera Navidad puede ser muy dura; pero quienes acompañamos procesos de duelo sabemos que a veces no es la primera la más difícil… sino la segunda, la tercera, o incluso más allá.

La primera Navidad suele llegar rodeada de comprensión y apoyo: familiares y amigos están pendientes, las oraciones de la iglesia se multiplican, el dolor está a la vista. Pero con el paso del tiempo, el entorno retoma su ritmo, mientras que quien ha perdido a un ser querido sigue aprendiendo, día a día, a convivir con su ausencia.

El entorno puede olvidar, pero el corazón no. El duelo no obedece al calendario, no se supera como quien pasa de página. Se camina, se integra, se transforma.

 

El dolor y la fe no se excluyen

Como creyentes sabemos que llorar no contradice la esperanza. Jesús mismo lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aun sabiendo que lo resucitaría. En esas lágrimas vemos el amor de un Dios que no ignora el dolor humano, sino que lo acompaña.

El consuelo de Cristo no nos quita el llanto, lo llena de sentido. Nuestro consuelo no viene de negar la muerte, sino de saber que no tiene la última palabra. Pero esa certeza no nos ahorra el camino del dolor.

A veces, en el afán de consolar, decimos frases que hieren más de lo que ayudan: “tienes que ser fuerte”, “a él no le gustaría verte así”, “ya deberías haberlo superado”. Con buena intención, intentamos cerrar una herida que todavía necesita respirar.

Pero el verdadero acompañamiento no consiste en tapar el dolor, sino en ofrecer un espacio seguro para que pueda expresarse. En muchas ocasiones, el mejor ministerio es el del silencio y la presencia: estar, escuchar, recordar juntos.

 

Hablar del ser querido: una necesidad, no una debilidad

Una de las cosas más importantes —y menos comprendidas— es que las personas en duelo necesitan hablar de su ser querido. Recordar su voz, sus gestos, su risa. Contar una anécdota. Nombrarlo.

No es un signo de debilidad ni de falta de fe, sino una manera de mantener vivo el vínculo desde el amor y la memoria. Cuando alguien recuerda, no está “atascado” en el pasado: está integrando su historia, aprendiendo a vivir con una presencia transformada.

Por eso, acompañar cristianamente implica no hacer callar a quien quiere hablar. Escuchar sin interrumpir. No cambiar de tema. No “corregir” el dolor con frases piadosas.

A veces, lo más sanador es simplemente decir: “Cuéntame más sobre él” o “Qué bonito lo que compartes, gracias por recordarlo conmigo.”

En el duelo, el silencio que escucha vale más que las palabras que intentan arreglar lo irreparable. No se trata de llenar el vacío, sino de no dejar sola a la persona que lo habita.

También podemos aprender a recordar juntos, mencionando con gratitud a los que partieron y dando gracias por su vida y su testimonio. La memoria es una forma de amor y el amor nunca muere.

Por eso decimos que el duelo no se supera, se integra. Y la fe nos enseña que el amor que un día se compartió no desaparece: se transforma.

 

La esperanza que no anula el dolor

En Navidad celebramos al Dios que se hizo hombre y habitó entre nosotros. No vino a un mundo perfecto, sino a uno herido, lleno de pérdidas. En el pesebre, Dios se hizo presente en la fragilidad humana. Y desde entonces, ninguna lágrima está sola.

Cuando miramos esa silla vacía, podemos sentir dolor, sí, pero también gratitud por el amor vivido y esperanza por la promesa del reencuentro. La fe no borra la ausencia, pero ilumina el camino para seguir amando en medio de ella.

La fe, como dice Miguel Lara, no quita el dolor ahora, pero te ayuda a saber que un día pasará.

Esta Navidad, que el Dios del consuelo nos ayude a acompañar con ternura, a escuchar sin prisa y a recordar con amor. Porque en Cristo, ninguna silla vacía lo está del todo: está habitada por Su presencia, por la memoria y por la esperanza.

Lourdes Otero es periodista y forma parte del Grupo de Trabajo de Duelo y Suicidio de la Alianza Evangélica Española.

 

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