Trabajar por el bienestar de la ciudad

Lea la participación del secretario general de la Alianza Evangélica Española en la mesa redonda “Trabajando por el bienestar de la ciudad”, durante Idea 2020 Valladolid.

VALLADOLID · 14 DE FEBRERO DE 2020 · 23:20

Momento de la mesa redonda durante Idea 2020 Valladolid. / D. Hofkamp,
Momento de la mesa redonda durante Idea 2020 Valladolid. / D. Hofkamp

Mesa redonda, Idea 2020, Valladolid, 14 de febrero. Intervención de X. Manuel Suárez, secretario general de la AEE.

 

Lc 19.41-44: Y cuando se acercó a la ciudad, al verla, lloró sobre ella diciendo:

–¡Ay, si te dieses cuenta tú, precisamente tú, de las cosas que conducen a la paz! Pero ahora están ocultadas a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en los que tus enemigos levantarán empalizadas contra ti, te rodearán y te apretarán por todas partes, te destruirán hasta los cimientos a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán que quede piedra sobre piedra, porque no fuiste consciente del momento de tu visitación.

Todos conocemos este texto que describe el momento dramático en el que Jesús se acerca a Jerusalén, en donde va a ser condenado a muerte, y ve la ciudad ahí enfrente, con el huerto de Getsemaní a sus pies, las murallas de Jerusalén al otro lado del arroyo Cedrón y el templo al fondo. Tiene una vista completa de la ciudad, reconoce su identidad colectiva y habla con ella.

No, no voy a hacer una profecía sobre ninguna ciudad, me interesa destacar de este texto cómo ve Jesús a la ciudad: la percibe más allá de sus calles de piedra, sus patios, su bullicio, sus murallas iluminadas por el sol; la ve como si fuese un ser vivo, capta su idiosincrasia, su forma de entender su propio lugar en la historia, sus valores, diagnostica sus aspiraciones globales, sus patologías sociales, su identidad colectiva, su alma de ciudad.

Se planta frente a la ciudad como si fuese una persona con identidad propia, construida desde el poso de la identidad de muchos; la contempla, la evalúa, se conmueve ante aquella Jerusalén… y llora sobre ella.

La mayoría de nosotros vive en una ciudad. Os invito a que subáis un día a un sitio alto para ver desde allí la ciudad completa y os toméis el tiempo para contemplarla en su integridad, en su identidad reconocible, para descubrir su corazón colectivo y dejaros conmover por lo que ese corazón os devuelve. Porque las ciudades sienten, tienen expectativas, sueños, valores, prioridades, modelos y, si tenéis capacidad para comprender, las escucharéis hablar.

Un proyecto claro de ciudad

Por tanto, para trabajar por el bien de la ciudad mi primera propuesta es que aprendamos a descubrir su corazón colectivo, cómo es y qué quiere. Echo en falta en muchas poblaciones un proyecto claro de ciudad. Parece que no tenemos tiempo para pararnos y decidir si lo que se está diseñando es realmente la ciudad que queremos o no; muchas veces nuestras poblaciones crecen en extensión y habitantes por pura inercia y no nos paramos a reconsiderar cuál es la calidad de ese crecimiento.

Cada ciudad debe definir qué proyecto de población quiere, con cuál se identifica, cuál es el lugar que quiere ocupar en medio de su territorio y de su país. Y esto determinará cosas tan relevantes como las infraestructuras y el tipo de servicios que se van a desarrollar. Habitualmente se viene haciendo al revés: estos elementos son los que acaban determinando el tipo de ciudad que se va consolidando, cuando la lógica impone que lo primero debería ser identificar el proyecto de ciudad que queremos.

Gobernar es sobre todo decidir prioridades, y en esa labor nos confundimos con frecuencia y creemos que la inmediatez es lo prioritario. Les comparto nuestra experiencia: los evangélicos nos preocupamos por lo inmediato, sin duda, pero vamos aprendiendo a someter lo inmediato a la prioridad de lo trascendente; vamos aprendiendo a aplicar aquellas palabras de Jesús: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? […] vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”1 Invitamos análogamente a los que ejercen el gobierno municipal a que no se dejen obnubilar por la inmediatez y dediquen tiempo a lo duradero, a lo que dejaremos para la próxima generación, que se entreguen a pensar la ciudad, a definir su proyecto global, antes de sumergirse en la inmediatez cotidiana.

Y, sobre todo, no dejemos que sean otros los que nos imponen las prioridades; en efecto, cuando la especulación del suelo condiciona el Plan General de Ordenación Urbana, estamos aceptando que sean otros los que nos impongan su proyecto de ciudad.

Escuchar a la ciudadanía

Trabajar por el bien de la ciudad exige definir el proyecto compartido, y para eso hay que escuchar antes a la población. Hay poco hábito de escuchar a la ciudadanía; el modelo religioso mayoritario español ha dejado una profunda impronta en la forma de entender las relaciones de los gobernantes con los gobernados: se tiende a pensar que estos necesitan de alguna manera ser tutelados y que los dirigentes saben lo que es mejor para ellos; por eso algunos alcaldes tienen poco hábito de escuchar y por su parte la ciudadanía ya ni espera ser escuchada; hay, consecuentemente, poco lugar para la iniciativa ciudadana y esto empobrece el desarrollo humano de la ciudad.

Propongo, por tanto, un cambio en la dinámica de la relación entre el gobierno municipal y la ciudadanía, invito a que se escuche más a la ciudadanía y a que se definan instrumentos para hacerlo. Trabajar por el bien de la ciudad supone promover la participación ciudadana mediante mecanismos al alcance, y en democracia hay medios que están ahí pero no tenemos hábito de desarrollarlos, como los mecanismos de democracia directa, en los que la ciudadanía expresa mediante votaciones directas, a través de referenda, qué modelo de ciudad quiere o cuáles son los grandes proyectos en los que quiere que se involucre la ciudad. Son instrumentos que han demostrado su utilidad en sociedades avanzadas.

Ordenación Urbana

El Apocalipsis describe la nueva Jerusalén y dice que “sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche.”2 Será una ciudad abierta, en la que todo el mundo se sentirá en su casa. ¿Nos preocupamos de que nuestra ciudad tenga sus puertas abiertas, que todo el mundo se sienta en su casa? ¿Cómo desarrollamos la ordenación urbana? ¿Con qué criterios? ¿Qué proyecto de ciudad está detrás de nuestros modelos de ordenación urbana?

Mi abuela era una mujer de aldea. Toda su vida la desarrolló en un entorno de cultivos, árboles, arroyos y horizontes abiertos; conocía a cada uno de sus vecinos y sus historias personales. Pero un día su marido murió y mi familia no la quiso dejar sola y la trajo para la ciudad; para ella fue un choque muy fuerte, perdió casi todas sus referencias y relaciones personales. Pero afortunadamente vivíamos en un barrio humilde en el que había espacios para que la gente se sentase y hablase; mi abuela pudo sentarse en aquellos bancos, reconstruir sus referencias y construir nuevas amistades; lo descubrimos cuando empezó a traer a casa las historias de sus nuevas amistades.

Mi familia progresó y un día mis padres pudieron comprarse un piso en el centro de la ciudad. Todos estábamos ilusionados con el traslado, pero mi abuela quedó callada y se fue oscureciendo su gesto; dijo: “De ese piso ya no saldré hasta el día que muera”. Así fue. En el nuevo entorno ya no había lugares de encuentro, no era posible para ella encontrar nuevas amigas con las que construir nuevas relaciones; ni siquiera era posible encontrarlas en el bloque del edificio. Vivió unos años más y su profecía se cumplió.

Tardé mucho en comprender lo que le había pasado a mi abuela. Se dice que la sociedad actual promueve el individualismo y empobrece las relaciones humanas, y siempre citamos el ejemplo de los adolescentes que están juntos y no se hablan, sino whatsappean, pero ¿acaso el modelo de ciudad que estamos desarrollando es neutral en este proceso? ¿Acaso no modula y condiciona el tipo de relaciones humanas de sus habitantes? Lo hace, y mucho.

El tipo de ordenación urbana, la forma en la que diseñamos las dimensiones, las plazas, los espacios verdes, las vías de comunicación, los tipos de transporte, las zonas peatonales, condiciona el alma colectiva de la ciudad y las relaciones humanas: la hace más humana o más cerrada, levanta muros en las relaciones personales o abre espacios de encuentro, encierra a las personas en ghettos o abre la ciudad a todos. Piensen ustedes en Brasilia, una ciudad construida en medio de la selva ex novo, una oportunidad para crear un entorno ciudadano enriquecedor; fíjense en sus inmensas plazas: ¿Creen que animan al encuentro, a la interactuación? En esas plazas uno se pierde, se siente un nadie y no le estimulan a sentarse a hablar con nadie, ni hay siquiera lugar para eso. Piensen ustedes en las plazas de los pueblos, en los bancos alrededor de la fuente: ¿acaso no animan a encontrarse con los vecinos con el ruido del agua a la tarde?

El proyecto de ciudad que asumamos condicionará no sólo el valor del terreno o el desarrollo turístico o el de servicios o el industrial: también condicionará profundamente nuestras relaciones personales y nuestro desarrollo humano. No se lo podemos dejar sólo a los políticos.

Integración de minorías

La nueva Jerusalén será una ciudad abierta. ¿Está nuestra ciudad abierta a todos?

Una de las mayores dificultades para la integración de las minorías de cualquier tipo es el desconocimiento, la pura ignorancia. Nosotros, como minoría protestante, sabemos bien lo que significa ser desconocidos por la ciudadanía y sus gobernantes. Aquí mismo en Valladolid la memoria de nuestra presencia ha tenido que ser reabierta después de siglos de ignorancia consciente y voluntaria; recordamos que a nuestros mártires del siglo XVI los quemaron o lanzaron al exilio y que incluso los espacios físicos vinculados a ellos fueron arrasados y cubiertos de sal; que la ciudad le haya dedicado una calle a Cazalla no es bueno sólo para los protestantes, es bueno para convertir a Valladolid en una ciudad más abierta y respetuosa de las minorías.

Vuelvo a preguntar: ¿Está nuestra ciudad abierta a todos? Esta apertura ¿forma parte del meollo de nuestro proyecto de ciudad? ¿Integramos a las minorías y las hacemos partícipes de la construcción de ese proyecto?

El fenómeno de la inmigración hace muy pertinente esta pregunta. La política municipal debe tomarse muy en serio este tema, porque condicionará nuestro modelo de convivencia, promoverá relaciones humanas enriquecedoras o alienantes, abrirá espacios de entendimiento mutuo e integración o levantará muros y, aún si lo queremos ver desde una perspectiva muy egoísta, incidirá en la seguridad ciudadana.

Merece la pena preguntarse qué mecanismos debemos diseñar a nivel de política municipal que aseguren una integración adecuada de los inmigrantes, una integración en la que las dos partes tienen que dar pasos de acercamiento; desde el gobierno municipal se deben promover esos pasos. Nosotros, como evangélicos, tenemos ya una amplia experiencia en integración mutua de minorías culturales, lingüísticas y étnicas y nos ofrecemos para colaborar en ese proceso.

La búsqueda del consenso

La política general se basa en modelos sociales cargados de ideología (aunque cada vez menos), pero la política municipal debe partir del reconocimiento, de la identificación del alma colectiva de la ciudad, un alma que está más cargada de valores que de sesgo ideológico; a partir de esto se hace más fácil la apasionante tarea de elaborar un plan común compartido por todos.

Me van a permitir que diga que la construcción del proyecto de ciudad es más cosa de ciudadanos que de políticos, o, si lo prefieren, los políticos que participen en él debe ser antes ciudadanos que políticos. El objetivo más importante de un gobierno municipal es la identificación del proyecto compartido de ciudad, qué somos y qué queremos ser; estas son cuestiones que trascienden a la dialéctica partidaria y, por tanto, debería ser más fácil en este entorno construir grandes acuerdos en los que todos nos sintamos escuchados y protagonistas.

En la política municipal no debería ser difícil construir entre el gobierno local, la oposición y la ciudadanía grandes consensos que guíen el desarrollo de la ciudad para las próximas décadas. En un entorno tan crispado como el actual, tanto a nivel de política como de convivencia en general, la actividad pública municipal debería ser un entorno propicio para el consenso, el diálogo sin apriorismos, la apertura de mente, la tolerancia mutua y la voluntad de acuerdo.

La política y los políticos no están en alza hoy en la consideración de los ciudadanos; hay que recuperar el valor de la política como instrumento creador de conocimiento y reconocimiento mutuo, respeto y convivencia, creador de proyectos comunes, de nuevos horizontes para la próxima generación. La política general está fallando en este cometido y por esta razón la política municipal puede convertirse en un interesante instrumento de regeneración democrática. Trabajar por el bien de la ciudad puede ser la mejor forma de trabajar por el bien del país.

 

1.Mt 6.31-33

2. Apo 21.25

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