David Willoughby Gooding, in memoriam
Su vasta erudición se traducía en exposiciones bíblicas luminosas, asequibles, adornadas por ilustraciones familiares, aparentemente simples, pero esclarecedoras siempre y memorables.
06 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 09:07
David Gooding nació en Ipswich, Inglaterra, y ha fallecido el 30 de agosto, a punto de cumplir los 94 años.
Fue catedrático emérito del Antiguo Testamento en Griego en la Queen's University de Belfast, y miembro de la Royal Irish Academy. Ha publicado estudios académicos sobre la Septuaginta y las narrativas del Antiguo Testamento, así como exposiciones de Lucas, Juan 13-17, Hechos y Hebreos, (publicados en castellano por Andamio) entre otros muchos libros. Durante las décadas de 1980 y 1990 tuvo un interés particular por los países de la antigua Unión Soviética y participó en la redacción de artículos que defendían y promovían el cristianismo en esos países. Sus libros han sido traducidos a más de 25 idiomas
El Dr. Gooding fue scholar en el Trinity College de Cambridge, donde se licenció con un expediente brillante, y obtuvo el doctorado con una tesis sobre la versión griega de Deuteronomio.
Al margen de su producción académica, David Gooding era conocido y apreciado en muchos países del mundo como conferenciante y expositor. Un hombre risueño y cercano, su vasta erudición se traducía en exposiciones bíblicas luminosas, asequibles, adornadas por ilustraciones familiares tomadas de la vida cotidiana, aparentemente simples, pero esclarecedoras siempre y memorables. Si en alguna ocasión vio necesario explicar un término griego o hebreo, solía invitar a sus oyentes a ‘dar una cabezadita’ hasta que terminara, y no hacía alarde nunca de sus conocimientos.
Escribió el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel:
“Lo simple, considerado como carácter de lo bello, es un resultado. No se llega a ello sino después de haber pasado por múltiples formas intermedias. Es preciso haber triunfado de la multiplicidad, de la variedad, de la confusión. La simplicidad consiste, entonces, en ocultar, en borrar en esta victoria todos los preparativos y andamiajes anteriores, de modo que la libre belleza parezca surgir sin obstáculo, como un chorro de agua. Sucede en esto como en las maneras de un hombre bien educado, quien en todo lo que hace y dice se muestra simple, libre y natural, cualidades que parece poseer por un don de la naturaleza y que son, sin embargo fruto de una educación perfecta”. No se me ocurre mejor definición de la persona y obra de David Gooding.
Tuve ocasión de pasar tiempo con él en Cambridge, en Madrid, en Irlanda del Norte, y el impacto de su conversación ha marcado de manera indeleble mi manera de pensar.
Le conocí a través de un amigo común, John C. Lennox, a la sazón doctorando en matemáticas en el Emmanuel College de Cambridge, y con quien publicaría posteriormente obras apologéticas en co-autoría. Ambos me invitaron a asistir a unas sesiones de estudio bíblico en un lugar remoto de la costa norirlandesa en las postrimerías de la década de los 60. A lo largo de aquellas sesiones, que duraron una semana, vi con claridad meridiana un principio que ha informado mi propia comprensión de las Escrituras desde entonces: la manera en que todo el Antiguo Testamento señala, en sombra y figura, a Cristo, epicentro de la revelación bíblica, y que cualquier interpretación que hagamos de los textos vetero-testamentarios que no recale, en último término, en el evangelio de Jesús, es de valor limitado y parcial.
Esta lección la aprendí de la mano de David Gooding, y estaré agradecido siempre por el interés que tomó por mí, y por la sencillez que escondía su enorme erudición.
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