Una historia mejor: reimaginar matrimonio y sexo con la visión bíblica
Por toda Europa Occidental y Estados Unidos, quienes se mantienen en la ética sexual cristiana se encuentran supuestamente en el “lado equivocado de la historia”. ¿Cómo explicamos la visión bíblica?
11 DE MARZO DE 2017 · 18:35
Hasta hace poco, la ética sexual bíblica llevaba décadas jugando un papel central en la formación de actitudes sociales hacia el sexo, el matrimonio y la familia. Sin embargo, en menos de una generación, la visión moral cristiana (los seres humanos se sienten realizados cuando los intereses sexuales se circunscriben a un pacto de por vida entre hombre y mujer) ha sufrido una pérdida profunda de poder cultural.
Por toda Europa Occidental y Estados Unidos, quienes se aferran a la ética sexual cristiana no solo se encuentran en el lado equivocado de la opinión pública, sino supuestamente también en el “lado equivocado de la historia”.
A los cristianos con una visión conservadora de la ética sexual, cada vez les resulta más difícil pilotar la relación entre las esferas de la fe pública y privada. No es mi propósito, sin embargo, abordar aquí temas apremiantes sobre los ajustes razonables en la legislación de derechos y la libertad de religión. Lo que sí quiero es dar un paso atrás para abordar el impacto de la revolución sexual sobre el propio evangelicalismo. La realidad es que la ética bíblica tradicional no solamente ha perdido poder cultural en el conjunto de la sociedad, sino que ha quedado seriamente debilitada dentro de las propias comunidades cristianas.
El sociólogo Peter Berger argumentaba[1] que, si las “minorías cognitivas” (aquellas que mantienen posturas disonantes con la sociedad en general) no dan pasos activos para sostener sus estructuras plausibles internas (las ideas e interacciones sociales escondidas que respaldan su estilo de vida particular), están destinadas a implosionar. Creo que esto es lo que ocurre en muchas áreas del evangelicalismo moderno.
Los líderes evangélicos parecen poco equipados para gestionar las complejas cuestiones éticas, biológicas y sociales inherentes a las conversaciones sobre matrimonio y sexualidad humana. A pesar de su tradición de “mente cristiana”, salvo algunas notables excepciones, han mostrado muy poca implicación académica seria en estas áreas. Lo más importante es que el temor a la cultura de vergüenza pública ha silenciado a muchos y, en algunos sectores de la iglesia, los pastores han escogido arbitrar en lugar de guiar a sus ovejas.
No son buenos augurios. Sin una visión, el pueblo perece. Por tanto, en este breve artículo quiero preguntar qué tienen que hacer los evangélicos por los evangélicos. ¿Cómo cortar de raíz o invertir esta tendencia? ¿Podemos comprender mejor los tiempos en que vivimos y concebir juntos lo que debemos hacer?
COMPRENDER NUESTRA ÉPOCA
Una revolución de las ideas
Como todas las revoluciones, la sexual está enraizada en ideas. Martin Luther King dijo: “Si quieres cambiar el mundo, toma un bolígrafo y escribe”. Las ideas que han torpedeado la moralidad cristiana tradicional de manera tan eficaz son remarcables, sin embargo, no solo por ofrecer unas perspectivas radicales y nuevas sobre lo que significa ser humano, sino por reivindicar también cierta superioridad moral. Esta observación es importante porque se suele representar la revolución sexual como un descenso a la anarquía moral, cuando lo que en realidad se está ofreciendo es una nueva visión moral sobre la naturaleza del florecer humano. De hecho, el corolario es que las moralidades cristianas tradicionales son dañinas, no solo porque impiden el florecer humano sino que fomentan creencias antitéticas al mismo.
Aquí hay varias líneas de pensamiento. Primero, en la esfera del pensamiento feminista radical se considera que la visión moral cristiana merma a la mujer. Ligada al patriarcado tradicional en que el hombre trae el pan a casa y la mujer cocina, se atribuye a la moralidad cristiana el haber engendrado una cultura que desestimaba la educación de las mujeres, avergonzaba a las madres solteras y ocultaba a las lesbianas. En cambio, la revolución sexual ofrece libertad de las cadenas del patriarcado y una visión nueva y radical de una feminidad reinventada.
El gnosticismo de la antigüedad, que según el teólogo Tom Wright[2] ha surgido para convertirse en un “mito controlador de nuestra época”, es otra línea filosófica existente en la trastienda. Según esta visión gnóstica, los mundos externos de la sociedad y la religión y el mundo exterior de nuestro propio cuerpo son esencialmente irrelevantes. De hecho, nos engañan y confunden. Tu persona real, interior y privada yace enterrada bajo capas y capas de residuos religiosos y culturales. Así que hay que cavar hondo para liberar al verdadero yo del yugo de la tradición y convertirse en el yo que yo quiero ser.
La teoría queer es otra ideología que empuja a la revolución sexual. Es una variante moderna del gnosticismo. Basándose en la obra del filósofo Michael Foucault y pensadores como Judith Butler[3], los teóricos queer construyen las categorías de género como meras construcciones sociales, invenciones culturales perpetuadas para servir a los juegos de poder de las élites culturales y religiosas que los sostienen. Según esto, detrás de tales categorías no hay realidades biológicas convincentes, ya no digamos alguna norma natural y orgánica incrustada que se supone que tengamos que seguir. Se trata de capas externas, de las cuales hay que desprenderse en la búsqueda por la autenticidad.
Son ideas como estas (el feminismo radical, el gnosticismo, y la teoría queer) las que forman las estructuras de plausibilidad de un nuevo orden moral y apuntalan su visión del florecer humano. Tenemos que hacerles frente. La apologética cristiana necesita ir más allá de la cosmología y de afinar los argumentos de la existencia de Dios. En el área de la sexualidad humana, estamos fallando porque no estamos pensando.
Una causa moral
Como he mencionado antes, las tropas de asalto de la revolución sexual no solo creen que tienen una argumentación intelectual, sino también una justificación moral. Aquí nos puede resultar útil el trabajo de los psicólogos sociales como Jonathan Haidt[4].
Haidt sugiere que, frente a los problemas morales, los seres humanos han pasado a pensar intuitivamente por un número limitado de sistemas y canales cognitivos. A uno de estos sistemas “viscerales” le preocupa el cuidado/daño y se pregunta: “¿Sale alguien perjudicado?” Los otros sistemas son: la preocupación por la legitimidad; el deseo de proteger a los débiles; el respeto a la tradición y sabiduría recibidas (“¿qué hemos creído siempre sobre esto?”); la lealtad a las personas cercanas; y un deseo instintivo de aferrarse a lo sagrado por el bien de la comunidad (“nos inmiscuimos en esto por nuestra cuenta y riesgo”).
Haidt demuestra que cuando se les pide que emitan juicios morales, los seres humanos difieren, a menudo de manera predecible, sobre el peso relativo que dan a esa variedad de respuestas viscerales. Por ejemplo, los de la izquierda política liberal siempre dan más valor a las preocupaciones morales conectadas con el cuidado/daño y la igualdad/legitimidad. Los conservadores sociales, por otro lado, valoran más lo relacionado con la tradición y el sentido sagrado de la comunidad (“no tiene sentido cubrir las necesidades de un subgrupo de abejas si haciéndolo destruimos toda la colmena”).
Experimentamos subdivisiones enteramente previsibles y similares cuando debatimos sobre la ética sexual. Quienes adoptan una postura conservadora tienden a hacer hincapié en la santidad del matrimonio y la autoridad de la Biblia. Los del lado liberal se centran en el sufrimiento del individuo y la necesidad de compasión, justicia y libertad de la opresión. Y con este diálogo de sordos todavía caemos más en la animosidad.
Para romper esta dinámica en que un lado hace hincapié en una serie de valores por encima y en contra del otro, los líderes evangélicos que quieran tener argumentos más convincentes deben comunicarse en términos de todo el espectro de inquietudes morales. Deben aceptar que a menudo son percibidos como duros, excluyentes y carentes de compasión. Necesitan admitir esas actitudes enjuiciadoras que ponen difícil que algunas personas se sientan acogidas por sus familias y comunidades y arrepentirse. Si quieren que se les escuche, necesitan mostrar que la motivación de sus inquietudes morales es la misma compasión y deseo del florecer humano que tienen los liberales.
Luego, con coraje y convicción deben defender que la compasión por el individuo no puede terminar con el amplio bien social subordinado a la defensa de los valores sagrados (como el matrimonio cristiano). En otras palabras, tienen que encontrar un lenguaje atractivo para sus convicciones de que no sirve de nada cubrir las necesidades de un subgrupo de abejas, si haciéndolo se destruye la colmena entera. Esto no es compasión; es una locura emocional que acaba por destruir el florecer humano.
El poder narrativo
Finalmente, debemos entender que la revolución sexual tiene poder narrativo. Según el filósofo Charles Taylor, los hechos entretejidos a modo de narración poseen un poder de persuasión adicional. Así que para poder plantar cara a unas narrativas, no basta con ofrecer los datos y evidencias rivales; hay que contar una historia distinta[5].
La revolución sexual no consta en el imaginario popular como un listado de hechos; consta como una historia. Es una historia de la liberación del espíritu humano de la vergüenza asfixiante de la tradición cristiana. Contiene argumentos secundarios con héroes que han tenido el coraje de nadar contracorriente del odio y los prejuicios, y villanos que han intentado hundirlos. Estas historias se narran una y otra vez, a través de seriales cómicos o románticos, dramas y documentales. Como respuesta, a menudo hemos desplegado argumentos complicados, o enumerado las “desviaciones” y enfermedades. Esto sencillamente no funciona. Tenemos que contar otra historia. Una historia mejor que apele tanto a la imaginación como al intelecto.
¿QUÉ HACEMOS PUES?
Una crítica mejor
Primero, necesitamos una crítica mejor, que empiece por abordar la revolución sexual en sus propios términos en lugar de los nuestros. Deberíamos estar dispuestos a humillarnos. Frente al desafío de la cultura del pudor cristiano, el juzgar a los demás y la hipocresía, debemos encajar el golpe y demostrar que estamos genuinamente dispuestos a aprender y cambiar. Solo entonces nos ganaremos la atención cuando preguntemos si la revolución sexual proporcionó la libertad, igualdad y realización humana que prometía.
Por ejemplo, ¿qué pasó con la promesa de liberación sexual? En su libro “Sex By Numbers”[6], el estadístico David Spiegelhalter presenta evidencias convincentes de que durante los últimos 30 años el sexo como actividad recreativa de hecho ha estado en constante declive. La revolución sexual prometía más sexo, pero la realidad es que trajo menos.
Más serio, ¿cuál ha sido el impacto en los niños? La revolución sexual prometió justicia e igualdad pero en realidad el colapso del matrimonio ha contribuido a acumular injusticias y desigualdades estructurales sobre los más vulnerables, nuestros niños.
El matrimonio (tener una madre y un padre unidos por la promesa de fidelidad para toda la vida) es bueno para los niños. Está claro que algunos matrimonios concretos son muy malos para un niño; y algunos arreglos de familias no tradicionales (como la adopción por padres del mismo sexo) pueden ser muy buenos para un niño. Pero a grosso modo, la evidencia sugiere que el bienestar de los niños viene mejor dado por una cultura de matrimonios fuertes.
La revolución sexual se puso en marcha y las tasas de divorcio se dispararon en los años 60 y 70; todavía hoy un 42% de matrimonios terminan en divorcio. Solo la mitad de los niños viven con padre y madre cuando llegan a los 16 años de edad. Naturalmente, hay que interpretar con cautela los estudios individuales, pero la evidencia es aplastante; el divorcio en general es una muy mala noticia para los niños[7].
Con el aumento de la cohabitación las noticias empeoran todavía más. En al año 2008 se casó el porcentaje menor de gente desde que hay registro; la cohabitación es la nueva norma[8]. Según los datos de la Marriage Foundation[9], solo un cuarto de las parejas que se casan por primera vez y tienen hijos se separan. En cambio, independientemente de la edad de la madre y de los estudios que tenga, más de la mitad que dan a luz y luego se casan, se separan, y más de dos tercios de los que nunca se casan acaban por separarse.
La dificultad para los hijos de estas relaciones rotas es que la mayoría vivirán en hogares monoparentales, y normalmente sin una figura estable del padre. Los hombres que no están casados con la madre de sus hijos son mucho menos proclives a invertir financiera, práctica y emocionalmente en las vidas de estos hijos[10]. Y no podemos obviar las importantes relaciones entre la falta de padre, la pobreza y el bajo nivel educativo[11].
La sencilla genialidad del matrimonio es que hace a los hombres responsables de los hijos que ayudaron a traer al mundo. Las madres solteras hacen una labor extraordinaria, claro que sí. Y muchos hijos van a estar mejor con una madre soltera que con un padre abusador e inútil. Pero no podemos permanecer en silencio sobre cuál es la situación ideal en general: los niños están mejor con una madre y un padre en casa. Queda dicho.
Naturalmente, estos datos despiertan todo tipo de preguntas metodológicas; sin olvidar la cuestión de la causalidad. ¿Produce el matrimonio la virtud de la fidelidad y el compromiso? ¿O lo que pasa sencillamente es que las personas que tienen estas virtudes son más proclives a casarse? Jamás podremos esclarecerlo del todo pero cada vez queda más claro que las explicaciones incluyen una y otra cosa. No tiene por qué ser una cosa o la otra.
Hay cosas que el gobierno puede hacer en el área del apoyo a los niños, la educación y la reducción de las desigualdades económicas. Y hay cosas que todos debemos hacer para fomentar la cultura de un matrimonio fuerte; un matrimonio que consolide la expectativa de que los chicos y jóvenes desarrollen las virtudes del compromiso y la fidelidad, que les ayudarán a cumplir con sus responsabilidades.
Podríamos seguir analizando las consecuencias de la revolución en toda una serie de áreas; en particular, el escándalo y la tragedia de la pornograficación y sexualización de la infancia. Pero debemos concluir volviendo a la cuestión central de si, a la luz de estos fracasos, los evangélicos tienen algo mejor que ofrecer de su cosecha.
Una historia mejor
Quienes se aferran a una visión moral bíblica del sexo y el matrimonio tienen que contar una historia mejor. Nuestra cultura conoce bien en contra de qué estamos, pero ¿y de lo que estamos a favor? Según la visión bíblica, ¿para que sirve el sexo? ¿Para qué sirve el matrimonio? ¿Para qué sirven las familias? No hay que andar mirando atrás, no se puede regresar a un bucólico paraíso moral de los años 50 que jamás existió. Los desafíos de la revolución sexual exigen una re imaginación radical de la narrativa bíblica del sexo, el matrimonio y la realización humana. Pero ¿qué aspecto puede tener? Aquí solo puedo bosquejar el esqueleto, pero hay que enmarcar nuestra narrativa con la convicción renovada de que el evangelio es realmente una buena noticia; que transmite la verdad sobre el florecer humano; que ofrece vida al mundo.
Primero, nuestra visión es que no nos han dejado solos construyéndonos a nosotros mismos en la oscuridad. Si el universo en esencia no tiene sentido, si carece de un orden natural de las cosas, entonces debemos construirnos a nosotros mismos lo mejor que podamos. Y la revolución sexual nos ha proporcionado una variada selección de identidades sexuales para enriquecer nuestra elección. Puedes escoger una y cuando te cansas, vas y escoges otra. Pero cuando esta libertad se convierte en un aterrador salón de los espejos, en una rueda de re invención eterna, entonces la buena noticia es que Dios no nos ha dejado solos. En las Escrituras no solo nos revela quién es, sino que también nos muestra quiénes somos nosotros: nos habla de nuestra identidad.
En consecuencia, en la narrativa cristiana, el cultivo de la identidad personal se sostiene en el conocimiento de que hemos sido creados, hombre y mujer, a imagen y semejanza de Dios mismo. Al aventurarnos en nuestra travesía única en el mundo de las relaciones y la comunidad, lo hacemos a sabiendas de que Dios ha puesto límites a la expresión de nuestros intereses sexuales; límites buenos y necesarios para nuestro bienestar y la crianza de nuestros hijos. Podemos aprovechar los datos de las ciencias sociales para reforzar nuestro argumento.
Segundo, debemos estar preparados para decir que vivimos en un mundo caído y fracturado y que por eso el llamamiento cristiano al discipulado nunca es fácil pero siempre es bueno. Nuestro distanciamiento de Dios se ha cobrado su precio en nuestra naturaleza física, intelectual y emocional; en deseos y apetitos desordenados; y en algunas personas en una profunda y dolorosa disonancia de confusión de género. Pero la buena noticia es que todos somos bienvenidos por igual bajo la gran carpa de hospitalidad que es la gracia de Dios.
La gracia de Dios siempre nos acepta tal como somos, pero nunca nos deja igual. Por eso son siempre buenas las exigencias radicales del discipulado. La travesía puede ser larga, lenta y dolorosa, pero el evangelio nos da la visión de que algún día volveremos de verdad al hogar. Y quienes perseveren hasta el final no solo se salvarán, sino que en carne santa verán la misma cara de Dios.
Hay que poblar esta narrativa de héroes; aquellos que tienen el valor de nadar contra la corriente del espíritu de la época; personas inspiradas por el evangelio para descubrir por si mismas las bendiciones de la obediencia y la sumisión; jóvenes valientes con agallas para plantar cara al sexo consumista y a las políticas identitarias de hoy en día.
Y finalmente, debemos estar dispuestos a dar alas a la imaginación de la gente. La Biblia nos dice que las maneras de vivir en santidad son vívidas alegorías del evangelio que las sostiene. Son señales, imágenes y entradas al evangelio. En el libro de Efesios, por ejemplo, el apóstol Pablo nos dice[12] que cuando hombre y mujer se prometen fidelidad como “una sola carne”, se convierten en señales del misterio del pacto de amor y entrega de Dios por nosotros en Cristo. En otras palabras, Dios ha grabado la historia de su amor por su pueblo en la forma de sus relaciones físicas más íntimas.
Cuando vivimos este estilo de vida fiel y comprometido, estamos contando la historia del amor de Dios en nuestra propia carne una y otra vez. Y quienes abrazan la castidad mientras están solteros también dan testimonio de la realidad mayor de que el amor apasionado de Dios siempre implica un pacto. Por tanto, no solo contamos la historia del evangelio con nuestras palabras, sino que con nuestras relaciones lo exponemos.
Nunca debemos abandonar la vida pública porque las virtudes de la visión moral cristiana son para todo el mundo, no solo para nosotros. Pero primero debemos revitalizarla en nuestras propias vidas y corazones, en nuestras iglesias, en el trabajo de pastores y maestros, en los grupos de jóvenes y de adultos. Y queda mucho por hacer para desafiar las concesiones del pasado, sin olvidar las actitudes hacia el divorcio y el escándalo de tomar a la ligera el sexo fuera del matrimonio.
¿Una tarea abrumadora? No será la primera vez. Hace dos mil años, la creencia de que Jesús de Nazaret se había levantado de la muerte inspiró a los cristianos a crear una cultura (la manera en que trataban a las mujeres, los niños, las personas explotadas sexualmente, los esclavos y los pobres) tan atractiva para los paganos que en el siglo cuarto después de Cristo un imperio entero estaba rozando la fe.
Naturalmente, hay muchas preguntas. Y se puede defender nuestra postura de buena y mala manera. Necesitaremos sabiduría y coraje, pero por el bien de nuestros hijos, por el bien del evangelio, por la vida en el mundo, la visión moral bíblica es una historia que debemos estar preparados para contar una y otra vez.
Glynn Harrison es profesor emérito de psiquiatría, Universidad de Bristol (UK).
Este artículo fue publicado en inglés el 28 de setiembre de 2016 en Evangelical Focus. En enero de 2017 se publicó en inglés su libro “A Better Story: God, sex and human flourishing”. Está disponible aquí.
[1] Berger, P (1968) A Rumour of Angels: Modern Society and the Rediscovery of the Supernatural. Doubleday and Co.
[2] Wright, T (2013) Creation, Power and Truth. SPCK.
[3] Sanlon, P (2010) Plastic People: How Queer Theory Is Changing Us. Latimer studies.
[4] Haidt, J (2013) The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion. Penguin books
[5] Smith, James, K.A (2014) How (Not) to be Secular: Reading Charles Taylor. Eerdmans
[6] Spiegelhalter, D (2015) Sex by Numbers. Wellcome
[7] http://www.centreforsocialjustice.org.uk/core/wp-content/uploads/2016/08/CSJ_Forgotten-Families-Oct12_-FINAL.pdf
[9] Benson, H (2015) Get Married before you have Children. Marriage Foundation. http://marriagefoundation.org.uk/publication_doc/get-married/
[10] Pew Research Center, Social and Demographic Trends: http://www.pewsocialtrends.org/2011/06/15/a-tale-of-two-fathers/
[12] Efesios 5:31
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