Mi querido Nicolás

(Una parábola de nuestros tiempos)

Edmundo Hernández

17 DE MARZO DE 2015 · 21:45

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¡Ay, Nicolás, cómo te has pasado! Te he visto en todas las revistas, en los diarios, en los noticieros y hasta en los programas del corazón, lo cual viene siendo el top one de los sitios para estar. Y no solo me asombra dónde te veo, sino dónde se te ha visto, y con quién. ¡Madre mía, Nicolás! Te has convertido en el asombro de chicos y grandes, estás en boca de todos.

Yo he escuchado opiniones divididas respecto de ti. Unos, los menos, me dicen que eres un charlatán, que eres un sinvergüenza, un listillo que se supo colar a los lugares de mayor prestigio de la mano de los más grandes de España. Pero muchos otros, ¡pero muchos, eh!, opinan básicamente lo mismo pero con un añadido: que eres un crack, el crack más grande que ha dado este país en los últimos años, que se la has colado hasta a los más audaces, a los de la alta esfera; que ni los más avispados lo vieron venir, vamos, ni los de Inteligencia Nacional, y que les has vendido la moto y que te la han comprado al precio que se te ha pegado la gana, ¡es que eres un máquina!

¡Menuda fiera estás hecho! Y me vas a disculpar tú y todos tus colegas que me desviva en halagos, pero es que quién iba a decir que con la cara de tontete que llevas hayas pertenecido a los grupos de la más alta élite y te hayas regodeado en limusinas y en “fiestuquis” con los cabezas grandes, y que organizaras tanta cosa tan bonita para los de la cumbre, tanta fiesta, tanto baile, tanto regocijo (por usar una palabra de la Reina-Valera del 60).

¡Qué bien te ves en aquel vídeo donde vas acompañando al actual presidente Rajoy con tu gafete bien colgadico del cuello! ¡Y qué me dices de la entrañable imagen junto a Aznar! Es que has estado con todos, hijo; con todos los grandes y los supergrandes, ¡te coronaste el día que entraste a la prestigiosa recepción de los nuevos reyes! Allí sí ya me quedé sin aliento, fue la monda verte entrar allí como un señor (el señor que eres) y hacer la estudiada reverencia frente a Letizia y Felipe. No te voy a negar que noté a doña Letizia un poquito incómoda, en plan “¿Quién es este?”. Pero qué más da, guapo, allí estabas, dándolo todo por tu sueño; eso sí, con invitación oficial.

Te escribo así de tú a tú, por la confianza que nos da el tener una foto donde salimos juntos, una selfie de esas. Espero que no te enfade mi desparpajo de hablarte de esta manera tan a lo coleguillas sin siquiera conocernos, pero es que te he visto tanto que ya es como si te conociera, como si fueras un primo lejano, pero muy lejano, que se ha hecho trending topic de la noche a la mañana.

¡Lo orgullosos que deben estar tus padres del grandullón en el que te has convertido! ¡Qué pieza! ¡Qué chaval más avanzado para su edad! ¡Qué precocidad andante! Y pensar que naciste en un barrio llano de Madrid, que no llevas títulos ni en la sangre ni en el papel, que lo que te ha colocado allí es tu salomónica sabiduría. ¡Qué Salomón a sus doce años ni que Josías a sus ocho! ¡Francisco Nicolás! Frani para los amiguetes.

Pero, ¿cómo lo has hecho chavalote? ¿Dónde estudiaste tú el arte de la ubicuidad? ¿De dónde has sacado tanta gracia y tanta palabrería para que se te viera como escolta de Esperanza Aguirre con tan solo 14 años? Hay que ver de lo que se es capaz si se le echa morro.

Ahora bien, hay una cosa que me tiene preocupado. Es algo que de verdad ha llegado a asustarme en las ultimas semanas… y todo comenzó con el hecho de que todos tus amigos esos de la alta estirpe, de la cúpula al mando, vamos, que todos aquellos con los te has hecho la foto, resulta que ahora dicen que, como yo, tampoco te conocen.

¿Por qué me preocupa esto? La verdad, querido Nicolás, es que mi preocupación no tiene nada que ver contigo, pero tú me has ayudado a pensar en esto. Mira, desde hace años que he venido siendo un continuo lector de la Biblia y un amante de las enseñanzas de Jesús reveladas en ella. Resulta que dentro de las palabras de Jesús hay unas que me eran difíciles de comprender porque no tenía referencias a la mano, pero has llegado tú con tu desparpajo y tu florida ideación delirante de tipo megalomaníaco (dicho por los especialistas que han analizado tu caso) y has conseguido ayudarme a entenderla convirtiéndote en una muy clara parábola en estos tiempos.

Estimado Frani, las palabras a las que me refiero son las siguientes, míralas con atención y luego te explicaré mi preocupación:

No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.

Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”.

Y entonces les declararé: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.

Me he preocupado cuando todos los altos mandos han declarado que no te conocen, que no saben quién eres, que eres un listillo con mucha labia, pero que ninguno tiene nada que ver contigo. Y es allí donde te conviertes en la mejor parábola frente a los tiempos que vivimos. Cada día vemos más dolor en la humanidad y más maldad por todos los rincones de la tierra, al parecer la venida del Señor se acerca y debemos estar preparados con las maletas hechas para su inminente regreso.

Pero, ¿qué pasará si vuelve y nosotros aparecemos ante él con nuestro gafete de cristianos de iglesia, con nuestro currículum ministerial de profecías, pastorados, y apostolados, y con nuestro pedigrí de cuatro generaciones de creyentes activos, y él, mirándonos como intentando reconocernos, apretándose los labios en un esfuerzo por hacer memoria, resulta que después de considerarlo nos dice: “La verdad, guapos, no os conozco, no se quién sois”?

Quizás nosotros tengamos en ese momento una oportunidad de hablar en nuestra defensa y aleguemos que sí, que cómo no nos va a conocer si éramos miembros de aquella iglesia tan mona, si estábamos en el grupo de alabanza y hasta levantábamos las manos cuando no nos tocaba en turno dirigir, si orábamos y echábamos fuera demonios, si en nuestro muro de Facebook no parábamos de poner textos bíblicos y condenar a todos los que pensaban diferente a nosotros; cómo que no nos conoce si tres enfermitos se sanaron cuando oramos con tanto ímpetu, si hicimos misiones y hasta ofrendábamos y diezmábamos con regularidad, oíamos música cristiana, éramos de asistir a eventos y de mirar televisión evangélica, llevábamos un pescadito en el maletero de nuestro coche.

Y él, quizás, ante nuestros sórdidos e interminables argumentos guarde silencio sonriendo compasivo; y así, mientras nos mira, nosotros mismos llegamos a una triste conclusión: tienes razón, Jesús, no nos conocemos. ¿Sabes cómo me he dado cuenta? Nunca había visto tu sonrisa. Conocí la iglesia, sus programas y sus estrategias; conocí a los creyentes, sus doctrinas y sus incoherencias; conocí los cultos, las alabanzas y las liturgias; conocí el ministerio, el prestigio del mismo y sus secretos; grabé un disco, escribí un libro y corregí a muchos infieles; pero a ti no te conocí realmente. Conocerte hubiera sido hablar contigo en la oscuridad de mi habitación secreta, conocerte hubiera sido no solo leer tu Palabra e intentar ponerla en práctica, sino dejarme definir por ella; conocerte hubiera sido llorar con tus lágrimas y sufrir con tu sufrimiento por la humanidad rota; conocerte se trataba de intimar contigo en la más profunda de las amistades… pero no, no me conoces, nunca nos conocimos. Hice muchas cosas menos la más importante: estar contigo.

Y así es, Nicolás, como tu reciente historia me ha ayudado profundamente. ¡Menuda parábola postmodernista! Gracias a tu inaudito comportamiento he podido descubrir que soy muy Nicolás y que muchos creyentes lo son también. Que esta parábola nos golpee fuertemente en la cara y decidamos conocer a Jesús de verdad antes que cualquier otra cosa que a nuestro entender nos brinde prestigio ante Dios o ante los hombres. No quisiera llegar a la presencia del Dios al que serví y que resulte que nunca supo de mí.

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