¿‘Cristianos’ o ‘iglesia de Jesucristo’?
Reducir la comunión al ámbito y programa eclesiales, y a los días de reunión, es no haber comprendido el propósito de la salvación en Jesucristo.
09 DE SEPTIEMBRE DE 2018 · 14:00
Continuando con el artículo anterior sobre la ‘comunidad’ de seguidores de Cristo (01), nos enfocaremos ahora en los que se incorporan a la ‘iglesia local’. Jesús fue quien mencionó por primera vez, la palabra ‘iglesia’. Lo hizo solo en dos ocasiones durante su ministerio terrenal, antes de morir en el Calvario, y ser glorificado tras su resurrección. Veamos esas menciones:
“Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán.” (02)
Aquí, la palabra ‘iglesia’ (03) aparece luego de la frase: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (04) que Simón, hijo de Jonás, apodado ’Pedro’ (05) declaró frente a Jesús movido por el Espíritu de Dios. Hasta ese momento no había sido usada, aunque el significado de ‘asamblea’ también podría aplicarse a la sinagoga judía. Por su parte, la ICAR usa este único texto para declarar a Pedro como el primer papa, y con él inaugurar ‘la sucesión apostólica’. Las otras dos veces que Jesús utiliza ‘iglesia’ es en este aleccionador párrafo:
“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo estando tú y él solos; si te oye, has ganado a tu hermano. Pero si no te oye, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oye a ellos, dilo a la iglesia; y si no oye a la iglesia, tenlo por gentil y publicano. De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo. Otra vez os digo que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidan, les será hecho por mi Padre que está en los cielos, porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (06)
Aunque no visualizamos en este texto ninguna estructura eclesiástica, esta valiosa enseñanza es básica a toda comunidad de fe, o iglesia de Cristo. Estamos refiriéndonos, entonces, a los primeros seguidores de Cristo tras Pentecostés; aquellos que cada día Dios agregaba a su iglesia (07) y habrían de ser salvos mientras Jesucristo la edificase. La iglesia naciente, entonces, estaba formada por seguidores de Cristo que vivían como comunidad apartada del sistema mundano de vida y sanada por obra del Espíritu. En ella, todo pecado entre hermanos era tratado siguiendo un orden ético-moral aceptado por todos. Vivían perseverando en doce cuestiones que en el artículo anterior aconsejamos repasar y comparar con lo que vemos en nuestra iglesia local. Pasemos a desarrollarlas, a continuación:
1. La doctrina de los apóstoles de Jesucristo.
¿Por qué se la menciona como ‘doctrina de los apóstoles de Jesucristo’? ¿Debe entenderse que era diferente de la doctrina de Jesucristo? De ninguna manera. Los apóstoles que Dios Padre entregó a su Hijo para que este les enseñase la ‘buena noticia’ de salvación la habían recibido personal, visible y audiblemente del Maestro de Galilea. De nadie más. En su primer ‘discurso’ el apóstol Pedro la resume frente a sus connacionales quienes - al oírla - clamaron compungidos bajo el enorme sentimiento de culpa. Como respuesta, el predicador desvía la atención de sí mismo y la proyecta en la persona de Jesucristo, cuyo nombre es central en el Plan redentor de Dios:
“Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame.
Y con otras muchas palabras testificaba y los exhortaba, diciendo: — Sed salvos de esta perversa generación.” (08)
En todo el libro de los Hechos podemos comprobar que los Apóstoles transmitían la doctrina enseñada por Jesucristo, como el Hijo de Dios; ellos habían sido testigos presenciales de la obra completada por Él en la tierra. A esos apóstoles envió Jesucristo para que continuasen la tarea fundacional de Su iglesia, a la que nadie puede agregar o quitar absolutamente nada. ¡Pongamos atención con los que usurpan el nombre de Apóstol e imponen otras doctrinas!
2. La comunión unos con otros.
Explicamos en el artículo anterior lo que no era esta comunión. Allí dejamos de lado las connotaciones de ideología política, económica o social, que algunos le siguen atribuyendo al mensaje evangélico, manipulando a Jesucristo. La comunión en Cristo resulta de un amor que trasciende la naturaleza e intenciones humanas; transforma la mente y el corazón de sus seguidores y les impulsa a practicarlo unos con otros sin fingimientos o segundas intenciones.
Por ello afirmamos que la comunión de la iglesia era y es un don divino; pues Dios es amor y lo entrega sin medida a los de limpio corazón que invocan su Nombre en gratitud y adoración. Una comunión que no está reducida a las pocas horas de culto, donde disfrutamos del estudio y prédica de la palabra; la oración; la alabanza, los testimonios; la ‘santa cena’, y actividades de ayuda. Hay incluso quienes entienden por ‘comunión’ solo a la celebración de ‘la mesa del Señor’ o ‘eucaristía’. Como veremos a continuación es (o debiera ser) una relación continua, a lo largo de las muchas horas vividas fuera del lugar de culto, en nuestras ocupaciones y contactos en el mundo secular; allí donde nos necesitamos unos a otros para fortalecernos en la fe, el amor y servicio genuinos. Es allí donde se hace real la recomendación evangélica: “de gracia recibisteis, dad de gracia”. (09) Reducir la comunión al ámbito y programa eclesiales, y a los días de reunión, es no haber comprendido el propósito de la salvación en Jesucristo.
3. El partimiento del pan instituido por Jesús en la ‘última cena’.
La primera ordenanza instituida en forma personal por el Señor Jesucristo es el bautismo; una declaración pública de la fe en el Hijo de Dios, como Salvador y Señor, que somos bautizados en su muerte para resucitar como lo hizo Él. La segunda es la eucaristía, o la ‘última cena’, la noche que fue entregado,
“Mientras comían, tomó Jesús el pan, lo bendijo, lo partió y dio a sus discípulos, diciendo:
—Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo:
—Bebed de ella todos, porque esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados. Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.” (10)
El ‘partimiento del pan’ o ‘mesa del Señor’ es una recordación maravillosa del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario, gracias al cual creemos, hemos sido redimidos y adoptados como hijos por Dios. Tan profundo es su significado que el Apóstol Pablo declaró al respecto:
“Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.” (11)
¿Qué quiso dar a entender Jesús usando el pan y el vino en este acto? En primer lugar, que nosotros no podríamos haber sido redimidos, si Él no hubiese entregado voluntariamente su cuerpo para ser crucificado, y derramado su sangre para expiación de nuestros pecados. En segundo lugar, que es imposible vivir plenamente nuestra fe, hasta que Él regrese, sin anunciar su muerte. Este anuncio se efectúa, en la mesa del Señor, cuando la iglesia participa del pan y de la copa. Nos decimos unos a otros: “Jesús, el Hijo de Dios, murió por mí”; reconocemos que no hubo ni habrá ningún mérito en nosotros; y encontramos consuelo en la enseñanza paulina:
“Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado, porque, el que ha muerto ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él, y sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. En cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (…) Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.” (12)
Participar asiduamente del pan – símbolo del cuerpo de Jesús - y del vino – símbolo de la sangre del Cordero de Dios - también nos hace reflejar ante el mundo a Aquél que vive para siempre. Él nos ha hecho sal y luz del mundo, para preservar la Creación de la corrupción que avanza sin control y de las tinieblas que intentan cubrirla. No perdamos de vista que este rol lo ejercemos en debilidad para que el mundo llegue a conocer al Todopoderoso Jesucristo.
Concluiremos analizando en el próximo artículo el resto de las 12 características de la iglesia, el cuerpo que somos la comunidad de redimidos y cuya única cabeza es Cristo. Será hasta entonces, si el Señor lo permite.
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Notas
Ilustración: Culto del ‘la mesa del Señor’ en la Iglesia Bautista del Nordeste, Santa Fe, Argentina.
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01. http://protestantedigital.com/magacin/45423/Cristianos_o_comunidad_de_Jesucristo Esta serie está enfocada en el documento: “La misión a los cristianos nominales es una prioridad urgente”; por el Movimiento de Lausana. Ver la traducción al castellano del documento realizada por este autor, entrando en: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10156536840628887&set=pcb.226115604879908&type=3&theater&ifg=1
02. Mateo 16:18. Porque la iglesia pertenece a Jesucristo, su edificador, ni la muerte ni el sepulcro podrán con ella.
03. Del griego εκκλησια = asamblea, congregación de gente sacada fuera.
04. Mateo 16:17.
05. Del griego Πέτρος: piedra.
06. Mateo 18:17. Esta promesa de Jesús a sus discípulos se cumple desde entonces, y hasta que Él regrese. Notemos que, de no prosperar el diálogo personal, puede llamarse a testigos para oír a las partes. Finalmente, si la parte en pecado desoyese la recomendación de la comunidad, el tal no debe ser tratado como miembro de ella. Recordemos que tratar a alguien como ‘gentil y publicano’ era lo más aborrecible en la cultura y religión judías; y que los primeros miembros de la iglesia fueron mayoritariamente judíos. Este ejemplo sirve también para entender en qué consiste la propiedad de “atar y desatar”, en obediencia a Jesucristo.
07. Hechos 2:47b.
08. Ibíd. 38-40.
09. Mateo 10:8.
10. Ibíd. 26:26-29.
11. 1ª Corintios 11:26.
12. Romanos 6:5 -11; Efesios 2:6.
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