La viña de la sulamita

Y aún hay más figuras del amor. En Cantares 8:6 encontramos otra: el fuego.

16 DE JUNIO DE 2018 · 21:54

José Ramón Gil / Unsplash,viñas campo, viñedo
José Ramón Gil / Unsplash

Siguiendo con los simbolismos del amor, vamos a intentar desentrañar cierto enigma del libro. En él se afirma que la esposa tiene una vid, o que ella misma es la vid: “los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé” (Cantares 1:6).

En este texto se utiliza el término “remia”, que supone una identificación entre la viña y la esposa. Sin embargo, en el último capítulo de Cantares, se nos dice: “Salomón tuvo una viña en Baal-hamón (Señor de riqueza o Señor de muchos), la cual entregó a guardas, cada uno de los cuales debía traer mil monedas de plata por su fruto. Mi viña, que es mía, está delante de mí. Las mil serán tuyas, oh Salomón, y doscientas para los que guardan su fruto” (Cantares 8:11-12).

En varias ocasiones las viñas aparecen como tipos o figuras del pueblo de Dios. Por consiguiente, si aceptamos que la esposa de Cantares –simbólicamente– está representada por una viña, el vino sería el fruto que ella misma produce: es decir, sus propios pensamientos, sus elaboraciones noéticas, sus sentimientos…

A su vez, si consideramos que la esposa representa a la Iglesia, y el vino es un simbolismo del amor, la conclusión sería esta: la iglesia no puede vivir de su propio producto, sino que debe de recibir la vida del hálito del esposo.

No debemos de satisfacer nuestras necesidades con lo que brota de nosotros mismos, sino con lo que nos ofrece el amor de Dios. Traídos estos pensamientos a nuestro devenir histórico-salvífico, resulta ineludible plantear las siguientes preguntas:

  • ¿De qué se nutre hoy la iglesia: de sus propios recursos o del poder de Dios?
  • ¿Se debe nuestro desvanecimiento a que el Señor se ha olvidado de nosotros o a qué nosotros nos hemos olvidado de Él?
  • ¿Pueden las organizaciones para-eclesiales (miméticas de otras seculares) darnos la victoria frente a un mundo que proclama con más ímpetu que nunca que Dios ha muerto?

Pero aún hay más figuras del amor. En Cantares 8:6 encontramos otra: el fuego. “sus brasas, son brasas de fuego, fuerte llama”. Volviendo a la traducción de la Versión Moderna: “Sus ascuas arden como ascuas de fuego, o como la misma llama de Dios, como la misma llama divina, o como la misma llama de Jehová”.

El fuego habla de purificación. El amor de Dios debería ser un efecto purificador en nuestras vidas, tanto en la relación de nuestra alma con Aquel que nos insufló su Espíritu (Génesis 2:7), como en la relación con nuestro enfrente, con aquel con el que establecemos la comunicación y el diálogo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cohelet - La viña de la sulamita