Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (XI)

Tras la ruptura con Roma y hasta la muerte de Enrique VIII, el protestantismo inglés fue adquiriendo un perfil que lo distanciaba tanto del catolicismo romano como del protestantismo clásico

19 DE MARZO DE 2017 · 08:40

Enrique VIII.,
Enrique VIII.

Desde el siglo XVI corre la versión que la irrupción del protestantismo en Inglaterra se debe a los amoríos de Enrique VIII.

Según esta óptica, al serle negada por el papa Clemente VII la nulidad de matrimonio con Catalina de Aragón, hija de los reyes católicos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, el rey inglés, al tener apoyo entre los teólogos adversarios de Roma para contraer nuevas nupcias con Ana Bolena giró a favor de quienes se esforzaban por reformar la Cristiandad basados en las enseñanzas neotestamentarias.

El asentamiento de la vía inglesa del protestantismo fue más complejo que la atracción de Enrique VIII por la inteligente y bella Ana Bolena.

Como especialista de la Reforma protestante en Inglaterra, Diarmaid MacCulloch, ofrece en su libro The Reformation, a History (Viking Penguin Group, New York, 2004), volumen al que se han dedicado las dos entregas anteriores de la serie, páginas bien documentadas sobre los intrincados acontecimientos que llevaron a la ruptura con Roma por parte de Enrique VIII, los poco menos de seis años del reinado de su hijo Eduardo VI, el ascenso al trono de María Tudor (hija de Enrique y Catalina de Aragón), y la prolongada permanencia en la corona de Isabel I (hija de Enrique y Ana Bolena). Entre la ascensión de Enrique VIII (1509) y la muerte de Isabel I (1603), Inglaterra tuvo transformaciones religiosas pendulares, y de ellas da cuenta acertadamente MacCulloch.

Por distintas razones antes de la Reforma protestante hubo en Inglaterra personajes y movimientos que retaron la hegemonía teológica y eclesiástica de la Iglesia católica romana. Entre los primeros destacó John Wyclif en el siglo XIV (acerca de él una buena fuente es G. R. Evans, John Wyclif: Myth and Reality, IVP, 2006).

El teólogo y profesor de la Universidad de Oxford hizo severas críticas al sistema romano y abogó por un cristianismo de raigambre neotestamentaria. Tradujo la Biblia Vulgata Latina al inglés, por cuanto estaba convencido de que ella debía ser leída por el pueblo en su propio idioma.

Respecto a movimientos disidentes, uno que se fortaleció por la gesta de Wyclif fue el de los lolardos, predicadores pobres e itinerantes que se opusieron al clericalismo romano, por lo que fueron duramente perseguidos.

El rey Enrique VIII estuvo al tanto de lo sucedido en Wittenberg tras que Martín Lutero clavó las 95 tesis contra las indulgencias. Siguió con interés la polémica del teólogo germano con el poder papal.

El monarca inglés cumplió escrupulosamente las órdenes de León X y mandó quemar las obras de Lutero. Además hizo que se conformara un equipo para que le asesorara en escribir un tratado contra el ex monje agustino, el resultado fue la Afirmación sobre los siete sacramentos “que se publicó en 1521, una destacada y efectiva crítica hacia Lutero que le ganó al rey la gratitud del papa, quien le confirió el título de Defensor de la Fe” (p. 131).

Años más tarde, la querella de Enrique VIII con el poder papal por su negativa a concederle la nulidad de matrimonio con Catalina de Aragón, fue aprovechada por clérigos y políticos interesados en darle a Inglaterra un nuevo horizonte libre del dominio católico romano.

MacCulloch precisa que el rey inglés estaba convencido de que la razón por la cual no le habían sobrevivido hijos varones procreados con Catalina era la ira de Dios por haber desposado a la viuda de su hermano mayor, Arturo. Éste murió unos meses después de casarse con Catalina.

Para que ella pudiese contraer nuevas nupcias fue necesaria una dispensa papal, ya que de acuerdo a las leyes católicas estaba prohibido que un varón pudiera casarse con la viuda de su hermano. La dispensa tuvo como base que el matrimonio de Arturo y Catalina nunca se consumó sexualmente. Enrique y sus consejeros argumentaban que la unión de su hermano con la hija de los reyes españoles fue plena.

De acuerdo a MacCulloch primero Enrique VIII tuvo la crisis de conciencia y durante la misma, o después, apareció Ana Bolena. El monarca empeñó grandes esfuerzos en obtener la dispensa por parte de Clemente VII, al no lograrla se fue intensificando en él la convicción de que la dispensa concedida años atrás para desposar a la viuda de su hermano fue un error que debía ser enmendado.

Entonces contó con el respaldo de quienes por interés o por conciencia concordaron con el rey, y el proceso llevó a la promulgación del Acta de Supremacía en1534, mediante la cual se reconocía al rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra.

Tras la ruptura con Roma y hasta la muerte de Enrique VIII en 1547, el protestantismo inglés fue adquiriendo un perfil que lo distanciaba tanto del catolicismo romano como del protestantismo clásico en su vertiente luterana y/o calvinista.

Al ascender en 1547 al trono el infante hijo de Enrique, Eduardo VI de tan sólo 10 años, su reinado estuvo en manos de sus tutores y consejeros con tendencias protestantes. Ellos fortalecieron el cisma con Roma.

Eduardo murió en 1553, tres mese antes de cumplir dieciséis años. Tras disputas por quién le sucedería en la monarquía, fue coronada en octubre de 1553 su media hermana, María Tudor, cuya madre fue Catalina de Aragón.

Durante los cinco años de su reinado, María afanosamente revirtió los cambios religiosos llevados a cabo por Enrique VIII y Eduardo VI. En el verano de 1554 contrajo nupcias con Felipe II de España (hijo de Carlos V), y el matrimonio fortalecía la “recatolización” de Inglaterra.

Meses después, en noviembre, llegó a Londres el representante del papa Julio III para la ceremonia de reconciliación entre la corona presidida por María y la Iglesia católica romana.

María Tudor es conocida históricamente por el apelativo que sigue a su nombre: María la Sangrienta. Es así por las medidas que ordenó tomar para erradicar el protestantismo inglés.

Aunque, a decir verdad, su padre combatió violentamente a los líderes católicos que se le opusieron, como Tomas Moro, decapitado en 1535. Por su parte María se ensañó con Tomás Cranmer, arzobispo de Canterbury, quien validó la anulación matrimonial de Enrique VIII y dio visto bueno a las nupcias de éste con Ana Bolena. Cranmer se opuso a que María fuera reina de Inglaterra.

Estuvo encarcelado más de dos años, sujeto a torturas para debilitarlo y obtener su retractación con el fin de que se reconciliara con la Iglesia católica romana. Así parecía que “el régimen de María [Tudor] había logrado su más grande trofeo de reconversión de toda la Reforma protestante europea” (p. 274).

Ante una audiencia que llenaba la Iglesia de la Universidad de Oxford, desde el púlpito Cranmer dirigiría palabras en las que reconocería sus errores y solicitaba ser readmitido en el seno del catolicismo.

Sucedió otra cosa: él no se retractó sino que reivindicó sus creencias evangélicas. Fue llevado a la hoguera el 21 de marzo de 1556. MacCulloch es autor de una amplia biografía sobre el personaje, en la que ahonda sobre su vida y obra: Thomas Cranmer: A Life, Yale University Press, 1998).

Menciona MacCulloch que durante la restauración católica de María Tudor, Inglaterra fue el primer país en el cual se introdujo el contenedor o tabernáculo reservado para el pan consagrado de la eucaristía.

Dicho tabernáculo se colocó al centro del altar principal de cada iglesia. Subraya MacCulloch que ese altar/tabernáculo “fue destinado en la Europa de la Contrarreforma para ser tratado con creciente esplendor como el centro para la contemplación devocional y de adoración litúrgica” (p. 275).

Así como Enrique VIII y Eduardo VI debieron enfrentar oposición en sus proyectos de reforma religiosa y de ruptura con Roma, María se topó con adversarios que no querían ver a Inglaterra de regreso al redil católico romano.

No nada más hubo contrariedad entre los clérigos y teólogos que respaldaron a Enrique y Eduardo (cerca de dos mil sacerdotes casados fueron separados de sus esposas en el régimen de María), también se manifestó el descontento entre algunos sectores del pueblo que habían abrazado la vía inglesa al protestantismo o vertientes más radicales. María falleció de cáncer de estómago en noviembre de 1558.

El péndulo religioso inglés fue impulsado al lado contrario del que lo mantuvo María cuando tras su muerte le sucedió Isabel I, identificada plenamente con la reforma iniciada por su padre Enrique VIII.

Con decisión férrea ahondó en la separación de Roma, y para esto no vaciló en recurrir a la fuerza para sujetar y/o combatir a quienes llamaron “romanistas o papistas”.

Se mantuvo en el trono por cuatro décadas y media, en este lapso defendió el camino inglés de reforma religiosa, una vertiente del protestantismo que se asentó en la isla tras un proceso que no puede reducirse, como algunas hermenéuticas lo hacen, a los devaneos amorosos de Enrique VIII y su enojo porque la Iglesia católica rehusó darle el visto bueno. La virtud de MacCulloch es desmenuzar el sinuoso camino seguido por la Reforma inglesa.

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