La Biblia, contaminada por mitos, leyendas, errores y contradicciones
‘Redescubrir la Palabra’, de Máximo García. Un reputado teólogo bautista cuestiona la veracidad de la Biblia.
01 DE ENERO DE 2017 · 14:00
Con la reciente publicación del libro ‘Redescubrir la Palabra’ (Máximo García), se abre un nuevo capítulo en la historia evangélica en España.
Hasta la fecha, los protestantes españoles han luchado continuamente contra la doctrina del Catolicismo Romano. A partir de ahora, los evangélicos tendrán que enfrentar a un nuevo enemigo en la península ibérica, a saber, el liberalismo teológico.
Ya se observó la presencia de la teología liberal dentro de la Iglesia Evangélica Española (IEE) con la publicación del documento ‘Ética teológica y homosexualidad’ de Juan Sánchez Núñez (profesor en la Facultad de Teología SEUT) en 2015. El nuevo libro de Máximo García (recién jubilado profesor de la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España) marca un antes y un después en la teología evangélica española.
Hoy queremos presentar una crítica al libro de García desde una perspectiva evangélica conservadora.
I.- DIEZ CRÍTICAS
1.- Antiguo Testamento vs. Nuevo Testamento
García no cree que el Dios “iracundo” del Antiguo Testamento sea el mismo Dios que se da a conocer en el Nuevo Pacto. “Mientras los Evangelios muestran la imagen de un Dios de amor universal, que no hace acepción de personas y defiende valores como la dignidad de todos los seres humanos y su igualdad en derechos, el Antiguo Testamento muestra con frecuencia la idea de Dios como la de un dios iracundo, vengativo y tribal, fruto de la visión parcial y distorsionada de un pueblo” (p. 17).
En típico estilo liberal (y siguiendo las pisadas del hereje Marción), García simplemente no entiende el concepto de la ira santa de Dios, optando por creer en una deidad que él mismo ha fabricado conforme a sus antojos ilustrados.
Se olvida de que la presuposición fundamental del Evangelio neotestamentario es la ira venidera de Dios (1 Tesalonicenses 1:10) y de que el Dios del Nuevo Pacto sigue juzgando a los incrédulos y disciplinando a sus hijos. El caso de Ananías y Safira sirve como un buen recordatorio (Hechos 5:1-11).
No hay ninguna discrepancia o contradicción entre el Dios del Antiguo Testamento y el Dios del Nuevo. Es verdad que a García no le gusta el hecho de que el Señor haga cosas que él no aprobaría. Pero allí el problema es el corazón del teólogo; no la perfecta e inmaculada justicia del Todopoderoso.
2.- Hacia una lectura sin prejuicios
En repetidas ocasiones, García pide que leamos la Biblia desprovistos de prejuicios y “condicionantes confesionales” (p. 109). Hay que, “alejarse de ideas preconcebidas que puedan condicionar y distorsionar el sentido del texto leído” (p. 198). ¿Cómo podremos, entonces, conseguir leer la Biblia sin prejuicios o presuposiciones? Contesta García diciendo: “La tarea del exégeta, para ser efectiva, necesita servirse de un método histórico-crítico adecuado” (p. 195).
El problema con este método es que está plagado de prejuicios filosóficos también. La presuposición más dañina del método histórico-crítico es que se mueve en un plano enteramente antropocéntrico negando que la Biblia tenga un solo autor, esto es, Dios.
“Es preciso recordar, escribe García, que la Biblia no es un libro unívoco, escrito por un solo autor” (p. 175). En este punto, ningún evangélico podría estar de acuerdo con el pensador bautista. Reconocemos que cuarenta autores humanos redactaron las Escrituras a lo largo de 1.500 años; no obstante, detrás de todo estaba el soplo del Espíritu divino dirigiendo el proceso.
Otra incoherencia en la hermenéutica de García sucede cuando llama a sus lectores a leer la Biblia “a la luz de la fe en Jesucristo” (p. 21). ¿Qué es esto sino una presuposición teológica?
Por un lado quiere promocionar una lectura bíblica sin prejuicios. Por el otro, desea leer la Palabra partiendo “de un principio axiomático, consustancial con la fe, como es la aceptación de que Jesús es la Palabra de Dios encarnada” (p. 214). Pedimos que nuestro autor sea coherente con sus propios postulados filosóficos.
3.- El Jesús mariposa
El Jesús en quién cree Máximo García es el Jesús de Schleiermacher y de la tradición liberal, o sea, un Jesús mariposa, un osito de peluche, una muñeca de Barbie. Es un Jesús acaramelado y azucarado que no tiene nada que ver con el Cristo revelado en las páginas del Nuevo Testamento.
La importancia de Jesús, para García, reside en que “es capaz de dar respuesta a las necesidades de los hombres y mujeres” y nada más (p. 36). Y está convencido de que el mensaje de Jesús se trata de buscar “la hermandad de los pueblos y la justicia social” (p. 170).
El teólogo liberal español no toma en cuenta las palabras duras y ofensivas que Jesús pronunció a lo largo de su ministerio público. Simplemente está interesado en el Jesús del sermón del monte (p. 114), el Jesús que anduvo haciendo bienes (Hechos 10:38).
Tampoco hace caso a los milagros realizados por el Salvador que servían para confirmar su mesiazgo y autoridad divina. Esta observación nos lleva al cuarto punto.
4.- Anti-milagros y anti-sobrenatural
En cuanto a los milagros de Jesús y las demás maravillas registradas en la Biblia, García es bien escéptico. Mejor dicho, es incrédulo. Acepta las presuposiciones ateas de los materialistas actuales. Como en el caso del teólogo liberal alemán Rudolf Bultmann, García cree que los milagros forman parte de una cosmovisión mítica compartida por los autores bíblicos.
Por lo tanto, lo que hay que hacer es desmitificar la Biblia y reinterpretar sus milagros para que tengan sentido para el hombre contemporáneo. Esto significa que hay que descartar cualquier relato de la Biblia que suene meramente milagroso o anti-racional (la creación, Noé, la lucha de Jacob con el ángel, el éxodo, la burra de Balaam, Jonás y un largo etcétera).
Tristemente, en vez de procurar refutar los argumentos anti-sobrenaturales de los agnósticos llamándolos al arrepentimiento y a la fe, García procura reinterpretar dos mil años del cristianismo con el fin de acomodar a la mente no creyente. Nos acordamos de las palabras del Señor: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos” (Jeremías 15:19).
Ya hemos visto los efectos de semejante metodología en las iglesias de Alemania, el Reino Unido y los Estados Unidos: ¡han quedado vacías! De manera paradójica, el liberal –en su afán por ser relevante- acaba siendo todo lo contrario.
Son precisamente las iglesias conservadoras las que más crecen en todo el mundo. Oramos para que la Iglesia del Señor en España siga andando en la verdad de la bendita, inerrante e infalible Palabra de Dios.
5.- Un argumentum ad logicam
Cuando García desata su ira contra los que creen en la plena inspiración, autoridad e inerrancia de las Escrituras, emplea un par de argumentos mal formulados que carecen de fuerza intelectual.
Primero, García se confunde al pensar que las partes descriptivas de la Biblia sean prescriptivas. Cuestiona la ética de Abraham, Jacob, Josué, Salomón, David y otros olvidándose de que la Biblia también nos enseña malos ejemplos para que no los sigamos.
Si Jacob miente, esto no quiere decir que la Biblia nos esté animado a engañar a la gente; sino a no seguir el mal ejemplo de Jacob. Estos episodios no atentan contra la inspiración de la Palabra.
Segundo, la acusación de acusaciones de García es que los fundamentalistas se equivocan al leer la Biblia de manera literal. Pero se trata de otro argumento ilegítimo. No hay nadie que lea la Biblia cien por cien literalmente. ¿Acaso conoce García a alguien en sus círculos bautistas que crea que cuando Jesús se autoproclamó la puerta de las ovejas que estaba hablando en plan literal?
Cuando llegamos al capítulo siete del libro, García escribe lo siguiente: “Recomendamos a nuestros lectores que no anticipen la lectura de este capítulo sin haber leído antes los capítulos precedentes” (p. 207).
Es irónico porque aquí García –el anti-literalista- quiere que sus lectores lo interpreten de manera literal. De todas formas, me pregunto si García pone en tela de juicio la necesidad de una lectura literal cuando lee las instrucciones de sus recetas médicas.
6.- La Biblia es la palabra de hombres
García piensa que la Biblia se trata de un libro escrito por hombres. Hasta cierto punto, lleva la razón. Pero no defiende en ningún momento la convicción evangélica de que Dios es el autor de las Escrituras. Fue Dios el que redactó la Biblia a través de los autores bíblicos.
La Biblia, según nuestro pensador, es un simple tomo de percepciones humanas (p. 82), fruto de las culturas egipcia, babilónica, mesopotámica, etc. Por ejemplo, el concepto del sacrificio vicario en el judaísmo no fue ordenado directamente por Dios sino una creencia “heredada de culturas mesopotámicas” (p. 82). Es decir, se trata de una idea humana. Por eso García cree que la Biblia contiene varios errores, discrepancias y contradicciones.
Según García, la Escritura no es la Palabra de Dios en el sentido literal del término sino, “se va haciendo Palabra de Dios en la medida en que se identifica con la revelación llevada a cabo en Jesús de Nazaret” (p. 62). O en otra ocasión opina que, “Las Sagradas Escrituras lo son en la medida en que en ellas se puedan rastrear las pistas de un Dios que no somete, sino dignifica” (p. 146).
Y de nuevo, “Los textos sagrados se convertirán en Palabra de Dios en la medida en la que actúe el Espíritu en el propio lector” (p. 166). En cada paso, García niega que la Biblia sea literal, objetiva y ontológicamente la Palabra del Altísimo.
¿Y qué hacemos con todos aquellos pasajes en la Biblia que no compaginan con la hermenéutica humanista de García? Los desechamos en el nombre de los supuestos prejuicios nacionalistas de los autores del Antiguo Testamento o la confusión de los discípulos de Cristo.
Así acusa García al apóstol Mateo de “forzar el texto” de Oseas 11:1 sin considerar que el discípulo escribió siendo guiado por el Espíritu. Este escepticismo radical hacia los textos bíblicos explica la razón por la cual nos dice García: “Gracias a la Biblia percibimos la voz de Dios, aunque nos llegue con bastantes interferencias” (p. 211).
Puesto que García no tiene interés en ningún otro mensaje que no cuadre con su visión liberal de hermandad y justicia social, tiene que sacar sus tijeras a la hora de leer la Biblia.
7.- La doctrina no importa
Si lo más importante es hermandad y justicia social, García –siguiendo el espíritu del liberalismo- argumenta que la doctrina no importa. Lo que realmente cuenta es el amor, la solidaridad, la tolerancia y la exaltación de los valores humanos (p. 180).
Ahora bien, la idea de que el amor sea más importante que la doctrina no deja de ser una doctrina personal de García. El teólogo bautista justifica su postura apelando al pluralismo religioso ya que hay tantas religiones diferentes en el mundo con tantas doctrinas diferentes (pp. 168-169).
Pero, ¿por qué la existencia de tantas otras religiones nos lleva a negar nuestras convicciones cristianas? ¿Acaso implica la existencia de billetes falsos la no existencia de billetes verdaderos? ¡Desde luego que no! Lo que García necesita hacer es examinar las carencias intelectuales y lógicas presentes en otras cosmovisiones no cristianas y demostrar cómo la fe cristiana ofrece una interpretación mucho más lógica, coherente y satisfactoria de la realidad que aquéllas.
8.- La duda como preocupación creativa
A diferencia de nuestros padres protestantes, García se deleita en fomentar dudas y sospechas en los corazones de los creyentes. Define la duda en la página 18 como, “una preocupación creativa”. Dudar de las Escrituras es dudar de la Palabra de Dios. ¿Quién soy yo o quién es Máximo García para poner en tela de juicio la fidelidad o veracidad del único Omnisciente?
En realidad, el libro es un tratado sobre la incredulidad. Si los editores del libro habrían optado por llamar el tocho ‘Redescubrir la duda’ o ‘Redescubrir la incredulidad’ en vez de ‘Redescubrir la Palabra’, nos hubieran hecho un favor a todos.
Hay un sinfín de ejemplos en el tomo de García sobre los mitos, las leyendas, las discrepancias y los errores incluidos en la Escritura.
Total, García desempeña el mismo papel que el católico liberal Erasmo en el siglo XVI, negando la doctrina protestante de la perspicuidad (claridad) de las Escrituras. ¿Cómo explicar la incertidumbre que caracteriza a Erasmo y a García?
Lutero tiene una respuesta clara: la culpa se debe a la mente caída y pecaminosa del ser humano. “Mas el hecho de que muchas cosas sean abstrusas para muchos, se debe no a la oscuridad de las Escrituras, sino a la ceguedad o desidia de esa gente misma que no se quiere molestar en ver la clarísima verdad” (Lutero).
El amor de Lutero hacia la verdad proposicional explica su disgusto por el escepticismo teológico. En términos del reformador de Wittenberg: “El Espíritu Santo no es un escéptico; tampoco son dudas o meras opiniones lo que Él escribió en nuestros corazones, sino aserciones, más ciertas e inconmovibles que la vida misma y cualquier experiencia”.
Tenemos que tomar una decisión cada uno: ¿creer la Palabra de Dios dudando de Máximo García? ¿O creerle a Máximo García dudando de la Palabra? Para mí la decisión es bien fácil.
9.- El error categórico fundamental
Desde el primer capítulo hasta el séptimo, la obra de García está contaminada por un error filosófico fundamental. Si leéis el libro de García con esta falacia lógica en mente, os daréis cuenta de que el tomo carece de valor intelectual. Por alguna razón extraña, García cree que el demostrar el origen histórico de una creencia necesariamente desacredita la creencia.
García aplica este error a múltiples verdades enseñadas en la Biblia: la creación, el éxodo, los jueces, la institución de las fiestas judías, los demonios, el diablo, el infierno, los milagros, etc. García repite la misma línea de pensamiento docenas de veces a lo largo de su tomo.
Explica que un determinado tema bíblico –digamos el éxodo- es procedente de literatura egipcia. Por lo tanto, razona el español, el éxodo es falso. Se trata de lo que llamamos en el mundo anglosajón un “Category Error”, traducido al castellano sería algo como un error categórico o un error de categorías.
Usaré un ejemplo para aclarar este principio. Isaac Newton descubrió la ley de la gravedad. Ahora bien, ¿deja de existir la ley de la gravedad si os dijo que Newton la descubrió en el 1666? ¿O si digo que la descubrió por causa de la caída de una manzana de un árbol plantado por granjeros irlandeses? ¡Por supuesto que no! Explicar el origen histórico de una creencia no hace nada para derribarla.
Al fin y al cabo, podríamos usar la lógica de García contra su propio libro diciendo lo siguiente: García aprendió todo lo que sabe de los seguidores de la alta crítica alemana, por consiguiente, no hay que hacer caso a sus argumentos. O, García nació en los años 50, consiguientemente, puesto que podemos demostrar su origen histórico, no hace falta creer nada de lo que él nos dice. Es la misma lógica.
10.- Falsa alternativa: o Jesús o la Biblia
En última instancia, García presenta a sus lectores una falsa alternativa, esto es, o Jesús de Nazaret o la Biblia. Según el pensador, la Biblia se hace Escritura cuando se identifica con la revelación de Dios realizada en Jesucristo.
Aquí García tendría que volver a leer su Nuevo Testamento y entender la visión que tenía Cristo tocante a las Sagradas Escrituras. Jesús aceptó todo el Antiguo Testamento como Palabra de Dios y no solamente aquellas partes que apuntaban al Mesías (p. 172).
Pensamos, por ejemplo, en la alusión de Cristo a la institución del matrimonio en Mateo 19:6. No es un pasaje mesiánico; sin embargo, Jesús lo aceptó como la Palabra autoritativa de Dios. Y ¿qué diremos sobre los tres textos que Cristo citó de Deuteronomio 6-8 mientras peleaba contra Satanás en el desierto? No se trataron de versículos mesiánicos; no obstante, Cristo los citó como autoritativos. ¿Acaso no fue el bendito Hijo de Dios el que dijo: “Ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18)?
García anda peligrosamente porque el verdadero discípulo de Cristo presupone el señorío de Cristo en todas las cosas (incluso sobre la esfera intelectual). No hay tal cosa como autonomía cristiana. No hay tal persona como un teólogo cristiano autónomo. Son términos contradictorios.
El creyente es llamado a someter todas las áreas de su vida al señorío de Cristo. La neutralidad es traición. Y si Jesús de Nazaret creía en la infalibilidad, inerrancia e inspiración plenaria del Antiguo Testamento, sus seguidores también son llamados a creer lo mismo.
Rechazamos, pues, la alternativa falsa entre Jesús y la Biblia respondiendo que la Biblia es el libro que el Hijo de Dios emplea para gobernar en su Iglesia hasta que no vuelva por segunda vez. No es o Jesús o la Biblia; sino Jesús y la Biblia.
II.- ERRORES APARTE
Además de la crítica presentada, hay varios errores en el tomo de García que un lector no informado tendría que tener en cuenta.
III.- REFLEXIÓN FINAL
Personalmente hablando, me he quedado muy decepcionado con el tomo de García. El autor me prometió “alimento sólido” (p. 117); pero me dio piedras. La imagen que me vino a la mente mientras leía el tomo de García fue la de un hombre ante un puzle de 66 piezas.
Se cree capaz de explicar dónde todas las piezas del puzle fueron fabricadas; pero es incapaz de echarse para atrás y ver la imagen que el puzle entero procura transmitir. ¡Qué tragedia! Tarde o temprano sabía que el movimiento liberal tendría que darse a conocer en España; pero qué triste que está sucediendo precisamente en nuestros días.
Después de leer ‘Redescubrir la Palabra’, con mucho dolor en el corazón he aprendido que el tomo de Máximo García se trata de secularismo vestido de teología evangélica (o sea, incredulogía, dudología, sospechología). El tomo es otra expresión más de incredulidad sofisticada contaminada por mitos, leyendas, errores y contradicciones liberales.
¡El Señor guarde a su amada Iglesia y a todos los seminaristas evangélicos en España!
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Brisa fresca - La Biblia, contaminada por mitos, leyendas, errores y contradicciones