¿Conflicto ciencia y fe en la Cueva de Altamira?

La historia siempre es más compleja de lo que algunas reconstrucciones simplistas querrían. Y por lo tanto, hay que resistir el uso o el abuso de la historia con fines partidistas.

11 DE JUNIO DE 2016 · 17:50

Una imagen de la película Altamira.,altamira
Una imagen de la película Altamira.

El 1 de abril se estrenó Altamira1, una película sobre el descubrimiento, en 1879, de unas magníficas y sorprendentes pinturas prehistóricas en esa cueva cántabra por el arqueólogo aficionado Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) y su hija María. A caballo entre el biopic y el documental, no ha tenido mucho éxito en las taquillas de España, pero la película recupera un interesante episodio poco conocido de relaciones ciencia y fe.

La sinopsis oficial relata las acusaciones de falsificación por el principal prehistoriador de la época, Émile Cartailhac. No menciona la polémica religiosa, aunque el cartel de la película tiene de fondo la malévola mirada de un clérigo que en el tráiler organiza una oposición religiosa al descubrimiento y a Sautuola. La película resulta ser, sin embargo, más equilibrada, dando cabida tanto a la polémica religiosa como a la científica, que fue finalmente la responsable de que el descubrimiento no fuese reconocido oficialmente hasta la retractación de Cartailhac en 1902.

 

Crónica de un descubrimiento espectacular

La película refleja bien la historia del descubrimiento que tuvo lugar en varias fases: primero un campesino descubrió la cueva, luego Sautuola la exploró, posteriormente realizó nuevas visitas inspirado por los objetos prehistóricos que vio en la Exposición Universal de París de 1878, y finalmente su hija le indicó la existencia de animales pintados en el techo.

Sautuola no era un paleontólogo profesional, sino miembro de la burguesía acomodada santanderina. Pero tenía estudios universitarios (Derecho), pasión por las ciencias naturales y había sido nombrado en 1866 correspondiente de la Academia de la Historia.

Aquel descubrimiento se salía de todo lo conocido, y Sautuola escribió a Juan Vilanova y Piera (1821-1893), catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid, y máxima autoridad española en Prehistoria. Al año siguiente, Sautuola publicó Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander, donde se presentaba como “un mero aficionado”, describía las pinturas incluyendo imágenes y argumentaba que pertenecían al paleolítico.

Las iniciales felicitaciones pronto se tornaron primero en desconfianza y luego en acusaciones de fraude entre la comunidad internacional de prehistoriadores. Ya en 1880, Vilanova había dicho que las pinturas: “son únicas en su género, por esto mismo, repito, han de motivar serias y tal vez apasionadas discusiones, no siempre inspiradas en el amor a la verdad.”2 Y así ocurrió. Aunque Sautuola siempre tuvo el apoyo de Vilanova, para 1886 las pinturas de Altamira habían quedado olvidadas de nuevo, al no considerarse lo suficientemente “bárbaras” como para ser paleolíticas. Después, todos fueron muriendo, Sautuola, Vilanova…

¿Por qué fueron tan polémicas esas antiguas pinturas? Es necesario entender el contexto del debate que tuvo lugar en ese momento sobre la historia del mundo y los orígenes de la humanidad. A principios del siglo XIX había varios enfoques enfrentados.

 

El contexto científico 

Por un lado estaba el fijismo tradicional, con un mundo de unos pocos años y un origen único en el tiempo y el espacio para todas las especies, incluyendo el ser humano (tras el diluvio de Noé). Era lo que defendía Linneo en el siglo XVIII.

Sin embargo, a finales del s. XVIII la Geología ya había descubierto que la historia de la tierra y la vida era muchísimo más antigua, y había estado jalonada por grandes catástrofes (la última habría sido el diluvio) que habrían requerido ‘re-creaciones’ de especies cada cierto tiempo (explicando así también la aparición de organismos con mayor complejidad en el registro fósil con el tiempo). Así surgió el catastrofismo, generalmente asociado a Cuvier.

A principios del siglo XIX Lyell promovió el gradualismo, que restaba importancia a las catástrofes y consideraba que los mecanismos de la naturaleza habían sido siempre los mismos. Los seres vivos habrían aparecido en ‘centros de creación’, separados en el tiempo y el espacio.

En contraste con estas posturas ‘creacionistas’ que consideraban que las especies permanecían inalteradas desde su creación, Lamarck propuso el transformismo, una forma antigua de evolucionismo dea principios del siglo XIX, que consideraba que las especies variaban para transformarse en nuevas especies.

Lo específico del darwinismo fue una evolución de la vida que iba ramificándose (un ‘árbol de la vida’ genealógico) y arrancaba de una única forma de vida original o de unas pocas salidas de las manos del Creador. Darwin publicaría esta idea en El origen de las especies (1859), para luego aplicarla al ser humano en El origen del hombre (1871). Sin embargo, todavía existían muchas lagunas en la evolución humana: se habían descubierto huesos de Neanderthal; pero se tenían por un espécimen humano raquítico o enfermo.

 

Las relaciones ciencia y fe en el siglo XIX

La forma más común para relacionar ciencia y fe durante el siglo XVIII y XIX, siguiendo una antigua tradición cristiana, era el concordismo: defendía la idea de los ‘dos libros’, es decir, que siendo Dios creador no solamente hablaba por medio de la Biblia, sino que también lo hacía en la naturaleza. Este enfoque de las relaciones ciencia y fe se remonta a los Padres de la Iglesia y los teólogos medievales. Nos es difícil imaginar ahora el estímulo y apoyo que esas ideas dieron a científicos como Galileo, Kepler, Boyle o Newton.

Como consecuencia se pretendía armonizar lo que se encontraba en la Biblia y en la Naturaleza: la Biología con la creación de Génesis 1 y 2, la Geología con el diluvio de Génesis 6-8, la Antropología con las genealogías de Génesis 10, etc. Pero las cosas se complicaron cuando en el siglo XVIII se descubrió que la Tierra podía tener millones de años. El concordismo introdujo primeramente una separación temporal indefinida entre los versículos 1 y 2 de Génesis 1 (interpretación de la ‘brecha’, gap en inglés) y, por si no fuera suficiente, también convirtió los seis días de Génesis 1 en eras geológicas (interpretación día-era). Este esquema no solamente se amoldaba al catastrofismo, con el tiempo se aplicó incluso a la evolución. Así la aparición progresiva de plantas y animales en los seis días de la creación de Génesis 1 se encajó en la evolución de peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos, con el ser humano al final. Mucho de todo esto lo realizaban científicos que eran también cristianos, y aunque es un concordismo desacreditado que no hace justicia al texto bíblico ni a lo que realmente explica la evolución, sorprendentemente sigue defendiéndose incluso hoy día3.

Cuando las nuevas ideas de un mundo antiguo llegaron a principios del siglo XIX a España, la Geología se puso bajo censura con un Real Decreto en 1834, lo que movió al ingeniero de minas Casiano del Prado a escribir una Vindicación de la Geología en 1835. Con la revolución de 1868, y la expulsión de Isabel II del trono, se abrieron las puertas al debate (que llevaba más de un siglo en otros países), y en el que ahora estaba presente el darwinismo. Inicialmente hubo algunas reacciones hostiles, como la censura y condena en 1872 al director del Insitituto de Segunda Enseñanaza de Granada y catedrático de Historia Natural Rafael García Álvarez por parte del Arzobispo de Granada, Bienvenido Monzón Martín y Puente, tras un discurso inaugural del curso por parte del primero defendiendo el darwinismo. En Canarias, el arzobispo Urquinaona condenó los Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias (1876) del antropólogo Gregorio Chil y Naranjo. Todavía en 1890 se incluían en el Índice de libros prohibidos los libros Tratado elemental de Geología y Tratado elemental de Zoología del profesor Odón de Buen en Barcelona. A estos enfrentamientos no ayudaban los anticlericales, que deseosos de atacar a la Iglesia católica a cualquier precio, no dudaron en usar la evolución en sus versiones más simplistas y populares. Así, desafortunadamente, un debate científico se convirtió en religioso.

Progresivamente los teólogos mejor informados fueron abandonando el conflicto por toda Europa. En el catolicismo español eso llegó inicialmente de la mano de científicos como Vilanova, y en las dos últimas décadas del siglo también se extendió a algunos clérigos relevantes, como el cardenal-arzobispo de Sevilla Zeferino González (1831-1894) o el dominico y científico Juan González Arintero (1860-1928). Partiendo ambos de posturas radicalmente opuestas a la antigüedad del ser humano o a la evolución, adoptaron después posturas más aperturistas. También fue muy influyente la personalidad del teólogo, geólogo y paleontólogo Jaime Almera Comas (1845-1919).

 

El debate sobre el ‘hombre primitivo’ en la España del siglo XIX

La situación en España estaba dominada por tres posturas. Por un lado el campo más conservador de la Iglesia católica que mantenía posturas fijistas y rechazaba que hubiese nada más antiguo de unos pocos milenios. En contraposición el naciente evolucionismo que imaginaban al ser humano ascendiendo lentamente desde un estado animal. La mayoría de evolucionistas imaginaba el ascenso rigurosamente lineal: a cada época del pasado le correspondía un nivel de desarrollo (sin posibilidad de aceleración o estancamiento) y los paleolíticos solamente podían tallar piedras y dibujar toscos grabados en piedras o huesos. Junto a ellos, algunos evolucionistas tenían una postura más abierta pero eran minoritarios.

Entre medias había personas como Vilanova, catastrofista, católico moderado y concordista. Pionero de la paleontología en España, rechazaba la evolución, que no consideraba suficientemente probada; pero también defendía la antigüedad del ‘hombre primitivo’ prehistórico. Fuera del tema estrictamente paleontológico, también tuvo que defenderse de los escépticos a la religión que se burlaban de su fe.

 

¿Por qué fueron tan conflictivas las pinturas de Altamira?

La propuesta de Sautuola, que el ‘hombre primitivo’ pudiera haber hecho no solamente piedras talladas, sino también las maravillosas pinturas de Altamira, irritaba tanto a los fijistas y conservadores católicos, que negaban la antigüedad del paleolítico, como a los evolucionistas radicales que aceptaban la antigüedad del ‘hombre primitivo’, pero que consideraban incapaz de semejante arte.

Fue Vilanova, precisamente, su principal aliado, junto a algunos evolucionistas dispuestos a encajar los nuevos descubrimientos. Vilanova aceptaba la existencia del ‘hombre primitivo’ del paleolítico y no tenía inconveniente en aceptar que tuviese dotes intelectuales/artísticas equiparables a las nuestras. Sautuola y Vilanova recibieron críticas cruzadas de los dos campos enfrentados.

 

¿Hubo conflicto ciencia y fe en Altamira?

A la larga, lo que condenó el descubrimiento de Sautuola no fueron las críticas religiosas, sino el rechazo público de Cartailhac y otros evolucionistas radicales, contrarios a aceptar que el ‘hombre primitivo’ pudiera hacer semejantes obras de arte. Prefirieron considerarlo una falsificación moderna hasta que la aparición de otras cuevas con pinturas semejantes en Francia forzó la retractación de Cartailhac en 1902.

El intento de la película por convertir la polémica sobre Altamira en un debate ciencia y fe, y la presentación de Sautuola como un agnóstico y escéptico que ha perdido la fe cristiana, es un tópico que ignora que en este caso, como en tantos otros, no se pueden hacer alineamientos simplistas: creyentes frente a no creyentes, españoles frente a extranjeros, creacionistas frente a evolucionistas, etc. Hubo defensores y detractores de las pinturas en todos esos grupos. La historia siempre es más compleja de lo que algunas reconstrucciones simplistas querrían. Y por lo tanto, hay que resistir el uso o el abuso de la historia con fines partidistas.

Ahora sabemos que las pinturas eran auténticas, y que los pintores de Altamira eran muy parecidos a nosotros, dado que en términos evolutivos 15.000 años son un suspiro. Y eso ni destruye la ciencia ni la fe cristiana.

 

Autor: Pablo de Felipe es doctor en Químicas-Biología Molecular, miembro de Cristianos en Ciencias y profesor de Ciencia y Fe en la Facultad de Teología SEUT (C/. Bravo Murillo 85, Madrid), donde coordina el Centro de Ciencia y Fe.

 

1 Un estudio más detallado y exhaustivo sobre este tema será publicado en los próximos meses en Razón y Pensamiento Cristiano.

2 Véase Francisco Pelayo López y Rodolfo Gozalo Gutiérrez. Juan Vilanova y Piera (1821-1893), la obra de un naturalista y prehistoriador valenciano. SIP/Diputación de Valencia, Valencia, 2012, p. 156.

3 Por ejemplo, el reciente libro de John C. Lennox, Seven days that divide the world (Zondervan, 2011), defiende una variante del viejo concordismo de día-era.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tubo de ensayo - ¿Conflicto ciencia y fe en la Cueva de Altamira?